¡Hola a todos! Os escribo desde mi casa en Valencia, tras casi cinco meses sin venir después de haber pasado este último cuatrimestre de la carrera un poco lejos de España, en Nueva York. Entre la graduación de la ELU y los reencuentros, es ahora cuando empiezo a asimilar lo que allí he vivido y aprendido, y lo comparto aquí con vosotros.
Empezaré contándoos qué me llevó hasta allí, y es que el objetivo de esta estancia era hacer las prácticas curriculares de mi carrera (Biomedicina) en Icahn School of Medicine at Mount Sinai, un hospital y centro de investigación en pleno Manhattan. Allí me incorporé a un grupo especializado en cáncer de hígado, colaborando en sus proyectos para, a partir de lo aprendido, hacer mi TFG. En este sentido, ha sido una gran oportunidad para entender cómo se trabaja en un centro de alto nivel, comparando la metodología española con la estadounidense y conociendo personas de todo el mundo. Y es que, si algo define Nueva York, es la mezcla de culturas. He podido compartir trabajo con profesionales de todos los continentes, aprendiendo sus costumbres, celebrando los cumpleaños de mil formas y probando platos muy diferentes. Esto enriquecía enormemente mi aprendizaje, que fue más allá de lo académico para demostrarme la maravilla de la diversidad, que diferencia pero no distancia, porque siempre se mantiene algo común que nos une, visible en la colaboración y el apoyo entre todos orientado hacia un bien mayor, hacia la mejora de la vida de las personas.

Como veis, tenía una rutina marcada por las prácticas, pero eso no me ha impedido aprovechar las tardes y los fines de semana para conocer la ciudad y ahora, poder afirmar que -aunque siempre queda algo por ver- he conocido Nueva York a fondo. Y es que, si algo tiene Nueva York es muchísimas cosas que hacer. Junto a compañeros de la universidad, que vinieron conmigo desde España a otros centros de investigación, aprovechamos las primeras semanas para recorrer la gran manzana visitando Times Square, Grand Central, Brooklyn Bridge… y todos esos lugares emblemáticos. Eso sí, todo esto fue en febrero, donde se agradecía la ausencia de turistas en muchos lugares, pero se sustituían por varios centímetros de nieve y un viento gélido. Además, no os voy a mentir, Nueva York es una ciudad de contrastes, y cuando sales de las zonas turísticas a otros barrios, recorres varias líneas del NYC Subway y conoces la ciudad como quien la habita, te das cuenta de que, si no estás despierto, la ciudad te come.
Esto hizo que mi primer mes fuese complicado, sentía que era una ciudad excesivamente grande y caótica para mí: demasiadas personas, demasiada prisa, demasiado ruido… Veía imposible llegar a sentirme cómoda y parte de ella. ¡Y cuánto me equivocaba! Con el tiempo y de la mano del grupo de españoles -entre los que algunos ya son amigos- entendí que Nueva York no te acoge, pero siempre te invita. Te invita a la acción, a la actividad, a buscar tu sitio y, sobre todo, a cambiar. Que no puedes esperar a encontrar tu lugar, sino que debes buscarlo activamente. Porque en medio del individualismo, los empujones en el metro y el trabajo incansable buscando el ansiado sueño americano, te invade una sensación de pertenencia. Parece que nadie es de Nueva York, que todos están de paso, pero por algo es la ciudad que todos eligen y donde uno va a cumplir sus sueños, a cambiar su vida o a empezar de cero. Y esto no es un mito, os prometo que así lo cuenta la señora del metro, mi compañero de laboratorio y la española que conoces en un pub.

