Ruth Muñoz – Una gota de agua más

22 JUN

¡Hola a todos! Soy Ruth Muñoz y soy voluntaria.

A veces ocurre, que incluso rechazo la palabra voluntariado por la connotación que se tiene en ciertas partes de él, ya que creo que ser voluntario no debería ser “voluntario”, “opcional”, creo que es un camino que se elige en la vida. Considero, por tanto, que no es algo ocasional, que no es un lugar, un momento donde actuar por el bien, es una filosofía de vida que impregna cada recoveco que nos compone.

Creo que para nadie es una opción reflexionar y actuar por el bien común, de hecho, como bien hemos ido viendo todos estos años en la ELU, es algo inherente al ser humano. Todos, a nuestra medida, actuamos diariamente por ser felices, mínimo personalmente y con aquellas personas que amamos, y a veces, incluso por personas desconocidas, a las que también se ama. Es por ello, por lo que llamar voluntariado a dedicar mi tiempo a personas que amo, me resulta demasiado frío y distante.

Y, ¿quiénes son esas personas que amo? Sencillo, todo el mundo. Ojalá vivir en un mundo en el que pasear por ciertas zonas de Valencia no implicara poder molestar a personas sin hogar, y a su vez, ningún niño muriera de hambre en Etiopía, como bien muestra el cooperante Iñaki Alegría desde sus redes sociales.

Entiendo el voluntariado como una manera de ser en el mundo, algo que no se puede activar participando de un programa específico y se desactiva cuando estás con tus amigos o viendo la televisión. El voluntariado es política directa, hacer la compra de una manera concreta en un sitio determinado es voluntariado, rechazar consumir un producto o alimentos, vestir de una manera concreta, formarse acerca de un tema, también lo es. El voluntariado no implica necesariamente tu acción concreta, puede ser una acción colectiva, o ni siquiera eso, puede ser un grito colectivo, el apoyo a una causa determinada por redes sociales.

El problema que creo que envuelve este tema, es que tanto fuera como dentro se asocia mucho el voluntariado con la caridad, y desde luego que estoy de acuerdo, pero lo entiendo más como una caridad relacionada con la solidaridad. Darme al otro de un modo altruista, aprender de él, pero siendo consciente de que lo que posibilita mejorar tanto su vida como la mía va más allá de mi acción, no somos protagonistas, somos engranajes de una maquinaria que una persona voluntaria sola no puede mover, se necesita vivir de un modo determinado, asociarse y mirar a otros para que a través de la solidaridad común, podamos mejorar realidades.

Respecto a mi situación concreta, después de años acudiendo a una residencia de ancianos con el colegio, al llegar a la Universidad sentí una gran llamada de informarme y actuar. Ese fue el momento en el que me metí en Magis, comunidades de vida cristiana de los Jesuitas en Valencia, donde, además de compartir mi fe, cada uno vivía y compartía sus experiencias. Conocí a gente muy interesante y con mucha experiencia en acciones concretas, prisión, bancos de alimentos, clases de castellano a migrantes, etc. A través de Magis he asistido a formaciones y estamos en contacto con distintas Asociaciones y ONGs locales, religiosas y laicas con las que he podido colaborar.

Hace dos años, fundamos un proyecto de educación no-formal para niños de primaria, el proyecto Punt Jove, en el que poder unir a familias del Colegio San José de Valencia, con familias del barrio Intramurs en riesgo de exclusión social, un encuentro intercultural para ayudar a que los niños crezcan en un entorno diverso y tolerante.

Después de dos años y coincidiendo con mi último año de carrera, decidí buscar un lugar en el que pudiera aportar, ya no solo personal, sino también profesionalmente, y conseguí ponerme en contacto con un proyecto que hoy me sigue sorprendiendo. Se trata de una casa de dos religiosas Auxiliares del Buen Pastor, que comparten piso con 4 o 5 mujeres en riesgo de exclusión social.

La labor que hacen las religiosas junto a las trabajadoras sociales es increíble, todas juntas forman una familia de la que he tenido la suerte de poder formar parte desde septiembre. Voy una vez a la semana a comer con ellas y si necesitan ir a comprar, a pasear o les apetece salir a tomar un helado, las acompaño. Mi función es esa, acompañar, escuchar y hablar con ellas.

Me lo paso genial porque ya tenemos mucha confianza, de hecho, hay días en los que dedicamos toda una tarde a ver telenovelas de Nova una detrás de la otra, o les doy un taller de fotografía con sus móviles y les enseño a editar las imágenes.

Me cuesta pensar en que lo que hago sea una acción concreta y nada más, porque aseguro, que gracias a cada una de ellas he aprendido acerca de realidades que desconocía por completo, y que día a día, defiendo y protejo hasta el final. Mi función como voluntaria no termina en el momento en el que salgo por la puerta de su casa, continúa de otra manera.

Es por ello por lo que me gustaría que el voluntariado no se viera como “algo que hago cuando tengo tiempo” o “eso que me hace sentir bien porque ayudo a los demás”. No hay excusas para no destinar tu vida a ello.