Sergio Küppers, 4º ELU:
Desde pequeño, cuando pasaba quince horas en el coche para visitar a mi familia en la ciudad de Maastricht, en el sur de Países Bajos, he crecido con una cierta desconfianza hacia los franceses. Mi padre, con razón, se quejaba de sus malos hábitos al volante, y era imposible comunicarse con ellos porque, al no hablar francés, pasaban de ti en las gasolineras. Esta relación un tanto hostil con nuestro país vecino hizo que, de vuelta a Barcelona cada verano desde Holanda, decidiésemos descubrir cualquier parte de Europa salvo Francia.
A la hora de decidir un destino para este tercer año de carrera (después de haber pasado por Barcelona y Madrid), Francia llamó a mi puerta por primera vez para que le diese una nueva oportunidad. Llevado principalmente por mi interés por las relaciones internacionales, poder estudiar en la gran universidad de SciencesPo fue una de las principales razones por las que me lancé a París. Luego se le juntaron la curiosidad por una ciudad vibrante y elegante, llena de historia, aunque, desgraciadamente, rematadamente cara. Ahora, seis meses después de llegar cargado con maletas, una air fryer y mi almohada de toda la vida, la ciudad no me ha defraudado.
El primer semestre de mi Erasmus nada ha tenido que ver con el segundo. De septiembre a diciembre, viví en una residencia de estudiantes del 15ème. La cadena que había escogido no facilitaba espacios para el encuentro entre los que ahí vivíamos (cerraron la sala común durante 2 meses porque hicimos una cena la primera semana), y, aunque la había escogido porque vivir solo me parecía en ese momento lo más conveniente, tardé poco en echar de menos vivir con gente.

Tocó trabajar amistades fuera de lo que pensaba que iba a ser el ambiente más sencillo, y me junté con un buen grupo de internacionales de mi clase de Políticas de Urbanismo, y con otro de españoles sabe Dios cómo. Con los primeros viajé a la zona de los castillos del Valle del Loira, y con los segundos a Alsacia, por ejemplo. Recuerdo con mucho cariño esos días juntos: de mis amigos de fuera saqué aprender sobre culturas que desconocía y sobre los segundos lo que es sentirte en casa estando en una París en la que no
deja de llover.
Veo ahora esos meses como un constante sembrar para recoger frutos. Allá por diciembre ya puse rostros concretos a la pregunta de con quién quería acabar mi Erasmus: Ignacio, Bea, Laia, Antonio, Teresa, Jackson, Ricardo… Personas a las que, a pesar de conocer desde hace poco, podía recurrir, tanto para viajes y diversión, como para buenas conversaciones que unan en poco tiempo la distancia de una vida sin conocernos. Además, tengo mucha suerte de haber encontrado a un par de ellos que viven en Barcelona, por lo que no veo fecha de caducidad a nuestra amistad 😉 Con otros me decidí a tomar un camino distinto dados nuestros caracteres incompatibles, y de cómo decir adiós con cariño uno se lleva un gran aprendizaje, os lo garantizo.
Al volver de Navidad, me mudé a un piso con Ignacio y Cosi. Habíamos hecho muchas migas desde el primer momento, y no podía sentirme más a gusto con ellos. Compartir qué tal ha ido el día a la hora de cenar, cocinar juntos o hacer deporte en la sala de estar ha transformado por completo mi experiencia más solitaria en la residencia. ¡Qué suerte haberme ido todo el año para ahora disfrutar mucho más!
Desde enero he seguido viajando con grupos de amigos distintos a países como Polonia o Croacia, también con las catas de quesos y chocolate, visitas a museos, y he empezado a potenciar el voluntariado. Las Misioneras de la Caridad tienen una sede cerca de République, y ayudando en su comedor social he descubierto a jóvenes franceses inquietos y con los que ponerme al servicio de los demás. Otras actividades que llenan mi semana son las clases de salsa de Puerto Rico o las de ping-pong. Realmente la oferta de cosas que hacer es inmensa y me he lanzado a lo más curioso y divertido que he encontrado jeje…

Justo hoy, dos días después de que mis amigos de la ELU se hayan ido después de pasar un fin de semana conmigo, me pilláis en uno de los momentos logísticamente más complicados de mi Erasmus. Ayer por la mañana decidieron cortarnos la electricidad sin razón alguna, y hasta el 4 de abril nadie va a dignarse a aparecer para arreglar lo que parece un fallo en el contador. Voy a aprender a vivir a oscuras, a utilizar sal para conservar alimentos y a ducharme con agua fría; rezad por mis dos compañeros de piso y por mí.
Si algo puedo agradecer en medio esta situación es que me ha enseñado a transmitir mi enfado en francés, ¡y por teléfono!. Je suis très énervé! Llevaba apostando por aprender francés desde el año pasado, y saber comunicarme en las boulangeries me dio ánimos a seguir en el arduo camino de las lenguas. Siempre lo había visto como un idioma un tanto cursi y muy refinado, pero desde ayer lo veo como una potente herramienta para hacerte valer contundentemente en Francia.
Aunque hoy me vaya a dormir con 300 euros menos en la cuenta por llamar a la compañía eléctrica, París me está tratando bien, os lo prometo. Empieza a hacer buen tiempo, estoy aprendiendo mucho de mí mismo con cada nuevo reto que me encuentro, y tengo muchas ganas de aplicar todo lo que estoy viviendo a mi día a día en Barcelona. Un abrazo muy grande, ¡nos vemos el 14 de junio!