Fue ayer, pero nos habla de hoy.
¿Qué haces cuando no se puede hacer nada? ¿Quién eres cuando lo absurdo de la vida te estalla en la cara? ¿Por qué buscamos el sentido cuando parece que no lo haya? ¿En qué creer si todo lo que creías salta por los aires?
Eso se plantean los habitantes de Orán cuando la peste se cuela en sus vidas. En Orán se vive una vida pacífica, sin sobresaltos. Ni muy aburrida, ni muy intensa. Ni muy mala, ni muy buena. Simplemente, una vida. Una vida donde no hay mucho lugar para plantearse nada en concreto porque todo simplemente fluye y nadie lo quiere parar (¿no te suena de algo?).
Entonces empieza (cuidado, spoiler) la peste en la ciudad. A través del ojo del Dr. Rieux, vemos cómo se derrumban todos los cimientos de lo que hoy consideraríamos una civilización desarrollada. Los habitantes de Orán se ven envueltos en una vida aparentemente sin sentido. No pueden trabajar, no pueden divertirse, no pueden ver a los vecinos, no pueden continuar con su vida tal y como era. Se ven sobrepasados por algo que no pueden controlar y que ni siquiera tienen claro qué es y cómo funciona.
Albert Camus (1913-1960), al presentarnos una metáfora del sinsentido de la vida, nos muestra los diferentes caminos que pueden adoptar las personas frente a él. Tenemos entonces a aquellos que buscan huir por cualquier medio de la ciudad, a aquellos que lo viven desde la fe y a aquellos que lo viven desde el oportunismo de una vida nueva. Camus nos muestra la experiencia humana desde lo más esencial, es decir, a través de la búsqueda del sentido, con una maestría digna de un Nobel de Literatura.
En cuanto al Dr. Rieux, él tiene una de las tareas más extremas en esta epidemia: curar. Camus nos lo presenta como narrador principal y es quien más radicalmente se enfrenta al sinsentido. El Dr. Rieux debe mirar cara a cara a la peste, luchar todos los días contra ella, y ya no solo por él, sino por los demás. Él tiene que ver cómo se muere la gente sin poder hacer nada. Tiene que ser machacado día tras día por la tragedia y la tristeza. En su cabeza, está la incertidumbre de si está haciendo todo lo posible; en su corazón, la desesperanza de la muerte; en sus manos, la vida de las personas. Todo ello interrelacionándose y formando parte de la complejidad de la persona. Aún así, sigue adelante buscando lo bueno, aferrándose a dar todo lo que puede sin entender el sentido de toda esa situación.
En La peste se habla de la humanidad. Se habla de ti y de mí. Y se habla de todos nosotros en el día de hoy. Me lo leí durante esos meses que nadie quiere recordar y fue como un regalo. Fue un recordatorio de que vivir merece la pena y de que buscar el amor en la vida es intrínseco al ser humano. Para mí, imprescindible (el amor y el libro).
Marta Morcillo Martínez