— Bueno espera, ¿emoción? – Yo diría nervios, más bien. ¿De qué hablo con ella? ¿Qué tengo yo que contarle? ¿Y si la aburro?
— Ehh, ni que fuera tu dulcinea.
— Justo, tonterías, es mi mentora.
— Justo.
— Pero, ¿y si muere de hastío?
Cómicamente, he de reconocer que así me sentía yo. ¿Qué será esto de las mentorías? ¿Qué me va a decir Esther que no me hayan dicho ya otros tutores? Qué narices, ¿quién necesita una mentora? Al fin al cabo, me va de lujo en la vida. ¿No?
Y así llegó el día 22 noviembre, que acabó siendo un día muy -pero que muy especial. Ese día había algo en el ambiente. Ese nosequé que se respira en la ciudad cuando se la enseñas a alguien que la mira con ojos vírgenes. Claro, que Granada no era villa desconocida para Esther, pero repito, es Granada. Quién la haya visitado sabe a lo que me refiero.
Quedamos para comer en una terraza, aprovechando el buen clima que gozamos los sureños 364 días al año. Esther, por supuesto, maravillada. Esa comida fue lo que podríamos llamar una “sesión estratégica post-partido”.
Comentamos cada gol, cada fuera de juego y cada córner del intenso pero mágico Fin de Semana ELU que compartimos. Recapitulamos desde los argumentos más metafísicos que allí se nos presentaron, hasta las nuevas impresiones de los novatos, y “los mayores” nos proporcionaron su sabio feedback al respecto. Todo esto, claro está, disfrutando ración tras ración en la clásica emboscada gastronómica para turistas de la Plaza de la Romanilla.
Platos terminados y sin tiempo para el postre, emprendimos la empinada marcha hacia el Monasterio de la Cartuja, una experiencia por la cual fácilmente nos podrían haber convalidado el Camino de Santiago.
Para la siguiente parte del artículo, reconozco mi incapacidad literaria para recoger en un simple puñado de palabras lo que allí presenciamos. En sustitución de ello, dejaré que algunas fotos expresen más que mis palabras:
Como buen Granadino, desconocía completamente la existencia esta escondida maravilla barroca. Todos quedamos, en mayor o menor medida, extasiados. Sin aliento. En ese momento las palabras sobraban.
Una vez fuera, rompimos filas y cada uno se encaminó hacia sus quehaceres respectivos. Esther, por su parte, se dirigió hacia el bullicioso corazón de la urbe nazarí para llevar a cabo sus primeras mentorías, en compañía del más hábil guía local, quién ahora redacta estas líneas.
Lamentablemente, no puedo revelar el contenido de las mentorías. Además, tampoco queremos que esta newsletter se convierta en un tabloide sensacionalista de crónica rosa, aunque os aseguro que destronaría de forma aplastante a las revistas Hola, Corazón y Vanitatis, como mínimo.
Así pues, concluyo retomando las palabras iniciales. ¿Qué es esto de las mentorías? Pues bien, son mi faro en medio de alta mar; mi ancla en aguas agitadas; mi centro de gravedad permanente.
Antes que nada, me presento: mi nombre es Teresa Calatayud y estudio 3º de Filosofía en la Universidad de Granada, aunque este año, quizá por decisiones no muy sopesadas y casualidades de la vida, estoy viviendo mi experiencia Erasmus en Nápoles, capital de la región de Campania.
La verdad es que no indagué mucho sobre la ciudad antes de venir y tampoco la elegí motivada por alguna razón en concreto, simplemente era uno de los pocos destinos a los que podía optar por la falta de convenios en mi grado y tenía claro que quería vivir la experiencia de estudiar un año fuera de España. Tampoco quise prestar excesiva atención a las reacciones de aquellos a los que les comentaba cual era mi destino Erasmus, pues todos eran conocedores de los estigmas y estereotipos que en ocasiones condenan a una de las ciudades más anárquicas y canallas del sur de Italia.
No os voy a engañar, la mayoría de estos prejuicios no son infundados (sí papá, reconozco que los programas de Callejeros Viajeros saben de lo que hablan) pero no son toda la verdad. Y no me arrepiento para nada de haber descubierto la que ahora es mi hogar sin un ápice de aprensión, pues ha hecho que me encuentre de frente con la parte más genuina de esta original, viva y contradictoria ciudad. Digo contradictoria porque en este espacio situado a los pies del Vesubio conviven la belleza y el peligro, lo profano y lo sagrado, el turismo y la cultura popular. El estrepitoso ruido de las motos que circulan sin ton ni son se entremezcla con la envolvente música napolitana que suena en cada rincón, y en medio de la decadencia que caracteriza la mayoría de las fachadas de esta ciudad, te encuentras con el inmenso patrimonio histórico de una capital que alberga más de cuatrocientas iglesias. Nápoles es una ciudad plagada de simbolismos, tradiciones, mitos y supersticiones y los napolitanos, devotos de San Gennaro y Maradona a partes iguales, llenan sus calles con una infinidad de altares.
