“Pude detectar que lo que tenían en común todas ellas era esa sed de humanidad, ese anhelo de compartir tu tiempo con otro”
“La más terrible pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amados” (Madre Teresa de Calcuta)
El pasado 24 de enero tuve la suerte de asistir a una de las “experiencias ELUs” organizadas por la Escuela. La actividad propuesta consistía en una acción social organizada por la “Asociación Nazaret” en la cual íbamos a realizar una entrega de regalos a familias necesitadas por el barrio de San Blas en Madrid.
Lo cierto, y me dí cuenta después, es que iba con una idea preconcebida y sin duda alguna errónea de lo que iba a suceder. En un principio, esperaba encontrarme con familias numerosas, que tuviesen graves problemas económicos y que vivieran en situaciones difíciles y delicadas. Sin embargo, al llegar allí me encontré con que la mayoría de “las familias” eran personas de mediana edad o incluso ancianos que vivían solos o como mucho en pareja. De primeras esto me sorprendió y me pregunté si realmente tenía sentido regalarles algo a ellos. Claro, yo en ese momento me ponía en el lugar de aquellas personas y la idea de recibir un pequeño detalle apenas me entusiasmaba. No obstante, esto es justamente lo más bonito de esta experiencia, ya que lo que sucedió posteriormente no solo me sorprendió, sino que me abrió los ojos.
Una de las cosas que más me impactaron fue que para ellos el regalo adquiría, o al menos lo parecía, un valor superior del que realmente tenía. Tan poco acostumbrados a recibirlos, me sorprendió ver a personas “mayores” o ancianas ilusionarse e incluso llorar en algunos casos. De hecho, para algunos era tan extraña la idea del regalo, que me preguntaron en varias ocasiones que cuánto me tenían que pagar. Aunque es verdad que unos se entusiasmaron más que otros, yo creo que todos ellos se alegraron de poder compartir con nosotros una tarde y de recibir el pequeño detalle.
Esta experiencia en su conjunto es increíble y sorprendente, pero sin duda, lo que más me impactó fue descubrir al hablar con ellos, la soledad, la falta de reconocimiento, la frustración de tener que pasar tus últimos días encerrado en casa leyendo o viendo la tele, la preocupación por los familiares y el desasosiego de sentirte una carga para esta familia distante y lejana por la que te preocupas. Esto era evidente, yo pude verlo y palparlo en sus ganas de conversar, en su hospitalidad y en su plena confianza al acogernos. Tuve la suerte de hablar con varias personas y al hacerlo, pude detectar que lo que tenían en común todas ellas era esa sed de humanidad, ese anhelo de compartir tu tiempo con otro. En este sentido, y como ya os adelantaba con la cita de la Madre Teresa, lo que para mí era más evidente en un principio, el hambre, el frío, y la ropa pasó a un segundo plano revelándome lo que realmente había detrás: una persona, con unos sentimientos, unas ideas, unos recuerdos y un pasado, que se hallaba sola.
Esto que os he tratado de contar me ha hecho reflexionar mucho. Sin embargo, mi breve testimonio es solo una pequeña parte de la historia, es por ello que os invito a todos a vivir en primera persona esta experiencia acudiendo como voluntarios a San Blas ya que la recompensa supera con creces el pequeño esfuerzo que supone. ¡Allí nos vemos!