Elus por el mundo – José Rama

12 ABR

No vengo a ser yo agorero. En verdad, pueden creerme, no quiero serlo. Tampoco yo desearía ni mentirles, ni mentirme, por eso a lo mejor caigo en un vicio horrible: moralismo, didactismo y otros “-ismos” de dudosa reputación. Quedan así, pues, avisados, avisados quedan. Ténganmelo en cuenta y no me tengan en cuenta mis fallas.

Algunos me conocen, otros tienen la suerte de no hacerlo. Sea como sea, me presento: José Rama Domínguez, para servirles. Soy un elu de tercero. Nací en Coruña, estudio Filología Hispánica en Santiago de Compostela y actualmente realizo mi Erasmus en Verona. Lo sé, sé lo que están pensando: qué bajada de categoría venirse a Italia pudiendo vivir en Galicia. Pero entiéndanme: viviendo siempre en el paraíso, uno de vez en cuando quiere conocer el purgatorio.

Y de esto quisiera hablarles —procuraré no sonar tal y como me sueno cada vez que me escucho—: del purgatorio. Han pasado por aquí elus estudiando en todo el mundo: Escocia, Escandinavia, América, el Este… Y cada uno de estos estudiantes tenía que intentar contar algo original. El rollito clásico ya lo habían soltado los primeros. Así que innovaron. Sin embargo, todos, repito, todos tenían una cosa en común: todos estaban taaan felices. No podían evitarlo, estaban viviendo un sueño: el Erasmus. Tierra prometida de libertad, de fiesta rachada, de estudiar poco y aprobar mucho. Todos conocemos el mito. Lo peor es que todos lo compramos.

No se confundan, queridísimos lectores, nada más lejos de mi intención despreciar a los que vinieron antes de mí y a los que me sucederán. No viven engañados ni están alienados. En este caso el Erasmus no es mito sino leyenda, pues tiene parte de verdad. También aquí en Verona hay idiomas y viajes, no tanta fiesta, pero mucha música. Y, sin embargo, me veo en mi obligación moral de no permitir que esta retórica Mr. Wonderful campe a sus anchas, no aquí, por lo menos, donde nos preciamos de ser un templo del saber. Esta retórica es ajena a la Verdad, y como tal ha de ser expuesta. Contándoles mi caso —quise hacer el juego con “mi verdad”, aunque me pareció impertinente— tal vez les esté contando algo interesante.

Verán, yo ya vivía fuera de casa, pero vivía a una hora de mi casa. Es, pues, para mí, la primera vez tan lejos tanto tiempo. Y ya no solo eso. Sabrán ustedes que Santiago es una de las ciudades universitarias por excelencia. Así pues, cuando me fui de casa para irme allá, no me iba solo, sino con tantos buenos amigos. Esta vez, no obstante, me fui solo a Italia. Verdaderamente solo.

Solo y desolado, perdido, sin rumbo y en el lodo, que decía una canción o que se inventó mi padre. En una tierra extranjera, dominando a duras penas el idioma. Sin amigos ni nadie en quién caer. Solo, al fin y al cabo, pero glosado.

No les cuento todo esto para que se apiaden de mí, en absoluto. Sino para que entiendan que el Erasmus no es un camino de rosas. ¿Quién de todos estos que ahora viven fuera, a mil, a dos mil, a tres mil kilómetros de casa, quién de todos estos osa decir que no ha llorado? O, por lo menos, deseado hacerlo. Ahimè, es dura la soledad.
Yo lloré el primero de noviembre del año de gracia de 2022. Es una fecha en la que hay que llorar por los muertos en sus tumbas, no por los vivos en sus camas. Pero, ¿qué quieren que le haga? Hasta entonces había estado ocupado: yendo a más horas de clase que en España, viajando como no había viajado, ¡yendo de fiesta como jamás volveré a hacer! (perdonen, se lo ruego, esta incongruencia en mi carácter, estaba muy necesitado de conocer gente y hacer amigos). Y de repente llega un puente y el mundo y tu vida se paran, y piensas, y estás solo. Y lloras, claro está. Por eso creo que el Erasmus medio nunca para, siempre tiene algo que hacer. Es demasiado duro enfrentarse a uno de los verdaderos valores del Erasmus: la soledad, remediada con viajes sin freno y fiestas sin fin, y la incomunicabilidad, solucionada con un sectarismo hispánico, por no decir meramente español, que ya es famoso en el circuito Erasmus.
Insisto, esto no es una crítica a ningún compañero ni elu ni erasmus, sino simplemente mi vida. A lo mejor puede ayudar a alguien.

Y el valor que tiene esa tristeza es que sales de ella. Y te das cuenta de que ni estás solo ni incomunicado. A mí me “salvaron” (perdón por el lenguaje catastrofista, pero ya saben que es que soy un dramático) la música y la Iglesia. Vine, de hecho, por la música a Verona. Y aquí entré al coro de la universidad. Y ahora canto, canto con gente maravillosa que “ignora estas dos palabras de tuyo y mío”. Canto Bach y Beethoven, sacro y profano, en alemán, italiano, latín e incluso español. Y todos estos coristas me acogieron el primer día sin reservas, cuando antes de haberme escuchado cantar siquiera ya me habían invitado a cantar a una boda con ellos. Una experiencia sublime, sin duda, esta de ser un español cantando en inglés en una boda italiana con un cura francés en un territorio germanófono. No podría haberlo hecho de no ser por el Erasmus. Como no podría haber escuchado tantas óperas y conciertos. He de dar gracias.

Y me acogió también la Iglesia, ya no solo la fe. Me invitaron a sus grupos los de Comunione e Liberazione cuando apenas siquiera podía participar, cuando no les entendía de lo rápido que hablaban y de las palabras en dialecto que metían en su discurso (tranquilos, acabé perfeccionando mi italiano, ahora ya puedo comunicarme sin problemas). Me acogieron también en la comunidad pastoral universitaria no como uno más, sino como alguien único. He bailado incluso con una anciana de mi iglesia en una fiesta con risotto para celebrar la apertura religiosa del año académico. ¿Quién me lo iba a decir, a mí, que tengo dos pies izquierdos y, aunque no me crean, un acusadísimo sentido del ridículo?

Y me temo que era esto lo que les quería contar. Que viesen que no es oro todo lo que reluce. Pero que también tiene cosas bellas, sobre todo bellísimas personas (uy, debería cambiar esta colocación, que solo se escucha en funerales y velorios). Por eso me niego a animar a nadie a que haga un Erasmus. Eso es una decisión mucho más seria de lo que parece y radicalmente personal. Es una apuesta, al fin y al cabo. Cualquiera diría que a todo el mundo le sale bien, pero puedo asegurarles que no. Al final la vida también es dolor.

Da Italia ancora, con gioia, davvero,
Giuseppe Rama