Elus por el Mundo – Javier Micó

10 ABR

Ey lad, what’s the craic

Lluvia, castillos, cerveza y whiskey. Así imaginaba Irlanda desde la distancia. Pero ocho meses en Dublín me enseñaron que hay mucho más bajo el cielo gris. Porque Irlanda no solo se ve, se vive en los saludos espontáneos de los extraños y en la música que brota de cada rincón; también en la forma en la que el cielo cambia diez veces en un día, o en cómo un simple pub puede ser tu hogar tras unas pocas horas y un par de pintas de Guinness.

Este artículo no es una guía turística, ni una lista de los mejores sitios para visitar. Es más bien una carta abierta, un pequeño homenaje a todo lo que he aprendido y vivido durante mi experiencia internacional en Dublín. Otro ELU por el mundo…

Recuerdo el día que aterricé en septiembre junto a mis compañeras de universidad. Llegamos de madrugada a la residencia de Griffith College, y ahí estaba yo, frente a la habitación en la cual me iba a hospedar el resto del año. Y aquí viene el primer detalle: en ese momento, más que un hogar, me pareció una oficina fría, sin alma. Hoy, en cambio, está llena de vida; con fotos, recuerdos y pequeños objetos que han ido ocupando cada rincón, como si el tiempo y la experiencia la hubieran redecorado desde dentro.

El inicio no fue fácil. Nunca había vivido fuera de casa, y encontraba difícil no poder compartir cada vivencia con la gente que más quiero: mi familia, mi pareja y mis amigos de toda la vida. Todo era nuevo, todo estaba por construir. Las rutinas, los lugares, las conversaciones, incluso los silencios. Tenía que empezar de cero. Pero hubo algo o, mejor dicho, alguien, que marcó la diferencia: vivir esta experiencia con mi amiga Lucía. No voy a decir que aquí he hecho veinticinco amigos, ni que cada semana he conocido a alguien nuevo que ha cambiado mi vida. Pero sí puedo decir que he tenido la suerte de compartir el día a día con alguien con quien he reído, me he encontrado y he aprendido a mirar Irlanda con otros ojos. A través de ella he descubierto el país y, sin darme cuenta, también me he descubierto un poco más a mí mismo.

He recorrido Dublín de norte a sur y de este a oeste andando. He entrado en más de medio centenar de pubs (sí, los he contado), he escuchado más de veinte conciertos en directo, algunos planeados, otros encontrados por sorpresa en alguna esquina, he caminado por infinidad de campos verdes, de esos que parecen sacados de una postal, y he aprendido a convivir con la lluvia como si fuera un vecino más. Pero si algo ha hecho especial todo esto, ha sido hacerlo acompañado. Un país se descubre también a través de la gente con la que lo compartes. Y yo he sido afortunado porque las visitas de mis seres queridos desde España, que traen consigo un pedacito de casa a mi nueva vida, están siendo más que recurrentes. Además, cuento con un grupo internacional de personas abiertas, curiosas y dispuestas a compartir historias.

También he vivido una serie de milagros cotidianos. Por ejemplo, he aprendido a cocinar. Sí, yo, que después de vivir tres años con mi abuela, me consideraba completamente incapaz de freír un huevo sin supervisión. Pero oye, la necesidad aprieta: ahora hago pasta con “cosas” que es el primer paso a la alta cocina, y me atrevo incluso con tortillas, y comida al horno.

Como he dicho, empecé de cero y resulta que ahora me he convertido en un hombre atareado. Teletrabajo en remoto para una startup española, de esas con reuniones a deshora y Slack echando humo, mientras intento atender a las clases, bueno, al menos a las que me interesan. Y, por si fuera poco, también estamos a tope sacando adelante el proyecto “Con V de Voluntario”, que nos está dando muchas alegrías… y algún dolor de cabeza.

So lad… what’s the craic? Si me lo preguntaras hoy, creo que ya sabría qué responder. Berta, creo que debes estar orgullosa de que reflexione hoy por mí mismo lo siguiente: las preguntas que me hacía sobre qué se espera de mí en este Erasmus no se responden, se caminan. Y eso es justo lo que estoy haciendo: caminarlas.

No he vivido un Erasmus instagrameable, de esos llenos de fiestas y stories con filtros perfectos. He vivido algo más real, más mío.  He aprendido de los demás, en conversaciones sencillas y momentos inolvidables:  he estado una mañana entera con Sofi mirando al mar y diciendo solo aquello que mejorase ese silencio; he descubierto cada rincón de la ciudad de la mano con Carol como dos enamorados; he compartido una habitación de 4m² durante tres días con mis hermanas Claudia y Aitana haciendo que fuera el mejor hotel del mundo; con Gali  hemos estado encerrados por tormenta haciendo real lo de “al mal tiempo buena cara”; he recorrido el oeste de la isla con mis amigos internacionales llenándome los ojos de paisajes espectaculares. Y ahora estoy esperando con ganas esas visitas que aún están por llegar, y que, seguro, darán mucho de sí.

Al final, Dublín, me está enseñando que no se trata de encontrar todas las respuestas, sino de vivir las preguntas y esto es algo que espero seguir haciendo; pues niego haberos contado todo acerca de mi experiencia. Es algo que sigue sucediendo.