¡Hola a todos! o, como diríamos en París, Bonjour a tous!
Soy Alberto Pantoja Bonilla, y estudio Magisterio de Primaria en la Universidad de Castilla-La Mancha, en el Campus de Toledo… ¡Aunque ahora estoy estudiando en París!
Como ya sabéis, en Magisterio tenemos un par de grandes períodos de Prácticas de Enseñanza en colegios. Desde que empecé la carrera, sabía que no quería pasar mis “Prácticums” por encima, cubriendo el expediente, lo que me animó a buscar una experiencia diferente y en la que pudiera ser consciente de otras realidades que también existen, aunque no sean muy comunes.
Más tarde conocí la Acción Educativa Exterior del Gobierno de España, que son una serie de centros escolares públicos repartidos por distintos países del extranjero y donde los estudiantes aprenden siguiendo el sistema y modelo educativo español. Gracias a un convenio Erasmus Prácticas que mi universidad tenía suscrito con un cole de Acción Educativa Exterior, pude concursar por ese destino, que más tarde conseguiría.
Así, conocí el Colegio Español Federico García Lorca de París, centro que sería mi “casa” de París. Como además en la Facultad pude estudiar a la vez los recorridos de Didáctica del Inglés y de Didáctica del Francés, esta era la mejor oportunidad para poner en marcha mis competencias en francés.
Con mucha ilusión y ganas de aprender, llegué al Colegio Federico García Lorca a finales de Septiembre, donde comenzaría una de las mejores aventuras de mi vida.
París es una ciudad que nunca duerme, en la que suceden cosas constantemente y en la que en ocasiones uno pierde la noción de la realidad, arrastrado por el vertiginoso ritmo que aquí se respira. Sin embargo, es también una ciudad que revela su belleza en las cosas más pequeñas y simples del día a día, y que me ha enseñado a descubrir que lo bonito de cada día no tiene por que ser algo impactante, sino cosas sencillas hechas o contempladas con amor: Mi paseo en bici por el Sena hasta llegar al colegio, cruzar a diario en metro el puente de Bir-Hakeim y ver el amanecer con la Torre Eiffel de fondo, o conseguir que uno de mis alumnos de 1º de Primaria, cuya lengua materna es el francés, haya aprendido a leer bien en castellano la palabra “Agua” gracias a mi ayuda. ¡Estoy seguro que a partir de hoy, todos los días de su vida leerá alguna palabra!
En estas prácticas de Enseñanza, al estar en clase con mi alumnado, cada mañana me pregunto de nuevo: ¿Quién enseña a quién? Y me exclamo del mismo modo ¡Esta es la vida misma!
Y a ti, París: Gracias por haberme enseñado tantas cosas, pero sobre todo por haberme acogido tan bien. Aunque resulte algo paradójico, el estar lejos de España me ha hecho apreciar y valorar más mi tierra. Todo el profesorado del Colegio es Español, y de algún modo nos apoyamos y entendemos nuestras necesidades comunes. ¡Qué bonito es ver cómo en el Cole, gente de todas partes de España se apoya, se ayuda y hasta celebra su fiesta nacional en común!
Gracias a Dios también por estar regalándome en París a personas que hacen que todo esto sea más enriquecedor y con las que puedo recibir el don de su amistad y aprender mucho de ellas. Mi experiencia no sería la misma sin mis compañeros del colegio o mis amigos de mi parroquia de París.
Todo ello es genial, pero esta experiencia también me está sirviendo para recordar más y tener más presente que nunca las cosas tan buenas que de normal disfruto en España y que no valoro tanto: Mis padres y hermano, de los que me acuerdo a diario y trato de compartir mis experiencias y aprendizajes con ellos, mis buenos amigos de Toledo, a los que no olvido, o mis visitas casi diarias a mis abuelos.
Y a la pregunta sobre si esta experiencia merece la pena, diría: ¡Por supuesto que sí! (De hecho, me planteo repetirla) y si eres estudiante de educación te animaría totalmente a probar una experiencia así.
Muchas gracias por vuestro tiempo y atención. Espero que hayáis podido comprobar lo contento que estoy con esta experiencia y os haya animado a intentar algo parecido. ¡Seguro que merecerá la pena!
Hace algunos años jamás habría imaginado que estaría escribiendo estas líneas desde Milán, Italia. Sigo sin creer que Italia es el país que ahora me acoge como mi hogar temporal.
Milán representa un sueño hecho realidad para mí. Italia es el tercer país en el que vivo, segunda mudanza que hago en mi vida. Por circunstancias del destino, tuve que salir de mi país natal, Venezuela, pero tuve la suerte de encontrar mi segundo hogar en España.
Sin embargo, esta vez, la experiencia es más desafiante y emocionante que nunca, porque por primera vez me aventuro sola en este viaje.
Italia, un país que respira historia y cultura en cada rincón. En el poco tiempo que llevo aquí he tenido el privilegio de explorar la región de Lombardía y maravillarme con su belleza y autenticidad. Desde los icónicos monumentos hasta las calles adoquinadas, cada día es una nueva oportunidad de descubrir la riqueza cultural que este país tiene para ofrecer. Y, por supuesto, no puedo dejar de mencionar la deliciosa gastronomía italiana que ha deleitado mis sentidos. Ahora, viviendo esta nueva etapa sigo estando dispuesta a sacar al máximo de mi experiencia Erasmus, ya que tengo muy presente que es un privilegio que no muchos pueden disfrutar.
Salir de la comodidad de lo conocido es una experiencia transformadora. Y aunque no es la primera vez que me mudo, cada cambio es diferente. Cada día, enfrento nuevos desafíos y me sumerjo en situaciones que me empujan a crecer y evolucionar como persona. Milán, con su ritmo vibrante y su mezcla cultural, me ha brindado la oportunidad de expandir mis horizontes de una manera que nunca imaginé.
Sin duda uno de los aspectos más enriquecedores de esta experiencia es la diversidad de personas que tengo el privilegio de conocer. Cada día, interactúo con personas de distintas nacionalidades y culturas. Milán, con su encanto único, nos ha brindado un espacio donde convergen nuestras historias y aspiraciones.
Si me preguntan por qué escogí Milán como mi ciudad de Erasmus, os diría que la principal razón fue la universidad en la que estoy actualmente cursando. Este semestre me encuentro en la Libera Università di Lingue e Comunicazione (IULM).
Desde mi formación en Comunicación Audiovisual en Madrid, he tenido una fascinación por los medios y la industria del entretenimiento. Ahora, en la IULM, estoy inmersa en nuevos entornos académicos, estudiando asignaturas de grado y máster de Comunicación Estratégica y Relaciones Públicas. Este semestre estudiando nuevas asignaturas no solo me emociona sino que sé que será muy útil para profundizar mi interés en el mundo empresarial dentro de la comunicación, y también servirá para enriquecer mi bagaje académico con una perspectiva más global y estratégica.
La IULM me brinda la oportunidad de expandir mis horizontes y adentrarme en nuevos campos del conocimiento. Cada día, me sumerjo en asignaturas que despiertan mi curiosidad y me desafían a pensar de manera innovadora.
Mi tiempo en la Universidad IULM, y en Milán es más que una experiencia académica; es una aventura que me desafía, me inspira y me conecta con el mundo de formas inesperadas. Cada día, sigo maravillándome ante la belleza de esta país y la diversidad de personas que cruzan mi camino. Esta travesía, vivida en soledad pero enriquecida por las conexiones que he forjado, es un capítulo inolvidable en mi camino educativo y personal.
Soy Carmen Gago, estudio Física e Ingeniería de Materiales en la Universidad de Sevilla y este curso he tenido la gran suerte de poder irme de Erasmus a París. Hace poco más de un año, la idea de irme fuera de casa no rondaba por mi mente, ya que Sevilla es una ciudad que me encanta y que me hace muy feliz (es verdad lo de que tiene un color especial). Sin embargo, un amigo de la carrera me habló de la Universidad Paris-Saclay, la cual ofrecía varias plazas para acoger a estudiantes Erasmus. Mi amigo compartió conmigo todas las razones que le animaban a vivir una experiencia internacional allí, consiguió contagiarme la ilusión y, en un cambio de último momento, decidí sumarme a él en esta aventura.
A principio de septiembre llegué al lugar que sería mi hogar durante diez meses. Me fui a vivir cerca del campus universitario, situado unos kilómetros al sur de París. Lo que más me llamó la atención de la uni fue la infinidad de conexiones que tiene con la investigación científica y el gran número estudiantes internacionales que alberga. En lo que respecta a lo académico, la enseñanza y la evaluación son muy distintas a lo que estamos acostumbrados en España, lo que requiere tener los pies en la tierra y ser constante para poder llevarlo todo adelante. A pesar de esto, puedo decir que aquí he disfrutado mucho aprendiendo, reconectando con la razón por la que elegí estudiar Física y yendo más allá en cuestiones que jamás se me habían planteado.
Tras acabar el curso en abril, estos últimos meses he tenido la oportunidad de hacer prácticas en la Universidad de la Sorbona, en pleno centro histórico de París. Esta experiencia está siendo el mejor cierre a un año lleno de emociones y de crecimiento. He podido ver de cerca cómo se trabaja realmente en un laboratorio de investigación, del cual todos me han hecho sentir parte desde el minuto uno. Este lugar de ensueño me ha hecho perder el miedo a lo desconocido, derribando las barreras que tenía en mi mente.
Y, bueno, ¿qué decir de la ciudad que me ha acogido durante este tiempo? No miento cuando digo que nunca se acaban las cosas que hacer y que visitar en París. París alberga todo lo que te puedes imaginar y más; es un lugar que inspira, que ilumina. Caminar por París es descubrir algo nuevo en cada esquina, en cada plaza, cada puente… Es una ciudad de la que nunca te cansas ya que se renueva constantemente. En Navidad, París te hace vivir en un sueño y en primavera te otorga más horas de luz para que la veas florecer. Merece la pena vivirla los 365 días del año.
Por supuesto, como le decía el otro día a una amiga, París es una ciudad preciosa, pero disfrutarla en buena compañía la hace aún mejor. Todo lo que he vivido este año no hubiera sido nada sin haber estado al lado de personas maravillosas que me han dado la mano para dejarse sorprender. Personas que han hecho que mi lista de planes pendientes no tuviera fin. Personas que han conseguido que los miles de viajes en RER B se pasaran volando. Personas que me han hecho viajar dentro y fuera de esta ciudad, haciéndome sentir como en casa. Personas con las que he comprobado que la felicidad se multiplica cuando la compartes y con las que he descubierto emociones que ni sabía que existían. Personas junto a las que he confirmado que París tiene motivos más que suficientes para ser llamada “la ciudad del amor”. A todos ellos: gracias. Esto no se acaba aquí.
Además, también he tenido la tremenda suerte de poder redescubrir la ciudad a través de los ojos de otros. Y con ese “otros” me refiero a las personas que más quiero. He sido inmensamente feliz recibiendo visitas y siendo la guía turística de mi familia, amigos de mi pueblo y de la uni, de mis queridos ELUs y de alguna que otra visita sorpresa. Cuando parecía que ya conocía todo lo que París tenía que ofrecerme, llegaban ellos y con su mirada y su asombro me hacían volver a disfrutar incluso de subir una y otra vez las interminables escaleras de la Torre Eiffel o del Arco del Triunfo. Me han hecho revivir constantemente la ilusión y valorar la suerte de vivir aquí.
Escribiendo esto a las puertas de despedirme de París, no puedo evitar sentir un poco de pena. Aunque suene a tópico, sé que la persona que vuelve a casa no es la misma que la que se fue. Me voy con el corazón lleno y con brillo en los ojos, sabiendo que París me ha hecho reconectar y me ha dado el impulso que no sabía que necesitaba. A principio de curso escribí: “Lo único que busco es que al volver a casa pueda decir que viví este año a mi manera”, y así ha sido. No sé si esta ciudad me volverá a brindar hogar en un futuro, pero lo que sí que sé es que un trocito de París y de la gente que me ha acompañado en el camino se quedará en mí para siempre. Y un trocito de nosotros se quedará en cada esquina que nos ha visto reír.
Hoy me paso por aquí para contaros un poco cómo está siendo mi Erasmus en París. Podría contaros cómo ha sido llegar hasta aquí, las asignaturas, las prácticas, la gente, etc… ¿pero sabéis qué? Os invito a que todo eso lo viváis por vuestra cuenta, así que me limitaré a qué ha significado para mí este año.
Si tuviera que definirlo en una sola palabra sería oportunidad: una oportunidad para amar.
Amar aquello por lo que un día decidí tomar la decisión de entrar en la facultad y dedicarme el resto de mi vida. Este año me ha permitido conocer lo que realmente significa la palabra médico. Una profesión al servicio del otro, hacia aquel que necesita de ti y busca en ti alguien no que le pueda curar, sino consolar, apoyar y escuchar. Ver la belleza en todo acto. Que una cirugía ser convierta no solo en una forma de aprender, sino de ver todo lo que esconde el cuerpo humano y lo que el ser humano puede llegar a hacer con tan solo dos manos: una simple sutura, un bisturí, son cosas que te sumergen y hacen que pase el tiempo sin darte cuenta.
Amar lo que tengo. Sumergido en el país donde crecí no era consciente de lo que realmente me rodeaba. A tantos kilómetros de distancia pude darme cuenta de que la gran suerte que tengo de estar donde estoy y nacer donde nací y dar gracias por ello. Llamar a mi familia para saber cómo estaba y que siempre se alegraran de oírte. Poder ir a ver a mis abuelos en tren y contarles cómo va todo después de tres años. Ver a mi abuelo con 86 años recogerme en la estación como cuando era pequeño, con esa energía. Volver a comer los platos que me preparaba mi abuela, que tanta ilusión prepara siempre. Que yo les pueda contar mis experiencias en el hospital y cómo es vivir en la capital. Que tu amigo te mande un audio de 5 minutos para contarte que se ha acordado hoy de ti en clase y que se alegra mucho de saber que todo va bien.
Las reuniones y mentorías de la ELU me hacían pensar cómo he podido llegar hasta ahí. Rodearme de gente que me ha ayudado en este camino, con la que puedo compartir grandes cosas y dispuestas a sacrificar su tiempo. A mí, que negaba que todo ello pudiera llegar a suceder y que dudaba en todo momento de si merecía la pena.
Amar a los demás. Conocer a gente de otras culturas y países te hace darte cuenta de que todos y cada uno de ellos tiene algo que ofrecer y que merece la pena conocer. Pasar horas hablando, en el pasillo de la residencia, en los jardines de Luxemburgo o comiendo en la cafetería, son momentos que se quedan grabados. Descubrir la ciudad es increíble, pero hacerlo acompañado siempre es mejor.
Amar a la vida. París es una ciudad que te conmueve. Por la forma de ser, de funcionar, sus calles, sus atardeceres y los olores. Ya no puedo recordar cuántas veces habré subido al arco del Triunfo, y las que todavía me quedan por hacerlo, simplemente para ver a las personas en la calle, los coches o que pasara el tiempo. Coger la línea 6 del metro y apreciar las vistas con la cabeza apoyada en los cristales. Quedarme sentado en los jardines de Luxemburgo con los pocos rayos de sol en la cara y ver a las personas pasar. Un atardecer en Montmartre acompañado de música y una cerveza. Ir al mercado y perderte entre los puestos. En definitiva, apreciar cada momento y tomar aquello que tienes delante.
Amar lo que soy y de dónde soy. Cuando hablas con los demás que te pregunten por tu acento y que digan que les parece bonito y es algo que jamás debería olvidar. Tú les cuentes de dónde vienes con alegría, que sientan curiosidad y ellos te escuchen. Poder encontrar, aunque sea por unos momentos esa paz que necesitas en los simples detalles y lo más importante: que te quieran cómo eres.
Mi Erasmus no ha sido una forma de desprenderme de aquello que tenía para olvidar. Ha sido una oportunidad para encontrarme, reflexionar y avanzar.
