Hace aproximadamente un año me concedieron la plaza en la Universidad de Gdansk, Polonia, para cursar mi cuarto año en Medicina con el programa Erasmus. Un día después empezó la lluvia de advertencias de mi madre “abrígate bien, cómprate ropa de nieve”, las felicitaciones de mis amigos y la clásica pregunta “¿por qué Polonia?” de todo aquel que se enteraba de la noticia. Lo cierto es que mi elección se basaba en las recomendaciones de compañeros que habían vivido anteriormente en la ciudad, pero igualmente estaba hasta arriba de dudas como de papeleo que me quedaba por tramitar.
Ahora podría contaros mil y un motivos de por qué mi elección fue la correcta, aunque la mejor prueba de ello, es que he ampliado mi estancia un año más.
Lo que sí voy a contaros es que decidir irse a estudiar a otro país es una opción para valientes. De un día para otro aparecí en una de las ciudades más al norte de Polonia, con apenas 6 horas de luz diarias, un frío helador, y con uno de los idiomas más difíciles del planeta.
(Dluga, calle principal de Gdansk)
Recuerdo con ternura (aunque en el momento lo viví con terror) mi primer contacto con el país. Llevaba 21 kg de equipaje facturados y 8kg de mano, básicamente abrigos, forros polares y botas de invierno, eran las 4 de la tarde pero parecían las 9 de la noche y no había un solo cartel en el aeropuerto traducido al inglés. Estuve por lo menos quince minutos intercambiando señas con un taxista para que me llevase a mi nueva dirección hasta que con ayuda de un mapa y traductor de google entendió que mi destino era la residencia universitaria del hospital clínico. Si os estáis preguntando cómo suena el polaco, os recomiendo que veáis la saga Harry Potter y prestéis atención a los diálogos en “parsel”.
(Budapest, Hungría)
Tras este primer choque, fueron pasando las semanas, y me fui familiarizando con el entorno. Lo mejor aparece cuando te das cuenta de que hay personas igual de perdidas que tú, nuevas en la ciudad, y otras muchas con los brazos abiertos a enseñártela. De hecho, no había cumplido un mes y ya estaba paseando por las orillas del río Motlawa con mis compañeros de clase, planificando una próxima excursión a los países bálticos. Me fui enamorando de Gdansk, con sus casas de fachadas estrechas, coloridas y tejados de mil y una formas, los suelos empedrados, el paseo por el río y la antigua grúa. Los polacos me fueron pareciendo cada vez más cercanos, aprendí a combatir el frío probando las diferentes sopas típicas y hasta me parecía gracioso que se pusiera el sol mientras charlábamos en la sobremesa. Ahora, en pleno mes de mayo, hace una media de 18 grados, hacemos picnics en la playa y el sol desaparece a las 10 de la noche (increíble, una gallega pasando calor en Polonia).
Mi día en Gdansk comienza muy temprano (6 y media en pie) y directa al hospital. Mi programa dentro de la universidad, English Division, me permite no sólo estudiar en inglés, sino compartir rutina con estudiantes de muy diversos países que, como yo, han decidido irse fuera de casa. Además de esto, tenemos muy poquitas horas de teoría al día, y una gran mayoría de prácticas, el paraíso de cualquier alumno de medicina apasionado por su carrera.
En mi tiempo fuera del hospital me dedico a conocer Polonia y viajar por Europa. He visitado Poznan, Cracovia, Varsovia, las montañas de Zakopane y he viajado a Praga, Budapest, Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia, Londres y a los Alpes Italianos (y me parece poco!!). Una de mis anécdotas más graciosas ocurrió precisamente durante mi viaje de ski, en Val di Sole. Compartía remonte con dos de mis amigos de Estocolmo, nos dedicábamos a traducir expresiones graciosas del sueco al español y viceversa, pasando por el inglés y el italiano, e intentábamos hacer lo mismo con el polaco (con muy pocos resultados, pues ninguno éramos expertos en el difícil idioma). En ese momento, un chico de nuestra edad al extremo del telesilla estalló a carcajadas con nosotros y nos confesó que él era polaco y que no podía contener la risa al oírnos decir palabras en su idioma sin ningún sentido. Al final, el quinto y sexto pasajero resultaron ser una pareja de un checo y una portuguesa, que no dudaron a unirse a la conversación que ya de por sí tenía poco sentido.
(VAL DI SOLE, Italia. Viaje de ski. Españolas, suecos y polacos)
Es un tópico de estudiante de Erasmus pero lo mejor que me llevo de este año son los amigos que he hecho. Siempre tendemos a pensar que la gente del Norte es muy “fría” o muy “cerrada” en comparación con los españoles, pues es hora de cambiar el chip. Mis amigos, la mayor parte de Suecia, Noruega y Polonia, han conseguido que sienta que Gdansk es también mi casa, y lo será al menos durante un año más. No os quiero contar más, quiero que vengáis a verme y descubráis todos los encantos que tiene Gdansk por vosotros mismos, que seáis valientes y que decidáis vivir una experiencia como la mía, porque os prometo que os quedaréis con ganas de volver.
(Poznan, Polonia)
Marina Da Silva