Por: Patricia Ramos González
Con colaboración de: Elena López González, Tessa Mondría Terol y Gustavo Álvarez Fernández
Antes de comenzar con la crónica me gustaría pedir perdón.
Yo me ofrecí a redactar estas líneas mucho tiempo antes de que la ruta comenzara, de modo que todavía no alcanzaba a imaginar lo complicado que sería transmitir todas las experiencias y emociones vividas del 30 de junio al 7 de julio a quienes no las presenciarían. De ahí mis disculpas a los lectores -por si la emoción le gana demasiado terreno a la objetividad- y a mis compañeras y compañeros de travesía -por si no logro hacer plena justicia a todo lo que experimentamos juntos-.
Galicia es una tierra preciosa y merecedora de ser admirada por cualquier turista, pero, en nuestro caso, ni los frondosos helechos que nos escoltaron en nuestro caminar ni los retirados pueblos que acogieron a nuestros pies cansados ni siquiera el ver la Catedral fueron el objetivo de nuestra visita (la verdad es que si sólo hubiera sido eso, me habría gustado ahorrarme el dolor de piernas).
Cada cual llevaba unos motivos consigo -intenciones de buena voluntad, ganas de domar su espíritu, rememorar el viaje de Becas que los unió o integrarse plenamente en la ELU- que Chema Alejos, formador (y casi guía espiritual) del viaje, nos invitó a compartir los días iniciales y que Esther, mentora de la ELU- nos animó a materializar en cintas de colores que anudaríamos en nuestras mochilas.
Sin embargo, yo creo que estas primeras expectativas sobre el viaje cambiaron ya desde la primera tarde, cuando el sol y el mar de Finisterre nos anunciaron sin nosotros ser conscientes que, allí donde terminaba el mundo, comenzaba nuestra transformación.
Día 1: Finisterre – Muxía
Para agrado de unos y disgusto de otros, nuestras caminatas se iniciaban con una hora de silencio en la que algunos trataban de buscarle un sentido a toda su existencia y otros, en el extremo opuesto, intentaban a toda costa sacarse la última canción de Bad Bunny de la cabeza.
Pensándolo con perspectiva, esa hora de callar para escuchar nos ayudó bastante con ese cambio espiritual que todo el mundo dice experimentar en el Camino de Santiago; sin embargo, también tuvo otra utilidad aparte de la introspección y es que, de no haber estado, los temas de conversación se habrían acabado bastante antes de completar los 30 km de algunas etapas.
El tramo de Finisterre a Muxía fue una de ellas.
Cuando pusimos pie en nuestro primer destino -bendito el momento de la llegada-, creímos haber completado el tramo más largo, pero esa noche nos enteramos de que al día siguiente tendríamos que recorrer otros tantos kilómetros. Esta vez, con un peso adicional en la mochila: el del agotamiento, que sería nuestro más fiel compañero hasta el regreso a Madrid. Menos mal que la abundancia de la cena nos calmó los ánimos.
Entre risas, botellas de vino de la tierra y varios “pásame el agua” pusimos punto y final a un intenso primer día.
Día 2: Muxía – Dumbría
El vendaval que nos recibió a la mañana siguiente hizo que nos pesaran algo más las piernas al ponernos en marcha, pero ni el frío ni las agujetas ni los pasos en falso (estuvimos a punto de perdernos varias veces) evitaron que llegásemos a Dumbría.
Al quitarnos los zapatos fueron apareciendo las primeras ampollas y unos tímidos dolores de espalda, rodillas y tobillos. Fue aquí cuando las muestras de compañerismo se hicieron más palpables. Limpiar heridas en pies ajenos no es agradable, pero no faltaron manos para ofrecer unos primitivos primeros auxilios a quienes lo necesitaran.
Este día comprendimos que, aunque cada cual lleva un ritmo distinto al caminar, el trayecto se hace mucho más ameno cuando vas en grupo.
Como el cansancio físico parecía no ser suficiente, Chema decidió terminar de agotarnos mentalmente hablándonos de realidades cerradas y abiertas y de la importancia de tratar a las personas como estas últimas con el fin de que puedan desplegarse en todo su esplendor.
Con estas y otras reflexiones nos fuimos a dormir, sin saber que el siguiente día sería bastante más duro.
Día 3: Dumbría – Vilaserio
En medio de una calle de este pequeñísimo pueblo realizamos las primeras curas de nuestro tercer día de marcha. Hubo a quien prácticamente no le cabía el zapato de la cantidad de gasas que llevaba en los talones. Tomando como ejemplo la jornada anterior, decidimos caminar en grupo.
Pese al apoyo que nos dimos mutuamente, el cansancio nos pesaba más de lo que nos habría gustado. Tanto, que varias personas sentían que no podían caminar más. Entre tobillos que se iban inflamando y rodillas que empezaban a fallar, nuestra energía estaba bajo mínimos.
