¡Bonjour!
Soy José Antonio Pérez de Paz. Estudio Derecho y Estudios Internacionales en la Universidad Carlos III de Madrid, pero este año lo he cursado en París, en la Université Panthéon-Assas Paris II en el marco del programa Erasmus.
Primeramente, os respondo a las dudas que me hace cada persona que me pregunta sobre la universidad en la que estudio. ¿Es La Sorbona? ¿Por qué hay un número después del nombre? La respuesta no es sencilla, como no lo es nada en esta ciudad. Debemos remontarnos a los años 60, una década complicada para Francia marcada por la Guerra de Independencia de Argelia. En las famosas revueltas estudiantiles de mayo de 1968 contra el gobierno de Charles de Gaulle, la Universidad de París, heredera de La Sorbona fundada en el Siglo XII, colapsó, dando lugar a trece universidades distintas e independientes. De ahí el número. ¿Podemos decir entonces que es La Sorbona? Eso os lo dejo a vosotros.
Ahora, a lo importante: París. Al ver que se me ofrecía la posibilidad de cursar un año universitario en la Ciudad de la Luz no dudé ni un segundo en tomar la decisión. Todos tenemos una idea, aunque sea meramente vaga, de lo que es y representa la capital de Francia: la Torre Eiffel, la Catedral de Notre-Dame, el Arco del Triunfo, el Sena, Montmartre, la Revolución, los grandes valores de Occidente, el glamour, la “grandeur française”, Napoleón… Una ciudad a la altura de las grandes metrópolis del planeta como Nueva York o Londres. Una ciudad que podría bien ser un cliché viviente, hasta el punto de hacerla menos atractiva para aquel que jamás la ha visitado. No serías el primero si piensas que no te apetece descubrir París porque sientes que es una ciudad masificada por el turismo y que, como consecuencia, ha perdido su encanto. No obstante, los clichés, al fin y al cabo, tienen una razón por la que existen, y el hecho de que todo habitante de este mundo conozca esta ciudad tiene sus motivos. Dejadme que os los cuente a través de mi experiencia.
Para comenzar, si vuelas a París por la noche y conforme desciendes para aterrizar ves la ciudad iluminada y la Torre Eiffel destellando, uno ya pierde la cabeza. Pero es cuando sales de la boca de metro por cualquier calle y ves esas paredes de color beige y esos tejados azules con sus buhardillas que uno cae enamorado. Y desde entonces, tu estancia va en volandas. Es en esos breves momentos en los que eres verdaderamente consciente de dónde estás en los que te das cuenta del porqué de la fama y el encanto de esta ciudad. Yo he tenido la suerte de poder disfrutar de ella sin la prisa y los agobios de aquel que viaja por turismo e, indudablemente, se trata de una experiencia que jamás de los jamases podrá abandonar mi memoria.
No es para nada fácil describir París. Es imposible no sentirse abrumado por una tarea de tal magnitud. París son las terrazas repletas de los cafés que dan vida a la ciudad. Son los parisinos tan elegantes pasando las tardes de primavera, verano y otoño a lo largo del río Sena, en los Jardines de Luxemburgo, en los Campos de Marte o en el Jardín de las Tullerías. Son sus museos rebosantes de obras artísticas extraordinarias que van desde el Renacimiento italiano hasta el Impresionismo francés. Es la vida bohemia de Montmartre. Son sus universidades y “grandes écoles”, donde perduran las ideas de Voltaire, Rousseau o Comte. Es su historia como la ciudad de la Revolución, la capital del Imperio, el hogar de la Comuna y súbdita de la ocupación alemana. Son tantas las cosas que me dejo que siento que he de pedirle perdón a aquel que esté leyendo estas palabras.
Vivir en esta ciudad te otorga una amplia variedad de oportunidades. En términos sociales, su carácter internacional, el ambiente que se respira por las calles, sus fiestas… facilitan enormemente conocer a nueva gente. Respecto a la comida… ¿qué decir? Las baguettes, los crêpes, los pains-auchocolat, los croissants, las raclettes… Si no fuera porque todo es extremadamente caro, volvería a España rodando. En cuanto a viajar, en tanto que Francia es un Estado centralizado, París está estupendamente conectada con prácticamente la totalidad del país. Esto me ha permitido visitar Burdeos y las playas de Biarritz, la preciosa Normandía, poblada por municipios de ensueño como Saint-Malo, Étretat, Honfleur y Deauville; Estrasburgo, caracterizada por su arquitectura única fruto de situarse en la históricamente problemática frontera entre Francia y Alemania; y muy pronto la Costa Azul bañada por el Mediterráneo.
En atención a la universidad, sinceramente no me costó nada adaptarme. El sistema que se utiliza al menos en mi universidad no difiere de aquel que se aplica en mi alma mater española. El hecho de estudiar Derecho en francés no ha sido tampoco realmente complicado. He de decir que el nivel de exigencia ha sido bastante alto, no haciendo distinciones entre los estudiantes Erasmus y los locales, salvo en lo que a posibles errores lingüísticos se refiere. Mis compañeros españoles y yo hemos conseguido rendir bastante bien ante un reto nuevo, por lo que estamos muy orgullosos. Venir a París a cursar el Erasmus no es sólo estar de diversión. También es trabajar duro.
Obviamente, París es lejos de ser perfecta, y hemos de ser críticos con los problemas que sufre. Por un lado, podemos decir que la película “Ratatouille” refleja fielmente la realidad. No hablo de ratas que cocinen, aunque en esta ciudad habitan tantos amigos roedores que no me extrañaría que alguno de ellos hubiera desarrollado esa habilidad. Por mi experiencia, sí he tenido el privilegio de ver animalitos intelectuales con ganas de expandir su conocimiento recorriendo los anfiteatros de mi universidad. Lo peor es que está normalizado. Por otro lado, si bien nos encontramos en la ciudad del amor y del lujo, su crecimiento desmesurado ha provocado una caída de la seguridad en cuanto dejamos el centro. Un ejemplo claro fueron las escenas que se vivieron en los alrededores del Stade de France el pasado 28 de mayo en el contexto de la Final de la Champions League. Yo mismo fui testigo de altercados sufridos por aficionados españoles e ingleses que acudieron a ver el partido en vivo.
A pesar del sabor agridulce que puede dejar este párrafo anterior, he de decir que París es una ciudad de ensueño donde cursar tu Erasmus. Estoy totalmente enamorado de ella. Su esencia elegante y bohemia, internacional y francesa, clásica y moderna crea un vínculo inquebrantable con aquel que tiene la suerte de habitarla. Tampoco puedo olvidarme de deciros que iros de Erasmus es la mejor decisión que podéis tomar durante vuestra vida universitaria. Las amistades que se crean, las experiencias que se viven y los conocimientos que se adquieren me llevan a desear poder vivir este año de nuevo. ¡Aprovechad mientras podáis!
Merci París, por todo lo que me has dado. Entre las melodías de Erik Satie te digo: “la vie, c’est Paris! Paris, c’est la vie!”.