Pepelu y algunos de los alumnos que fueron al Teatro Kamikaze a ver Ilusiones, dirigida por Miguel del Arco, comparten sus impresiones a continuación:
La expectativa no era pequeña, pues el marco era atractivo: la adaptación de una obra peculiar de un joven representante de la nueva dramaturgia rusa, cuatro personas en escena sin nombre, una escenografía ecléctica y misteriosa y un proyecto teatral que rompe con las normas sin dejar de ser clásico. Además, las críticas no dejaban indiferente: “Miguel de Arco pulveriza las normas teatrales con Ilusiones”, “Ilusiones dinamita la frontera entre lo narrativo y lo dramático”, “Son ilusiones las que nos mantienen en la vida”. ¿La mejor obra de Miguel del Arco? ¿Una decepción la dirección del dramaturgo? ¿Una comedia existencialista?
Pudimos constatar que, ciertamente, se trata de una obra diferente, apasionada, existencial, tremendamente plástica, que juega con el monólogo de un modo sorprendente y que desgaja, gajo a gajo, el misterio del amor y de la muerte. 100 minutos que se convertían en 54 años, en que los actores se multiplicaban por cuatro y donde la escenografía adquiría un nuevo sentido. Una pausa. Aplausos. Y después, ¿qué?
Después vino un encuentro de otros 100 minutos con Miguel del Arco, sentado frente a nosotros, vacío ya el teatro y con los técnicos revisando el fallo de la horca. El diálogo versó sobre el contenido de la obra y el sentido de las adaptaciones teatrales, sobre el trabajo con los actores, sobre la escenografía, sobre el mundo del teatro, sobre Molière, Shakespeare y Pirandello, Nuria Espert, Carmen Machi e Israel Elejalde, sobre la vida, el amor y la muerte.
De todo ello darán buena cuenta los ELUs que allí estuvieron y dialogaron. Yo, como director académico, entre frases tan sugerentes como que toda obra de teatro es un acto colectivo, o que una sala alberga todas las historias y todas las artes, destaco tres ideas que justifican una actividad cultural como esta:
– la primera, el compromiso de Del Arco por ser siempre riguroso, tratando de no ofrecer nunca nada al público que no le parezca bueno, y eso es una invitación a todos nosotros a tender a la excelencia en lo que hagamos;
– la segunda, su perfil de actor, director, escritor, gestor, fundador, empresario (e ilusionista) nos habla de que, en ocasiones, debemos aspirar a salir de nuestro pequeño y cómodo rincón si queremos decir cosas y que sean escuchadas;
– la tercera, que la profesión teatral es un privilegio en tanto supone estar metiendo las manos profunda y continuamente en la condición humana, y eso es lo que creemos que debe ser la ELU, la posibilidad de no dejar nunca de plantearnos las cuestiones éticas, antropológicas y de sentido.
El teatro siempre brinda esa posibilidad y la cultura no entiende de ciencias o letras, sino de corazones inquietos que buscan la verdad de cuanto observan… aunque a veces se trate de ilusiones. A fin de cuentas, “debe existir algún tipo de permanencia en este inmenso y cambiante cosmos, ¿verdad, Alberto?”.
Los alumnos dicen…
Fue una representación teatral que sin lugar a duda no dejó indiferente a nadie. A través de la historia vital de dos matrimonios cuyos cónyuges se encuentran al final de sus vidas, se plantean al espectador las preguntas más esenciales de la existencia humana.
De entre la cantidad de paradojas y dualidades presentadas, como la lealtad y la traición, la verdad y la ficción, la vida y la muerte, el amor y el desamor, personalmente me quedo con la referente a la permanencia o el ser efímero del ser humano. ¿Nuestra vida es simplemente un paso por este universo en constante cambio, o por el contrario hay algo de nosotros que perdura tras nuestra muerte? Buscamos nuestro lugar en el mundo, aquél que nos satisfaga realmente y dé sentido a nuestras vidas, pero ¿sirve realmente de algo, o debemos cesar la búsqueda y limitarnos a existir? ¿Es la vida una ilusión? Todo esto ronda la cabeza de uno mientras contempla la obra; reflexiones que todos nos llevamos con nosotros y durante los próximos días trataremos de digerir.
Ángela Ramos.
Después de un tiempo en la ELU pude el sábado ir al teatro Kamikaze con otros ELUs y poder experimentar la magia del teatro y ser absorbidos por un texto que hablaba sin tapujos de la muerte, el amor, las ilusiones. Una experiencia increíble que terminaba con un encuentro con el director Miguel del Arco que respondía a nuestras preguntas con cercanía y demostrándonos todo su amor por este arte que es su profesión.
Belén Martínez.
Nos abría las puertas de su teatro Miguel del Arco para permitirnos disfrutar de una fantástica obra basada en la historia del dramaturgo ruso Ivan Viripaev. Son muchas las sensaciones y las reflexiones que evoca una obra frenética con un decorado recargado pero low cost como su propio director reconoce. Abre la obra con un poderoso monólogo que rompe desde el inicio con la cuarta pared -revelando las influencias Shakesperianas y Pirandelianas que parecen apreciarse en la obra y que Miguel del Arco nos confirmó posteriormente- para después trasladarnos por un laberíntico recorrido por distintos fragmentos de la vida de los cuatro personajes que los actores en escena nos describen y- en cierto modo- construyen. Así, la propia puesta en escena traslada una de las ideas centrales de la obra que no es otra que una reflexión en torno a cómo uno se construye a sí mismo a partir del relato que son nuestras vidas.