A donde quiero llegar, es a que Nueva York ha sido contra todo pronóstico, la ciudad donde he desarrollado parte de mi identidad. Que no está definida por la ciudad, pero el hecho de que la ciudad sea tan diversa, donde todo a tu alrededor inspira, donde todos tienen un hueco y una comunidad -uno de mis sitios favoritos era Washington Square Park, un lugar que era vivo ejemplo de esto- hace que uno no tenga miedo a conocerse a sí mismo. Yo que siempre he sido de pensarme mucho ciertas cosas, he podido definir qué hacer el año que viene, en qué quiero trabajar en el futuro y qué sentido tiene en mi vida y en la de otros. He aprendido a disfrutar de mi propia compañía -cosa que en Madrid nunca se me ha dado muy bien- y a entender qué me gusta y qué es importante para mí, los pilares de mi vida y de la persona que estoy construyendo. Todo esto, gracias a una ciudad en la que te sorprende alguien con una historia de vida en la que te reconoces, o un muelle al lado del Hudson donde no se escucha ni una sola bocina de coche, o un paseo interminable por una de las avenidas donde encuentras arte, música, pobreza y riqueza, iglesias y templos… lo que es el mundo, que es mucho y muy diverso, pero en el que todos encuentran su sitio y conviven.
Además, he compartido mucho tiempo con familiares que viven en Estados Unidos, pudiendo visitar otras ciudades y pasar tiempo con tíos y primos que veo con poca frecuencia. Esto también me ha ayudado a sentirme en casa, a sentir ese amor familiar e innato que no desaparece a pesar de los años y la distancia, y que me ha permitido tener un hogar lejos de mis padres, donde sentirme siempre bienvenida y acogida para descansar de la locura de la ciudad cuando lo necesitaba.

No puedo dejar de comentar otra cosa que me ha fascinado: el arte. Y es que siempre he sido una persona que disfruta mucho visitando un museo y aprendiendo el estilo de distintos artistas, y Nueva York me ha permitido explotar al máximo este hobby. Además, el Trabajo Final de la ELU que he estado desarrollando con mis amigas llamada tras llamada, me ha hecho aumentar esa sensibilidad ante las obras y hacer turismo muy atenta del arte que me rodeaba. El MoMA, el MET, el Guggenheim, pero también el barrio del Soho, un músico en Central Park o las paredes del metro me han permitido aprender muchísimo y vivir enamorada de la belleza que somos capaces de crear las personas, y que, si te fijas, está en todas partes para hablarte e inspirarte.
Y por supuesto, todo lo vivido y aprendido ha sido de la mano de personas que me han acompañado. Familia, compañeros de trabajo y universitarios que me han brindado compañía, apoyo, conversaciones y momentazos que me llevo en el corazón y que, gracias a ellos, han calado y han cobrado mucho más sentido. Algunos ya son amigos, que espero poder mantener en mi vida y recordar con ellos la huella que ha dejado esta ciudad en nosotros y que nos ha hecho tanto bien. En definitiva, creo que mi frase más repetida en este cuatri ha sido “se me rompe la cabeza”, que se podría traducir en un agradecimiento profundo ante tantos regalos que considero que Dios ha puesto en mi vida y ante los que sólo me queda la responsabilidad de aprovecharlos al máximo, siempre consciente y feliz por cada viaje, paseo y momento vivido.

Sabiendo que Nueva York es un destino que a muchos nos llama la atención, termino ofreciendo una lista que he trabajado con sudor y lágrimas en estos meses, llena de lugares, planes y comida (la mayoría “sitios sin mantel” como me gusta llamar a los restaurantes asequibles y que me podía permitir) que merecen mucho la pena. Considero que, entre otras, en esa lista están las mejores chocolate chip cookies y rooftops de la ciudad 😉
Y nada ELUs, solo me queda invitaros a visitar esta ciudad y a decir un SÍ en mayúsculas a cualquier experiencia que se os presente en el extranjero. Porque a veces, aunque no lo creamos, hace falta salir para reconectar con nuestro origen y con uno mismo, para crecer en aspectos que en la cotidianeidad habíamos descuidado y con ello, volver a casa con un bagaje que nos hará vivir mejor, más felices, y de forma mucho más universitaria.
¡Gracias por leerme!
Y ánimo con la resaca emocional de la graduación, yo aún no lo he superado.
Un abrazo enorme,
Carlota Cardona