mARTEs – Perro semihundido

Perro semihundido, 1820-1823. Francisco de Goya.
18 NOV

En este mARTEs, que marca el ecuador del mes de noviembre, abandonamos el arte contemporáneo para acercarnos a una leyenda de la pintura española: Francisco de Goya. Su obra Perro semihundido (1820-1823) es un rompecabezas para los visitantes del Museo del Prado y ha sido elegida por el ELU de tercero Pablo Yániz, que estudia Diseño Industrial en la Universidad Politécnica de Valencia.

Éstas son sus palabras, que incluyen un pequeño apunte histórico:

«Goya nació en Fuendetodos, Aragón, en 1746. Después de la caída del Trienio Liberal y la vuelta al absolutismo, se exilió en Burdeos, Francia, donde pasó sus últimos días. Vivió tiempos convulsos de la historia de España, y reflejo de ello son sus obras, que abarcan pintura, dibujo y grabado; en ellas representó, entre otros, retratos y hechos históricos. Dentro de su gran repertorio artístico, algunas de las piezas más famosas son “La maja desnuda”, los retratos a la corte (ya que fue pintor de cámara), “La carga de los mamelucos” o “Los fusilamientos del tres de mayo”.

Entre 1820 y 1823 pintó las llamadas Pinturas negras, un total de 14 (+1) murales para su casa a las orillas del río Manzanares, a la que pertenece Perro semihundido. Aprovechó las imágenes campestres que ya adornaban la casa, obras suyas o adquiridas junto con la hacienda, y usó los paisajes en algunos cuadros. Después de pasar una dura enfermedad, de la mano de su avanzada edad y con los acontecimientos recientes del Trienio, estas obras son un reflejo y crítica de la sociedad de la época, de la situación política, de la inestabilidad y los enfrentamientos y de la religión. Caricaturiza a las personas, se centra en la soledad, la vejez, la muerte. Los colores predominantes son ocres, dorados, negros… Son una serie de obras vanguardistas que marcarían algunos de los estilos más importantes que se desarrollaron en los años venideros.

Todo esto, cuando fui al Museo del Prado de pequeño con mi familia, no lo sabía. Venía de contemplar a otros grandes como Velázquez o Rubens, e incluso otras obras de Goya que ya había visto me habían causado impresión. Pero cuando llegué a esta, sin embargo, no la entendí. No era más que una pequeña cabeza de un perro descentrada en un paisaje minimalista. Era demasiado sencilla para mí. Y lo que más me descolocó fue la reacción de mis padres, me acuerdo, de asombro. Se quedaron maravillados mirándolo fijamente. Su sencillez no me transmitía nada. Y quería que me transmitiese a mi también. Ahora, varios años más tarde, veo la soledad del perro en su mirada. Veo la insignificancia del animal en el cuadro, en el espacio que le rodea. Y me parece admirable cómo, con tan poco, es capaz de expresar tanto».