Guillermo Pierres

Vida ELU

Ratio Legis – Mucho ruido y pocas nueces

Por: ELU Admin

Se puede saber mucho de una persona solo por cómo camina por la ciudad en hora punta. ¿Va con prisa o disfruta del paseo? ¿Se dirige hacia un estimulante destino o camina con la resignación del reo que sube los peldaños del patíbulo? En la aún calurosa mañana del 2 de septiembre, en Lyon, un joven de 20 años, cabello castaño, camisa de rayas, y mochila al hombro avanza con la ligereza del que está a punto de empezar una nueva vida. Se llama Guillermo Pierres y acaba de lograr plaza en una de las universidades más codiciadas de Francia, cantera de futuros togados de renombre. Y, si se fijan bien, podrían jurar que sus pies ni siquiera tocan el suelo.

Llega a la antigua manufactura de tabaco, reconvertida en santuario del Derecho, y tras quince minutos deambulando por pasillos que parecen diseñados por Escher, encuentra el anfiteatro. Dentro, el decano, con un aplomo digno de orador de la Asamblea Nacional, desgrana ya su discurso:

— 12.250 euros. Esa es la inversión que el Estado francés deposita en cada uno de vosotros, cada año. No es un número al azar, es una apuesta. Una apuesta por vuestro talento, por vuestra capacidad, por vuestro futuro. Habéis cruzado las puertas de esta facultad no solo para ocupar un asiento, sino para conquistar un lugar en la historia de esta institución. Las promociones anteriores han llevado esta facultad a lo más alto, consolidándola como la tercera mejor del país. Pero los rankings no son medallas que se exhiben, son responsabilidades que se asumen. Ahora es vuestro turno. Os toca sostener ese legado, elevarlo, superarlo.

Un retumbar de aplausos sella el speech y entra en escena el primer profesor. Joven, trajeado, con la seguridad de quien factura seis ceros en un bufete, pero prefiere torturar a alumnos con el Código Civil. Abre la boca y los estudiantes los portátiles. Y, como una sinfonía mecanizada, el tecleo inunda hasta el último recoveco del aula. Guillermo se gira. Ojos clavados en las pantallas. Mentes proyectadas en un año por venir que ya se antoja interminable.

Ese joven de veinte años, de camisa de rayas y aire perdido, será vuestro narrador en un viaje por la jungla del Derecho en Francia. Y, de paso, os contará cómo esto se parece y, sobre todo, cómo se diferencia del aprendizaje jurídico en España.

Confieso que, como español, me cuesta admitirlo: no ha sido hasta llegar a Francia que he sentido que de verdad aprendía Derecho. Aquí la clave es el rigor. Un rigor que en los exámenes prima la metodología sobre el contenido y que convierte el razonamiento jurídico en un proceso matemático, un álgebra de jurisprudencia donde no hay margen para el arte de la retórica. El Derecho, aquí, se reduce a una sucesión de pasos precisos, fríos, inapelables. Eficiente, quirúrgico, aterrador.

El estudiante francés, dicho sea de paso, es un ser resignado, quejica, llorón, con la fatiga de quien lleva tres vidas encadenado a un escritorio. No es que estudie más, es que descansa menos. Atrapado entre muros desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde, con el tedio apretándole la garganta. En medio de las clases, cuando el tecleo cesa y emergen los tupperware, se palpa la desesperación en cada cucharada de pasta recalentada. Porque aquí no solo se estudia en clase: aquí se come, se vive, se vegeta.

Las clases se dividen en dos ecosistemas. Primero, los anfiteatros, donde 300 almas escuchan a un profesor que dicta mientras 300 portátiles transcriben con la sincronización de una secta. Preguntar es un riesgo: podrías atraer la atención y, en esta jungla, mejor pasar desapercibido. Luego están los Travaux Dirigés, seminarios de entre 15 y 25 personas donde se exige leer entre 15 y 20 sentencias por semana y hacer un caso práctico, un comentario jurisprudencial o una disertación. Y aquí, amigos, la asistencia cuenta. En España, basta con recopilar apuntes de compañeros y apurar el café antes del examen. En Francia, o haces el trabajo, o el trabajo te aplasta.

