Elus por el Mundo – Elena Sánchez
Por: ELU Admin
Elena Sánchez, 4º ELU
Me costaba pensar que terminara haciendo mío un lugar nuevo en un tiempo relativamente corto. O mejor dicho, saber que en algunos de sus rincones, quedara algo de mí, de mi forma de ser y ver el mundo. Nunca pensé que mi tan soñada París fuera tan amplia, elegante, especial. Cuánta belleza envuelta en ternura y cotidianidad, en sus cielos anaranjados en lienzo grisáceo, en su tránsito por el Sena, en sus impresionantes calles llenas de promesas ajenas. Cuánta profundidad descifrada a través de su historia, escondida en su cultura y cuántos secretos albergan cada una de sus esquinas: desde las más turísticas a aquellas que tan solo conocen a los que más les gusta perderse. Es en esa mirada atenta e inquieta de donde brota la sensibilidad y el agradecimiento ante lo que sucede, lo que se me pide y dónde me llaman.
El “sí” a París fue meditado, confiado y convencido.
La incertidumbre envolvía la plena ilusión. Por qué mi corazón intuía que debía marcharme a París si estaba feliz en Madrid, pensando en cómo continuaría mi cuarto año de medicina en la Universidad Complutense. Qué me movía a querer hacer maletas para entregarme en todos los sentidos a esta nueva llamada, a esta ventana llena de luz que se presentaba como un regalo inmerecido. El entusiasmo abrazó al vértigo y saltando con él, empezó un año tan bonito en mi vida…
La ciudad del amor, París. Y sí, es la ciudad que te invita continuamente a amar quién eres, de dónde vienes y hacia dónde anhelas construir tu proyecto. En esa vuelta a la raíz y haciendo memoria, uno no puede dejar de agradecer a quiénes te esperan en casa con el mayor de los abrazos. Y saber que, a tan solo una llamada o un mensaje, tienes la palabra de alivio de siempre, es otro privilegio. Y al mismo tiempo, te recuerda la importancia de cuidar a quiénes más quieres, diariamente y sin excusas para que ese vínculo siga creciendo, en una circunstancia algo particular.
Echo la vista unos meses atrás y me impresiona el enorme esfuerzo que he hecho por estar a la altura de un ritmo académico muy exigente. Y, también, valoro el entramado de lazos que he construido, en todos los ámbitos. Y aunque muchos de ellos vuelven conmigo a Madrid, una gran parte de ellos se queda en París, especialmente con mis pacientes y la suma de sus historias, cicatrices y vidas que han sido un destello que me ha ayudado a entender parte de la mía.
Gracias a su generosidad, conversación y paciencia durante mi aprendizaje, he vuelto a reafirmar, redescubrir y entender qué es ser médico con mayor profundidad, con plena entrega y compromiso. La propia vocación se desarrolla viviéndola y aunque no tiene que estar necesariamente vinculada a un lugar en concreto, es innegable que en París he encontrado un mirador con vistas más amplias: de expansión, de explorar y servir a través de la escucha.
Ahí reside la mayor belleza de nuestra profesión: en quién nos mira con su vulnerabilidad al descubierto, en quién nos busca a través de una mirada y en quién necesita la palabra justa en un momento puntual o tan solo esperar en silencio.
Las visitas cada mañana al pie de una cama, encontrarme con muchas personas en los momentos más bellos o amargos de sus vidas, traer vida al mundo y agarrarla con mis propias manos, disfrutar de un descanso al sol leyendo en los Jardines de Luxemburgo o ver Montmartre iluminado por la ventana en una noche de guardia, han sido algunas pinceladas de estos meses. Hace una semana, hablando con una paciente que se había dedicado toda su vida a la pediatría, me recordaba que en lo que más nos debemos esforzar es en cultivar nuestras relaciones humanas, como elemento vertebrador de nuestra persona. Y aunque el idioma puede llegar a dificultar algunas de estas conversaciones, hay un lenguaje que es universal y que trasciende cualquier barrera; al contrario, crea puentes: la sonrisa y la empatía.
Rescatando las palabras de una gran amiga, no solo hay lugares e instantes cosidos al corazón; sino más aún, personas. A todos los rostros que empezaron siendo coincidencia y pura casualidad y que han terminado siendo fuente de verdad, diversión, felicidad y amistad, no puedo dejar de darles las gracias. A través de ellos, he podido conocerme más aún en profundidad y compartir nuestras vivencias, distintas pero no lejanas.
Como todo lo que nos conmueve, salir de casa nos empuja a hacernos preguntas casi de forma cotidiana, a querer comprender el porqué de nuestras decisiones, a tener la posibilidad de elegir continuamente cómo y con quién vincularnos o de qué forma encontrar descanso en el corazón por medio del silencio. Es precisamente por esa toma de decisiones continua, la que nos permite elegir cómo construir nuestro propio Erasmus, cómo hacer de París, tú propio París.
El agradecimiento es infinito porque París ha sido un sueño y me resisto un poco a pensar en que, en poco tiempo, tocará volver a hacer maletas de nuevo. Me las llevo con sobrepeso de nombres, recuerdos, muchísimas risas, mucho esfuerzo, visitas express desde Madrid, atardeceres, paseos, silencio y reflexiones. Y lo más importante de todo, de mucha vida.
Ojalá mi París sea siempre un lugar donde recordar todo lo que crecí, aprendí y todo lo feliz que fui. Y volveré a Madrid no de igual forma que cuando vine pero sí con todo el corazón y con la tranquilidad de saber que la vida tiene que continuar y sucederse allí donde uno sienta que el mundo le reclama.
¡¡Un abrazo con mucho cariño y sabéis dónde estoy, para lo que necesitéis!!!