“Un nuevo año supone cientos de nuevas posibilidades para que los ELUs podamos encontrarnos y aprender juntos sobre el mundo y sobre los otros. Así, el pasado miércoles 22 de enero, algunos alumnos de primer curso (Olivia Alarcón, Pablo Morillo, Natalia Pacheco y David Rodríguez) volvimos a la Universidad Francisco de Vitoria, hogar de muchos y casa adoptiva de tantos otros ELUs. ¿La razón? El café Newman sobre el sufrimiento, que contaba con la participación de Rocío Solís, coordinadora del Instituto Newman, y el invitado José Bernardo Díaz-Maroto (más cariñosamente, Jota), Profesor del Grado de Fisioterapia de la UFV. Además, entre los presentes estaba María Hernández, becaria del Instituto y también alumna de la ELU.
“Yo no soy experto en antropología teórica, pero sí sé algo de antropología experiencial”. Así abría Jota su intervención, convencido de que la mera observación y la vida junto a otros es capaz de revelarnos aspectos intrínsecos a nuestra naturaleza. Y es que el tema, el sufrimiento, era tan intrigante como los carteles que nos habían llevado hasta esa pecera del edificio E: folios desgarrados de muy diversas formas, pero siempre compartiendo heridas.
Jota sufrió uno de esos desgarros, especialmente profundo, hace diecisiete años. Conmocionado como estaba, recibió de sus amigos un consejo que le cambió la vida: necesitaba entender mejor y abrazar el sufrimiento de los otros para comprender el suyo. Con esta actitud, y partiendo de la idea de que “los profesionales de la salud deben contar con la paz interior para poder transmitirla”, llegó al Cottolengo del Padre Alegre en la comarca de Las Hurdes, una institución que lleva décadas acogiendo en el seno de su gran familia a personas que padecen la pobreza y la enfermedad incurable.
La experiencia, nos dice, “no le dio la fórmula mágica para superar su sufrimiento”, pero le hizo ver que había otra forma de vivir. Quizá no era posible arreglar los desgarros, pero sí dejar que fueran abrazados por los demás y amar a su vez las grietas ajenas, conscientes de que son propias a todo ser humano. Recibió estas lecciones de sus cuarenta y cinco amigos del Cottolengo; entre ellos: Salomé, soñando con enviar una carta a su padre, que no se había preocupado por ella nunca; María y Vicente, cómplices de un amor perseverante a través del Alzheimer; Margarita, abandonada por sus progenitores, que era ahora la cuidadora del lugar; Luis, que confiesa por los ojos su deseo de ser sacerdote…
Si de algo nos dimos cuenta, a través de la escucha a Jota y Rocío y del diálogo entre los asistentes, es de que el sufrimiento es uno de los grandes misterios de nuestra vida. En palabras de Jota, “tan solo podemos acercarnos a él de puntillas”; sin embargo, en mitad del dolor somos invadidos por la esperanza de sentirnos queridos, que nos mueve a vivir de una forma distinta: constantemente atentos a las heridas de los demás y constantemente dispuestos a amarlas.”
David Rodríguez Marín