Los profesores, por cierto, son todos, o casi todos, absolutas eminencias. No meros docentes, sino abogados en ejercicio, juristas, consultores de alto nivel. A modo de ejemplo, mi profesor de penal, un tipo que parece sacado de una serie de HBO, fue defensor en los atentados de Niza. Y ahí lo tienes, impartiendo clase con el aplomo de quien ya lo ha visto todo. Dando collejas académicas y corrigiendo caso por caso con una dedicación que rozaría el sadismo si no fuera por su impecable elegancia.

Y aquí está la paradoja. El sistema francés es intenso, metódico y exigente hasta lo inhumano. Y, sin embargo, es tremendamente ineficiente. Habiendo cursado Derecho en España, ya he estudiado todo lo que aquí se enseña. Pero donde en España se hace en cuatro mañanas a la semana, en Francia hay que someterse a jornadas de 12 horas, con prácticas y deberes hasta en sábados. Algo falla, mes amis. Quizá por eso los franceses no saben inglés. No les queda tiempo para aprenderlo. No saben escribir con corrección, ni estructurar bien, ni sintetizar. Respiran Derecho, lo mastican, lo sudan. Pero el español, con su pragmatismo, le saca el mismo jugo con la mitad de esfuerzo.

Y aquí la gran verdad: si destaco en este sistema, si los españoles brillamos en esta jungla, no es por superioridad intelectual, sino porque el sistema español nos ha hecho versátiles, adaptables, resilientes. Francia nos exprime, pero nosotros nos crecemos. Y eso, chers amis, es lo que hace que cuando un ibérico desembarca aquí, sobresalga. Porque sabemos encontrar atajos, porque hemos aprendido a aprender con eficiencia, porque entendemos que el Derecho no es una ciencia exacta, sino un arte.

Y en esas nos sumergimos en sus trincheras y salimos ilesos, vino en mano, listos para brindar por la victoria.

Vida ELU

Poesía en el estrado: Las sentencias más ingeniosas del derecho

Por: ELU Admin

Guillermo Pierres, alumno de 2º

No hay nada más plúmbeo que estudiar Derecho. Tan solo pronunciarlo me genera profunda desgana. Es esta una carrera de horizontes cerrados, un universo de rigidez; un espejo de la realidad tal como es, no como quisiéramos que fuese. En última instancia, este enfoque puede desembocar en la adopción de una perspectiva positivista de la realidad; y ésta termina por perder su chispa, su sabor, su salseo. Pero hay veces en las que estos profesionales de toga y peluca han dejado boquiabierta a la recia y austera comunidad de juristas y al mundo entero. Hoy, que imagino que las pilas estarán descargadas, no nos pondremos técnicos. Hoy hablaremos de poesía y de justicia (que no son antónimos, lo aseguro); de cuando no juzgó la ley sino la metáfora. Hoy hablaremos de las sentencias más bellas de la historia del derecho.

Ha habido magistrados cuyos veredictos, tan poéticos como justos, han perdurado más por el ingenio que por el contenido. A tal efecto, os he ordenado las que a mi parecer suponen las tres sentencias más nobles en forma y en fondo de la historia.

Empecemos pues por el Reino Unido. He seleccionado esta sentencia porque demuestra hasta qué punto difiere nuestro modo de ver el derecho del suyo; y quién dice derecho, claro está, dice la vida. Los absurdamente educados bebedores de té, lo sabemos todos, respiran escepticismo. En palabras más banales, ni de su sombra se fían. Debido a esto, su modo de redactar y aplicar contratos se caracteriza por el rigor y por un férreo literalismo. Dicho de otro modo, se aplica lo que dice el contrato; nada más, nada menos. En estas, Shylock, un prestamista, exige una libra de carne como garantía de un préstamo. En el juicio, el juez dicta que puede tomar la carne, pero a condición de que no derrame ni una gota de sangre, ya que la sangre no estaba estipulada en el contrato. Voilá. Que viva la confianza.

De los tribunales británicos saltamos a un escenario bíblico. Este es, quizás, el caso más famoso de todos. Es esta una sentencia bíblica. Una sentencia de amor. Un cierto día, el rey Salomón recibe a dos mujeres que declaran ser madres del mismo hijo, disputándoselo como quién juega a la soga. No siendo estas pareja, significaba que una decía la verdad y la otra mentía. Salomón, entonces, agarró su mandoble, lo alzó al cielo, y se dispuso a duplicar el bebé por mitosis. Pero en menos de lo que canta un gallo, una de las mujeres se le abalanzó encima, rogándole que no lo matara, sino que se lo diera a la otra. El sabio rey lo vio entonces claro: que la verdadera madre era aquella dispuesta a sacrificar su gozo por la vida de su pequeño. Esto, señores, es el culmen de la sabiduría; el culmen de la naturaleza humana.

