Hacía ya dos años que, en secreto, miraba las opciones que me brindaba la universidad para irme un año a estudiar fuera. No exageraría si dijera que la voluntad de hacer un Erasmus suponía una certeza mucho anterior a la decisión propia de estudiar Medicina: lo consideraba un elemento clave en mi experiencia universitaria. Recuerdo cómo, con mucho nerviosismo y habiéndome cerciorado más de cinco veces de haber adjuntado toda la documentación, enviaba aquel formulario del que luego intentaría olvidarme- inútilmente, por cierto,- hasta no saber de sus resultados. Por eso mismo recuerdo también aquella tarde del 4 de febrero en la que, al ver mi nombre en la lista de admitidos, no fui capaz de prestar más atención. Pocos días más tarde, no sin llenarme de algo de valentía, aceptaba la plaza. Qué gran oportunidad, me decía. Y no andaba corta. Estos ya siete meses vividos aquí han sido y siguen siendo para mí una experiencia inolvidable.
Los que hayáis estado, sabréis que en Roma el encuentro con la belleza es constante. Aunque que suene cursi, quizás lo sea, todos los días tengo la gran suerte de maravillarme con los edificios de esta ciudad: por supuesto, con los monumentos y lugares más emblemáticos, pero también con todas sus calles y pequeñas y recónditas esquinas. Cada día descubro un nuevo tesoro. Y es que estoy convencida de que cualquier iglesia “menor” romana sería un conocidísimo lugar en alguna otra ciudad del mundo, pero aquí queda perdida pues, citando a mi abuela, “en Roma das una patada a una piedra y descubres un monumento”. Tengo la gran suerte de, por ello, vivir en constante encuentro con la belleza y asombro. Es también, como bien se sabe, una ciudad increíblemente conectada con el pasado, sensación que se vive con el mero admirar y preguntarse al pasear por sus calles; lo cual le hace a una consciente de la importancia y el papel de la cultura en nuestra vida diaria. Además, como es bien sabido, la gastronomía siempre acompaña: es muchísimo más agradable disfrutar de Roma con un buen gelato o un buen tiramisù.
Alabanzas aparte, no podemos olvidar que Roma es capital italiana y por tanto todas sus virtudes y defectos se ven reflejados en ella, de manera que no solo buena comida, buen gusto, música, vino y apreciación de la cultura están presentes, sino que también caos, desorganización y despreocupación exagerada impregnan sus calles. En las largas esperas a los medios de transporte públicos, una aprende a acabar por sobreponerse a la desesperación del tiempo perdido por el autobús que no llega y acaba por intentar aprovecharlo con un buen libro, escuchando algún que otro pódcast, respondiendo a mensajes perdidos o descubriendo más música local. Esta ciudad me ha hecho también aprender a gestionar muchos aspectos por mí misma y a sacarme las castañas del fuego con fechas de exámenes desconocidas y luego aplazadas, asignaturas cursadas en las que resulté no estar matriculada, profesores que no contestan correos, médicos que no aceptan estudiantes de prácticas pese a ser su obligación, situaciones de convivencia en un piso de estudiantes y en el salir a la aventura para hacer nuevos amigos hasta encajar en un grupo.
Desde luego, mi experiencia Erasmus no sería lo mismo sin los grandes amigos que he encontrado aquí. Tengo la gran suerte de poder contar con la compañía de gente maravillosa a la que sé que me voy a llevar hasta mucho después de que este año pase. Roma es increíble, pero es infinitamente mejor cuando tienes con quién compartirla. ¡Y de qué manera! Todos ellos han contribuido a que esta ciudad haya pasado a ser mi casa, pues estas calles anaranjadas con luces y estos bares con música ya son parte de mi historia y a ellos asocio anécdotas, personas y risas vividas- y por qué no, algún llanto también-.
Este año completo de aprendizaje, risas y dificultades me ha formado como persona mucho más de lo que hubiera imaginado. Ha sido una oportunidad enorme de crecimiento que desde luego hace que merezcan la pena las dificultades. Tengo la grandísima suerte de estar acostumbrada a diarios abrazos de mis padres, risas con mis hermanos, comidas con mis abuelos, clases con mis amigos y carcajadas en entrenamientos; por lo que a veces las llamadas telefónicas encajadas entre idas y venidas en las que la cobertura no siempre funciona pueden saber a poco. Ha sido para mí muy importante el propósito de, en el estar lejos, seguir cuidando de mi familia y de mis amigos que sé que me esperan a mi vuelta en mi querida Pamplona, y por ello los he sentido muy cerca durante todo el año. Pues, junto a otras cosas, el Erasmus me ha hecho consciente también de lo inmensamente dependiente que soy y de mi gran necesidad de cariño.
Espero disfrutar increíblemente de estos pocos meses que me quedan en esta ciudad de la que estoy enamorada, pues no volveré hasta ver las calles de mi otra casa vestidas de blanco y rojo. Solo me queda animar a todo aquel que se plantee vivir una experiencia similar y por supuesto ofrecerme para cualquiera que tenga algo que preguntarme. Mientras tanto, seguiré exprimiendo el tiempo al máximo en esta ciudad acompañada de mis amigos, dado que en este lugar y con esta compañía la belleza nunca se acaba.
Un abbraccio fortissimo,
Natalia