Una de nuestras alumnas del segundo curso de la ELU, Luisa Ripoll junto con una amiga, han participado en la Ruta Inti y nos comparte a continuación todo lo que ha significado para ella esta experiencia:
“Este verano he participado de una experiencia genial, rompedora: la Ruta Inti junto con mi amiga Mey. Las dos somos bastante aventureras. Mey ya había participado en España Rumbo al Sur, que era bastante estricto físicamente, y yo me había ido a Indonesia de expedición científica después del viaje de Becas Europa XIII. Aún así ya en el tren a Cardiff las dos teníamos la certeza de que iba a ser muy especial.
La Ruta Inti es un programa cultural, formativo y de aventura. Es un programa itinerante, de un mes. Desde el 12 de julio al 10 de agosto estuvimos viajando en bus, viviendo en camping, comiendo y durmiendo en el suelo, con duchas justas, evitando ciudades grandes y en contacto con la naturaleza, conociendo y acercándonos de primera mano a la cultura británica. Empezamos en Cardiff y acabamos en Edimburgo. Básicamente era un Gran Bretaña de sur a norte. Todo esto con otros 100 expedicionarios, que eran universitarios de un amplio rango de edades (de 18 a 25 años) y procedencias (tanto españoles como argentinos, mexicanos, colombianos, venezolanos…). Junto con todas las personas de organización formábamos un grupo de 120 personas que se movían juntas, como hormiguitas.
En la programación se incluían charlas del director de la ruta, historiador, en las que se contextualizaba lo que íbamos visitando, en las que se nos contaban “Leyendas del Viejo Mundo” (título de la expedición de este año). A veces venían personas interesantísimas a darnos ponencias: una sobre la William Wallace Society, otra de un storyteller escocés, otra de Denis Rutovitz, que a sus noventa años ha corrido una maratón para recaudar dinero para los refugiados. Feminismo y cine. Medio ambiente. Además de estos espacios de aprendizaje, había aulas gestionadas por los propios ruteros, que llamábamos “sinergias”. Estas eran: un aula de música, un taller literario y de escritura creativa, debate, teatro y artes escénicas, un podcast… Por último, había un momento del día en el que los ruteros impartíamos talleres preparados por nosotros sobre temas que nos interesaran. Yo preparé un taller de reflexión sobre cómo estructurar nuestro pensamiento para pensar con claridad.
Vimos mil cosas, vivimos otras mil. No había dos días iguales. Un compañero nuestro tocaba la gaita para despertarnos y hacíamos estiramientos. Desayunábamos en un poto y un plato que lavábamos nosotros y repetíamos en todas las comidas porque había un único plato. Cuando la cena se retrasaba pasábamos hambre. Hacíamos bastantes visitas por los sitios por los que pasábamos: vimos castillos de piedra, el muro de Adriano, pueblos pequeños, algunos de ellos llenos de libros, supermercados, ríos y riachuelos. Semana uno.
Después de dormir en un camping comodísimo, plano y de césped bien cuidado, o en un pabellón cálido y con baños, empezaron a complicarse las cosas, y nos tocó caminar 40 minutos en cuesta y en noche cerrada para montar la tienda en un terreno pantanoso mientras llovía. Coincidió una excursión en alerta amarilla por lluvias. Hicimos siete horas en autobús que nos machacaron los huesos. Un día nos levantaron a las 5 de la mañana para correr; lo bueno es que dormíamos al lado de la playa, y el paisaje era precioso. Nos enseñaron a usar la brújula y el mapa como es debido en varias excursiones y gymkanas que hicimos. Cuando nos dejaban tiempo libre por alguna ciudad (como Stirling o Glasgow), nuestros compañeros se iban a beber cerveza escocesa, mientras que nosotras dos nos íbamos a algún museo. Con la tontería vimos un Hockney, una lata de sopa de tomate de Andy Warhol y conversamos con dos señoras sobre arte moderno en la única sala de una galería preciosa. Semana segunda.
En la tercera semana hicimos la West Highland Way, una ruta que se creó con fines militares en las Tierras Altas de Escocia. Hicimos etapas de entre 20 y 30 kilómetros diarios. Acabamos exhaustas pero algunos días nos sorprendían con huevos fritos con pan y un filete para comer. Me sentí plena de dormir frente a un lago enorme, de verlo de noche y despertarme en la mañana. Algunas etapas se complicaban y duraban once horas. Tuvimos que soportar los midges, unos mosquitos enanos que en vez de picar mordían, que dejaban puntitos rojos en la piel y formaban nubes sobre nuestras cabezas. Durante esta semana nos dividimos en grupos pequeños, nos planificábamos las marchas para intentar huir de la lluvia y llegar pronto al checkpoint, y nos racionábamos los cereales. Un día dormimos en un campo de fútbol tres horas. Otro día cenamos unas alubias con tomate enlatadas, y tenía tanta hambre que repetí..
La cuarta semana fue mucho más relajada, aunque también subimos al Ben Nevis, el pico más alto de la isla. Llegamos a la mismísima isla de Skye y fuimos partícipes de los 142º juegos de las Highlands, una competición de juegos escoceses tradicionales. Acabamos en Edimburgo en pleno Fringe, el festival cultural enorme que se celebra cada agosto. Esta semana fue una lenta despedida, un disfrutar un poquito más de todas las personas de las que nos hemos separado ya, pero que hicieron que el recuerdo fuera súper especial.
A mí la experiencia me encantó y se la recomiendo a cualquier ELU. Es increíble lo que te puede enseñar la aventura sobre la vida. Mi amiga no descarta volver con el equipo de comunicación, que nos hacía unas fotos increíbles, y puede que yo esté en Quito el año que viene coordinando el programa académico. Porque sí, el destino de la expedición de 2020 será “Ecuador: Las mitades del mundo”.