La última, y personalmente mi favorita, se la debemos a un santo y abogado (que, de nuevo, tampoco tienen por qué ser antónimos). En la Francia del siglo XIII, un mendigo se acercó a la ventana de la casa de un rico para oler lo que preparaban en la cocina. El ricachón, entonces, descubrió al vagabundo curioso y hambriento y, sin mediar palabra, lo denunció ante el juez por oler su comida. San Ivo, que tenía fama de justo, escuchó a las partes y dictó su veredicto. Entonces, en un gesto teatral, pidió al mendigo que dejara caer su única moneda sobre el estrado, la única que poseía. El rico, complacido, prestó oído al sonido del metal al caer sobre la madera. Entonces, el juez, con una leve sonrisa, sentenció:

– Si he juzgado justo que este hombre pague por el aroma de tu comida, tú también te contentarás con el sonido de su moneda.

Y, ante la mirada incrédula del comerciante, devolvió la moneda al pobre.

Estas son, queridos lectores, algunos de los destellos inconstantes de genialidad que se presentan en la carrera jurídica. Hoy los sigue habiendo, no me malinterpretéis, pero está eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y ya quisiera yo ver a Calatayud resolver un litigio con una semejante sensibilidad. O, al menos, con un semejante ingenio. En esta disciplina de tediosos tecnicismos encuentro consuelo en el afán de unos poco de trascender lo rigorista. Porque a veces la ocasión requiere frialdad, pero en el resto, ¿qué nos impide divertirnos un poco? ¿Qué nos impide, acaso, hacer de la vida —y del derecho— un arte? Y quién sabe, quizás algún día volvamos a ver a un jurista con la audacia y la sensibilidad de un Salomón o un San Ivo. Hasta entonces, nos queda el recuerdo de aquellos que supieron decidir como humanos y no como autómatas. Aquellos que, con la justa finura, rascaron la superficie del derecho y se atrevieron a desafiar lo prosaico.

Vida ELU

Elus por el Mundo – Guillermo Pierres

Por: ELU Admin

Cómo sobrevivir en Francia: Guía práctica

Queridos, para que engañarnos, Francia es un país con clase. Francia tiene cafés de mesas redondas y sillitas de mimbre; fachadas señoriales, pisos de techos altos; ríos caudalosos… Francia es también un país de apasionados, donde los sentimientos -sobre todo los políticos- se manifiestan en las calles, en las avenidas y en la ciudad entera. Aquí persiste aún una implacable vena revolucionaria, un arrebato atroz. He normalizado las fogatas en la calle, los megáfonos y las pancartas; la Revolución. He dominado el arte de esquivar botellas y de orientarme con soltura; porque no es lo mismo llegar a casa por Science-Po que por la jungla de Guillotière. En esta ciudad, o desarrollas el sentido del mercenario, o eres presa de los que perturban la concordia de lo que podría ser una villa de paz.

Francia es un país de estudiantes resignados a un sistema fallido, que han convertido las paredes de la universidad en las de su propia casa. Allí, en las mismas aulas —junto al ocasional ratón ¡Une souris, Monsieur Bavitot!— los alumnos comen, ríen, planifican, sueñan. Porque todo gabacho -me he percatado- anhela la misma cosa: llegar, vivir y morir en París, su final de línea, su Ítaca. Porque de la cuna a París, y de París al cielo.

Esta ciudad, por cierto, cumple con creces mi riguroso barómetro, el del jazz, que nada tiene que envidiar al de los otros grandes epicentros: la gran manzana, la bota o la capital de mi querida patria. En sus garitos me suelo perder, meditabundo, pensando que quizá no sería mala idea dejarlo todo y dedicarme al saxofón, o al piano, que da más juego. Pero en fin, no son más que bobadas de un universitario que solo quiere calmar la nostalgia de su añorado hogar. Porque sí, compatriotas, este país me ha acogido bien, como a uno más, pero quién me va a quitar mi mollete de tomate y aceite (en ese orden, que no estamos para improvisar), mis churros, mis cañas, mi gente, mis balcones; mi decadente ciudad, su belleza, su ternura, mi Alhambra (ay! que la echo yo de menos); la lengua de Cervantes, su riqueza, nuestro humor, nuestra alma mediterránea, el aceite y el bronceado; el espíritu ibérico, el espíritu más fraterno.

