Cada vez más ELUs nos interesamos por las iniciativas que nos propone el Instituto John Henry Newman. Este pasado 13 de febrero se celebró uno de los Cafés Newman y un grupo de alumnos de la ELU bastante nutrido (éramos, esta vez, doce) decidimos que no nos lo podíamos perder.
Si en algo coinciden las distintas temáticas de estos encuentros es en su universalidad: son asuntos que nos implican a todos y del todo, pues es inevitable que nos topemos con ellos en nuestra vida. Dialogar sobre lo que significan es tremendamente enriquecedor, pues nos permite comprender mejor la forma en la que los demás los viven, señalando sus diferencias y similitudes para, al final, entendernos a nosotros mismos.
Nada hay más universal que el amor y, por tanto, también el desamor, nuestro tema, es común al ser humano. “El otro día vi un dato estadístico: el 99,9% de las personas ha sufrido alguna vez un desengaño amoroso”. Con esta frase comienza su intervención Ruth de Jesús, nuestra invitada, que es profesora del Grado de Psicología de la Universidad Francisco de Vitoria y está acompañada, como ya es costumbre en estas reuniones, por Rocío Solís, coordinadora del Instituto Newman. Ruth se ha especializado en psicología educativa y también se interesa por la psicología de las emociones, así que es la persona perfecta para introducirnos a la conversación.
Cree que una metáfora visual es la mejor manera de entender algo tan abstracto (y a la vez tangible) como el desamor. Por este motivo ha pensado que la plastilina es la imagen más cercana a la plasticidad de nuestro corazón. Cualquier persona con la que tenemos una relación deja una huella en nosotros; desde luego, el enamoramiento deja huellas bastante profundas, y esos hoyos se llenan de experiencias.
Cuando una relación acaba, o sufrimos el amor no correspondido, se rompe la mitad de nuestro corazón plástico y sentimos que todas esas experiencias se van, dejándonos incompletos. Es la primera etapa del desamor, que es más bien un golpe: la crisis. Ésta deja paso, inmediatamente, a la segunda: la negación o negociación. Antes que reconocer la realidad, nuestro instinto más natural es agarrarnos a cualquier clavo ardiente, a la esperanza de que “las cosas no son así”, o de que “podemos hacer algo para volver a la relación de siempre”.
Al darnos cuenta de que no podemos cambiar lo ocurrido, aparece el enojo. Hemos perdido un bien enorme como es el amor, y la mejor manera, a nuestros ojos, de sufrir menos, es restarle valor: con rabia, con nuestro orgullo herido, incluso con venganzas… Esta actitud puede llenar las huellas del desamor con escamas duras que “formen una coraza y nos impidan volver a amar”, un gran riesgo.
La cuarta etapa, la depresión, se sitúa en lo más profundo del pozo que constituye el desamor. Hemos descendido hasta una región muy oscura, perdiendo tanto la esperanza de recuperar lo perdido como la pasión del enfado; por ello, puede parecer que no nos queda nada. Todo en nuestro día pierde sentido, gusto y simpatía: nos cerramos a la vida.
Pero el desamor no puede acabar ahí. La humedad y la oscuridad del pozo no pueden servir para enterrarnos, sino para ser fecundas y permitir que brote de nuevo la vida y la ilusión por el amor. El aprendizaje es la última etapa de todo proceso de desamor, pero requiere de un “largo camino cuesta arriba” para llegar a él. Necesitamos ensanchar el corazón para que las huellas del dolor amoroso parezcan cada vez menores.
Todos hemos sentido el desamor, lo que se evidenció con la elevadísima participación de los asistentes. Personalmente, sentí una esperanza verdadera allí, en la pecera del edificio E: todos marcados por el desamor, todos dispuestos a aprender en amor, todos juntos.
David Rodríguez Marín