Berta Coll, 3º ELU
Cuando el poeta inglés Wilfred Owen escribió Dulce et decorum est pro patria mori (1918), la guerra todavía le bullía por dentro. “Gas! GAS! ¡Quick, boys!”, escribía rabiosamente, y con el ritmo sonoro de las palabras hacía retumbar las bombas que había visto estallar muy cerca. Si Owen no hubiera muerto en la guerra, habría tenido que convivir para siempre con la crudeza bélica, con las miserias más profundamente inhumanas. Después de una guerra, el mundo pasa página, y los recuerdos ensangrentados de los soldados quedan diluidos entre copas de champán y joyas falsamente brillantes.
Lo explica el escritor estadounidense Jerome David Salinger en Nueve cuentos (1953) y, especialmente, en dos de les breves narraciones que recoge este volumen: “A Perfect Day for Bananafish” y “For Esmé, with Love and Squalor”. Salinger también fue a la guerra —en este caso, la Segunda Guerra Mundial— y, a diferencia de Owen, conoció la segunda parte del conflicto, es decir, la posguerra. Con un estilo poco encendido, y un toque de ironía que seguramente le sirve de medicina, Salinger retrata los traumas de dos soldados que vuelven vivos a su casa y no son capaces de pasar página.
En “A Perfect Day for Bananafish”, Salinger esconde la tristeza de un hombre que ya no podrá volver a ser quien era antes. En “For Esmé, with Love and Squalor”, en cambio, narra la vida de un hombre destartalado físicamente. En ambos casos, Salinger presenta la inocencia infantil como una vía de supervivencia. Los cuentos de Salinger están llenos de niños que se han visto obligados a madurar y de adultos que quieren ser niños. La relación entre los personajes principales —un adulto y una niña— hiere nuestras sensibilidades contemporáneas, pero debe entenderse de forma simbólica, y no literal. Después de la guerra tal vez solo queda la ilusión de un niño y una broma inofensiva.
Salinger construye un universo en el que el surrealismo y el realismo más crudo se conjugan equilibradamente. Los peces plátanos conviven con los suicidios traumáticos de la posguerra. Juegos de palabras divertidos aparecen en la misma frase que descripciones impresionantes. Y no pasa nada, porque las contradicciones de los años cincuenta son así. A través de dos alter egos, Salinger mira los cristales agrietados que ha dejado la guerra —el del reloj del padre de Esmé, el tierno “See more glass” de Sybil— y acaba de romperlos en mil pedazos.