Silvia Tévar, 3º de la ELU.
Título: El camino
Autor: Miguel Delibes (1920-2010)
Año: 1950
Editorial: Austral
Ciudad: Barcelona
Número de páginas: 272
17 de octubre de 1920. Valladolid. Número 12 de la acera de Recoletos. Su obra: un auténtico tesoro de novelas, ensayos, artículos, relatos y libros de caza y viajes; un antes y un después en el rumbo de nuestras letras. ¿Quieres más pistas? Dieciocho premios, entre los que se cuentan el Premio Nadal (1948), el Premio Nacional de la Crítica (1962), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1982), doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid (1983), la Universidad Complutense de Madrid (1987) y la Universidad de El Sarre (1990); y, cuando parecía haber dado por zanjada su producción, el Premio Nacional de Narrativa (1999). Sí, has acertado. Su nombre es Miguel y su apellido Delibes: uno de los más grandes autores de nuestra narrativa.
Sin duda habrás escuchado hablar de Las ratas, esa sucesión de anécdotas en un pueblo desaparecido de Castilla; o quizás hayas leído algún comentario sobre El hereje, la guinda de su trayectoria. Es posible, incluso, que en algún momento te hayas cruzado con el innovador monólogo interior de Cinco horas con Mario. Sin embargo, no queríamos dejar pasar esta oportunidad para acordarnos de El camino, esa obra con la que nuestro autor encuentra su verdadero camino —valga la redundancia— como novelista.
La trama se articula a través de una retrospección: Daniel, también conocido como «el Mochuelo», experimenta su última noche en el pueblo. Por ello, recuerda poco a poco cómo ha sido vivir en ese espacio que le ha visto crecer y madurar, en ese valle que lo es «todo para él». Su padre, el quesero, quiere que su hijo progrese, que vaya a la ciudad para formarse y «ser alguien». Sin embargo, nuestro protagonista prefiere quedarse en ese lugar en el que ha aprendido «la emoción de la consanguinidad», en el que ha descubierto qué significa el amor platónico, la amistad, el cariño verdadero, y que «la voluntad del hombre no lo es todo en la vida».
Así, junto a él, los lectores vamos a recorrer los campos, a saltar las vías de los trenes, a bañarnos en la Poza del Inglés, a pasear por el prado de la Encina. Vamos a robar manzanas, a «pescar cangrejos a mano», a jugar con tirachinas entre «las zarzamoras y los bardales». Acompañados de Roque —para los amigos el Moñigo— y de Germán, el Tiñoso, comprenderemos que los leones «son más grandes que los perros», que las madres llevan «leche en la barriga» y que «la vida es rara, absurda y caprichosa». Descubriremos que las fronteras y los puntos de encuentro entre la vida y la muerte son imprevisibles y que no entienden de razones: «Sentía que algo grande se velaba dentro de él y que en adelante nada sería como había sido».
En efecto, en El camino reaparece ese miedo a la muerte, ese temor a «dejar o ser dejado» que obsesionó a Miguel Delibes durante toda su vida y que ya se refleja en La sombra del ciprés es alargada (1948). El tema vuelve a ser el mismo: una amistad infantil truncada por la muerte. Sin embargo, esta vez nos acercamos a él a través de una mirada inocente, infantil, que refleja la conciencia de todo el pueblo (Vilanova, 1951). De hecho, es aquí donde reside la importancia de El camino. Con él, Miguel Delibes abandona esa «máscara de grandilocuencia» que había caracterizado su anterior producción y apuesta por la sencillez, la naturalidad, el vocabulario llano, el «escribir como hablo» (Delibes, 2011), y, en definitiva, por la búsqueda de la autenticidad.
A esto debemos añadir la maestría con la que capta hasta los más mínimos detalles de la vida cotidiana. Gracias a ellos, los lectores nos vemos envueltos en ese ambiente provinciano y castellano tan característico de sus obras. Se trata, una vez más, de la unión de «un paisaje, un hombre y una pasión» (Sotelo, 1995, p. 5). No en vano, Carmen Laforet apuntaba: «Por esta novela, por su sencilla belleza, yo le estoy agradecida» (Laforet, 1951, p.9, en Delibes, 1950).
Asimismo, sus personajes (las hermanas Guindilla, el que «de perfil no se ve», el Manco y Mariuca-uca, entre otros) no solo reflejan ese mundo rural a través de sus sobrenombres y acciones; sino que forman parte de su biografía. El propio Delibes (1994) señaló: «Pasé la vida disfrazándome de otros, imaginando, ingenuamente, que este juego de máscaras amplificaba mi existencia, facilitaba nuevos horizontes (…) La vida, en realidad, no se ampliaba con los disfraces, antes al contrario, dejaba de vivirse» (p. 65).
Así pues, podemos concluir que El camino es mucho más que una novela costumbrista. Se trata de un canto a la naturaleza, a esa vida rural y sencilla. El camino es, a la manera de Ortega, un auténtico «puente entre el autor y el lector», un intento de que los lectores, junto al protagonista y el propio autor, exploremos y desnudemos el corazón humano; una puerta para bucear en nuestro interior, para indagar sobre el sentido de nuestras vidas. Y es que, con El camino, Delibes nos descubre que las fronteras entre realidad y ficción son más volubles de lo que parecen, que «ser» y «escribir» son una misma acción, y que hay vidas pequeñas que encierran grandes historias. Solo hace falta buscarlas, escribirlas desde la realidad del corazón.
Bibliografía
• Delibes, M. (1950). El camino. Austral: Barcelona.
• Delibes, M. (1994, abril 23). Discurso de recepción del Premio Miguel de Cervantes [Vídeo]. Recuperado de https://www.rtve.es/alacarta/videos/premios-cervantes-enel-archivo-de-rtve/discurso-miguel-delibes-premio-cervantes-1993/2785562/
• RTVE. (Prod.). (2011, enero 28). En memoria de Miguel Delibes [Vídeo]. Recuperado de https://www.rtve.es/alacarta/videos/en-memoria-de/memoria-migueldelibes/748603/
• Laforet, C. (10 de febrero 1951) «La libertad de leer». Destino. Recuperado de https://arca.bnc.cat/arcabib_pro/ca/catalogo_imagenes/grupo.do?path=1337919 (17 octubre 2020).
• Vilanova, A. (1951). “El camino”, de Miguel Delibes. Destino, 705, pp. 14-15.