La fuerza del comienzo quizás se difumina un poco con el transcurrir de los fragmentos generando una cierta sensación de caos que contrasta con el orden y la circularidad que introduce el desenlace de la obra. En cierto modo, la estructura parece ayudar a construir una dualidad presente a lo largo de toda la obra entre el amor y la muerte; el disfrute y el sufrimiento; el orden y el caos, que recuerda a la obra de Lorca en cierto sentido. Es por último muy interesante ver cómo intenta resolver del Arco la duda que plantea la obra respecto de la existencia de algo permanente en este mundo en el que vivimos.
Parece que es la propia vida la que está siempre presente, en la forma del relato del que hablábamos antes. De alguna manera, quizás podamos reflexionar sobre cómo esta incertidumbre es lo que realmente está presente en todo momento de nuestras vidas, es decir, el desconocimiento sobre cuál es el futuro, sobre qué va a pasar marca nuestras vidas porque en el fondo somos nosotros, nuestras decisiones, en definitiva, nuestro relato el que las construye.
Óscar Baracchini.
Está claro que cuando entras al Pavón, tu actitud previa determina en gran medida lo que vivirás las próximas horas. En ese sentido, solo puedo recomendar dar los primeros pasos con el sentido del asombro bien abierto. Al llegar, te recibe un escenario barroco, casi propio de algún maniaco con síndrome de Diógenes. Sin embargo, es el escenario ideal para Ilusiones, y cada elemento en escena tiene su sentido y su función, para crear una atmosfera única. La obra es una pura invitación al espectador a Vivir, con mayúsculas, a ser partícipe de un relato magistral.
La historia se va descomponiendo en fragmentos donde cabe todo: el humor, la crítica, el análisis de la sociedad, y sobre todo una visión existencial (que no existencialista) de la vida, tratando el tema del amor en su más pura esencia y debatiendo sobre la propia vida desde la muerte. Estos fragmentos, que si bien pueden parecer inconexos o independientes, conforman un todo mucho más grande que solo cobra sentido cuando sales del teatro, con el alma compungida, y comienzas a asimilar la experiencia que has vivido.
Todo está hilado por unos actores que realizan un trabajo magistral, manejando con una intensidad abrumante muchísimas emociones, y siendo capaces de mantener el contrapunto, el conflicto, que es en sí la esencia misma del teatro, durante toda la obra. Ilusiones es una invitación a vivir, a dejarse llevar de la mano de relatos de distintos fragmentos o, mejor dicho, de fragmentos de un mismo relato, donde encontrar un espejo de tu propia existencia.
Jaime Redondo.
La tarde del pasado sábado se extendió hasta la noche en un tiempo casi estático. Tuve la sensación de escuchar al mundo pararse. Mientras, nosotros, en el corazón de uno de los barrios más castizos de Madrid, Lavapiés, intentábamos encajar las imágenes de toda una vida cuando llega a su fin. Ilusiones es una historia que desde la muerte habla profundamente de la vida. Una vida llena de ilusiones bañadas en la percepción, o bien manifestándose como eco de una fuerza, un sueño que todo lo puede. Una vida de amor, de verdad, de mentira, de broma, de pausas. Desde una mirada contemporánea y a través de una excelente puesta en escena nos mueve a replantearnos conceptos, sensaciones y sentimientos que tambalean durante toda la experiencia teatral. ¿El amor verdadero es aquel que es correspondido? ¿Cuál es mi lugar en el mundo? ¿Existe algún tipo de permanencia?
Miguel del Arco nos regala arte tanto a través de la obra como durante el posterior coloquio. Nos ofrece sus impresiones e ilusiones. Nos invita a entender la permanencia como “si no cuentas, no cuentes”, donde algo permanece mientras sea contado. Nos ofrece su mirada particular del teatro, “no ir persiguiendo lo que surgió ayer”, “el público soy yo”, “todo lo hago con rigor”, “hoy el teatro es más necesario que nunca”. Nos regala una tarde de sábado, extendida hasta la noche, mientras escuchamos a un mundo blando congelarse en un tiempo estático.
Gloria Barquero.
Ante todo, agradecida por la oportunidad de disfrutar de una tarde de teatro en compañía que ya echaba de menos. Con respecto a la obra, todo un torbellino de sentimientos, atrapada de comienzo a fin. Admirable el trabajo tanto de los actores como de todo el equipo. Consiguieron transmitirnos toda la energía posible y transportarnos de lleno a la historia de los personajes. Al final lo bonito es eso, ser durante unas horas parte de otra historia. Nos hicieron reflexionar, plantearnos aspectos de nuestra vida e incluso nos sacaron alguna que otra sonrisa y lagrimilla. Muchas gracias de nuevo a Miguel del Arco por ese coloquio que nos hizo entender más de cerca todo lo que se cuece entre bastidores. Volveré al Pavón que como dijo Miguel ya es teatro amigo.
Rebeca Arranz.