Vida Elu – Visita al Thyssen

09 MAY

Pilar Sierra, 4º de la ELU:

El pasado 26 de abril tuvimos la suerte de embarcarnos juntos en una búsqueda muy particular: la del tiempo perdido. De la mano de Carola, Marta, María y varios amigos de la ELU, nos adentramos en el París burgués de finales del siglo XIX, un mundo intensamente vivido y delicadamente narrado por Marcel Proust.

No vinimos a ver la obra de un pintor. Para sorpresa de muchos, el encuentro sería con un universo estético, literario y vital; que aún hoy nos interpela. La exposición que visitamos es mucho más que un recorrido por obras maestras: es el espejo de una sensibilidad artística que nace a partir de una mirada no apartada a sus contemporáneos, una mirada que también se reconoce hijo de su tiempo.

Proust, profundamente consciente de que su obra no surgía en el vacío, supo mirar el arte —y a través del arte, el alma de su época— como parte esencial de su creación. Y precisamente gracias a esa mirada atenta, tuvimos el privilegio de contemplar la excelencia de Manet, Monet, Turner, Renoir, Rembrandt o Harrison, entre otros. Desde su admiración por el gótico veneciano hasta su apertura a los movimientos vanguardistas, caminamos a través de los lazos de la herencia y su ruptura; con la curiosa y placentera sensación de estar recorriendo los pasillos del Louvre.

Aquella mañana de sábado, nos sumergimos en la vida social, artística e intelectual de un tiempo fascinante. Vimos cómo el arte puede ser refugio, espejo, resistencia. Y, sobre todo, entendimos algo que Proust supo decir mejor que nadie:

“Porque había que transformar la vida en arte para que no se perdiera.
Y así me puse a escribir, no para recordar, sino para comprender.
Y así, mientras el tiempo lo borra todo, la palabra escrita lo recobra.”

El tiempo se va —implacable—, y precisamente por eso esta visita fue también un acto de gratitud: por el arte que nos sobrevive, por las preguntas que nos despierta, y por haberlo compartido con amigos.

Porque no hay mejor forma de recorrer un museo…

Y quizá, algún día, al abrir por azar una página de Proust, sintamos lo mismo que él al probar su magdalena con té: el sabor inesperado de un recuerdo feliz.