Como toda experiencia esto está llegando a su fin. ¿Pero sabéis qué? Prefiero verlo no como un final, sino como un inicio. Un inicio de un camino tan real que desconozco a donde me llevará, pero que merece la pena ser recorrido. Cierto, aún me queda mucho por aprender, pero nunca es tarde para empezar.
Sí. París es la cuidad del amor, la que te invita a amar, a ti y a los demás.
Un mes para aterrizar, y volar para volver; un mes para caminar, perderse para parar y mirar. Mirar para encontrar, conocer. Conocer para agradecer y solo, solo, empezar a entender.
Con estas palabras acababa mi primer mes de Erasmus en París. Mi tan soñada París. Romántica, liberadora, bella, misteriosa y elegante París. Una ciudad que, como hablaba con María de Jorge, es tan grande que te deja un espacio amplísimo para perderte, buscar, redirigir, descubrir, y, sobre todo, crecer.
No, París no es la ciudad de los enamorados, es la ciudad que te invita a enamorarte y a amar. Amar aquello con lo que uno venía y amar aquello con lo que uno se va. Amar la novedad y la diversión, pero también lo pequeño, cotidiano e íntimo. Amar pasar de los grandes planes en el Hipódromo a la paz y felicidad de sentarte media hora con dos amigas en el parque de Luxemburgo a la vuelta del hospital. Amar salir de fiesta, pero también amar dejarse de azoteas y rincones recomendados para volver siempre al mismo bar, misma esquina, misma gente de confianza.
Amar un atardecer en el Sena con esa melodía de magentas, violetas y destellos de un sol anaranjado (que decide salir poco a menudo); sin dejar de amar el encanto de un día lluvioso que te lleva a la librería de la esquina y que te invita a quedarte, pedirle una recomendación al librero, y salir con un clásico que puede que empieces a poder descifrar al final del Erasmus. Amar conocer a gente nueva, nuevos nombres, países, sueños, ilusiones; pero también amar llamar a tu abuela en Madrid y que te actualice en las novedades de la familia y que te recuerde por encima de todo, de la suerte que tienes.
Cuando miro atrás a estos meses tan inmerecidos y regalados; solo puedo comprar un ramo lirios blancos y dar las gracias. Agradecer los nombres y rostros que empezaron siendo coincidencias y han acabado siendo fuente de amistad, diversión y verdad. Agradecer a los nombres que se quedaron en el encuentro y a los que dejo, y a los que me llevo tan inmerecidamente a España. Agradecerle tanto a esta ciudad que a tanto me invita y tanto me libera y a tanto me compromete. No puedo dejar de agradecerle a tantos artistas su obra y vida; porque de ellos nace y crece mi sensibilidad: al movimiento y delicadeza del cuerpo por Rodin; a los colores y como se mezclan y se entienden por Cézanne y Renoir; a la incomprensión y soledad por Van Gogh. Sensibilidad al asombro y la ternura y la vida por Monet.
Me gusta pensar en esta etapa como un entramado de lazos de colores. No, mi Erasmus no ha sido de desprenderme de la vida y perderme y girar entorno a esa libertad de maniobra que tantos a nuestra edad añoran. Mi Erasmus ha sido enlazarme. Tener la libertad de elegir vincularme. En Madrid tenemos ya tantos compromisos que se nos olvida revisar si verdaderamente los hemos elegido o nos pesan y atan. Porque el vínculo verdadero libera e invita a crecer.
Lazos de colores y nombres. Los nombres de mis amigos, de mi familia y como no, de mis pacientes. Parte de mis lazos en París se quedan y se van con mis pacientes; que todos los días me han recordado que sí, sí que se puede amar y servir en el quirófano, con el estetoscopio, y con la escucha.
Entre todos estos lazos de amistad, de verdad, de compromiso, de cansancio, de diversión, de estudio, de arte y de amor; me encuentro sobrepasada. Me encuentro sumisa en el sueño de algo que se acaba ya. Y he de despertar. ¿Debo?
No, creo que puedo vivir en el sueño que ha sido este año. Esta forma de vivir no es un punto y aparte. Mi estancia en París acaba para que el sueño continúe y tenga un sentido. Un sentido para mi vida. Si no fuese así, todos estos lazos los perdería, el crecimiento, la sensibilidad y la forma de mirar no serían una parte de mí ni de quien quiero ser. Este sueño, todo lo que he aprendido es una forma de mirar y de buscar y de entender.
Me voy a comprar unos lirios blancos. Para el Señor y Su madre. Por este sueño. Un sueño en el que he vivido despierta, acompañada, vinculada, amada y tan profundamente agradecida.
¡Hola a todos! Soy Carmen Suárez. Estudio Derecho en la Universidad de Córdoba, pero este curso estoy de Erasmus en Turín, en la región del Piamonte, al norte de Italia. Hacer Erasmus era algo que siempre había estado entre mis planes, así que, ¡aquí estoy! He de decir que el principio no fue nada dulce, muchos ya lo sabéis o incluso lo habéis experimentado. Hablo de la búsqueda de alojamiento, lo que supuso una auténtica gymkana. En mi caso tuve suerte, pues a pesar de meses de búsqueda online y de aterrizar aquí sin nada, acabé encontrando a finales de septiembre una habitación. ¡Menos mal! Ahora sí, podía empezar a disfrutar de la experiencia.
¿Por qué Turín? Lo que me impulsó a elegir esta ciudad fueron tres razones. Vi que tenía un tamaño grande pero manejable, que el aeropuerto tenía buena comunicación con España y con el resto de Europa y, por último, que el acuerdo de estudios con mi Universidad de origen era muy completo y me permitía cursar las asignaturas que yo quería. No me lo pensé más y me dejé sorprender por esta ciudad, de la que a día de hoy sigo descubriendo curiosidades. En la cultura piamontesa tienen muy presente un principio que dice: “esageruma nem!”, cuya traducción quiere decir: “¡no exageramos!” Y os puedo decir que es verdad. Turín es una ciudad que tiene mucho para presumir: fue la primera capital de la Italia unificada, la presencia de los Saboya se respira aún en cada fachada y en la gran cantidad de palacios, tiene unas reglas de urbanismo muy cuidadas, plazas llenas de historia, es la ciudad del cine, custodia el Santo Sudario y a su vez es la cuna de grandes empresas como FIAT, Lavazza o Martini. ¿Lo sabíais? Seguro que no… ¡Quizá sea por la prudencia y discreción de los piamonteses! Así que esto que os cuento es un secreto, shhhh :).
Cambiando de tema, la universidad me parece alucinante en cuanto a instalaciones. Para mí ha sido un gran contraste, pues acostumbrada a pasear por el claustro del siglo XVI de la Facultad de Derecho de Córdoba aquí me he encontrado con un campus increíble que no conjuga para nada con el estilo barroco del resto de la ciudad. El método de las clases es similar al de España, lecciones frontales. En mi caso sin contenidos prácticos, por lo que nos jugamos toda la nota en el examen. Exámenes no solo orales, también escritos, para romper uno de los mitos de los erasmus en Italia. Y por supuesto, en italiano. El idioma era algo a lo que le temía bastante, sin embargo, me ha resultado bastante fácil aprenderlo. Desde aquí os recomiendo ir a clase. Sí, de verdad. Se aprende un montón integrándote con el resto de estudiantes, es como mejor puedes poner en práctica lo aprendido y os aseguro que es totalmente compatible con viajar y salir de fiesta.
Hablando de ocio, Turín es una ciudad con mucho ambiente universitario, por lo que no faltan planes para hacer cada día. Y si no, ¡nos los montamos nosotros! En estos meses he podido tachar muchos deseos de la bucket list, pues no todos los días se esquía en los Alpes o se visitan cuatro países en una semana. Pero, sobre todo, me quedo con lo que me ha aportado el Erasmus a nivel personal. Aprendes a gestionarte, desarrollas habilidades que no sabías que tenías, te sumerges en otra cultura, descubres nuevos lugares y a veces incluso te olvidas de que estás lejos de casa porque te sientes en casa. En ello influyen las personas que conoces durante este tiempo, pues se convierten en tu apoyo diario. Me gustaría darles las gracias por haberme enseñado a compartir, a convivir y a saber elegir.
Me quedan solo dos meses aquí, pero os aseguro que me voy inmensamente feliz por haber podido disfrutar de este regalo. Si estáis dudando entre iros o no, yo os lo digo muy claro: ¡coged las maletas y adelante!
Las peregrinaciones a Tierra Santa son una de las señas de identidad de la Universidad Francisco de Vitoria. La Escuela de Liderazgo Universitario organizó una de estas peregrinaciones el pasado febrero, siendo acompañados por dos ELUMNIs: Jorge Paredes Esteban#ELUMNI12 y Cristina López Crespo#ELUMNI08.
Soy Itziar Belderrain, elu de tercero. Estudio Comercio y Marketing en la Universidad de Oviedo. Me hace muy feliz compartir con vosotros la experiencia que estoy viviendo este año en Gante, Bélgica. Antes de empezar la carrera, sabía que tenía que irme de erasmus sí o sí. Algo dentro de mí me lo estaba pidiendo.
Barajando las diferentes opciones que me ofrecía mi universidad, finalmente me decanté por Gante. Años atrás, estuve de viaje con mi familia en Bélgica; el estilo de vida, el ambiente estudiantil y los paisajes me cautivaron. Cuando lo vi como posible destino, supe que tenía que ser ahí.
Llegar hasta aquí no fue fácil. Encontrar alojamiento en Bélgica es muy complicado. Me dieron habitación en la residencia de la universidad a principios de septiembre, lo que hizo que mi verano fuera un tanto agobiante y lleno de dudas. A finales de agosto, la madre de una amiga me dijo una frase que llevo grabada todo el erasmus, y es que “si hay algo que cuesta es porque merece la pena “. A día de hoy, no puedo estar más de acuerdo. A base de insistir mucho, conseguí habitación en el mejor lugar posible: acogedor y lleno de vida.
Gante es increíble, irradia energía y vida. Es preciosa mires por donde la mires. No es una ciudad grande, pero sí lo suficiente como para tener mil rincones que visitar y que nunca falten los planes. Aunque llevo aquí desde septiembre, mi lista de cosas por hacer sigue creciendo, al igual que las ganas por descubrir los lugares más recónditos. Además, en bici llegas en nada a cualquier sitio, algo que me encanta. Esto fue de lo que más me chocó cuando llegué, la gente va en bici a todas partes: a clase, a la compra e incluso de fiesta. Lo único malo es el tiempo, que a veces no acompaña, pero espero que a partir de ahora vaya mejorando.
En cuanto a la universidad, soy alumna de la Hogeschool Gent. Estudiar aquí me está enriqueciendo en muchos niveles, ya que trabajar en equipo y los casos prácticos es lo que más se valora. Las asignaturas son inspiradoras y verdaderamente útiles para la vida real. Asimismo, el campus de la universidad es moderno y se organizan actividades muy a menudo.
Uno de los motivos por los que escogí este destino, fue el ambiente internacional que impera en la ciudad. Quería salir de mi zona de confort. Hay muchos estudiantes internacionales, lo que facilita conocer otras culturas y personas muy distintas y especiales. Esto es de lo que más valoro, ya que en España no pasa, y no todos los días se tiene un vecino irlandés en la habitación de al lado.
Además, este segundo semestre estoy trabajando como Corresponsal de naturaleza, parques y cicloturismo en el proyecto Erasmus en Flandes . Se trata de una iniciativa en la que españoles que estudian en Flandes publican contenido en su blog, compartiendo curiosidades y experiencias que resulten interesantes para todo aquel que quiera visitar o vivir en la región.
Estoy eternamente agradecida a esta ciudad por darme el mejor año de vida y regalarme personas que me llevo para siempre. Lo que dicen de que en el erasmus te conoces más a ti mismo es verdad; os animo a todos a dejaros llevar, salir de casa y descubrir todo lo bueno que os espera. Aprovechad cada segundo, cada plan y cada persona, esto solo se vive una vez.
De una idea entre universitarios a una ONG que trabaja sobre el terreno de Benín. Así es la evolución que ha experimentado OAN International en los últimos años. Beatriz Vázquez #ELUMNI06 y Daniel Alfaro #ELUMNI09 nos cuentan cómo ha sido vivir un año allí desarrollando diversos proyectos en esta entrevista donde profundizan en el sentido de OAN y el papel de la ELU en sus vidas.
Soy Catina Pérez y estudio Negocios Internacionales en la Universidad de Valencia. Por suerte, una de las condiciones para obtener el título es cursar un año en el extranjero, por lo que antes incluso de empezar la carrera… ¡yo ya sabía que la experiencia Erasmus estaba asegurada! Y de ello os vengo a hablar en esta entrada.
Tras analizar las distintas posibilidades que ofertaba mi universidad, finalmente me decidí por cursar un año en Países Bajos, concretamente en Leeuwarden, la capital de la provincia de Frisia. Así pues, atraída principalmente por el estilo de vida y el sistema educativo del país, a finales de agosto puse rumbo a esta pequeña ciudad entusiasmada ante todo lo que estaba por venir.
Sin duda, uno de los mayores cambios que he experimentado ha sido el enfoque universitario. Soy alumna de la NHL Stenden, una universidad de ciencias aplicadas que fomenta principalmente la práctica y el trabajo en equipo. La universidad es increíble, las instalaciones son modernas y atractivas, con cafeterías que ofrecen opciones para todos los gustos y muchas facilidades para que los alumnos puedan disfrutar del campus, ¡incluso tenemos café y té gratis todos los días!
En cuanto a las clases, son completamente diferentes a lo que estoy acostumbrada. En el aula no hay más de 10-15 alumnos por lo que el trato es bastante personalizado. No suele haber más de tres días de clase a la semana, lo que conlleva que muchos estudiantes tengan trabajos a tiempo parcial. Además, los profesores tienen mucha libertad y no existe prácticamente jerarquía entre ellos y los estudiantes, lo cual lejos de generar caos, se traduce en profesores motivados, preocupados por sus alumnos y por aprender de nosotros.
Otra cosa que me ha gustado mucho es la diversidad cultural. Hay muchos estudiantes internacionales por lo que aprendes a trabajar en un ambiente intercultural. Además, muchos proyectos se realizan mano a mano con empresas reales, lo que te da una mejor visión de cómo es el mundo laboral y te ayuda a aplicar los conocimientos adquiridos en situaciones reales. En definitiva, mi experiencia universitaria está siendo muy enriquecedora y me ha permitido aprender muchas cosas que, si me hubiera quedado en España, no habría aprendido.
En cuanto a la vida fuera de la universidad, durante la semana tengo tiempo para practicar voleibol, hacer excursiones a otras ciudades aprovechando que es un país pequeño y muy bien conectado, salir de fiesta, pasear en bicicleta (sí, ¡aquí todo el mundo tiene una!) e incluso trabajar para poder visitar otros países.
Por otro lado, quiero destacar la atmósfera que envuelve a todo el país. Países Bajos (que no Holanda) es sin duda el país más seguro de todos los que he estado. Se fomenta mucho la autonomía, la tolerancia y la cultura green, así como el equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Los neerlandeses tienen una actitud muy relajada y conciliadora y son personas con un gran compromiso social y ambiental, además de súper amables y hospitalarias, por lo que es muy fácil sentirse acogido.
Estoy muy agradecida de haber tenido la oportunidad de vivir en un país extranjero. Esta experiencia ha supuesto muchos retos a nivel académico y personal. Me ha enseñado mucho sobre mí misma y me ha permitido aprender y descubrir nuevas culturas y formas de vida. Aunque sin duda, lo que ha hecho de mi Erasmus una experiencia única e inolvidable ha sido toda la gente que he conocido. Con ellos he reído, llorado, viajado y crecido, y sé que muchos serán amigos para toda la vida.