Pocas veces levantábamos la vista del suelo, en parte para evitar pisar mal y en parte porque preferíamos no ver las pendientes que teníamos que subir para, justo después, descubrir una nueva cuesta a escasos metros.
En estos duros momentos, el ruido interior que nos susurraba “no puedes, no puedes” se vio acallado por los primeros acordes de una canción pachanguera que comenzaba a sonar en uno de los altavoces del grupo.
Al ritmo de melodías más o menos actuales, fuimos avanzando por un sendero que ya no parecía tan arduo. Sacamos fuerzas de sitios insospechados, no sólo para seguir caminando, sino también para cantar, bailar e, incluso, saltar tan alto como sonaba la música.
Esa tarde recargamos nuestras pilas gracias a las risas que compartimos en una terraza y al sonido de una guitarra que varios se atrevieron a rasguear.
Día 4: Vilaserío – Negreira
Amanecimos con la maravillosa sensación de que la etapa que nos esperaba sería la más corta de todo el Camino: apenas 20 km.
Aun así, tres personas no estaban en condiciones de caminar y tuvieron que coger un taxi hasta el Centro de Salud de Negreira.
Fue muy agradecido llegar allí, porque nuestros compañeros nos estaban esperando con una sonrisa. Tuvimos que esperar hasta que el albergue abriera, pero ese tiempo juntos nos permitió preguntar por el estado físico y mental de los otros y compartir nuestras sensaciones con quienes no habían podido ir a pie.
Negreria era todo lo contrario a Vilaserio. Si este último era un pueblecito en el que el silencio de las montañas te invadía por dentro, el destino de este día parecía una ciudad en miniatura. Acostumbrados a encontrarnos con apenas un restaurante en cada destino, aquí tuvimos serios problemas para escoger el lugar donde comer.
Cuando sí nos pusimos todos de acuerdo sin problema fue al proponer ir a la piscina. Las horas tumbados al sol y el baño del que disfrutamos les sentaron a nuestros músculos como una sesión de spa.
Día 5: Negreira – Santiago
Con energías renovadas, afrontamos nuestro último día de caminata sin creernos que estuviéramos a punto de llegar.
Nuevamente, algunos compañeros tuvieron que ir en taxi e, incluso, en ambulancia.
Recordaréis que el primer día hablamos de los motivos que cada uno tenía para hacer el Camino y que estas intenciones las materializábamos cada mañana atando una cinta de color a nuestra mochila.
Para aquellas personas que desde un principio querían peregrinar a Santiago como ofrecimiento para que estas intenciones se cumplieran, fue muy desesperanzador ver cómo una tendinitis traicionera les impedía culminar a pie el trayecto.
En medio de esta situación, volvimos a presenciar grandes muestras de compañerismo en forma de una mano amiga que se ofreció a llevar en su propio macuto las voluntades de quien no podía.
A quienes caminamos, ver la Catedral de Santiago a lo lejos nos pareció un espejismo, pero a medida que fuimos entrando en la plaza del Obradoiro empezamos a asumir que por fin habíamos llegado a la meta de la carrera que comenzamos en Finisterre.
En este estado de confusas emociones nos recibieron un grupo de jóvenes del Colegio Mayor en el que nos alojaríamos. Desde el primer momento hicieron que nuestra estancia fuera maravillosa. Allí pudimos encontrarnos con dos alumnos de la ELU que estudian allí y que nos acompañaron en todo lo que compartimos: una emotiva misa en la que hasta los no creyentes sintieron “algo”, el abrazo al Santo en la Catedral y un último grupo de trabajo en el que varios rostros se llenaron de lágrimas de agradecimiento por haber compartido toda esta experiencia con el grupo.
Día 6: Vuelta a casa y conclusión
Cuando iniciamos el viaje, muchos queríamos averiguar qué tenía el Camino de Santiago que no pudiera encontrarse en una visita a cualquier otra ciudad.
Por supuesto el grupo que te acompaña es importante. Personalmente, creo que cualquier viaje académico de la ELU tiene un poder transformador increíble, ya sea a Santiago, París o Cancún.
También es cierto que ser consciente de que quienes caminan a tu lado comparten el mismo dolor físico ayuda a crear un vínculo lo suficientemente fuerte como para poderse apoyar en él durante los momentos más duros.
Sin embargo, lo que yo creo que nos ha unido realmente es el propósito de ofrecer todo este esfuerzo -los madrugones, el frío, las ampollas, etc.- por unas peticiones que se elevan más allá de unas cintas de colores.
Por todo esto, si empecé la crónica pidiendo perdón, quiero acabarla dando las gracias. Gracias a María Longás y al Comité del viaje por haber organizado esta experiencia, a Esther por habernos ayudado a vivirla más espiritualmente, a Chema por guiarnos y abrirnos a realidades para nosotros desconocidas, a mis compañeras y compañeros por poner al servicio del grupo sus consejos y vivencias y, por supuesto, a quienes hacen que la ELU sea el mejor caldo de cultivo para crecer personalmente.
Estoy deseando volver a veros en septiembre.