Elus por el Mundo – Rodrigo Pérez
Por: ELU Admin
¡Hola a todos! Soy Rodrigo Pérez Díez, de 4º de la ELU y estudiante del doble grado en Estudios Internacionales y Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid. Durante el segundo cuatrimestre del curso pasado tuve la suerte de experimentar qué es el Erasmus en Maastricht, una preciosa ciudad al sur de los Países Bajos. Es posible que este lugar no os suene a muchas de las personas que estáis leyendo este blog, pero Maastricht es la capital de Limburgo, la región más al sur del país. Esta encantadora localidad se erige sobre el río Maas y ha sido protagonista en el proceso de integración europea, pues aquí es donde se firmó el famoso Tratado de Maastricht.
Irme de Erasmus siempre ocupó un apartado esencial en mi lista de pendientes, aunque hace unos años concebía esta experiencia como inalcanzable. ¡Quién lo diría! Cuando me adjudicaron la plaza, sentí como si ya supiera todo lo que quería vivir y lo que quería que me sucediera, pero no contaba con que este tipo de vivencias siempre tienen algo guardado con lo que sorprenderte…
Si una cosa tenía clara es que quería vivir mi propio Erasmus, es decir, tenía que construirlo a mi medida, y no dejarme influenciar por lo que otros estaban haciendo o iban a hacer, sino por lo que yo quería que me pasase. Fue un acierto afrontarlo desde esta perspectiva, y siempre que amigos que están a punto de irse me preguntan por un consejo respondo lo mismo: vive tu propio Erasmus.
Cuando llegó el tan esperado día, incluso cuando se acercaba la fecha, pensaba que no tenía que irme, que en realidad no era tan buena idea, a pesar de que llevaba meses deseándolo. Al ser de Madrid y, por tanto, estudiar allí, nunca había salido a estudiar fuera, lo cual me producía una mezcla de sensaciones un tanto extrañas. No obstante, ya no había marcha atrás. Era momento de dar un paso al frente, de armarme de valor y confiar en que sería una experiencia transformadora. Hoy puedo decir que menos mal que lo hice. Desde su inicio, la aventura fue de lo más intensa, y es que un vuelo, tres trenes y un autobús fueron suficientes para llegar a mi destino. Sea como fuere ya me encontraba en lo que sería mi casa durante medio año y sentía una amalgama de emociones: alegría, alivio, entusiasmo, o inquietud entre ellas.
En mi caso, anticipé mi llegada unos días antes del inicio del curso, pero para mi sorpresa, debido al Carnaval, las clases no empezaban hasta casi un mes después. Aproveché, entonces, esas semanas para hacerme a la ciudad, conocer gente, organizarme y tenerlo todo preparado para mi comienzo en la Universidad de Maastricht. En este tiempo —en realidad durante todo el Erasmus— tuve momentos muy especiales conmigo mismo. Descubrí la ciudad yo solo, maravillándome a cada paso de lo que me rodeaba: el río, el mercado, la plaza, el puente antiguo, los parques, las iglesias… Sinceramente, este fue uno de los retos que me propuse conseguir durante esos meses, esto es, disfrutar de momentos conmigo mismo y ser consciente del valor de mi propia compañía. Caminar solo y protagonizar de este modo el asombro que se da en el conocimiento de un nuevo lugar es una sensación inefable y de gran valor.
Si bien es cierto que los dos primeros días opté por esta opción “bohemia”, pronto comencé a juntarme con muchísima gente de muy diversas partes del mundo –brasileños, italianos, alemanes, franceses…– y de España. Cada una de estas personas fue especial, y con ellas no solo compartí un destino de intercambio, sino también intrigas, sueños, conversaciones profundas y mucha diversión. Puede sonar a cliché, pero el Erasmus, como tantas cosas en la vida, son las personas. Con gente buena y que te hace vibrar te animas a descubrir lugares nuevos, y sientes unas emociones y creas unas conexiones tan sumamente fuertes y bonitas que jamás se borrarán de la memoria; por lo menos de la mía.