Soy Sara Jurado, elu de tercero y estudiante del doble grado de ADE+Comunicación en la Universidad Loyola Andalucía (campus de Córdoba). Y me alegra poder describiros parte de la experiencia que estoy viviendo aquí en Bergen, Noruega.
Con 12 años me subí por primera vez a un avión para ver a mi hermana mayor que estaba estudiando su Erasmus en Estocolmo, Suecia. Estuve una semana allí y me enamoré totalmente del país y del estilo de vida que llevaban los nórdicos. A raíz de esto comencé a soñar con esta experiencia y no sabéis lo afortunada que me siento de poder decir que el sueño se está cumpliendo.
Sin embargo, no todo ha sido un camino ni fácil ni bonito. Los que habéis estudiado fuera sabréis que, antes de todo, hay que pasar un proceso muy burocrático que requiere mucha responsabilidad a nivel personal: elegir el país, elegir la universidad, las convalidaciones de las asignaturas, buscar alojamiento, mudarte a un país solo, gestionar tu propio dinero, etc. Y es que cada decisión que tenía que tomar se me hacía un mundo porque no podía evitar pensar que me estaba equivocando de alguna forma y sentí mucha presión antes de llegar a mi ciudad de destino. Ahora es cuando digo que cuando puse un pie en Noruega todos mis miedos se disiparon y todo empezó a ir bien, pero la realidad es que no fue así.
Las primeras semanas fueron un reto para mí. El hecho de estar lejos de mi familia y amigos, no conocer cómo funcionaban las cosas en la ciudad, y el idioma (os cuento un secreto, los idiomas siempre han sido mi punto débil), me hicieron las primeras semanas muy complicadas. Además, al estar sola no tenía a nadie en el que confiar para poder transmitirle mis miedos. No obstante, todo fue evolucionando poco a poco: comencé a hacer amigos tanto españoles como internacionales, me adapté a la universidad y a dar las clases en otro idioma, descubrí la ciudad y, sobre todo, me hice al estilo de vida nórdico que tanto me había gustado cuando era una niña.
Por muchos estereotipos que tenga Noruega de que es un país frío, que siempre llueve y que los noruegos son muy serios; la verdad es que nada más lejos de la realidad. Los noruegos son personas súper amables, cálidas y están dispuestas a ayudarte en cualquier situación. Además, la temperatura es baja, eso es cierto, pero os mentiría si os digo que he pasado más frío en Bergen que en Córdoba cuando volví en Navidad. Noruega es un país muy preparado en lo que respecta al tiempo: la calefacción funciona muy bien en todas las casas, restaurantes, universidad e incluso transporte público. Y sobre la lluvia, os dejo una frase que dicen mucho los noruegos: ¡no existe tiempo malo, sino ropa mala!
Si acaso, lo único que podría decir que no me ha gustado de Noruega son las horas de sol durante el invierno (ej..: en diciembre amanecía a las 10h y anochecía a las 15h) y los precios. Ahora puedo afirmar con total certeza que Noruega es de los países más caros de Europa.
Sobre la universidad, estudio en Norwegian School of Economics (NHH) una de las mejores universidades de económicas no solo de Noruega, sino también de Europa. Durante estos meses he aprendido de la mano de los mejores profesores de Europa especializados en marketing y sostenibilidad, he cenado con empleados de las empresas más importantes del mundo y he podido formar parte de una de las comunidades más grades de estudiantes de Europa. La verdad es que no tengo palabras para describir lo que es estudiar en la NHH. Si bien es cierto que es una universidad muy exigente a nivel académico, su enfoque pedagógico está orientado a los trabajos prácticos con casos reales al igual que mi universidad por lo que no he tenido mucho problema en adaptarme a su forma de trabajar.
Me he dejado lo mejor para el final, contaros de verdad lo que ha sido mi vida estos últimos meses. Y es que ha sido una locura. He conocido a cientos de personas de diferentes países con las que he vivido experiencias que me han abierto la mente; he viajado por toda Noruega y descubierto paisajes naturales que me han dejado sin aliento; he bailado con mis amigos bajo las auroras boreales; he aprendido lo que es importante y a valorar todo lo que tengo en España (familia, amigos, tiempo, calidad de vida, estudios…); he aprendido a afrontar los problemas sola y he salido de mi zona de confort; y es que cada semana tenía una nueva aventura que vivir.
Por todo esto, solo puedo dar gracias a todo el mundo por hacer de esta experiencia una de las mejores de mi vida porque he crecido mucho a nivel personal y he descubierto lo bonita que puede llegar a ser la vida cuando uno decide arriesgarse y exponerse a este tipo de situaciones. Todavía no me he ido y ya estoy deseando volver a Bergen, la ciudad de la que me he enamorado y que me ha robado el corazón.
Hacía ya dos años que, en secreto, miraba las opciones que me brindaba la universidad para irme un año a estudiar fuera. No exageraría si dijera que la voluntad de hacer un Erasmus suponía una certeza mucho anterior a la decisión propia de estudiar Medicina: lo consideraba un elemento clave en mi experiencia universitaria. Recuerdo cómo, con mucho nerviosismo y habiéndome cerciorado más de cinco veces de haber adjuntado toda la documentación, enviaba aquel formulario del que luego intentaría olvidarme- inútilmente, por cierto,- hasta no saber de sus resultados. Por eso mismo recuerdo también aquella tarde del 4 de febrero en la que, al ver mi nombre en la lista de admitidos, no fui capaz de prestar más atención. Pocos días más tarde, no sin llenarme de algo de valentía, aceptaba la plaza. Qué gran oportunidad, me decía. Y no andaba corta. Estos ya siete meses vividos aquí han sido y siguen siendo para mí una experiencia inolvidable.
Los que hayáis estado, sabréis que en Roma el encuentro con la belleza es constante. Aunque que suene cursi, quizás lo sea, todos los días tengo la gran suerte de maravillarme con los edificios de esta ciudad: por supuesto, con los monumentos y lugares más emblemáticos, pero también con todas sus calles y pequeñas y recónditas esquinas. Cada día descubro un nuevo tesoro. Y es que estoy convencida de que cualquier iglesia “menor” romana sería un conocidísimo lugar en alguna otra ciudad del mundo, pero aquí queda perdida pues, citando a mi abuela, “en Roma das una patada a una piedra y descubres un monumento”. Tengo la gran suerte de, por ello, vivir en constante encuentro con la belleza y asombro. Es también, como bien se sabe, una ciudad increíblemente conectada con el pasado, sensación que se vive con el mero admirar y preguntarse al pasear por sus calles; lo cual le hace a una consciente de la importancia y el papel de la cultura en nuestra vida diaria. Además, como es bien sabido, la gastronomía siempre acompaña: es muchísimo más agradable disfrutar de Roma con un buen gelato o un buen tiramisù.
Alabanzas aparte, no podemos olvidar que Roma es capital italiana y por tanto todas sus virtudes y defectos se ven reflejados en ella, de manera que no solo buena comida, buen gusto, música, vino y apreciación de la cultura están presentes, sino que también caos, desorganización y despreocupación exagerada impregnan sus calles. En las largas esperas a los medios de transporte públicos, una aprende a acabar por sobreponerse a la desesperación del tiempo perdido por el autobús que no llega y acaba por intentar aprovecharlo con un buen libro, escuchando algún que otro pódcast, respondiendo a mensajes perdidos o descubriendo más música local. Esta ciudad me ha hecho también aprender a gestionar muchos aspectos por mí misma y a sacarme las castañas del fuego con fechas de exámenes desconocidas y luego aplazadas, asignaturas cursadas en las que resulté no estar matriculada, profesores que no contestan correos, médicos que no aceptan estudiantes de prácticas pese a ser su obligación, situaciones de convivencia en un piso de estudiantes y en el salir a la aventura para hacer nuevos amigos hasta encajar en un grupo.
Desde luego, mi experiencia Erasmus no sería lo mismo sin los grandes amigos que he encontrado aquí. Tengo la gran suerte de poder contar con la compañía de gente maravillosa a la que sé que me voy a llevar hasta mucho después de que este año pase. Roma es increíble, pero es infinitamente mejor cuando tienes con quién compartirla. ¡Y de qué manera! Todos ellos han contribuido a que esta ciudad haya pasado a ser mi casa, pues estas calles anaranjadas con luces y estos bares con música ya son parte de mi historia y a ellos asocio anécdotas, personas y risas vividas- y por qué no, algún llanto también-.
Este año completo de aprendizaje, risas y dificultades me ha formado como persona mucho más de lo que hubiera imaginado. Ha sido una oportunidad enorme de crecimiento que desde luego hace que merezcan la pena las dificultades. Tengo la grandísima suerte de estar acostumbrada a diarios abrazos de mis padres, risas con mis hermanos, comidas con mis abuelos, clases con mis amigos y carcajadas en entrenamientos; por lo que a veces las llamadas telefónicas encajadas entre idas y venidas en las que la cobertura no siempre funciona pueden saber a poco. Ha sido para mí muy importante el propósito de, en el estar lejos, seguir cuidando de mi familia y de mis amigos que sé que me esperan a mi vuelta en mi querida Pamplona, y por ello los he sentido muy cerca durante todo el año. Pues, junto a otras cosas, el Erasmus me ha hecho consciente también de lo inmensamente dependiente que soy y de mi gran necesidad de cariño.
Espero disfrutar increíblemente de estos pocos meses que me quedan en esta ciudad de la que estoy enamorada, pues no volveré hasta ver las calles de mi otra casa vestidas de blanco y rojo. Solo me queda animar a todo aquel que se plantee vivir una experiencia similar y por supuesto ofrecerme para cualquiera que tenga algo que preguntarme. Mientras tanto, seguiré exprimiendo el tiempo al máximo en esta ciudad acompañada de mis amigos, dado que en este lugar y con esta compañía la belleza nunca se acaba.
¡Hola a todos! Soy Sara Sanchis, ELU de cuarto y estudiante de Ingeniería Aeroespacial en la Universitat Politècnica de València. Hace un mes acabé mi Erasmus en Suecia, concretamente en una ciudad que se llama Linköping, donde he vivido una de las mejores experiencias de mi vida. Os cuento cómo ha sido esta aventura para mí.
Antes de empezar la carrera yo ya fantaseaba con la idea de irme de Erasmus, así que cuando se me presentó la oportunidad no me lo pensé dos veces. Entre las destinos que ofertaba mi universidad escogí Linköping, una ciudad sueca que no ha dejado de sorprenderme. Aún recuerdo el día de mi llegada con dos amigos de clase (Carlos y Óscar, que ahora son casi como hermanos), después de un vuelo de 4 horas y un autobús de otras 4. Esa Sara no era consciente de lo que iba a vivir en los próximos meses.
En University of Linköping (LiU) nos prepararon una semana de bienvenida, donde no pudo dejar de impresionarme el ambiente tan internacional que se respiraba. LiU tiene cuatro campuses entre Linköping, su ciudad gemela Norköping y Estocolmo, y todos los estudiantes estuvimos reunidos en Linköping durante esa primera semana en la que nos presentaron la universidad (con túneles subterráneos para moverse entre los edificios en las grandes nevadas de invierno) y nuestros estudios, nos prepararon FIKA (un café y unas pastitas que estaban buenas no, lo siguiente), barbacoas, y nos dieron entradas gratis para un festival en el que actuaban cantantes suecos bastante famosos como Tove Styrke.
En cuanto a la gente, Carlos, Óscar y yo (que además de la carrera también compartíamos casa), nos juntamos con estudiantes internacionales de todos los rincones del mundo: Afganistán, Francia, Bélgica, China, Siria, Estados Unidos, Alemania, Chile o México, además de muchos españoles (al final no podemos evitar atraernos entre nosotros).
Con respecto a los locales, de primeras los suecos pueden parecer algo paraditos, pero en seguida que te acercas a hablarles (si no das tú el primer paso será difícil que te digan algo por iniciativa propia), son los primeros que se interesan por conocerte y enseñarte su cultura. Al parecer los suecos están enamorados de España. Muchos de ellos chapurrean español y conocimos unos cuantos que hablaban casi como nativos, así que siempre que se enteraban de que alguno éramos de allí nos pedían practicar con nosotros, o que les hablásemos de nuestra cultura y les hiciésemos alguna paella o tortilla de patata.
El frío era una de nuestras mayores preocupaciones, pero como sólo estuvimos el primer cuatrimestre, lo más que llegamos a vivir fueron -10 ºC. Con un buen abrigo y unas botas para la nieve se podía hacer vida normal. Donde sí que pasamos frío fue en un viaje a Gotemburgo. Fuimos con unos amigos a vivir la auténtica experiencia sueca según nos dijeron. Al parecer aquí es típico vivir un contraste de temperaturas con lo que llaman un bautismo de hielo, así que nos llevaron a una sauna que estaba pegada al mar, que tenía una capa finísima de hielo (estábamos a -2 ºC), y tuvimos que bañarnos en el mar y después meternos en la sauna. Al meter el cuerpo en el agua congelada, dejamos de sentirlo, casi no nos respondía, así que nadie aguantó más de 15 segundos ahí dentro y nos fuimos corriendo a la sauna. Hubo algunos valientes que repitieron unas cuantas veces más después de haber entrado en calor, y una semana después estaban todos perfectamente menos yo, que cogí un catarro tremendo y estuve afónica dos semanas (mala suerte me imagino).
Al final el frío se llevaba bien. Lo que más nos chocó fue la oscuridad. A las 2 y media del mediodía, mientras estábamos acabando de comer (no conseguimos hacernos al horario sueco y comer a las 12:30), veíamos cómo se ponía el sol en invierno. Pasar tantas horas sin luz es algo que nos descolocó, pero al final nos adaptamos llenándonos la tarde de cosas que hacer. Los suecos combaten esta falta de luz haciendo mucho deporte (y comiendo gominolas, que les encantan), así que me apunté al gimnasio de la universidad con algunos amigos, donde tenían una oferta de actividades enorme, de la que nosotros nos quedamos sobre todo con entrenamientos y partidos de voley y a badminton.
Y respecto a los estudios la verdad es que no puedo estar más contenta. Aquí el cuatrimestre lo dividen en dos periodos, y he podido aprender muchísimo sobre optimización estructural y diseño de aviones, en un ambiente exigente pero mucho menos estresante que en España. Tienen muy calculado las horas que debes dedicarle a cada asignatura para que todos los días tengas tiempo para ti y puedas montarte algún viaje de vez en cuando.
Uno de los viajes que no voy a olvidar es el de Polonia. Óscar y yo nos fuimos a descubrir Varsovia y Cracovia durante 6 días en los que probamos la gastronomía local (que estaba buenísima) y nos empapamos de su historia, pudiendo ver de primera mano cómo vivieron y las consecuencias sociales de la Segunda Guerra Mundial y saliendo sobrecogidos del museo de Schindler y de Auschwitz.
Hace un mes cerré esta etapa de mi vida, marcada por un aprendizaje en todos los aspectos, y en la que me he conocido más a mí misma. Vivir en el extranjero y adaptarse a una cultura completamente distinta a la tuya (donde no había vida en las calles, todos se juntaban dentro de casas y a veces parecía una ciudad fantasma), presentan retos que te ayudan a crecer y valorar todas las facilidades que tenemos en casa.
Ahora es cuando soy consciente de que ya he acabado esta experiencia que me va a acompañar siempre, y me quedo con todo lo bueno que me ha dado, con todas las personas que he conocido y con quien tanto he reído, compartido y vivido. Si tenéis la oportunidad de iros de Erasmus, aprovechadla, porque será una de las mejores experiencias de vuestras vidas y os dejará con ganas de repetir.
¡Hola! Soy Paula López, de cuarto de la ELU. Desde septiembre tengo la gran suerte de estudiar Medicina en la universidad Ruprecht Karl de Heidelberg. No pensé que cuatro años después de visitar esta ciudad con Becas Europa, se fuera a convertir en mi hogar.