Durante estos siete meses que llevo viviendo en Nápoles he tenido la oportunidad de disfrutar de su amplia gastronomía -pues está plagada de puestos de comida callejera- desde la auténtica pizza margarita que representa la sencillez de la ciudad hasta la sfogliattela, uno de los dulces más típicos. He podido disfrutar de la costa amalfitana montada en moto y recorrer a pie el famoso sendero de los Dioses, situado entre el mar y los grandes acantilados. Me he perdido por las ruinas de Pompeya y Herculano, he dado largos paseos por lungomare y he visto atardeceres preciosos desde los tres castillos con los que cuenta Nápoles. He visitado Prócida, la isla de la cultura, y me he dejado seducir por sus casitas de colores. He viajado por muchas ciudades europeas y sobre todo por Italia, viviendo el contraste entre el norte y el sur de este país, lo cual me ha permitido entender mejor por qué los napolitanos, en su mayoría, no se consideran italianos. He aprendido a seguir el ritmo que la propia ciudad te marca y a seguir las leyes internas que rigen la misma.
Por supuesto también he tenido tiempo de salir de fiesta (muuucha fiesta) pues es imposible no unirse a la vida nocturna de la que goza esta ciudad tan universitaria y probar el famoso Spritz en barrios como el Español o en cualquiera de sus plazas pues, aprovechando el buen tiempo de la costa y siguiendo las costumbres de los habitantes partenopeos, todo se hace en la calle. Puedes ver la colada de la gente tendida en la misma vía en la que se sitúa el Duomo y a mujeres tomando el sol en sus sillas de playa en las cercanías de la mismísima Piazza Plebiscito. Porque, aunque es cierto que es una ciudad frenética con cerca de un millón de habitantes, es acogedora como si de un pueblecito se tratase.
Me ha encantado experimentar el modo enérgico y pasional que caracteriza el modo de vivir de los napolitanos quienes dicen que, con el Vesubio activo, cualquier día puede ser el último. Personalmente no creo que este sea el único motivo por el que viven como lo hacen, pero comparto con ellos que el presente solo puede agarrarse con presencia… ¡y qué presencia! No obstante, el retrato vital de esta ciudad en movimiento también es vertiginoso, y la miseria y pobreza son fácilmente perceptibles en muchos de sus barrios pues, como dice uno de los numerosos murales que decoran las paredes de la ciudad: “Nápoles no esconde su sufrimiento, Nápoles no esconde sus cicatrices”.
En cuanto al ámbito académico… Bueno, entiendo que cada caso es un mundo y no tengo intención de dictar sentencia, pero, de acuerdo con mi experiencia y a pesar de estudiar en la principal universidad napolitana y una de las más importantes de Italia por ser la primera universidad secular del mundo, la Federico II deja mucho que desear en lo que a la atención a los estudiantes Erasmus se refiere. Pero siendo sincera, no estoy tan disgustada como quizá debiera, ya que he aprendido a gestionar situaciones que meses atrás me hubiesen hecho perder el juicio y tal vez la falta de exigencia de esta universidad me ha permitido tener tiempo suficiente…porque, aunque en septiembre pensaba que 10 meses eran muchos meses, desde luego no lo son.
Por último, no puedo dejar de hablar de todas las personas con las que me he encontrado este año, con quienes he tenido y sigo teniendo la suerte de compartir esta experiencia. No me cabe ninguna duda de que he podido adaptarme al caos de esta indomable ciudad porque tenía al lado a gente que lo apaciguaba, que lo hacía fácil, amable, tranquilo. Y he podido aprender a apreciar el arte de Nápoles -a veces escondido entre tanta dejadez- porque tenía al lado a gente que me prestaba sus ojos, que me compartía sus pensamientos y que me recordaba qué es lo verdaderamente importante de esta experiencia. Gracias a esta ciudad y a su gente, he aprendido que el amor, como otras muchas cosas, es una actividad. Me he dado cuenta de que no depende únicamente de lo que tenemos delante. El descaro y desenfreno de Nápoles me lo puso difícil al principio, pero ahora me sale solo.
Una de las primeras cosas que me dijeron cuando llegué a Nápoles, y de acuerdo con el carácter extremista de esta temperamental ciudad, fue que o la amas o la odias, no existe punto medio. Desde luego puedo garantizaros que, si alguna vez venís a esta ciudad, no os dejará indiferentes.
Llegados a este punto me despido y, aunque no soy mucho de citas, os dejo la famosa frase que Goethe dedicó a la ciudad de Pulcinella: “Vedi Napoli e poi muori”
El pasado lunes 5 de noviembre, los ELUs de Granada se reencontraron para planificar el nuevo curso y disfrutar juntos de unas deliciosas tapas.
En primer lugar, se pusieron de acuerdo en la fecha en la que estarían disponibles para recibir la visita de su mentora, Esther. Después decidieron qué actividades van a organizar y en qué fechas: la acción social y la acción cultural. Nos cuentan que “además, pudimos compartir los nuevos proyectos que tenemos este año, cómo nos encontramos en la universidad o con qué actitud afrontamos los nuevos retos que desde la ELU se nos proponen este curso.”