Así, cuando antes hablaba de “construirme mi propia experiencia Erasmus”, me refería a encontrar un equilibrio entre todas las áreas que son importantes en mi vida, sin descuidar mi apertura y disposición a aprender y experimentar cosas nuevas para mí. Por este motivo, y trayendo a colación nuestro tan conocido lema en la ELU, “solo tú pero no tu solo” se convirtió en una de mis máximas durante esos meses y además la puse en práctica como nunca antes.
En la búsqueda de ese equilibrio personal, entremezclando la universidad, mis hábitos, las nuevas amistades, y mis proyectos, se encontraba el viajar. Aunque no tuve mucho tiempo para ello dado que las clases eran obligatorias y mi estancia limitada, creo que sí lo aproveché bien. Bruselas, Luxemburgo, Praga, Selva Negra, Aquisgrán, y varias ciudades de Holanda, como Utrecht y Amsterdam, acogieron mi fascinación al descubrir estos nuevos lugares. De hecho, me atrevería a decir que más allá de la cantidad de sitios, lo verdaderamente importante cuando los visité fueron las enseñanzas extraídas de esos viajes: tener cuidado con los radares alemanes; las ciudades (del norte de Europa) pierden encanto con el mal tiempo; FlixBus es un gran aliado (¡aunque implique un viaje de doce horas!); come comida local; los free tours funcionan bastante bien menos cuando estás cansado… En fin, poco os puedo decir que no sepáis, elus, porque somos todos unos viajeros natos.
En lo que respecta a la universidad, como ya os he contado, las clases eran obligatorias y eso condicionaba mi experiencia en muchos aspectos. Aún así, era consciente de lo afortunado que era de estar en otro país estudiando y, en consecuencia, absorbiendo todo cuanto era posible del sistema educativo holandés, lo cual era algo novedoso para mí. En la Facultad de Artes y Ciencias Sociales y en la Facultad de Económicas —que eran ambas donde se impartían mis clases— las dinámicas pedagógicas funcionaban como en España, es decir, había clases magistrales y clases prácticas. En los grupos más reducidos era donde residía el verdadero valor y el aprendizaje real, ya que se organizaban pequeños debates y discusiones para que entre todos construyamos un aprendizaje colectivo. Las magistrales, en cambio, representaban una mera contextualización de estas clases prácticas y, por este motivo, los estudiantes teníamos la responsabilidad de preparar el material complementario leyendo papers, manuales y libros. Es cierto que este sistema de Problem Based Learning tiene aspectos muy positivos y beneficiosos, pero cuando uno lo vive en sus propias carnes también se da cuenta de las fallas o las desventajas que presentan este tipo de sistemas.
Asimismo, el ambiente universitario era muy bueno. Concretamente, el entorno Erasmus era un auténtico sinsentido porque la ciudad estaba prácticamente dominada por estudiantes internacionales. Esto es debido a que la Universidad de Maastricht acoge a más de un cincuenta por ciento de estudiantes de fuera. ¿Cuál es el resultado? Una ciudad con una diversidad cultural y social espectacular, con oportunidades por doquier para conocer personas de distintos ambientes y orígenes, y una ciudad con mucha vida y movimiento.
Como curiosidad, permitidme contaros que si estáis pensando en estudiar en Países Bajos o viajar por puro disfrute allí, hablan inglés perfectamente. De hecho, dicen que es el país que mejor inglés habla sin ser esta su lengua oficial. Las cajeras de los supermercados o los camareros en los restaurantes te hablan de primeras en inglés (menos en un par de ocasiones en las que debieron verme de los suyos: rubio y con ojos azules).
Para los que os preguntáis si es caro vivir en Países Bajos el tema de la vivienda es un tema complejo. Digamos que hay un exceso de demanda y poca oferta, lo cual encarece los precios. En el caso de las residencias de estudiantes, hay algunas en las que hay que buscarse edredón, microondas, vajilla, sartenes… Ahora bien, lo que sí me chocó un poco —acostumbrado quizá a España— fue lo costoso que es ir a comer fuera o tomar algo en una terraza (cuando hacía buen tiempo, claro). Menos mal que no fue necesario, me refiero, a una cuestión de vida o muerte, ya que en lo tocante a habilidades culinarias tuve tiempo de perfeccionar mis técnicas en este campo, lo cual también disfruté bastante.