Esta ciudad estudiantil situada en el sur de Alemania cuenta con la universidad más antigua de país. El campus se encuentra esparcido por toda la ciudad lo que hace que vayas donde vayas te encuentres con muchísimos estudiantes. Su gran prestigio atrae a multitud de jóvenes de distintas nacionalidades. Me atrevería a decir que este es uno de los ingredientes que la posiciona en la mayoría de los tops 5 destinos para irte de erasmus y que también puede ser la causa de que mis avances en inglés hayan sido mayores que en alemán.
Tengo que confesaros que en el momento de irme tenía un poco de miedo. Alemania como destino Erasmus va acompañado de muchos prejuicios, que para bien o para mal, nada tienen que ver con los de otros destinos europeos. No puedo estar más contenta con mi sí y, además, a toro pasado, me doy cuenta de que poco importa el destino, porque más que nombre de ciudad, esta experiencia lleva el nombre y apellido de todas las personas que te acompañan en este camino.
A nivel académico además de un gran reto personal, ha sido una grandísima oportunidad no solo para aprender alemán sino para conocer la parte más práctica de la Medicina. Muchas menos horas de clase teórica y más práctica activa caracterizan la enseñanza médica en el país. He podido asistir durante dos semanas a cirugías en las que más que una estudiante he sido una residente.
A pesar de llevar ya seis meses viviendo aquí no me sentía preparada para recibir visitas. Me sigue quedando mucho que profundizar en la historia de Alemania y muchos lugares que conocer en Heidelberg. Sin embargo, para mi sorpresa, cuando tuve que enseñar la ciudad, lo que se me venían a la cabeza eran innumerables anécdotas. Me ha gustado descubrir que he hecho la ciudad mía. Que no he pasado por ella como si fuera algo ajeno a mí, sino que yo ya no me entiendo sin este lugar. Y esto no hubiera sido posible sin los amigos que me han acompañado. Tenemos nuestro bar, nuestro kebab de confianza, nuestra sala en la biblioteca, nuestra mesa en la mensa, nuestro camino de siempre. Sabemos reconocer las bicis buenas (sin este medio de transporte esta ciudad no sería ella) y el heladero de la Hauptstraße es amigo nuestro.
Los amigos alemanes han tardado en llegar. Hay que tener paciencia. Es difícil pero no imposible. Sus planes son muy diferentes de los nuestros. Quedar a cocinar cuando conoces a alguien es algo muy normal (os recomiendo que os compréis calcetines bonitos). Las caminatas son otro tópico de los planes alemanes. Y no nos olvidemos de las fiestas de la cerveza.
Me ha encantado descubrir la importancia que tiene la cultura en nuestra construcción como personas. El valor de la familia, el sentimiento de pertenencia, la presencia en las calles, los valores cristianos que impregnan nuestra sociedad me hacen darme cuenta de que esto que aprendí en casa no es algo tan común fuera de ella. Aún así he podido experimentar que da igual si eres americano, checo, francés o español, porque nuestras preocupaciones son muy parecidas. Rodearnos de personas que nos quieran y buscar algo que nos apasione.
Me quedan todavía otros cinco meses viviendo fuera. Y no me puedo ni imaginar lo que se me tiene preparado. Ojalá siga teniendo la primera ilusión con la que llegué y que se respiraba en la ciudad. Estar abiertos a cualquier plan y a conocer a todos. En estas últimas líneas solo me queda dar gracias a mi familia en Heidelberg. Especialmente a Bego y a Laurita.
No dudéis en escribirme para cualquier cosa que necesitéis. ¡Es una oportunidad única!
¡Hola a todos! Soy Carlos Marín, estudiante de 4° de Medicina y de 4° de la ELU. Este año, tras una larga preparación y una intensa “lucha”, estoy de Erasmus en Bolonia, Italia, ciudad que para muchos, es la meca de la experiencia Erasmus. Ahora que ya llevo unos meses de recorrido -y un par de mudanzas de por medio- voy a contaros qué tal es vivir, estudiar y disfrutar en un lugar que es cuna de la universidad de Occidente -y del ragù a la boloñesa, cómo no-.
Así pues, tras un estupendo verano, un montón de recuerdos de toda índole y un nivel de italiano algo oxidado, sin comerlo ni beberlo llegó septiembre, hice la maleta y me monté en un avión dispuesto a vivir unos meses transformadores, un tiempo que iba a terminar de forjar mi idea de universidad y, en cierto modo, un viaje iniciático de esos que tanto nos gustan.
Cómo no podía ser de otra forma, Bolonia no defrauda. Aunque aparentemente pueda parecer una ciudad del norte de Italia, los propios locales reconocen que esto no es así. Estamos ante un lugar histórico, pero también alocado. Bolonia es el lugar de la excelente formación académica, pero también el de la discutible burocracia; haces de ella tu casa y vives tus mejores experiencias cualquier día de la semana, pero también hay muchos que buscan otro tipo de experiencia Erasmus.
En definitiva, diría que Bolonia es la ciudad de la lucha continua entre lo que es y lo que debería ser -o eso que te dijeron-, es un lugar que pide a gritos claridad, sensatez y una clara definición de objetivos -entre ellos, pasarlo muy bien- para que, de algún modo, seas tú el que pase por la experiencia Erasmus y no al revés.
Entrando en el terreno académico, puedo decir que, por muy raro que suene, estoy muy orgulloso de ser uno más. Nadie me ha dado ningún tipo de facilidad ni me ha regalado nada, sino que mis exigencias han sido las mismas que las de mis compañeros que estudian todo el grado aquí. Gracias a ello, la satisfacción con los resultados se multiplica, como también lo ha hecho mi nivel de italiano a lo largo de este tiempo -recordemos que los exámenes son orales-. Puede que haya sido el Erasmus “raro” que iba a clase, pero esto me ha permitido enriquecerme mucho y conocer a gente maravillosa que no podía perderme.
Como es de esperar, aquí hay tiempo para todo, y lógicamente tú decides en qué invertirlo. A lo largo de estos meses, el camino hasta alcanzar cierta estabilidad no ha sido fácil -mamá, estoy bien-, pero ha merecido la pena. La independencia te muestra todas sus caras y, aunque no todas sean preciosas, son mucho mejores cuando sabes con quién vivirlas. Han sido meses de comprobar nuevamente ese con quién tanto, de viajar -la ciudad está muy bien comunicada-, de reír, de equivocarme, de disfrutar, de saber gestionar y de aprender, aprender muchísimo. Puedo decir que, tras esta primera mitad de la experiencia, el Carlos que llegó aquí hace ya 5 meses no es ni de lejos el mismo de ahora -y qué bien-.
Antes de despedirme, me gustaría animar a todo aquel indeciso a que, como yo hice hace algo más de un año, se lance a vivir esta experiencia que puede ser única, transformadora e irrepetible -todo dependerá de cómo la mires-. Podéis contar conmigo para cualquier cosa que necesitéis.
Finalmente, quiero agradecer de corazón a todos los que están haciendo estos meses tan especiales, a quienes han sabido tender la mano y crear puentes, a quienes han sido y son luz y, cómo no, a aquellos que un día me llevaron de la mano para que hoy pueda ser yo quien vaya por sí mismo.
Una vez conoces la luz de Escocia…Crónica de un ERASMUS en Stirling
“La luz de Escocia tiene una cualidad que no he encontrado en ningún otro sitio. Es luminosa sin ser deslumbrante, y penetra a través de distancias inmensas con una intensidad directa”, escribió Nan Shepherd en La montaña viva. El año pasado leí compulsivamente a esta escritora escocesa y me obsesioné con sus descripciones de los Cairngorms, unos montes del este de Escocia. Por aquel entonces me tocó elegir el destino del ERASMUS y enseguida lo tuve claro: quería conocer esa luz luminosa pero no deslumbrante, quería adentrarme en los Cairngorms y otras montañas de la región. Unos meses después, en septiembre de 2022, llegaba a la Universidad de Stirling —una ciudad pequeña, situada justo al medio de Glasgow y Edinburgh— con pocas expectativas y muchas ganas de pasar frío.
Os quiero ahorrar los “han sido los mejores meses de mi vida”, los “he formado una gran familia, un grupo de amigos extraordinario” y “me he enamorado y he reído como nunca”. Son declaraciones verdaderas, pero que seguramente podría escribir cualquier persona que se vaya de ERASMUS (sí: tenéis que ir de ERASMUS). Intentaré ser clara, escribir un texto útil: Escocia es un destino ideal para la gente a la que le gusta por igual la montaña y la ciudad, la calma y el movimiento, el silencio y la fiesta, la aventura y la reflexión… Si tenías problemas cuando en la escuela te hacían dibujar tu casa perfecta (¿dibujo una casa en el campo o un piso en Nueva York?), Escocia puede ser una muy buena opción para tu ERASMUS. En Escocia conviven —o, más bien, se mezclan graciosamente— la famosa disciplina británica y la salvajez afilada que Felix Mendelssohn plasmó tan bien en su Sinfonía escocesa.
Antes de llegar a Stirling, decidí hacer una ruta por Inglaterra. Eso me permitió ir descubriendo poco a poco, a medida que subía, la diferencia paisajística del Reino Unido. Escocia es más verde y brillante, pero también más escarpada y misteriosa. Una vez has visto una montaña escocesa, las has visto todas (sí, muchas se parecen), pero eso no es un problema: una vez has visto una montaña escocesa, no te la quitas de la cabeza. Es incluso adictivo. He podido hacer excursiones a la isla de Skye, la isla de Arran (mucho menos conocida pero muy interesante), los Cairngorms, el Parque Nacional de Loch Lomond y los Trossachs… El campus de mi universidad está alejado de la ciudad, se encuentra en medio de un lago y una montaña increíble que se llama Dumyat. Es decir, no tuve que apuntarme al gimnasio: podía subir al Dumyat como mínimo una vez por semana, y dar vueltas al lago se convirtió en uno de nuestros pasatiempos favoritos. También pudimos visitar castillos de película —literalmente—, como el Eilean Donan, el Dunnotar Castle y, por sorpresa, el Balmoral Castle, que la familia real británica ha decidido abrir al público a raíz de la muerte de Isabel II.
Las ciudades, por otro lado, están llenas de estímulos, tanto culturales como sociales. Glasgow y Edinburgh no son especialmente bulliciosas ni estresantes, pero tienen un montón de rincones curiosos y actividades para todo el mundo. En octubre, Edinburgh acoge el Scottish International Storytelling Festival, que recomiendo a todos los interesados en el folclore y las historias alrededor de una hoguera. Si te gustan las librerías de segunda mano (y concretamente las librerías de segunda mano bellamente caóticas, en las que tienes que remover pilas de libros dispuestas al azar), Glasgow es tu sitio. Tanto en Glasgow como en Edinburgh hay muchos restaurantes para comer haggis, la comida nacional de Escocia (es carne, pero ahora ya hacen la versión vegetariana, también). También recomiendo visitar Saint Andrews (sobre todo, la universidad, que se parece a las de Oxford y Cambridge), Helensburgh y Dundee.
La vida social, al menos en Stirling, giraba sobre todo entorno a las Student Societies, que son grupos de gente que comparten una misma pasión. Hay más de cien por universidad. Yo participé en el club de excursionismo y la asociación de gaélico, pero había muchas más: desde grupos de buceo y esgrima hasta un club de fans de Taylor Swift. Pude conocer gente de ERASMUS (de Estados Unidos, España, República Checa, Canadá, Italia, etc.), pero también escoceses que estudian siempre allí.
Uno de los motivos que me llevaron a escoger Escocia fue mi interés por el sistema educativo británico. A diferencia de las universidades españolas, allí teníamos muchas menos horas de clase presenciales (yo cursaba lo equivalente a 30 créditos españoles y solamente tenía cuatro horas de clase por semana). Esto no significa trabajar menos. Significa trabajar con más autonomía, pasar muchas horas en la biblioteca leyendo, aprendiendo por tu cuenta y tirando de los hilos que más te interesen. Es un sistema mucho más flexible, que, dentro del contenido del módulo cursado, te da mucho espacio para profundizar en tus propias inquietudes. Os lo explicaré con mi caso particular. Yo estudio Periodismo y Humanidades, y allí cursé asignaturas de literatura modernista, literatura victoriana y novela americana. Cada semana tenía que leer un libro por asignatura (es decir, un total de tres), pero no hacíamos exámenes, sino que la evaluación consistía en escribir dos ensayos sobre los libros que nos interesaran más. Este sistema me permitió aprender mucho sobre algunos autores concretos y empezar a ver posibles campos de estudio que me gustaría explorar si más adelante opto por hacer un máster o un doctorado.
Tenía un vuelo comprado para volver a Barcelona el 16 de diciembre, pero en el último momento decidí cambiarlo por uno que salía el 24 de diciembre. Quise apurar al máximo el ERASMUS. No quería irme de Escocia. Supongo que la explicación es sencilla: una vez conoces la luz escocesa, luminosa pero no deslumbrante, conoces qué significa vivir tranquilamente y a la vez activamente, vivir en una aventura constante pero profunda, con tiempo para pensar. Y claro, no te quieres ir. Por suerte, me queda la canción de despedida por excelencia, que la escribió el escocés Robert Burns y se llama Auld Lang Syne: “He aquí una mano, mi fiel amigo, y danos una de tus manos, y echemos un cordial trago de cerveza por los viejos tiempos”.
Hola a todos! Soy María de Jorge, de cuarto de la ELU. Yo no quería irme de Erasmus y, sin embargo, este cuatri en Paris ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. Voy a contaros aquí cómo he vivido estos meses.
Estudio Farmacia en la Universidad de Valencia, y he hecho el primer semestre de cuarto de carrera en la Universidad de París Cité (antes Universidad de París V René Descartes).
Yo no quería irme de Erasmus porque, al contrario que muchas de mis compañeras de clase de farmacia, no sentía la necesidad de salir de casa. La verdad es que estaba muy cómoda en Valencia, yendo a la universidad que está a 5 minutos de dónde vivo y a la que cada mañana me llevaba en coche una de mis mejores amigas de toda la vida.
Al final dije que sí porque me ilusionaba París y porque intuía que podía ser un bien para mí, aunque aún no supiera muy bien de qué manera. Me bastaron un par de semanas para saber que había sido una de las mejores decisiones de mi vida.
Estoy feliz de poder haber vivido unos meses aquí y de poder haberlo visto a través de los ojos de con quienes lo he compartido, porque mi Erasmus ha estado marcado en gran medida por la ciudad y por las personas. He aprendido sobre los edificios con Anna, mi amiga de Barcelona que estudia arquitectura, he podido vivir la semana de la moda con amigos a los que les apasiona esta industria, he paseado con Luisa por Saint Germain y las calles por las que ahora vive ella también, he probado el sitio de bocadillos de Sofi, el de los croissants de Inés, o he podido descubrir aquella cafetería del barrio judío con Jaime y Paula y las esculturas del Rodin con Olivia (es su museo preferido) el finde que vinieron las dos de visita.
He podido descubrir París también en lo cotidiano. He ido a clase a mi facultad en frente de los jardines de Luxemburgo, he podido estudiar en la biblioteca delante del Panteón, salir de fiesta y que suene la de Quevedo debajo de la torre Eiffel, ir un día cualquiera a misa a Madeleine, hartarme a crepes, vivir un mundial fuera de casa. Me ha conmovido el impresionismo, me ha asombrado la escultura, y he disfrutado como nunca de los museos. He cogido también algún que otro flixbus (genial para viajes baratos), y he aprendido más francés que nunca. En todo ello puedo decir que he tenido un encuentro con la Belleza, desde la inmensidad de una puesta de sol desde el Sena hasta en la amabilidad de las personas que han acabado por convertirse en verdaderos amigos.
Y lo cierto es que no se acaban las cosas que hacer en esta ciudad. Aun ahora, a dos semanas de volverme, intento hacer una lista de los lugares que me faltan por visitar sabiendo que nunca podré acabar de ver todo lo que me gustaría.