Volveré con el alma rica en experiencias. Volveré, algo afrancesado, quizá. Volveré, mis queridos compatriotas, con más ganas que nunca, con el ánimo renovado. Echaré de menos esta jungla, sin duda, pero volveré.

PD: Más de esto cada semana | https://substack.com/@guillepierh

Vida ELU

Ratio Legis – Andrés Iniesta y los bienes jurídicos

Por: ELU Admin

Guillermo Pierres, 1º ELU

El 11 de julio de 2010 fue un día bonito: España disputaba su primera Copa del Mundo, su primera final. Manolo -no el del bombo- estaba con sus colegas al son de un corazón, fuego y pasión, con la mirada clavada en el televisor. Con tres cervezas en sangre y otra abierta en mano, contemplaba mudo la jugada que ahora ha quedado grabada en la retina de todos los españoles: un tiro cruzado, un gol, el de Iniesta, que pasó a engrosar el panteón de los goles históricos del fútbol. Manolo y sus amigos celebraban como neandertales, y éste bebió de hidalgo la cuarta cerveza de la noche.

De seguido Manolo miró el reloj, que señalaba las Iniesta en punto, o sea las 22:55, y se percató de que, o desplazaba el coche antes de las 23:00, o le multaban. Entonces bajó, consciente de su estado de embriaguez, escudriñó la callejuela, cerciorándose bien de que estaba desierta, y recorrió marcha atrás los tres metros que le sacaban de la zona azul. Luego salió, vio que la calle seguía vacía, y subió de vuelta al piso.

Bien, pues ahora quiero que leas estos dos artículos, que me he permitido resumir a efectos de comprensión:

379 Código Penal:

  1. El que condujere un vehículo a más de 60 km/h en áreas urbanas o a más de 80 km/h en zonas interurbanas, será castigado con… (las penas no nos importan).
  2. Se aplicarán las mismas sanciones a quien conduzca bajo la influencia de drogas o alcohol, o supere los límites permitidos de alcohol en el cuerpo.

380 Código Penal:

  1. El que condujere un vehículo con temeridad manifiesta poniendo en peligro la vida o integridad de otros, será castigado con… (las penas siguen sin importarnos).
  2. Se entiende por temeridad manifiesta la conducción que reúna las circunstancias mencionadas en el artículo 379, incluida la alcoholemia.

Estos dos artículos hacen mención a dos delitos distintos: el 379.2 al delito de alcoholemia, el 380 al de conducción temeraria. De su primera lectura comprendemos que Manolo ha infringido ambos preceptos, dado que:

  1. Ha conducido bajo una alta influencia de alcohol (entendiendo que dar marcha atrás tres metros es conducir).
  2. Ha conducido un vehículo con “temeridad manifiesta”, al ser la circunstancia anterior (la alcoholemia) una de las contempladas para apreciar dicha condición.

Ahora bien, estudiando los preceptos, si fueses el abogado de Manolo ¿qué alegarías en su beneficio?

Pues bien, a fin de elaborar una buena defensa primero has de saber una cosa:

Para apreciar un delito en Derecho Penal se atiende al bien jurídico. Un bien jurídico es una cosa o valor que la ley considera valiosa y que se debe cuidar para que todos estemos seguros y felices. Por ejemplo, la vida, la libertad, el orden social o la integridad física. Habida cuenta de esto, podemos constatar que existen dos tipos de delitos:

  • Delitos de resultado: los que lesionan o ponen en peligro un bien jurídico, siendo esta puesta en peligro o lesión condición indispensable para que haya delito.
  • Delitos de simple actividad: los que se consuman con la mera realización de la conducta descrita en el artículo penal, sin que se requiera la producción de un resultado.

Ahora que sabes esto, vuelve a leer los artículos e intenta pensar en cómo defenderías al pobre Manolo.

Yo mientras tanto te doy una pista: de la pena del artículo 379 no se va a librar ni aunque fuese Harvey Specter quien lo defendiera; sencillamente porque se desprende de su lectura que se trata de un delito de simple actividad, esto es,
que el mero hecho de dar marcha atrás, ciego como una cuba, consuma el delito, sin necesidad de que haya una víctima o una pierna rota de por medio.

