Una gota de agua más – Cris Pastor

17 DIC

¡Hola a todos! Soy Cris Pastor, ELU de 3º. Valenciana, estudiante de Derecho y RR.II, y, desde hace cosa de dos años, “amiga de la calle”. 

A mediados de febrero del año 2020 escribía junto a Ignacio y Marta nuestra experiencia en una acción social. Brutal. Sin embargo, lo que no imaginaba es que hoy, después de lo ocurrido, estaría escribiendo sobre esta misma realidad. ¡Y es que, anda que no han cambiado cosas! 

Poco después de redactar aquella entrada cargada de ilusión, llegó el dichoso virus, “el innombrable”, el que lo cambiaría todo. O, casi todo. 

Amigos de la calle, donde participo, es una asociación sin ánimo de lucro, nacida con la intención de conseguir, preparar, y distribuir alimentos y comidas preparadas, de manera sistemática y prolongada en el tiempo, a personas habitantes de la calle o con necesidades económicas. Pero su labor no termina ahí, hay otro elemento distintivo de su función: el acompañamiento. El fin no es facilitar el acceso a la necesidad mínima, que es la comida, o al menos, no es sólo eso. Sino que se pretende compartir, tiempo y vivencias, apoyando a las personas, desestigmatizando el sinhogarismo, y fomentando las relaciones que dignifican a los seres humanos. 

Bajo esta breve descripción es fácilmente perceptible cómo una pandemia como la vivida, un confinamiento y una necesidad latente de distancia social, no son aliados facilitadores de esta función. No obstante, con pandemia o sin ella, la realidad es la misma: existen personas sin medios económicos suficientes para hacer frente a lo más básico, y, de hecho, cada vez más. ¡Algo tendremos que hacer al respecto! “Renovarse o morir”, dicen, ¿no? Pues eso, a renovarse se ha dicho.

¿Antes acudíamos a un local donde se llevaba toda la comida donada y se cocinaba? A partir de ahora seremos nosotros los que la recojamos de los establecimientos, y la prepararán los voluntarios en las propias casas. ¿Antes solicitábamos más materia prima? Ahora optaremos por alimentos preparados, o precocinados. ¿Antes se repartía la comida en puntos fijos en la ciudad? Ahora seremos nosotros los que vayamos en busca de las personas (en este último aspecto se aprecia cómo ayuda sobremanera conocer a las personas. El boca a boca es nuestro mejor aliado). 

Y justo así, en este proceso de adaptación al nuevo paradigma, es cómo me he visto cada domingo del mes, desde hace un año, en mi cocina, rodeada de seis señoras, y 150 pollos en la nevera. Y no os puedo transmitir qué planazo es. ¿Quién me lo hubiera dicho a mí?

Esta oportunidad de participar de otra manera en el proyecto no sólo me ha permitido mantener el contacto con otras realidades que, parecen haber quedado relegadas a un plano antagonista dadas las circunstancias sanitarias, sino que he podido establecer relaciones con personas que jamás hubiese pensado. 

Personas sin hogar, en riesgo de exclusión social, o mujeres cercanas a las seis décadas, es curioso descubrir lo mucho que tenemos en común. Creo que este ha sido mi descubrimiento del año: por primera vez en la vida, ser plenamente consciente de que es palpable la inmensidad de cosas que nos unen como seres humanos. Con independencia de las circunstancias personales, la edad, el sexo, la procedencia o la preferencia política, la esencia es la misma. En un momento donde todo parece negativo, donde la frivolidad parece reinar, siempre es reconfortante sentir el abrazo de una relación humana. Ya sea sentados en el suelo del Jardín Botánico compartiendo un bocadillo, o a las 7 de la mañana de un domingo abriendo 200 barras de pan. 

Creo que “pringarse” por los demás (y en este caso, en el sentido más literal de la palabra) siempre es un recordatorio de esta idea. Nos necesitamos los unos a los otros. Necesitamos hablar, tocarnos, compartir, sentirnos cerca. Es intrínseco a nosotros, y ahora más que nunca. No hemos podido hacerlo, y ahora tenemos trabas para ello, así que debemos contribuir activamente para no perder de vista lo que es innato al ser humano: su vertiente social

Salir de uno mismo permite dejar espacio a que entre la satisfacción más plena. Olvidarte de ti y tus problemas, aunque sea por un rato, te aterriza. Saberte parte del mundo te motiva contribuir con él, en favor de todos. En definitiva, para mí, poder seguir realizando esta actividad, aunque sea de manera distinta, es más que un regalo. Poder compartirlo con mi madre; poder ser una gota más; poder contribuir a que, pese a la tendencia al alza de las necesidades económicas de las personas, no tengan que hacer frente también, al aislamiento social, característico de este momento.