He de decir también que no todo es idílico: la burocracia deja mucho que desear (cuando llegué a mi universidad no aparecía mi nombre en ninguna de las listas de las asignaturas en las que me había matriculado y, por si fuera poco, no existía ninguna persona con el puesto de coordinador internacional). Además, hay que ser consciente de los precios (lejos queda el café con leche de la cafetería de la UV por 1,20€), incluso hay aplicaciones diseñadas específicamente para encontrar los bares en los que la cerveza no cueste un ojo de la cara. Por último, es verdad también que París es una ciudad grande: para coincidir con las personas que quieres ver hay que organizarse, es fácil no cruzártelas.
Pero, aun así, merece la pena. He sido feliz y he aprendido mucho. Como dice Ainhoa siempre, la vida se abre paso. Esa es una de las lecciones que me llevo, la mayor quizás de todo este tiempo: que, a pesar de las dudas y la incertidumbre, a veces basta con intuir que hay algo bueno delante, e ir a por ello. Hacer lo que está en nuestras manos, y en lo que no, confiar y esperar.
Beltrán, que estuvo en París también el año pasado y me ayudó enormemente a tomar la decisión (a quien se lo esté planteando, le puedo reenviar su audio de 8:26 minutos en el que habla exclusivamente sobre el distrito 3), escribía al final de su erasmus, ya en Madrid, que es una verdadera suerte darse cuenta de que siempre vas a tener una casa a la que volver. Cuando yo se lo he recordado en alguna ocasión, él me respondía que para llegar a esa conclusión primero había que salir de ella.
Pues bien, Beltrán: ahora, con más conocimiento de causa, te doy la razón. Es una verdadera suerte tener un lugar al que volver; y que ese lugar esté en Valencia, con mi familia, mis amigos de siempre y mi facultad a cinco minutos de casa, pero que también ese lugar esté en París, en sus calles que ahora también son algo mías, y en las personas que he conocido, que en un tiempo volverán a estar repartidas por España y por el mundo.
Estoy realmente agradecida por estos meses. Si alguno de vosotros, elus, está dudando sobre esto, escribidme, en serio. Estaré encantada de ayudar en lo que pueda.
Soy Clara Sánchez Fernández-Pedraza, elu de 4º y estudiante de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Desde que era pequeña la idea de irme de Erasmus rondaba por mi cabeza y, debido a las características de mi carrera, consideré oportuno realizarlo en mi último año ya que podía estudiar las optativas más internacionales y universales de mi plan de estudios. Así, entre todos los destinos que me ofrecían, escogí Budapest, una ciudad maravillosa en la que estoy viviendo una experiencia increíble. Con muchísima ilusión, ganas y nervios llegué a mi Universidad (National University of the Public Service), y para mi sorpresa – y suerte – ¡descubrí que era la única española en toda la universidad! Así, el inglés estaba asegurado desde el minuto uno.
En cuanto a las clases, pude escoger asignaturas que me ofrecían una formación más práctica y dinámica, en las que se interactuaba mucho durante las sesiones y parte de la evaluación consistía en presentaciones de 30 minutos exponiendo el tema que hubieras investigado. Además, se fomentaban mucho las conferencias sobre temas geopolíticos de la actualidad que me han permitido conocer más el panorama internacional. Y, aparte de lo académico, el deporte era uno de los pilares de la universidad, fomentado a través de los diferentes equipos de fútbol, baloncesto, hípica, equitación… Como con las instalaciones que ponían a nuestra disposición a un precio muy económico. Sin duda, lo mejor de la universidad ha sido el grupo de internacionales que hemos hecho, compartiendo muchísimo tiempo juntos tanto en la universidad como fuera de ella. De esta manera con las clases, actividades y amigos de la universidad he vivido en un ambiente internacional al completo.
Así, cuando llegaba a mi piso en el centro de Budapest, que compartía con tres españolas y una andorrana, me sentía como en casa. Cinco chicas, completas desconocidas al principio, y que a lo largo de los cuatro meses viviendo, compartiendo y creciendo juntas, la amistad ha venido sola. Cada una con nuestra personalidad y dando lo mejor de nosotras para generar un buen ambiente de confianza y generosidad. ¡Hasta hacíamos compra conjunta y compartíamos la comida! Lo más parecido a una familia que te puedes encontrar de Erasmus. Y, además, ha sido con ellas con quien he viajado durante estos meses.
Porque aparte de lo que os contamos hace un tiempo Blanca, Jorge y yo en la Newsletter sobre el transporte, la gastronomía y la gente de Budapest, otra de las maravillas de esta ciudad es su ubicación en Europa. Viena, Bratislava, Cracovia, Serbia y Praga son ciudades que he tenido la suerte de conocer en estos meses y que me han hecho empaparme de su historia y, principalmente, de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, con los estragos que causaron el nacismo y comunismo en ellas, como nunca antes lo había hecho. Es impactante ver cómo en todas ellas hay un free tour sobre “El barrio judío y la Segunda Guerra mundial” en los que te cuenta cómo se vivió aquello en estos países y cuánto ha marcado a la sociedad y a su gente.
Escribiendo estas líneas todavía me queda un mes más para terminar esta gran experiencia. No obstante, a día de hoy soy consciente de cuánto he aprendido, vivido y conocido durante estos meses. Vivir fuera de casa, en el extranjero, con otro idioma y cultura completamente diferentes a la tuya, te presenta situaciones que, más o menos agradables, tienes que hacer frente y, sin duda, te ayudan a crecer, ser consciente y valorar cuánto cuestan las cosas, la actitud con la que lo quieres vivir, saber lo que merece la pena y dedicarle el tiempo que necesita.
Y, sobre todo, me reafirma aún más un lema que es de esta casa, y es que “La felicidad sólo es real cuando es compartida” y en mi caso no habría sido así de no haber tenido a las personas con quienes lo he vivido y con quienes he compartido mi experiencia al volver a España.
Os animo a todos los que podáis, de decir que sí a la oportunidad de hacer un Erasmus y vivir así una de las mejores experiencias de vuestras vidas. ¡Nos vemos pronto!
Soy Santiago Bercedo alumno de 4º de la Escuela de Liderazgo Universitario y estudio un doble grado de Ingeniería Industrial y Administración y Dirección de Empresas, en I.C.A.I.
El año pasado se me presentó la oportunidad de aplicar para cursar el último año de ingeniería en un país extranjero y desde septiembre estoy viviendo en Estados Unidos, concretamente en Minnesota, el estado de los 10.000 lagos.
La vida en un campus americano. Estoy estudiando en la University of Minnesota, cuyo campus cuenta con aproximadamente 51.000 estudiantes y se encuentra repartido por dos ciudades, las Twin Cities o, mejor dicho, las ciudades gemelas: Minneapolis y Saint Paul, divididas por el río Misisipi. El hecho de que la Universidad sea tan grande permite albergar grandes laboratorios y recursos enfocados en la investigación y de los cuales he podido hacer uso en alguna asignatura.
En cuanto a la gente, sobre todo las primeras semanas, Vicente (otro compañero de I.C.A.I.) y yo, nos rodeamos del resto de alumnos internacionales por tener la misma sed de conocer y descubrir todo lo nuevo que se nos presentaba por delante. Hemos conocido a gente de todos los rincones del mundo: de China, Australia, Alemania, Suecia, Inglaterra, Colombia, Francia o Noruega, además de otros muchos españoles.
Después, durante los primeros días recorriendo las calles de Minneapolis, nos quedábamos sorprendidos de que todo el mundo nos sonriera al cruzarnos con ellos. Y es que aquí, en Minnesota, hay una expresión conocida como Minnesota Nice, entendida como que la gente tiende a ser inusualmente cortés con los desconocidos.
Así que no tardamos mucho tiempo en hacernos nuevos amigos americanos y descubrir la verdadera cultura desde el “interior”. España gusta, y gusta mucho. Cada vez que digo que soy de España la gente se queda impresionada y empezamos a hablar de Madrid o Barcelona y, como no podría ser de otra manera, del fútbol español. El caso es que no tardamos en empezar a ir a los partidos de fútbol americano o hockey sobre hielo de la universidad. ¡Menudo ambiente! Los estudiantes de Minnesota nos llamamos los Gophers y a los equipos deportivos Minnesota Golden Gophers. El estadio de fútbol americano tiene una capacidad de 51.000 personas y todos los allí presentes (antiguos alumnos, padres y actuales estudiantes) animan al grito de Go Gophers!
La universidad también cuenta con su frat row, con sus fraternidades y hermandades, pero eso ya es otra historia. Lo que especialmente me gusta de esta universidad es que puedes intercalar vida de campus con vida de ciudad, teniendo Minneapolis y Saint Paul a tan solo unos minutos en trasporte público.
El frío no nos para. El frío era una de mis grandes preocupaciones antes de venir a este estado. La universidad cuenta con pasadizos subterráneos, el gopher way, para conectar los diferentes edificios y no tener que salir a la calle. Además, en Minneapolis existe el skyway system que se podría definir como pasarelas climatizadas entre los grandes rascacielos para recorrer el centro urbano sin tener que salir a la calle.
Yo ya he llegado a experimentar lo que supone una sensación térmica de -20ºC. Pero pensé que iba a ser mucho peor; buen abrigo, buenas botas y para delante. También os diré que me han dicho que lo peor todavía está por llegar, será en el mes de enero donde, según los locales, “no podrás a salir a la calle con el pelo mojado porque por las bajas temperaturas se te congelará y te lo podrás cortar con la mano.”
El intercambio da para mucho. Durante mi estancia aquí he tenido la suerte de recorrer algunas de las grandes ciudades de Estados Unidos como Nueva York, Chicago o Los Ángeles. Y no os voy a engañar, impresiona ver como cada estado es totalmente diferente.
Es la primera vez que “cruzo el charco” y me esta encantando poder conocer la cultura americana de primera mano. Este intercambio está siendo una experiencia única. Nueva gente, nuevos sitios, nuevo estudio y sobre todo muchísimo disfrute. Ahora tocan exámenes finales, así que muchísimo animo a todos.
Aprovecho para desearos una feliz Navidad y muy felices fiestas.
Seguro que muchos conocéis la obra de hoy: Los amantes, del pintor surrealista belga René Magritte (cuyo cuadro El principio del placer ya protagonizó mARTEs). Si algo amaba este artista, era provocar confusión y reflexión acerca de sus figuras: los críticos se afanaban en encontrar explicaciones que él continuamente negaba, afirmando que no pretendía alcanzar ningún significado profundo. Pero, ¿cómo no pensar que hay alguna conexión entre los motivos que repetía una y otra vez, como una máquina?
Elena Sánchez ha tenido la generosidad de compartirnos sus pensamientos. Es estudiante de tercer curso de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y también elu de tercero. Os invitamos a dejaros llevar por las palabras del texto:
«Dueños del mundo de la eterna prisa, de la infatigable queja, del mínimo esfuerzo, de la pertenencia obligatoria y de mi propia razón como verdad absoluta; parece como si, al igual que representa Magritte en su obra, viviéramos cubiertos por el velo de la ignorancia. Como si hubiéramos perdido la capacidad de abrazarnos con sinceridad y ya no pudiéramos entendernos a través de la mirada sincera.
Rescatar esta obra evoca el reflejo de los tiempos posmodernos en los que vivimos: marcados por el individualismo de una comunidad que no cesa su exigencia a cambio de no ofrecer nada, construido sobre falsas verdades que se consolidan a pasos agigantados, en el que todo tiene una fecha de caducidad y donde, intentando llegar y contestar a lo ‘aparentemente urgente’, nos desviamos de lo ‘realmente importante’. Parece impensable echar la vista atrás, como si quisiéramos huir del legado que nos han dejado tantas generaciones con tesón y determinación. El paso de los años y mi propia experiencia me han corroborado la importancia de vivir el día a día desde el más profundo agradecimiento. No hay mayor acto de humildad que reconocer que somos quienes somos gracias a lo que nos ha sido dado. Alejarnos de todo aquello que atrofia el corazón es un acto de valentía y de paz.
Alumbrar el sendero de todos aquellos que viven bajo ese velo de la ignorancia no es algo sencillo. Decidir ponerse en juego es un acto de generosidad infinito. Es más, tener la posibilidad de abrazar ese vértigo y acoger un nuevo mundo en cada una de las decisiones que tomamos, es la suerte de unos pocos afortunados.
¿Y cómo vivir el día a día sin dejarnos cubrir los ojos? Aspirando a lo grande, apostando fuerte y viendo el mundo con una mirada que confíe en que las cosas pueden cambiar sin las grandes dosis de burocracia mental que, a veces, atrofian el corazón con los años. La edad de los juicios críticos, inconformistas, pero no resabiados; sabiendo exprimir todos los sueños y proyectos que se abren, vírgenes, ante nosotros. Es el momento de disfrutar de los primeros frutos del trabajo bien hecho y el alivio de encontrar luz en las decisiones maduradas con mucho tiempo.
Quizá el secreto esté en agarrarse al presente, por si un día tenemos que prescindir de ello. O, de mirar el regalo que es vivir desde los ojos del anhelo por si, algún día, como “Los amantes”, no somos capaces de verlo».
Os escribe Pablo Espinosa, alumno de cuarto curso de la Escuela. Aunque soy estudiante de tercero de Ingeniería Industrial en la Universidad Carlos III, este año tengo la suerte de poder disfrutar del programa Erasmus en Suiza. Aunque os podría concretar mi experiencia en la ciudad donde está mi universidad, Brugg-Windisch, al ser pequeña y estar un poco en tierra de nadie os contaré mi experiencia de intercambio en toda Suiza en general, ya que tengo la suerte de estar en país relativamente pequeño en el que todo me queda a un paseo en tren como mucho.
Empecemos por el principio. Aunque no fuera una de mis primeras opciones al echar mi solicitud, sabía que era una posibilidad probable por no ser muy querida como destino de Erasmus. Una vez me asignaron plaza y me decidí solo había una idea que allá donde le comentase se repetía: “te vas a un sitio caro y aburrido”. Pues bien, aunque pueda estar de acuerdo hasta cierto punto con lo primero, no puedo estar más en desacuerdo con lo segundo. Os cuento esto principalmente porque desde el primer momento que tomamos tierra un amigo de clase y yo, nos dedicamos a recopilar lo que llamamos “Las grandes mentiras de Suiza”, y como las más de treinta entradas que hemos ideado resumen bien lo que hemos vivido, usaré alguna para este trocito de Elus por el Mundo.
Mentira no.1: En Suiza hace frío Vale, sí, sé lo que podréis estar pensando: la Confederación no tiene el clima de Córdoba un día cualquiera de primavera, pero tampoco tiene ese frío siberiano que tantos me advertían. Os estoy escribiendo ya entrado diciembre y el abrigo no ha sido realmente necesario hasta hace una semana o dos. Además de esto, quitando la temporada invernal (que lejos de ser árida, tiene su propio encanto por las grandes decoraciones de Navidad y el paisaje nevado allá donde mires) Suiza tiene un clima suave y agradable el resto del año que te permite hacer una infinidad de planes al aire libre.
Mentira no.4: Suiza es caro Decididamente no me he ido de intercambio a un país donde la vida sea asequible para cualquiera, pero con la mentalidad apropiada de estudiante de Erasmus, uno se puede organizar para no gastar mucho. Sabiendo a qué supermercados ir, como Lidl o Aldi, dónde comprar cosas básicas a buen precio, los sitios en los que tomarse algo no suponga un agujero en la cartera, y el cómo moverse en transporte con abonos más que rentables, la vida se vuelve mucho más asumible y parecida a lo que uno se encuentra en otros destinos Erasmus popular como Francia o Italia. Además, un extra a tener en cuenta es que el estado suizo (no la UE) te proporciona una ayuda mucho más generosa, además de otros descuentos y facilidades para salir adelante.
