¡Hola a todos! Soy Alberto Pradas, alumno de 4º curso de la ELU y de 5º en Derecho y Relaciones Internacionales en la UFV. Durante estos meses estoy viviendo una experiencia increíble en mi último año académico, tanto de universidad como de la ELU, disfrutando un Erasmus en Roma, Italia.
Mucho se ha escrito sobre la Ciudad Eterna, y no voy a ser el primero que lo haga en esta newsletter, pero como un gran historiador alemán del siglo XIX dijo, “en Roma se encuentra lo que uno lleva consigo”. Y eso hace que cada una de las personas que pasen por ella se sientan interpeladas de una manera única y especial. ¿Qué significa Roma para mí? Roma es hermosa y descuidada, ilustrada y disoluta, de los césares y de los papas, milenaria y cosmopolita. Como decía antes, cada uno de nosotros llevamos una Roma singular en nuestro corazón.
Pero vivir una experiencia plenamente internacional no siempre puede ser fácil en esta ciudad. A cada pocos pasos que des en la calle escucharás a alguien hablando español, y si algo tenemos en común italianos y españoles es que, allá a donde vamos, tendemos a ser conformistas y cerrarnos en nuestro grupo hispanohablante. Esto se hace particularmente evidente en lo que al ocio nocturno se refiere: se sale a las fiestas de los españoles donde suena reggaeton o a las internacionales con música comercial. Cuál de las dos es mejor ni se discute.
Un día bromeaba con un amigo diciendo que una “iglesia de barrio” de las docenas que tiene Roma sería considerada catedral en cualquier otra ciudad. En estos meses he aprendido a disfrutar las tardes de visitar Caravaggios, los atardeceres en el Giardino degli Aranci, deambular por los Museos Capitolinos, fantasear con la historia que se vivió en los foros imperiales, a perderme entre las calles estrechas y desembocar en un monumento impresionante.
Viajar dentro de Italia en tren o autobús tiene un coste muy económico, lo que sumado al precio reducido en museos públicos que disfrutan los menores de 25 años, anima a que los estudiantes de Erasmus puedan moverse y conocer la inmensa riqueza cultural del país. Por ello, es común que los estudiantes que se encuentran en Italia prioricen desplazarse dentro de ésta en lugar de viajar a otros países europeos, porque Italia es mucho más que Roma o Milán: es también el sueño renacentista de Florencia, el patrimonio cultural árabo-bizantino de Palermo, las ruinas silenciosas de Pompeya, el viaje al medievo en Siena, los pueblos blancos de pescadores en la región de Apulia.
El Erasmus me ha permitido revivir lo que en los siglos XVIII y XIX se conocía como el Grand Tour. El “viaje continental” atraía a jóvenes aristócratas e intelectuales europeos a recorrer Europa y llegar hasta Italia, movidos por conocer la cultura grecorromana y las obras de arte renacentistas y barrocas. Para los “grandtouristas” que emprendieron este viaje se consideraba una especie de iniciación fundamental para acceder a la vida adulta y descubrir los orígenes de la civilización europea. ¿No os recuerda un poco a Becas Europa?
Ahora que escribo habiendo superado el ecuador del Erasmus me siento profundamente agradecido porque Roma sea mi hogar durante estos meses. Roma ha reanimado en mí el sentido del asombro, y lo ha hecho de la mano de unos amigos junto a los que he podido descubrir y compartir la alegría de esta aventura. Más allá de haber despertado la sensibilidad para sorprenderse y preguntarse, este viaje compartido me ha permitido descubrir lo valioso y bello que late en cada uno de nosotros, pero que muchas veces no somos pacientes ni estamos interesados en descubrirlo. Me gusta llamar a estas experiencias “recordatorios”, porque creo que existen en todas las personas, pero que hasta que alguien o algo no los desadormece, permanecen pasivos e indiferentes en nuestro interior. Y conviene que nos recuerden las cosas a diario.
Hay una sensación extraña que me acompaña desde el primer día que llegué a la ciudad. Me siento turista a la vez que nativo de Roma. Camino embelesado entre sus maravillas, como si fuera la primera vez que las contemplo, a la par que con orgullo las aprecio como propias, como si me sintiera en casa. Quizá de esta sensación nazca el adagio que reza que todos los caminos llevan a Roma.