Pronto veremos los frutos de esta primera reunión en la diferentes acciones que organicen.
Por el arco de Elvira
quiero verte pasar
Para saber tu nombre
y ponerme a llorar.
– Federico García Lorca
Rubén Almendros nos comparte cómo fue la actividad ELU que llevaron a cabo en Granada:
“El pasado sábado 12 de marzo organizamos, desde la delegación ELU Granada, una visita guiada por el Albaicín. Con la inestimable ayuda de la historiadora María del Mar, diseñamos entre todos un recorrido de dos horas y media en el que descubrimos las puertas de la antigua muralla zirí. El resultado fue inmejorable.
Granada es una ciudad que esconde historia en cada rincón y que, desgraciadamente, no conocemos en profundidad. Nuestro objetivo, por tanto, era doble: por un lado, investigar las raíces del maravilloso lugar donde estudiamos nuestros respectivos Grados y, por otro lado, dar a conocer la larguísima tradición hispano-musulmán a todos aquellos que quisieran acompañarnos.
En la que ha sido nuestra primera ruta cultural decidimos alejarnos del foco turístico que supone la Alhambra, de origen nazarí, para adentrarnos en la impresionante Granada zirí, tan poco conocida por el gran público. La Puerta de Elvira, la Puerta Monaita, el Mirador de San Nicolás o la Puerta de las Pesas son solo algunos ejemplos de los espacios que explicamos. La visita trascurrió entre poesía, leyendas populares (unas de amor, otras bastante sangrientas), interesantes debates y, sobre todo, mucha historia.
Nos queda todavía mucho por descubrir sobre Granada, cuna de Al-Ándalus y de otras tantas civilizaciones. Decíamos que esta había sido nuestra primera ruta cultural por Granada, pero os aseguramos que no será la última. Como ELUs una de nuestras misiones es ser depositarios de nuestra tradición y compartir con los demás la cultura de la que formamos parte. ¿Quizás la siguiente actividad sea una ruta poética por la Granada literaria de García Lorca, Washington Irving o Francisco Ayala? Probablemente. Lo que sí es seguro es que estáis todos invitados a descubrirla junto a nosotros.”
El pasado 3 de diciembre, los ELUs de Granada, acompañados por nuestra mentora, nos reunimos para compartir una mañana con los niños de la Parroquia de La Paz, situada en el polígono de Almanjáyar.
Antes de diseñar la acción social que íbamos a realizar, nos reunimos con Candela Merino, graduada en Educación Primaria que actualmente cursa un máster sobre educación e inclusión social. Ella nos explicó cuál es la situación actual del barrio para que, de este modo, pudiésemos programar actividades que se orientaran a paliar las verdaderas necesidades que existen.
Almánjayar es un barrio que se sitúa al noroeste de Granada que surgió a mediados de 1970. En esta época la ciudad sufrió graves inundaciones que dejaron a muchas familias de clase humilde y trabajadora sin hogar. El Ayuntamiento, con el objetivo de erradicar el chabolismo y responder a la creciente de demanda de viviendas baratas, hizo construir casitas temporales para reacomodar a estas familias en Almanjáyar, que finalmente se han convertido en sus viviendas permanentes, debido a la carencia de recursos para poder trasladarse a lugares más dignos.
Por tanto, estamos ante un barrio marginal con graves problemas de salubridad y que, a menudo, sufre el desabastecimiento de los servicios básicos. Los efectos de la marginación son más visible en determinados sectores de población como es el caso de los jóvenes y de la población de etnia gitana. Esto origina la formación de submundos y guetos que desembocan en drogas, prostitución, delincuencia y mendicidad infantil.
Nuestra intervención en esta realidad social consistió en la organización de una jornada de juegos para los niños de la parroquia, a través de los cuales intentamos transmitirles los valores de amistad y trabajo en equipo. Durante unas horas, pudimos sentirnos verdaderos niños de nuevo, sin parar de correr de un sitio a otro y cantando con ellos. La participación fue muy alta y todos disfrutamos mucho.
Tras finalizar los juegos, visitamos la “escuelita” que tiene en el corazón del barrio la Compañía de María, en la que se da apoyo escolar a estos niños por las tardes. En todo momento estuvimos acompañados de voluntarios que realizan un trabajo continuo con las familias de la parroquia y que nos acogieron con gran alegría.
Durante las tapas granadinas que compartimos tras esta ajetreada mañana, comentábamos lo enriquecedor que había sido acercarnos a una realidad tan distinta a la nuestra y que, a pesar de tenerla tan cerca, desconocíamos. Esta actividad ha servido para unirnos mucho más como grupo y para hacernos más conscientes de lo importante que es “salir a las periferias”.
Nos hemos quedado con ganas de seguir colaborando con esta parroquia y con la escuelita y coincidimos en que lo mejor de todo ha sido recibir tantas sonrisas y abrazos de estos niños, que son los que hacen que todo esfuerzo merezca siempre la pena.