Mentira no.12: En Suiza se trabaja mucho Aquí tengo que romper una baza en favor de nuestra tierra, y es que a pesar de la fama que tenemos de perezosos y vagos, y la buena fama que tienen los países germanófonos en cuanto a diligencia y trabajo, en este país la gente se toma la vida con mucha filosofía. La administración pública aunque eficaz, no siempre es rápida. Ésta tiene unos horarios muy escuetos donde encontrar ayuda fuera de ellos o por un canal distinto a ‘en persona’ es cercano a imposible.
Mentira no.16: En Suiza con el inglés te basta Aunque esto es verdad si solo te mueves por las grandes ciudades como Zúrich, Ginebra o Basilea, la realidad es que fuera de ellas no es tan común que la gente hable bien inglés. Al ser un país con cuatro lenguas oficiales (alemán, francés, italiano y romanche), tienes más posibilidades de encontrar alguna que sepas con la que puedas apañártelas. Aun así, en función del cantón (región) en el que te encuentres uno u otro será la oficial y la mayormente hablada, así que conviene saberse un buen puñado de básicos de cada uno para poder pedir un café o ir a comprar a un supermercado.
Más allá de lo que os he comentado, que es un poco crítica doble al prejuicio a veces excesivamente generoso y otras injustamente peyorativo que tenemos los españoles hacia Suiza, mi experiencia aquí está siendo sobresaliente. La gente es muy amable y atenta, donde te sorprende una mezcolanza entre la practicidad y rectitud germana y la cercanía y extroversión propia de italos y galos. Este crisol cultural europeo es apreciable en cualquiera de sus ciudades, pero os recomiendo verla con vuestros propios ojos visitando las distintas regiones que lo conforman, donde seguro que disfrutaréis mucho y acabará por encantaros tanto como a mí. En definitiva, para que veáis hasta qué punto es tal mi satisfacción con este intercambio, que al principio solo me iba a quedar un cuatrimestre, pero tras verme tan a gusto, decidí solicitar una prórroga que me concedieron sin problema alguno.
Este es un país muy bueno para un estudiante equilibrado, que quiera disfrutar de una infinidad de planes distintos (desde fiesta y ocio nocturno hasta senderismo, esquí y otras actividades al aire libre) y viajes variados (moverse por Europa es realmente barato y rápido desde aquí), pero que también quiera recibir un buen complemento a su educación y formación. Esta última aquí destaca por su sencillez y lo asequible que es, pero sobre todo por el gran énfasis en lo práctico que le ponen desde el principio. Ya sea desde la propia universidad o en conjunción con ella, avanzar y dar los primeros pasos en la vida profesional es tremendamente sencillo, donde verte colaborando con empresas prestigiosas de distintos sectores es la norma.. Por lo tanto es un gran destino, completo en muchos aspectos y que sin duda dejará una buena señal en ti, como experiencia de vida, y en tu expediente como experiencia universitaria que es.
A pesar de que lo recomiendo a cualquiera que lo esté considerando (e incluso si no está en su radar) sobre todo creo que es ideal para personas que estudien carreras más prácticas, en el ámbito de la ingeniería y empresa, por lo previamente mencionado. Con estas palabras me despido, espero que os haya gustado y esta entrada haya servido para que podáis ver con otros ojos a este gran y bello país.
¡Hola a todos! Aquí Jaime Osorio, desde La Haya, Países Bajos. Este es mi último año de uni, pues estoy en 5º de Derecho y Relaciones Internacionales en la UFV y 4º de ELU. Si ya de por sí iba a ser un año “divertido” con prácticas, dos TFGs y el TFELU, ¿por qué no meter un Erasmus entre medias? Por supuesto que esta no era la idea que tenía al principio (pretendía haber venido aquí hace dos años), pero sinceramente creo que está siendo un buen momento para vivir esta experiencia.
Han pasado ya más de tres meses desde que aterricé en esta ciudad. Venía con miedos, dudas e inseguridades, pero también con ganas de cambiar de aires y demostrarme que podía desenvolverme perfectamente alejado de las comodidades de Madrid. Afortunadamente, ya a estas alturas puedo comprobar las numerosas ocasiones en las que me he puesto en juego y las mejoras que he conseguido a nivel personal.
¿Cómo es la vida aquí? Pues resido en un edificio de estudiantes, tengo mi propia habitación y comparto cocina y baño con David (República Checa), Ángel (Barcelona) y Klaudius (Alemania). Es una suerte tener unos compañeros con los que sentirte cómodo y considerarles amigos, pues la convivencia es mucho más fácil. Por no hablar de lo increíble que es tener a tus mejores amigos de aquí dos/tres pisos arriba o abajo; nos podemos ver tanto que parecemos una familia.
Por continuar escribiendo sobre los habitantes de La Haya, me sorprendió la enorme cantidad de españoles (e hispanohablantes) que han venido aquí. No me avergüenza reconocer que mi grupo más cercano está compuesto mayoritariamente por madrileños, pero son personas que la vida pone por delante y a las que probablemente no habría conocido si no hubiera venido aquí.
Sin embargo, quiero destacar que La Haya es una ciudad increíblemente internacional (yendo a misa, por ejemplo, me percaté de que habría más de veinte nacionalidades distintas allí presentes), y gracias a ello he ganado soltura tanto para hablar en inglés como para cambiar rápidamente de este idioma al español y viceversa en una misma conversación. No pocas veces nos hemos juntado con nuestros amigos alemanes para visitar algún lugar, montar una fiesta, jugar a las cartas o al póker… y también me vienen a la cabeza todas las personas que he conocido por compartir clase, facultad, deportes o amistades.
Respecto de la uni (The Hague University of Applied Sciences), esta es un ejemplo más de la multiculturalidad de la ciudad. Hay un sinfín de asignaturas (la mayoría de 15 créditos, por tanto, como dos o tres de España) en inglés y están enseñadas de una manera mucho más práctica que en España, algo que se agradece como estudiante de Derecho. Destaco especialmente la asignatura que he cursado de Unión Europea, donde he realizado desde un podcast simulado hasta una infografía, haciendo también las veces de abogado en cuestiones de ciudadanía europea. Esto, junto con dos trabajos más académicos y sin necesidad de un examen, me ha permitido comprender por fin cómo colaboran entre sí la Comisión, el Parlamento y el Consejo.
Además, la universidad tiene actividades prácticamente todos los días, y a los estudiantes de Erasmus nos trataron muy bien desde el principio. Por ejemplo, la asociación de estudiantes de Derecho nos explicó cómo hay que redactar y citar los trabajos aquí, lo cual fue de gran utilidad. También nos llevaron a conocer la ciudad de Delft, y gracias al departamento de deportes he podido jugar al bádminton o al ultimate frisbee (juego por equipos en el que hay que pasarse el frisbee sin que lo intercepten). Tampoco me olvido de la feria de prácticas, el torneo de FIFA y otros videojuegos o la proyección de películas como Grease. En definitiva, estudio en una universidad enorme y dinámica, y encima vivo a cinco minutos de ella.
Erasmus es, asimismo, tiempo de viajar y conocer (a poder ser como peregrino y no como turista, según las palabras de Juan Serrano). Si dentro de La Haya visité el Mauritshuis con el archiconocido conocido cuadro de La joven de la perla, por un precio reducido me he podido acercar a otras ciudades como Ámsterdam, Leiden o Róterdam, tierra de Erasmo. Y fuera de Países Bajos, disfruté muchísimo caminando por Budapest (donde me encontré con Clara, de 4º de ELU) y estaré disfrutando cuando se publiquen estas líneas (saludos desde Cracovia, Polonia). Precisamente volviendo de Budapest, me sorprendí experimentando la sensación de que estaba retornando a mi “casa”, una habitación de un edificio gigante de La Haya. Si esto me lo dicen hace no tanto tiempo… vamos, ni me lo imaginaba.
Pero sí, La Haya es mi casa. Una ciudad tranquila de un país más acogedor de lo que pensaba, con sus molinos, canales, bicicletas y habitantes en su mayoría angloparlantes (asignatura todavía un poco pendiente en España). En ella sigo viviendo una experiencia que supone un cierto alto en el camino, en la que me sorprendo exponiéndome en situaciones en las que antes no me atrevía y que por supuesto me hace valorar con cariño todo lo bueno que tiene mi país de origen. Animo a todo aquel que pueda a sumergirse en esta experiencia pero, como ya hemos aprendido, se puede admirar y buscar bien, verdad y belleza en los rincones más insospechados. Un abrazo, ¡y a seguir viviendo!
Querida comunidad ELU, soy Nacho Artero, alumno de 4º de la Escuela de Liderazgo y de Derecho y Business Analytics en la Universidad Pontificia de Comillas, ICADE. Hasta diciembre estoy viviendo una experiencia hasta ahora inolvidable: poder realizar mi Erasmus en Roma.
Visto que el anterior Elus por el Mundo versa también sobre la Ciudad Eterna, y que Alberto hace de la experiencia de vivir en ella una descripción magnífica, en esta columna me centraré en lo práctico.
En primer lugar, conviene destacar que el Erasmus, antes que nada, es una experiencia académica. Este dato de no menor importancia parece perderse entre tantas otras vivencias, pero conviene no olvidarlo del todo. Mi universidad aquí es la LUISS Guido Carli, una prestigiosa institución privada de muy difícil acceso para los romanos y con tres campuses repartidos por la ciudad y que consisten en amplios palacetes con jardines. Durante mi estancia en Roma estoy cursando Derecho, y debo confesar que estoy fascinado con el plan de estudios de esta universidad: los profesores son excelentes y las asignaturas que he podido elegir, muy interesantes.
Además de la LUISS, que no es de las universidades más concurridas, los Erasmus estudian en otros muchos centros. De entre ellos destaca la Universidad de La Sapienza, una macro universidad pública situada cerca de la estación de trenes de Termini y muy prestigiosa también a nivel internacional. Si tienes la oportunidad de ir a Roma de Erasmus, lo más probable es que te toque esta institución.
En segundo lugar, me gustaría advertiros acerca de la odisea que es conseguir piso de estudiantes aquí. Mi consejo es que una vez sepáis vuestro destino, os pongáis a buscar piso inmediatamente y no confiéis en el “llego allí sin piso y busco inmobiliarias”. Eso pensaban también cientos de estudiantes españoles y muchos han tenido que volverse por falta de oferta. Los mejores portales son Spotahome y similares, y recomiendo no reservar por webs poco conocidas, ya que la cantidad de estafa de las que he oído hablar es sorprendente. Por otro lado, el alojamiento en Roma deja mucho que desear casi siempre: las casas, por mucho que puedan tener todo lo necesario para vivir en ellas, suelen ser cutres. Olvídate de tener salón, por cierto.
Por último, no puedo despedirme sin aportar un par de consejos acerca de la gastronomía romana. Os pediré un favor, no vayáis a Fortunata ni a Tonnarello. Sí, lo sé, Instagram y Tik Tok babean con estos restaurantes, pero si vais a Roma de Erasmus debéis comportaros como romanos y no como turistas. Por lo general, si escucháis hablar inglés entre los clientes del local, suele ser un “tourist trap”. Con una excepción: el magnífico Da Enzo al 29, custodio de la mejor carbonara de Roma según dicen. Tendrás que hacer un poco de cola en la calle pero merece la pena. Asimismo, te recomiendo que vayas a Baffeto para probar una auténtica pizza romana.
Roma es inagotable y de ahí su encanto. Si vienes, déjate llevar por sus calles y ¡deja el reloj en casa!
¡Hola a todos! Soy Alberto Pradas, alumno de 4º curso de la ELU y de 5º en Derecho y Relaciones Internacionales en la UFV. Durante estos meses estoy viviendo una experiencia increíble en mi último año académico, tanto de universidad como de la ELU, disfrutando un Erasmus en Roma, Italia.
Mucho se ha escrito sobre la Ciudad Eterna, y no voy a ser el primero que lo haga en esta newsletter, pero como un gran historiador alemán del siglo XIX dijo, “en Roma se encuentra lo que uno lleva consigo”. Y eso hace que cada una de las personas que pasen por ella se sientan interpeladas de una manera única y especial. ¿Qué significa Roma para mí? Roma es hermosa y descuidada, ilustrada y disoluta, de los césares y de los papas, milenaria y cosmopolita. Como decía antes, cada uno de nosotros llevamos una Roma singular en nuestro corazón.
Pero vivir una experiencia plenamente internacional no siempre puede ser fácil en esta ciudad. A cada pocos pasos que des en la calle escucharás a alguien hablando español, y si algo tenemos en común italianos y españoles es que, allá a donde vamos, tendemos a ser conformistas y cerrarnos en nuestro grupo hispanohablante. Esto se hace particularmente evidente en lo que al ocio nocturno se refiere: se sale a las fiestas de los españoles donde suena reggaeton o a las internacionales con música comercial. Cuál de las dos es mejor ni se discute.
Un día bromeaba con un amigo diciendo que una “iglesia de barrio” de las docenas que tiene Roma sería considerada catedral en cualquier otra ciudad. En estos meses he aprendido a disfrutar las tardes de visitar Caravaggios, los atardeceres en el Giardino degli Aranci, deambular por los Museos Capitolinos, fantasear con la historia que se vivió en los foros imperiales, a perderme entre las calles estrechas y desembocar en un monumento impresionante.
Viajar dentro de Italia en tren o autobús tiene un coste muy económico, lo que sumado al precio reducido en museos públicos que disfrutan los menores de 25 años, anima a que los estudiantes de Erasmus puedan moverse y conocer la inmensa riqueza cultural del país. Por ello, es común que los estudiantes que se encuentran en Italia prioricen desplazarse dentro de ésta en lugar de viajar a otros países europeos, porque Italia es mucho más que Roma o Milán: es también el sueño renacentista de Florencia, el patrimonio cultural árabo-bizantino de Palermo, las ruinas silenciosas de Pompeya, el viaje al medievo en Siena, los pueblos blancos de pescadores en la región de Apulia.
El Erasmus me ha permitido revivir lo que en los siglos XVIII y XIX se conocía como el Grand Tour. El “viaje continental” atraía a jóvenes aristócratas e intelectuales europeos a recorrer Europa y llegar hasta Italia, movidos por conocer la cultura grecorromana y las obras de arte renacentistas y barrocas. Para los “grandtouristas” que emprendieron este viaje se consideraba una especie de iniciación fundamental para acceder a la vida adulta y descubrir los orígenes de la civilización europea. ¿No os recuerda un poco a Becas Europa?
Ahora que escribo habiendo superado el ecuador del Erasmus me siento profundamente agradecido porque Roma sea mi hogar durante estos meses. Roma ha reanimado en mí el sentido del asombro, y lo ha hecho de la mano de unos amigos junto a los que he podido descubrir y compartir la alegría de esta aventura. Más allá de haber despertado la sensibilidad para sorprenderse y preguntarse, este viaje compartido me ha permitido descubrir lo valioso y bello que late en cada uno de nosotros, pero que muchas veces no somos pacientes ni estamos interesados en descubrirlo. Me gusta llamar a estas experiencias “recordatorios”, porque creo que existen en todas las personas, pero que hasta que alguien o algo no los desadormece, permanecen pasivos e indiferentes en nuestro interior. Y conviene que nos recuerden las cosas a diario.
Hay una sensación extraña que me acompaña desde el primer día que llegué a la ciudad. Me siento turista a la vez que nativo de Roma. Camino embelesado entre sus maravillas, como si fuera la primera vez que las contemplo, a la par que con orgullo las aprecio como propias, como si me sintiera en casa. Quizá de esta sensación nazca el adagio que reza que todos los caminosllevan a Roma.
Hola, otra vez. Soy Carmen Godoy, de cuarto de la ELU y quinto de Derecho y Ciencias Políticas, y aunque me presente más o menos igual que la última vez que me pasé por ELUS por el Mundo, no puedo decir que sea la misma persona que entonces.
