
RATIO LEGIS – El juicio que hizo temblar a América
Por:
Guillermo Pierres, 2º ELU:
Se trata quizás de uno de los casos más virales de la historia.
El 17 de junio de 1994, noventa y cinco millones de personas sincronizaban sus televisores para ver, en tiempo real, la persecución a baja velocidad de una de los máximos exponentes del fútbol americano: Orenthal James Simpson.
Poco tiempo antes, un perro suelto trotaba indiferente por la acera de un barrio residencial, dejando una senda de huellas ensangrentadas sobre el asfalto. Un paseante nocturno repara en él y se acerca para ver si está herido. Pero el perro, con una sana vitalidad, se gira y comienza a deshacer el camino andado, seguido dócilmente por el curioso testigo. Llegan al jardín de una casa donde, detrás de una pequeña valla blanca, yacen dos cadáveres bañados en un charco rojo y espeso. Al lado, un guante de cuero negro ensangrentado y otra senda de gotas rojas por el lado izquierdo del camino.
Estaba claro: no era la obra de un profesional.
Llegan entonces los girofaros azules, las ambulancias y los forenses. Las víctimas son Nicole Brown y su “amigo” Ronald Goldman. La primera fue fácil de identificar por las fuerzas del orden. Era la ex-mujer del deportista de élite de fútbol americano, conocida por todos los medios sensacionalistas como la mujer maltratada y sumisa de un matrimonio interracial que una vez hizo soñar a las masas.
La policía sigue esta pista e intenta contactar con el deportista por teléfono, pero es su secretaria quién responde:
—OJ no está en Los Ángeles. Cogió un vuelo a Chicago, pueden consultar el registro de aviación.
Y el vuelo, en efecto, constaba en los registros. Pero la presencia de OJ al momento y lugar de los hechos no debía ser descartada.
En efecto, cuando la LAPD llegó a la residencia del futbolista, encontraron en su porche algunas gotas de sangre en el lazo izquierdo del caminito de entrada, unos rastros sospechosos en el interior de su coche y -la guinda del pastel- el guante de cuero parejo al hallado en la escena del crimen.
Comienza entonces una búsqueda del icono del fútbol. Tras varias horas sin recibir noticia alguna, la centralita de la LAPD recibe una llamada:
—Soy Al Cowlings, estoy en un Bronco de color blanco. OJ está en el asiento de atrás, tiene una pistola apuntada a su cabeza.
—Disculpe, ¿quién dice que es?
—¡Sabe perfectamente quién soy, por el amor de Dios!
Inmediatamente, 22 helicópteros y un número aún mayor de coches policiales se lanzan a la persecución. El Bronco blanco, sin embargo, no acelera. Las imágenes tomadas por los periodistas a bordo de los helicópteros quedarán por siempre grabadas en la retina del mundo entero: la autovía desierta, un coche blanco avanzando solemne, una formación de coches policiales que le sigue la senda y miles de curiosos abarrotados en los arcenes.
OJ Simpson llega a su destino, a su hogar. Una vez allí, negocia con los agentes. Le permiten reposar unos minutos en el interior de su casa y tomarse un zumo. Pero en el momento en el que puso el pie en el porche, es arrestado y llevado a juicio. Nadie se ocupó de fregar el vaso de zumo.
Los Estados Unidos tienen un sistema judicial acusatorio. En oposición a nuestro sistema inquisitivo, en vez de ser juzgado por un juez, las partes se oponen en igualdad de condiciones ante un jurado imparcial. No resalto esta palabra en vano, ni porque quede bonito, sino porque es el principio que ha de guiar todo proceso penal al otro lado del charco. En virtud de la imparcialidad, los abogados de ambas partes y el juez se aseguran de que los doce elegidos sean, lo dicho, imparciales. Ahora bien, cuando se trata del afroamericano más conocido de su época, la imparcialidad, como podréis comprender, es algo difícil de conseguir. A tal efecto, 250 jurados fueron sometidos a exámenes exasperantes para asegurar su neutralidad.
Los doce seleccionados (diez de los cuales eran afroamericanos) fueron “secuestrados” en un hotel durante todos los meses que duró el juicio. No tenían acceso a la televisión, ni a la radio, ni al mundo exterior — con tal de que las opiniones sensacionalistas no contaminasen su criterio.
Llegada la hora de la verdad, los jurados comenzaron sus deliberaciones. Las masas barajaban todas las opciones: cadena perpetua, 20 años de cárcel, trabajos forzosos… la silla. Finalmente, la decisión que en circunstancias normales suele tomar el jurado en varias semanas de diálogo y debate, fue tomada en tan solo cuatro horas.
La evidencia era aplastante, pero el equipo legal de OJ supo dónde poner el enfoque. Durante el proceso sacaron a la luz numerosos casos de violencia racial policial y otros casos de manipulación de pruebas de forma deliberada. En otras palabras, jugaron el as de la raza. Buena decisión, conociendo la composición del jurado. La tensión del juicio explotó en el que pasó a ser uno de los momentos más notables de la litigación americana. La fiscalía ordenó que OJ se probara el guante de cuero encontrado en la escena del crimen. Justo antes, uno de los abogados del deportista pronunció la célebre frase:
— If it doesn’t fit, you must acquit.
“Si no encaja, no se le imputa”.
Y el guante no encajó.
Debido a esta genial intervención del abogado, al componente mayoritario racial del jurado, a que los juicios se llevaron a cabo en el barrio afroamericano de Los Ángeles, y a muchas otras razones que hoy en día remueven la curiosidad de unos y la rabia de otros, el jurado tomó su decisión.
OJ Simpson era inocente.