Pero ¿qué hay del delito de conducción temeraria? Aquí se podría alegar que es necesaria la flagrante puesta en peligro (o lesión) del bien jurídico para apreciarlo. Pero ¿de qué bien jurídico hablamos? Porque si consideramos como bien jurídico la seguridad vial, el juez determinaría que ha sido lesionada por el mero hecho de haber generado un riesgo; pero si consideramos otros como la vida o la salud, podríamos argumentar que en una calle desierta -sabiendo que estaban todos celebrando a Iniesta en sus casas- poco riesgo hay, y que tomó las medidas de precaución necesarias para no vulnerarlos.

Por lo que la cuestión del pleito giraría en torno a determinar dónde está barrera de precaución, y si está debe ser adelantada (y culpar a Manolo por conducción temeraria) o no. Y sobre esto la ley no se pronuncia, así que su libertad depende tan sólo de tu capacidad de argumentación. Que fuerte, ¿no?

¿Qué opinas? ¿Dónde situarías la barrera de precaución?

¿Culpable o inocente? Te escuchamos.

Vida ELU

Visita de Esther a Granada

Por: ELU Admin

Guillermo Pierres, 1º ELU

Empezó con ese mensaje.

9:35 A.M.

— ¡Qué emoción! ¡Viene Esther!

— Bueno espera, ¿emoción? – Yo diría nervios, más bien. ¿De qué hablo con ella? ¿Qué tengo yo que contarle? ¿Y si la aburro?

— Ehh, ni que fuera tu dulcinea.

— Justo, tonterías, es mi mentora.

— Justo.

— Pero, ¿y si muere de hastío?

Cómicamente, he de reconocer que así me sentía yo. ¿Qué será esto de las mentorías? ¿Qué me va a decir Esther que no me hayan dicho ya otros tutores? Qué narices, ¿quién necesita una mentora? Al fin al cabo, me va de lujo en la vida.
¿No?

Y así llegó el día 22 noviembre, que acabó siendo un día muy -pero que muy especial. Ese día había algo en el ambiente. Ese nosequé que se respira en la ciudad cuando se la enseñas a alguien que la mira con ojos vírgenes. Claro, que Granada no era villa desconocida para Esther, pero repito, es Granada. Quién la haya visitado sabe a lo que me refiero.

Quedamos para comer en una terraza, aprovechando el buen clima que gozamos los sureños 364 días al año. Esther, por supuesto, maravillada. Esa comida fue lo que podríamos llamar una “sesión estratégica post-partido”.

Comentamos cada gol, cada fuera de juego y cada córner del intenso pero mágico Fin de Semana ELU que compartimos. Recapitulamos desde los argumentos más metafísicos que allí se nos presentaron, hasta las nuevas impresiones de los novatos, y “los mayores” nos proporcionaron su sabio feedback al respecto. Todo esto, claro está, disfrutando ración tras ración en la clásica emboscada gastronómica para turistas de la Plaza de la Romanilla.

Platos terminados y sin tiempo para el postre, emprendimos la empinada marcha hacia el Monasterio de la Cartuja, una experiencia por la cual fácilmente nos podrían haber convalidado el Camino de Santiago.

Para la siguiente parte del artículo, reconozco mi incapacidad literaria para recoger en un simple puñado de palabras lo que allí presenciamos. En sustitución de ello, dejaré que algunas fotos expresen más que mis palabras:

Como buen Granadino, desconocía completamente la existencia esta escondida maravilla barroca. Todos quedamos, en mayor o menor medida, extasiados. Sin aliento. En ese momento las palabras sobraban.

Una vez fuera, rompimos filas y cada uno se encaminó hacia sus quehaceres respectivos. Esther, por su parte, se dirigió hacia el bullicioso corazón de la urbe nazarí para llevar a cabo sus primeras mentorías, en compañía del más hábil guía
local, quién ahora redacta estas líneas.

Lamentablemente, no puedo revelar el contenido de las mentorías. Además, tampoco queremos que esta newsletter se convierta en un tabloide sensacionalista de crónica rosa, aunque os aseguro que destronaría de forma aplastante a las
revistas Hola, Corazón y Vanitatis, como mínimo.

Así pues, concluyo retomando las palabras iniciales. ¿Qué es esto de las mentorías? Pues bien, son mi faro en medio de alta mar; mi ancla en aguas agitadas; mi centro de gravedad permanente.

Gracias Esther, Granada ya te echa de menos.