A unos 6255 km de distancia, os saludo desde Washington and Jefferson College, el que es mi nuevo hogar desde el pasado agosto. Ojalá tuviera la habilidad de haceros entender con solo palabras lo feliz que me siento aquí. No se parece a nada que haya vivido antes, y, sin embargo, está siendo una experiencia que me está ayudando a recordar, pararme un segundo en mitad del perfecto caos que es mi vida aquí y sentirme orgullosa del camino recorrido.
Este es mi último año de universidad, una experiencia que he vivido a vuestro lado y que ha exprimido lo peor y mejor en mí para hacerme la Carmen del hoy.
Si me hubierais preguntado hace cinco años donde me vería a día de hoy, habría dicho que aquí, porque los que me conocen saben que soy de estas personas con la vida planificada desde que tuvieron uso de razón (y acceso a calendarios de google). Sin embargo, lo que nunca me habría imaginado es lo dura, intensa y bonita que iba ser la travesía y lo plena que me siento en esta pequeña universidad al oeste de Pennsylvania.
Todos los estudiantes de W&J vivimos en diferentes residencias en un acogedor campus, a media hora de Pittsburgh, con edificios históricos y un encuadre realmente de película (de hecho ha sido protagonista en la serie de Netflix; “la Directora” por si queréis echarle un vistazo). Es un campus pequeño al tratarse de una universidad privada, pero sus más de 50 clubs y departamento atlético ofrecen la oportunidad perfecta para que cualquier persona encuentre el complemento ideal a sus estudios. Una de las cosas que más me ha llamado la atención en este país es la habilidad de los estudiantes de compaginar una carga de trabajo académico diaria mucho más exigente que a la que estamos acostumbrados en España, una vida paralela como atleta semiprofesional y, aun así, encontrar tiempo y energía para desarrollar alguno de sus hobbies en los diferentes club, formar parte de una sororidad o fraternidad y tener una vida social activa. En esta universidad a veces da la sensación de que el día tiene más de 24 horas y, sin embargo, todo el mundo tiene tiempo para saludarte, interesarse por ti, tu cultura y hacerte sentir como en casa. Aquí me he rodeado de personas que no están dispuestas a pasar por la universidad de puntillas, que buscan dejar una huella en su comunidad y que definitivamente deberían considerar dormir un par de horas más al día.
Es mi segundo año académico en este país, pero la diferencia entre las aulas de un instituto y las de una universidad privada es abismal. Mis amigos aquí, la mayoría con becas deportivas, son auténticos privilegiados de un sistema que no impulsa a los jóvenes estadounidenses a recibir una educación superior. La mayoría es consciente de estos privilegios y trabajan duro para mantenerlos, lo cual no es fácil y los somete a una presión que, como beneficiaria de un sistema de educación universitaria público, me sorprende. De hecho, me impactó tanto que he decidido probar ese tipo de vida en primera persona. Durante estos meses me he visto crecer, dar más de lo que pensaba que podría dar, física y mentalmente. Mis días empiezan a las 6’30 de la mañana en el que las risas con mis compañeras de Lacrosse en el gimnasio hacen que me olvide momentáneamente de las agujetas de la noche anterior. Siguen con un desayuno de equipo y clases (de asistencia obligatoria) de entre 5 y 15 alumnos que me exponen a un debate multicultural sobre temas de los que jamás me imaginaría hablando en un aula, con profesores interesados en lo que tengo que decir y en las que estoy desarrollando habilidades que ni era consciente que necesitaba. Luego llega el momento de sacar mi yo creativo en el coro o de mis sesiones de estudio y charlas con Niouma (Francia) en una de las mesas a la sombra de los árboles que, camaleónicos, van cambiando de tonalidades para conjuntarse con la estación entrante. A las 6 de la tarde los lunes, miércoles y viernes me convierto en cheerleader, y los martes, jueves y sábados cambio los pompones por la equipación de Lacrosse y doy lo mejor de mi en cada entrenamiento. A las 10 de la noche llego a CASA, donde siempre hago una parada obligatoria en el tercer piso para ver a Noa (Países Bajos), Juliette (Francia), Harriet (Ghana), Emiru (Japón), Franka (Alemania) y Julia (España), mi pequeña familia internacional, ponernos al día y planear nuestros findes porque si, a pesar de mi no demasiado flexible horario, siempre hay tiempo para disfrutar de viajes y excursiones juntas.
Por último, llego a mi cuarto agotada, pero feliz, en el que Lou (Francia), mi roommate, siempre me espera con el abrazo que necesito. Jueves de pub, viernes de Feel Good Friday, sábados de football, animadoras y fraternidades o de partido de béisbol y explorar Pittsburgh con Jackson, domingos de tour por las Iglesias de la zona con la asociación cristiana y prácticas en el Partido Democrático, y celebrar cada festividad (literalmente todas las que os podáis imaginar) a lo grande.
En esta universidad hay algo para todos y yo he decidido que decir SI iba a ser mi personalidad durante mis meses aquí. No es fácil jugar a estar en todos lados al mismo tiempo, pero en W&J he recordado que no se VIVE con mayúsculas desde la cama viendo Netflix, sino dibujandote cada mañana una sonrisa y saliendo de casa dispuesto a ser tu mejor versión.
En 2017, cuando me fui de este país tras mi año en un instituto en Oregón, me prometí que me llevaría conmigo a España las ganas de SER y ESTAR PRESENTE, de ponerme siempre al límite y no ponerme límites, de vivir en COMUNIDAD y de aprovechar cada oportunidad que la vida me pusiera en el camino. En una semana vuelo a Oregón a visitar el que hace tiempo fue mi hogar. Probablemente todo siga casi igual, pero estoy segura de que, 6 años después, veré todo distinto. Y eso es lo que, después de esta experiencia en W&J, me llevaré en la maleta y el corazón de vuelta a casa este diciembre: la inspiración, las ganas, el espíritu y el recuerdo de de dónde vengo con la ilusión y el corazón puesto en aquello que vendrá.
Somos Blanca Lirio, Clara Sánchez y Jorge Úbeda: una veterana y dos alumnos de 4º de ELU, respectivamente, que estamos cursando un cuatrimestre universitario en Budapest, Hungría, y queríamos contaros un poco lo que está siendo nuestra experiencia aquí.
Cuando llegamos, a finales de agosto, la ciudad aún acogía muchos turistas que aprovechaban los últimos días de verano para visitar la ciudad. Y nosotros, recién llegados, nos sentíamos un poco como ellos; “de paso”: ninguno asimilábamos mucho que esta se iba a convertir en nuestra casa durante los siguientes cinco meses.
Poco a poco, nos hemos ido instalando, y hemos descubierto una ciudad que tiene un sinfín de cosas para hacer y visitar. Y, es que, dividida por el río Danubio en dos partes, Buda y Pest; Budapest es una de las ciudades con más ambiente nocturno, y planes día a día que hemos conocido: tiene desde islas convertidas en parques, hasta castillos de lo que fue el gran Imperio Austro-Húngaro; pasando por el parlamento más grande de toda Europa, y los “ruins-bars” más icónicos de la zona.
Sin embargo, es una ciudad que no necesita de grandes planes para disfrutarla; pues, por ejemplo, pasear por la ciudad es una experiencia genial, que, aprovechando el buen tiempo que está haciendo ahora; (el invierno en Budapest puede alcanzar los -10º C) a todos nos encanta hacer.
En lo que respecta a la universidad, estamos teniendo experiencias algo distintas. Cuando quedamos para hablar de cómo vivimos los retos académicos, a dos de nosotros nos pareció que había que estudiar más de lo esperado, mientras que hubo un “voto particular” en el que se opinó que la vida académica para un Erasmus en Budapest es más bien relajada. Suponemos que depende mucho de la universidad a la que vayas.
Sobre las amistades internacionales, nos parece muy curiosa la forma en la que los españoles nos relacionamos de Erasmus. Tras estar aquí un mes y medio, nos hemos dado cuenta de que los estudiantes españoles somos los únicos que, por regla general, no hacen piña con los alumnos del resto de países. Así, está el grupo de italianos, franceses, alemanes, etc. y, por otro lado, el grupo de españoles. Lo hemos estado hablando con amigos que están o han estado de Erasmus en otros países, y pasa lo mismo en todos los destinos. Salvo honrosas excepciones, somos mucho más gregarios de lo que en un primer momento se pueda pensar. Culturalmente somos gente simpática y abierta, pero en el Erasmus nos acomodamos. No nos complicamos mucho la vida.
Después de charlar un rato, caímos en la cuenta de que podía ser por tener que hablar en inglés. Ya no es que ser sociable en un idioma que no es el tuyo requiera un esfuerzo extra, que también, sino que, además, nos da corte hablar en inglés delante de nuestros propios compañeros españoles. Es muy difícil mezclar grupos y que nazcan verdaderas amistades porque nos ponemos a hablar entre nosotros en castellano a la menor oportunidad. Sería buenísimo que nos quitáramos ese complejo de encima porque nos estamos perdiendo a mucha gente estupenda.
Por otro lado, en un primer contacto con los autóctonos te puede sorprender la diferencia de comportamiento que tienen dependiendo del grupo generacional en el que se encuentren. Si tienes cualquier duda o necesitas ayuda en la calle, la gente joven es muy abierta y está dispuesta a ayudarte en lo que necesites; los de mediana edad lo harán también, pero si después de intentarlo no consiguen entenderte, seguirán su camino sin dedicar más atención. En cambio, los mayores tendrán una actitud distante y fría desde el principio, sin posibilidad de entablar contacto con ellos. Es importante entender que esto es reflejo de los tiempos que han tenido que vivir, puesto que la etapa comunista en este país no acabó hace mucho y marcó fuertemente a la sociedad en un clima de desconfianza y discreción extrema. También nos ha sorprendido la cantidad de “homeless” que puedes encontrar en las calles, tanto si es una avenida principal como una más secundaria. No obstante, la ciudad es muy segura, tanto de día como de noche hay mucha gente y el ambiente de la ciudad te hace sentir rápido como en casa.
Una de las mayores joyas que tiene Budapest es su transporte público. Tranvía, metro, bus, trolebús, conectan prácticamente todos los puntos de la ciudad permitiéndote ir, de una manera muy intuitiva y rápida, a cualquier parte. Aunque si tienes la oportunidad y las ganas, te recomendamos alquilar una bici y recorrer las calles de Budapest con ella. Desde el Puente de la Libertad, cualquier mirador o incluso a orillas del Danubio puedes disfrutar de un atardecer espectacular y deslumbrarte con la iluminación de la ciudad de noche. Tampoco te puedes ir sin probar el famoso Goulash, una sopa densa con trozos de ternera, verduras y paprika (también muy popular aquí) o el Langos, pan frito caliente al que le puedes añadir diferentes ingredientes como queso, jamón, nata, etc. y que está delicioso.
Nosotros sólo llevamos un mes y medio aquí y ya estamos enamorados de la ciudad. Sabemos que todavía tenemos muchas cosas por descubrir y vivir durante los próximos meses, y esperamos seguir creciendo personalmente como lo estamos haciendo con esta gran experiencia.
¿Sabías que hay Elumnis en todos los continentes de la tierra? Desde los rascacielos de Nueva York hasta una aldea de Benín, sin dejar pasar las principales capitales europeas. ¿Quizás alguno vive donde estás estudiando ahora mismo? Descubre en estos mapas de #Elumniporelmundo dónde puedes encontrar a los Antiguos Alumnos de la Escuela de Liderazgo de Universitario.
Soy Inmaculada, de 4º curso, y estudio Medicina en Córdoba. Este año he tenido la inmensa suerte de haber pasado el mes de agosto haciendo prácticas hospitalarias en Polonia con IFMSA, la Federación Internacional de Asociaciones de Estudiantes de Medicina. Allí estuve en Lublin, una ciudad de tamaño medio situada al sureste y cercana a Ucrania.
Cuando a finales de junio me adjudicaron la ciudad me sorprendió mucho, pues ni siquiera estaba entre mis prioridades, pero al final donde realmente puedes impregnarte de la cultura y vivirla más en profundidad es en una ciudad no tan grande ni tan cosmopolita como una capital. Así que me puse en marcha repleta de ilusión y el 2 de agosto llegué a Lublin. Era la primera vez que estaba fuera de mi casa tanto tiempo y sin ser un viaje organizado como tal, así que me invadía la incertidumbre, tanto por cómo sería vivir la cultura polaca como por ver cómo me desenvolvería.
Una vez allí, mi contact person, Julia, me enseñó la residencia de estudiantes donde me alojaría, y me presentó al resto de estudiantes que venían de otras partes del mundo también con IFMSA. Estábamos 14 estudiantes de diferentes nacionalidades: tenía compañeros de Indonesia, Pakistán, Marruecos, Croacia, Rumanía, Portugal, Italia, Egipto, Turquía, Albania y la India. Yo era la única española, y compartía habitación con Goesfen, de Egipto, y Aleksandra y Alicja, otras dos chicas polacas que estaban de apoyo parte de la asociación. Desde el primer día la convivencia fue muy curiosa, y en ocasiones todo un reto, pero ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en esta experiencia. Cada día conversábamos acerca de nuestras culturas, tradiciones y religiones, y nos maravillábamos al discutir las similitudes inesperadamente encontradas entre tantas diferencias. Ha sido precioso experimentar el entendimiento, el apoyo, el respeto y la amistad que hemos cultivado a pesar de tener orígenes y circunstancias vitales diferentes. Vivir el significado de la palabra tolerancia ha hecho que adquiera sentido nuevo en mi vida y que me sienta increíblemente afortunada por ello.
En cuanto a mis prácticas, yo roté en el Hospital Clínico nº4, donde pasé dos semanas en Cirugía Torácica y otras dos en Neumología. Mis tutores fueron muy amables, y en todo momento me explicaban y traducían todo, además de dejarme hacer exploraciones a los pacientes. Tuve la oportunidad de rotar por Oncología, consultas externas de asma y pruebas diagnósticas, por lo que he podido adquirir competencias de numerosos ámbitos relacionados con la salud del pulmón, y ha sido muy enriquecedor. A veces sentía cierta impotencia por no poder comunicarme con los pacientes, pero he aprendido que una sonrisa con un dzi?kuj? bardzo también pueden ser sanadores.
Por otra parte, tengo que hablaros del choque cultural que me he llevado con el sistema sanitario. No creí que la sanidad fuera a variar mucho de la española, pero en cuanto llegué comprobé que tienen muchos menos medios que aquí, las infraestructuras son más antiguas, hay poco personal disponible y la atención al paciente ingresado es más escasa. Los estudiantes de ciencias de la salud solemos ser más conscientes de las carencias de nuestro sistema, pero en Polonia realmente he podido constatar lo afortunada que soy de poder estudiar en el sistema sanitario español, la gran cantidad de medios que tenemos y lo bien tratados y atendidos que están nuestros pacientes.
Tras salir de las prácticas y almorzar teníamos el resto del día libre, y los polacos de la asociación siempre nos hacían actividades para sumergirnos en la cultura, como excursiones, visitas gastronómicas, talleres de educación médica, clases de idioma… Se portaron fenomenal con nosotros, fueron muy acogedores y atentos, y han sido la pieza clave para que haya disfrutado tanto de la vida polaca. Una de las cosas que más he disfrutado ha sido la comida, a pesar de los horarios tan extraños por los que se rigen. En la región de Lubelskie no se suele comer pescado por su lejanía al mar y a los lagos (al contrario que otras partes de Polonia), entonces comían cerdo y pollo prácticamente todas las comidas. Lo suelen acompañar con ensalada de apio, pepino o remolacha (es la verdura que más comen), además de añadir gran cantidad de salsas muy cremosas y de sabor intenso. Otros platos muy típicos eran las sopas de, por ejemplo, remolacha o fermentos de pan, así como tortitas de patata, las tortitas dulces o nalesniki y los famosos pierogi.
Un aspecto que me resultó curioso y bastante coherente es que allí los cristianos no comen carne ningún viernes del año, así que en todas las cafeterías ponen menú vegetariano. En el aspecto religioso me he sentido muy acompañada y acogida, y he experimentado la Fe de una forma distinta y muy bonita.
