Una gota de agua más – Voluntariado con niños hospitalizados en La Paz

28 ABR

Laura Cuesta, Maru Huergo y Elena Zabala, 1ºELU

Descubrimos este voluntariado casi por casualidad. Las ganas y las múltiples opciones que ofrecía la ONG nos permitieron dar con “un voluntariado para jugar con niños hospitalizados en La Paz“. Todo lo que habíamos hecho antes poco se parecía a lo que nos íbamos a encontrar aquí. 

Nos advirtieron antes de empezar: “No esperéis nada. Habrá niños que os reciban con una sonrisa llena de ilusión, pero para muchos otros, seréis unas extrañas que vienen por pena a verlos en un momento de vulnerabilidad. Los padres tampoco os lo pondrán fácil. Ver a sus hijos vestidos con ese pijama de rayas, una vía y conectados a lo que ellos llaman el cacharro que no para de pitar hace que salga su lado más sobreprotector”. 

El primer día la coordinadora nos lo dejó muy claro: “No sois sus médicos ni sus enfermeros. Tampoco sois ese familiar que viene a verlos al hospital ni ese padre que sufre por verlos así. Sois chicos que venís a jugar con niños. Porque eso es lo que tienen que hacer los niños: jugar“.  Para nosotras supone unas cuantas horas de nuestro día, pero para ellos son horas de dejar de ser niños en un hospital para pasar a ser simplemente niños que lo único que quieren es jugar.  Muchos de ellos te enseñan las cicatrices de su operación, otros no quieren que sepas por qué están ahí, pero lo que está claro es que todos ellos tienen algo verdaderamente especial. De hecho, cuando llega la hora de irse y los niños te piden que te quedes un ratito más, es imposible que la mascarilla oculte una sonrisa. 

Las tres estamos de acuerdo en que es un voluntariado lleno de encuentros, aprendizajes y momentos preciosos, aunque tampoco hay que idealizar las cosas. Hay días en los que se hace cuesta arriba porque sí, lo que ves en la planta puede ser verdaderamente doloroso. Muchas veces las edades abarcan hasta los 18 o incluso 20 años. Son chicos de nuestra edad que a menudo se muestran más reticentes a jugar o charlar con nosotras. Este suele ser un claro golpe de realidad, pues te ves tan reflejada en ellos que casi es como si pudieses entender lo que sienten. Con todo, aprendes mucho de ello. No debemos perder de vista que esto no puede convertirse en un acto egoísta. No vamos para sentirnos bien con nosotras mismas, distinto es que salgamos de ahí con el corazón lleno.  

Siendo sinceras, también nos han caído muchas broncas: por no haber cumplido al pie de la letra el protocolo de una habitación en aislamiento o el aforo de la sala de juegos, por no haber desinfectado bien las sillas… Pero, de nuevo, merece la pena. 

A pesar de que creemos que la respuesta a nuestra vocación se encuentra a través de carreras sanitarias (como medicina o psicología en nuestro caso), estamos de acuerdo en que los hospitales no deberían ser un “hogar” para nadie. El recordatorio de que la muerte no es tan lejana contrasta con el gran deseo humano de vivir que se percibe en todas las esquinas de La Paz. Por eso, atender, jugar y cuidar a estos niños supone un gran compromiso al que estamos muy agradecidas de poder responder. Una oportunidad que surge de algo más grande que nosotras mismas y que nos recuerda esa responsabilidad de servir al último. Sin duda, una experiencia así te remueve el corazón profundamente, movilizándonos y teniendo la necesidad de compartirlo con todos vosotros.