En cuanto al mal tiempo, que sé que alguno lo estará pensando, dejadme deciros que sí, que el clima no es como en España. Pero ya sabéis lo que dicen, ¿no?: al mal tiempo buena cara. Personalmente, tenía muy claro que un poco de lluvia no arruinaría mis días, aunque sí me haría algo incómodo y difícil pedalear en la bicicleta de segunda mano con frenos defectuosos que compré a un vietnamita y luego vendí a un portugués. El tema de la bicicleta era una de las cosas que más ilusión me hacía, y aunque seguí manteniendo las horas peninsulares de comidas, he de reconocer en este sentido que me apetecía sentirme local o, al menos, moverme como uno. Según la estadística, teniendo en cuenta la proporción habitante-número de bicicletas, cada holandés tiene más de una bicicleta y, en consecuencia, hay un gran mercado en torno a las mismas: alquileres, apps de renting, compra-venta, estafas de bicicletas robadas… He de decir que era muy cómodo —menos cuando había que afrontar algunas cuestas— ir en bicicleta a todas partes; parecía, incluso, que las ciudades estaban hechas por y para ese fin, hasta el punto de que los ciclistas, con respecto a los automóviles, tenían preferencia absoluta.
Continuando con cosas interesantes o que pueden llegar a sorprender de primeras, la época de exámenes transcurría en unos pabellones gigantescos, que eran donde los hacíamos con unos ordenadores ya puestos por la universidad. Se trataba de un edificio multiusos que se empleaba para acoger grandes eventos y, entre ellos, los exámenes de la UM. Cuando me advirtieron de esto, al igual que de los métodos holandeses anti plagio, quise quitar peso al asunto, pero cuando me tocó vivirlo por primera vez fue impactante cuando menos. Esta meticulosidad, en coherencia, se vio reflejada de igual modo a la hora de poner las notas y corregir, es decir, que siguiendo esa efectividad holandesa respetaban los plazos a la perfección, lo cual se agradece mucho y, sobre esto, en algunos casos, la universidad española debería aprender.
En fin, podría seguir contando mil historias o peculiaridades, pero llega el momento de concluir este relato. En mi caso, me despedí de Maastricht a mi manera. Concretamente, lo hice diciendo adiós tal y como llegué diciendo hola: con un paseo solitario o, mejor dicho, en mi compañía. Sin embargo, sobre él no os diré mucho ya que, quizás, lo podéis imaginar. Fue algo nostálgico, incluso emocionante, volver a caminar por esas calles, por esos lugares y esos rincones tan especiales que un día descubrí por primera vez; la única diferencia es que ahora estaban llenos de recuerdos.
Sin lugar a duda, somos tremendamente afortunados de poder ir o haber ido a la universidad, y de que la vida nos brinde este tipo de oportunidades. Por eso, si estáis dudando en embarcaros en una aventura como el Erasmus, incluso si tenéis miedo (“hazlo, y si tienes miedo hazlo con miedo”), os diría, primero, que lo hagáis sin reflexionarlo mucho y, segundo, que no es tanto el destino de vuestro año en el extranjero sino la actitud con la que lo vivís. Da igual si es Europa, América o Asia, simplemente hacedlo, porque vayáis donde vayáis, como elus, sabréis admirar lo que tenéis en derredor y sabréis aprovechar la experiencia al máximo, o incluso vivirla como vosotros queráis hacerlo.
¿Qué me llevo de toda esta aventura? No sé por dónde empezar, esta redacción es una pequeña parte de ella. Lo que sí puedo afirmar sin ambages es que el Rodrigo que marchó no es el mismo que el que volvió, porque este último ha recibido un regalo invaluable como resultado de las grandes amistades construidas, los aprendizajes adquiridos a diario y la suerte de haber podido continuar mis estudios en un ambiente totalmente distinto.
Si habéis llegado hasta aquí, muchas gracias por acompañarme.
Un abrazo muy fuerte.