Elus por el Mundo – Berta Coll
Por: ELU Admin
Berta Coll, cuarto de la ELU
Una vez conoces la luz de Escocia… Crónica de un ERASMUS en Stirling
“La luz de Escocia tiene una cualidad que no he encontrado en ningún otro sitio. Es luminosa sin ser deslumbrante, y penetra a través de distancias inmensas con una intensidad directa”, escribió Nan Shepherd en La montaña viva. El año pasado leí compulsivamente a esta escritora escocesa y me obsesioné con sus descripciones de los Cairngorms, unos montes del este de Escocia. Por aquel entonces me tocó elegir el destino del ERASMUS y enseguida lo tuve claro: quería conocer esa luz luminosa pero no deslumbrante, quería adentrarme en los Cairngorms y otras montañas de la región. Unos meses después, en septiembre de 2022, llegaba a la Universidad de Stirling —una ciudad pequeña, situada justo al medio de Glasgow y Edinburgh— con pocas expectativas y muchas ganas de pasar frío.
Os quiero ahorrar los “han sido los mejores meses de mi vida”, los “he formado una gran familia, un grupo de amigos extraordinario” y “me he enamorado y he reído como nunca”. Son declaraciones verdaderas, pero que seguramente podría escribir cualquier persona que se vaya de ERASMUS (sí: tenéis que ir de ERASMUS). Intentaré ser clara, escribir un texto útil: Escocia es un destino ideal para la gente a la que le gusta por igual la montaña y la ciudad, la calma y el movimiento, el silencio y la fiesta, la aventura y la reflexión… Si tenías problemas cuando en la escuela te hacían dibujar tu casa perfecta (¿dibujo una casa en el campo o un piso en Nueva York?), Escocia puede ser una muy buena opción para tu ERASMUS. En Escocia conviven —o, más bien, se mezclan graciosamente— la famosa disciplina británica y la salvajez afilada que Felix Mendelssohn plasmó tan bien en su Sinfonía escocesa.
Antes de llegar a Stirling, decidí hacer una ruta por Inglaterra. Eso me permitió ir descubriendo poco a poco, a medida que subía, la diferencia paisajística del Reino Unido. Escocia es más verde y brillante, pero también más escarpada y misteriosa. Una vez has visto una montaña escocesa, las has visto todas (sí, muchas se parecen), pero eso no es un problema: una vez has visto una montaña escocesa, no te la quitas de la cabeza. Es incluso adictivo. He podido hacer excursiones a la isla de Skye, la isla de Arran (mucho menos conocida pero muy interesante), los Cairngorms, el Parque Nacional de Loch Lomond y los Trossachs… El campus de mi universidad está alejado de la ciudad, se encuentra en medio de un lago y una montaña increíble que se llama Dumyat. Es decir, no tuve que apuntarme al gimnasio: podía subir al Dumyat como mínimo una vez por semana, y dar vueltas al lago se convirtió en uno de nuestros pasatiempos favoritos. También pudimos visitar castillos de película —literalmente—, como el Eilean Donan, el Dunnotar Castle y, por sorpresa, el Balmoral Castle, que la familia real británica ha decidido abrir al público a raíz de la muerte de Isabel II.
Las ciudades, por otro lado, están llenas de estímulos, tanto culturales como sociales. Glasgow y Edinburgh no son especialmente bulliciosas ni estresantes, pero tienen un montón de rincones curiosos y actividades para todo el mundo. En octubre, Edinburgh acoge el Scottish International Storytelling Festival, que recomiendo a todos los interesados en el folclore y las historias alrededor de una hoguera. Si te gustan las librerías de segunda mano (y concretamente las librerías de segunda mano bellamente caóticas, en las que tienes que remover pilas de libros dispuestas al azar), Glasgow es tu sitio. Tanto en Glasgow como en Edinburgh hay muchos restaurantes para comer haggis, la comida nacional de Escocia (es carne, pero ahora ya hacen la versión vegetariana, también). También recomiendo visitar Saint Andrews (sobre todo, la universidad, que se parece a las de Oxford y Cambridge), Helensburgh y Dundee.
La vida social, al menos en Stirling, giraba sobre todo entorno a las Student Societies, que son grupos de gente que comparten una misma pasión. Hay más de cien por universidad. Yo participé en el club de excursionismo y la asociación de gaélico, pero había muchas más: desde grupos de buceo y esgrima hasta un club de fans de Taylor Swift. Pude conocer gente de ERASMUS (de Estados Unidos, España, República Checa, Canadá, Italia, etc.), pero también escoceses que estudian siempre allí.
Uno de los motivos que me llevaron a escoger Escocia fue mi interés por el sistema educativo británico. A diferencia de las universidades españolas, allí teníamos muchas menos horas de clase presenciales (yo cursaba lo equivalente a 30 créditos españoles y solamente tenía cuatro horas de clase por semana). Esto no significa trabajar menos. Significa trabajar con más autonomía, pasar muchas horas en la biblioteca leyendo, aprendiendo por tu cuenta y tirando de los hilos que más te interesen. Es un sistema mucho más flexible, que, dentro del contenido del módulo cursado, te da mucho espacio para profundizar en tus propias inquietudes. Os lo explicaré con mi caso particular. Yo estudio Periodismo y Humanidades, y allí cursé asignaturas de literatura modernista, literatura victoriana y novela americana. Cada semana tenía que leer un libro por asignatura (es decir, un total de tres), pero no hacíamos exámenes, sino que la evaluación consistía en escribir dos ensayos sobre los libros que nos interesaran más. Este sistema me permitió aprender mucho sobre algunos autores concretos y empezar a ver posibles campos de estudio que me gustaría explorar si más adelante opto por hacer un máster o un doctorado.
Tenía un vuelo comprado para volver a Barcelona el 16 de diciembre, pero en el último momento decidí cambiarlo por uno que salía el 24 de diciembre. Quise apurar al máximo el ERASMUS. No quería irme de Escocia. Supongo que la explicación es sencilla: una vez conoces la luz escocesa, luminosa pero no deslumbrante, conoces qué significa vivir tranquilamente y a la vez activamente, vivir en una aventura constante pero profunda, con tiempo para pensar. Y claro, no te quieres ir. Por suerte, me queda la canción de despedida por excelencia, que la escribió el escocés Robert Burns y se llama Auld Lang Syne: “He aquí una mano, mi fiel amigo, y danos una de tus manos, y echemos un cordial trago de cerveza por los viejos tiempos”.