Y sobre el polaco… ¡qué os puedo decir! Uno de los idiomas más complicados del mundo, con numerosos sonidos que no tenemos en castellano, 8 formas de pronunciar la S y letras que no tenemos en nuestro abecedario. Como curiosidad, os contaré que cuando llegué allí, pronunciaba la ciudad ?ód? como la leeríamos nosotros, y resultaba que en polaco se dice “wuch”. Yo hice lo que pude y aprendí las palabras, aunque por respeto casi siempre pedía en polaco en restaurantes y bares gracias a las frases que me chivaban nuestros amigos locales.
Una de las cosas más impactantes ha sido visitar museos de la II Guerra Mundial y saber que eso que nos contaban había ocurrido sobre el suelo que pisábamos. Me resultó bastante duro salir a pasear y caminar sobre las entradas de los guetos, y de hecho uno de los más grandes se encontraba en Lublin, junto con Majdanek, el primer campo de concentración en ser liberado por los rusos. Tuvimos la gran suerte de que uno de los chicos polacos que nos acompañaba fuera judío y siempre estuviera abierto a explicarnos sobre su religión; ¡incluso nos llevó a visitar su sinagoga! Para que os hagáis una idea de la situación, en Lublin antes de la guerra el 39% de la población era judía, y ahora solo quedan 40 judíos. También nos explicaron que debido a todo lo que habían tenido que soportar, los polacos y especialmente los judíos polacos se identificaban con el pueblo ucraniano y estaban acogiéndolos en sus casas y sus templos. Igualmente, era sorprendente que en cada lugar del país encontrabas carteles ofreciendo ayuda, y había un constante flujo de gente que llegaba a estaciones y puestos de ayuda, además de todas las familias ya asentadas. Todo el mundo se desvivía por las personas que huían de la guerra, y me ha conmocionado aprender la historia de un continente y ver tan de cerca cómo se está repitiendo.
Para mí todo el mes en Polonia ha sido un descubrimiento constante y un choque con la realidad. Ha sido, en todos los sentidos, una experiencia real. Digo esta palabra porque mientras estaba allí vi este post de RC que describía perfectamente el modo en que estaba viviendo mi experiencia, aprovechando lo que se me presentaba sin un ápice de idealización (algo ocurre frecuentemente cuando se habla de este tipo de experiencias). He exprimido al máximo una realidad nueva y emocionante, pero que en ocasiones se hacía complicada, en la que encontraba dificultades y aspectos que quizá no me gustaban tanto. Y he sido feliz viviendo eso, disfrutando la experiencia no a pesar de lo menos bueno, sino con ello. Este ha sido quizá el mayor de los numerosos aprendizajes que he podido reflexionar y que realmente me ha dado una paz indescriptible y ha hecho que mi mes allí sea maravilloso.
Muchas gracias a todos por haber leído hasta aquí y por haberme permitido compartir con vosotros esta parte tan especial de mi verano. ¡Nos vemos muy pronto!
Somos Lourdes Borja y Jorge Martín, de 4º de la ELU. Los dos somos de Sevilla, donde estudiamos Medicina, 4º y 5º respectivamente. Este curso lo hemos cursado gracias al programa Erasmus en la ciudad austriaca de Innsbruck, capital del estado de Tirol.
Innsbruck debe su nombre al río Eno, en alemán río Inn, un afluente del Danubio que discurre por Suiza, Austria y Alemania. Es una ciudad de 130.000 habitantes con gran presencia de estudiantes. Conocida internacionalmente por los deportes invernales, atrae numerosos esquiadores durante los meses de invierno. Por lo que el ambiente es joven, en las calles hay un bullicio constante y la oferta de actividades es interminable.
Su privilegiada localización en el corazón de los Alpes es ideal para los amantes de la naturaleza y la montaña. Su tamaño accesible permite desplazarse en veinte minutos desde el centro histórico hasta lo alto de la cordillera de Nordkette, nuestro lugar favorito para ver el atardecer con cervezas y amigos.
Una salida en senderismo, una ruta en bicicleta o un día de esquí son algunos de nuestros planes favoritos. Poder realizar tanta variedad de deportes no se debe solo a su excelente ubicación, el propio gobierno regional favorece que los habitantes practiquen multitud de deportes y actividades gracias a unos Forfaits de temporada a un precio muy económico. Estos incluyen la entrada a más de 90 estaciones de esquís, que se encuentran en la región del Tirol, así como acceso a teleféricos en las montañas; museos, piscinas, el museo de Swarovski (empresa originaria de un pueblo junto a Innsbruck), pistas de patinaje sobre hielo y otras instalaciones deportivas.
Bueno… pero el objetivo principal de este año era estudiar Medicina en Innsbruck… no esquiar tanto… (al menos eso le dijimos a nuestros padres antes de venirnos). Estamos en la Tirol Kliniken, hospital de referencia para todo el centro de Europa; siendo muy puntero en las áreas de traumatología, neurocirugía y medicina intensiva. A este centro acuden en helicóptero todos los accidentados practicando deportes de invierno o en la montaña de la zona.
Nos hemos dado cuenta durante este año el enfoque tan diferente que se le da a la formación médica en este país. Estábamos acostumbrados a recibir una enseñanza en su mayoría teórica, muy detallada y completa. En Innsbruck, la formación tiene una fuerte carga práctica en los años de universidad y posteriormente, en la especialización, se adquieren conocimientos más detallados. La dinámica de las prácticas en esta universidad tiene como objetivo que el alumno adquiera y domine las habilidades médicas correspondientes a cada asignatura, y para ello se basan en prácticas en pequeños grupos, el uso de simuladores y muñecos, una gran oferta de cursos, como son los de sutura, ecografía, primeros auxilios…
A principios de curso, nos costó adaptarnos a esta forma de aprender. Sumado al alemán (que en realidad es dialecto tirolés), hizo que el comienzo no fuera fácil. Sin embargo, con el paso de las semanas, fuimos notando cómo nos soltábamos e íbamos adquiriendo autonomía por los pasillos del hospital.
Una vez cumplidas nuestras obligaciones, fuera del hospital hacemos mucha vida en nuestra residencia de estudiantes. Hemos tenido la suerte de hacer muchas y muy buenas amistades. Es una ciudad que recibe multitud de alumnos Erasmus de diversas nacionalidades. En general, quienes solicitan este destino suelen ser apasionados del esquí, del senderismo, de la escalada, con muchas ganas de hacer planes y de conocer gente nueva. Además, en Innsbruck se organizan continuamente distintos eventos culturales que reúnen a la población en los sitios más emblemáticos de la ciudad. Cuando caminamos por Markplatz, el famoso spot de casitas de colores que es imagen de la ciudad, o por Maria Theresien, la calle principal, encontramos con bastante frecuencia algo diferente en la ciudad: mercadillos de invierno, exposiciones de arte, exhibiciones de skate, puestos de comida…
Sin ninguna duda, es un sitio poco conocido (mejor que siga siendo así) pero que parte de su encanto radica en ello. Animamos a todo apasionado de los deportes de invierno que el próximo viaje de esquí que planee con los amigos el destino sea Innsbruck (¡es más barato que en España!) Y en general a cualquier persona que disfrute de la combinación entre naturaleza y entorno urbano. Es una ciudad que seguro que no te deja indiferente. Y si necesitáis consejos sobre la ciudad, escribidnos!
Se me ha hecho muy difícil escribir estas palabras en mayo, cuando estoy tan solo a un mes vista de volver a casa y despedir este año y esta ciudad que, como bien dicen, es eterna, y tira siempre para ella. Sin embargo, me hace mucha ilusión poder contaros la experiencia tan bonita e inesperada que he vivido este año, y aunque me cueste, creo que es una forma bonita de agradecer y despedir este año que ha sido nada más (y nada menos) que un regalo, y animaros, si está en vuestros planes, a emprender viajes, de cualquier tipo, que de primeras puedan resultar algo aterradores pero que, sin duda, son siempre el comienzo de algo importante (como bien hemos escuchado tantas veces).
La verdad es que ya había estado en Roma un par de veces, y siempre me había dado la impresión de que era una ciudad con aroma de cielo. Es difícil explicarlo, pero siempre había pensado que, si se me presentaba la oportunidad, viviría un tiempo en Roma antes que en ninguna otra ciudad. Me llamó bastante las veces que vine. No entendía mucho de la belleza que había, y sigo sin entender mucho, pero aún sin entenderla, me llamaba poderosamente.
Venirme en un principio fue una odisea; me faltaban todos los requisitos que pedían y no sabía cómo iba a apañármelas para conseguirlo. El Cielo se puso de mi parte y se resolvieron asuntos muy difíciles (como sacarme el first en una semana, y algunos más complicados) milagrosamente. Me vine aquí a la Universidad de la Sapienza, que es una de las más antiguas de Italia (y la más antigua de Roma, si no me equivoco), que está cerca de Piazza Bologna. Es una Universidad inmensa con gente de muchos sitios diferentes (de hecho, en algunas clases somos sólo internacionales).
Cuando llegué, me sorprendió mucho que Roma no era la Roma que yo había conocido como turista; era una Roma mucho más sucia, donde el camión de la basura pasa cada cambio de estación, ocurren algunos sucesos que pueden dar un poco de miedo, conducen, como sabéis, a su manera, los pasos de peatones son sólo sugerencias, te dicen cosas raras por la calle, te intentan timar por muchos medios, no hablaba nada de italiano, no entendía a nadie y hacía por hacerme entender, pero en sitios menos turísticos (como donde vivo), resultaba complicado, los autobuses siempre te dan platón, y, por consiguiente, tú a todo el mundo… Bueno, ya os podéis imaginar. Realmente son problemas de primer mundo, pero cuando llegas sola a una ciudad esas cosas te hacen estar en cierto estado de alarma.
Al principio, como en todos lados, hablas con mucha gente, personas de muchísimas procedencias, y conoces a una media de 20 personas nuevas cada día. Es emocionante ver como todo el mundo, cada persona, es esa persona y nada más. Yo en Madrid estaba bastante acostumbrada a etiquetar a las personas según distintos criterios. Sin embargo, por cómodo que hubiera sido, no puedo hacerlo. El “mundillo” de cada persona es tan nuevo y desconocido, que no hay forma. Ha sido un regalo. Es algo muy interesante poder descubrir a las personas según lo que son, sin ser de donde vienen, o su pueblo, o su opinión, o su rollo, o mis suposiciones. Esto ha sido para mí, muy enriquecedor.
También es un golpe de realidad muy potente verte tan pequeña en una ciudad tan grande. Irte de erasmus a una ciudad grande es muy diferente que irte a una pequeña. Aquí no hay residencias (o muy pocas), con lo cual, estar aquí se parece más a vivir aquí que a estar de Erasmus. Sentirte tan pequeña en una ciudad tan grande, como decía, te hace sentir que tienes mucho que aprender y que exprimir de lo que estás viviendo. Cada día las cosas son distintas, tienes planes nuevos y diferentes, aprendes alguna palabra nueva, alguna calle nueva, de repente te ubicas andando por calles que al principio parecían todas iguales… Vives todo con mucha novedad, con gran curiosidad y con ojos de piñón.
Es curioso, porque, en una ciudad con tanta historia, donde en cada esquina hay un secreto escondido, tienes que ir poco a poco averiguándolo. Empiezas a tirar de free tours; hay muchos datos turísticos que son muy famosos aquí y que te repiten por todos lados. Poco a poco vas contrastando fuentes y vas queriendo saber más y más.
Es brutal ir paseando con un gelato y sin quererlo encontrarte en el lugar donde Rómulo se debatió la división del territorio de las siete colinas con Remo, después donde Julio Cesar pronunció su “Et tu, Brute?”, ruinas a consecuencia del incendio de Nerón, la calle donde San Pedro se encontró a Cristo saliendo de Roma y ocurrió el famoso “Domine, quo vadis?”, la primera iglesia dedicada a la Virgen, supuestos piques entre Borromini y Bernini, un templo católico barroco construido sobre un antiguo templo romano, una estatua intencionadamente orientada hacia el Vaticano por Miguel Ángel, un piano en el que Mozart toco su réquiem, obras hechas por Mussolini para la exaltación de la Patria, placas de judíos capturados y extraditados bajo los portales de sus casas… Empiezas a moverte, a meterte más en la historia infinita de sus calles, y te das cuenta de que muchos datos son leyendas, muchas historias inciertas, y que cada vez hay más y más datos, rincones y secretos … Descubres la dificultad que supuso construir ciertas iglesias, como destruyen y reconstruyen, la búsqueda de soluciones de diferentes arquitectos y artistas durante años hasta que algún genio, un Bernini o un Miguel Ángel, dan con ella… Parece que la Historia de la Civilización te persigue en cualquier plan, y da la impresión de que, estés donde estés, muchas cosas han ocurrido allí mismo que han significado algo para la Humanidad. A veces tanta proporción, tanto poder, tanto conflicto, tanta historia, y tanta belleza, abruma; pero no cansa nunca.
Sigo sin saber mucho de arte y arquitectura, aunque me encantaría saber más; pero algo que me llevo de Roma es que es una ciudad que, poco a poco, despierta en ti una sensibilidad hacia la belleza. Al principio todas las iglesias son iguales, las recorres en 5 minutos, y poco a poco, cada Iglesia te va pareciendo diferente, vas buscando Rafaellos y Caravaggios por todas a ver si hay suerte, aprendes a contemplar la inmensidad y belleza de una cúpula, las proporciones de una Iglesia, la belleza de fachadas que antes ni mirabas, te interesa la historia de cada una, buscas atardeceres bonitos y los enumeras según número de cúpulas que se ven, orientación con respecto a la puesta, músicos callejeros que acompañan y cantidad de turistas presentes… Es una pasada.
He tenido la suerte de poder conocer otras ciudades de Italia, pero creo que vale la pena solo hablar de Roma; cada vez que tenía que dejarla, me daba lástima perder un fin de semana en la ciudad que siempre me está llamando. Claro que vale la pena conocer otras ciudades, y disfrutas muchísimo. Pero, que queréis que os diga… No soy muy imparcial :).
Y como no, las personas que conoces son increíbles. Conoces a un montón de gente, hablas con bastantes personas (además aquí hay muchísimos erasmus). Pero las amistades verdaderas que puedes llegar a forjar son una pasada. Convivís tanto que no puedes ocultar ni tus defectos; aprendes a querer a las personas con todo lo que son, te conoces en facetas nuevas, disfrutas muchísimo, y es curioso ver como juntos, los que estamos aquí, venimos con nuestra historia y nuestra “vida real” de origen y nos vamos, poco a poco, metiendo en esas vidas, que parecen tan lejanas, para que al volver podamos llevar muchos asuntos “mejor zanjados”. No se si es así para todo el mundo que realiza un intercambio; pero el crecimiento personal que haces, y que hacéis, de la mano de otros es una pasada. Esta distancia de España ayuda mucho en la forma de compartir y convivir con los demás. No os puedo explicar muy bien la sensación, pero supongo que los que os habéis ido lo entendéis.
No sé tampoco expresar lo agradecida que me siento por esta experiencia. La pena que me da irme no os la puedo explicar, pero el agradecimiento es aún mayor. Os animo a iros si tenéis la posibilidad: para los que volvemos a la “vida real”, o permanecemos en ella, creo que es posible vivir con esta actitud de apertura, de asombro, de novedad y de curiosidad sana hacia el mundo y todo lo que nos rodea. Creo que he aprendido a estar mucho más despierta.
Si alguno os vais a Roma, aunque sea de viaje, quedo a vuestra disposición para cualquier cosa. Y si alguien se está pensando el Erasmus aquí, le diría que se lo piense bien, porque es un Erasmus muy independiente… Pero en mi opinión, esta ciudad eterna no tiene desperdicio, ni comparación con ninguna otra. Da igual cuanto tiempo estés: es inagotable. Y, por último, pero no menos importante…