Soy Cristina, estudiante de Ingeniería Mecánica en la Universidad Carlos III de Madrid, y este año tengo la suerte de estar de intercambio en la Universidad de California, Santa Barbara (UCSB). Cuando se presentó esta oportunidad, sabía que no podía dejarla pasar. Los días antes de venir fueron un poco intensos, con la cabeza llena de pensamientos sobre todo lo que dejaba atrás y lo mucho que lo iba a echar de menos, pero también con la certeza de que esto era una experiencia única a la que tenía que responder con un gran Sí.
Desde que llegué, me di cuenta de que este cambio era justo lo que necesitaba. En este lugar, he tenido la oportunidad de empezar de nuevo, de centrarme en las cosas que realmente me hacen feliz y de reconectar con lo que me apasiona. Mi objetivo este año era recuperar las ganas de todo, al igual que muchos de nosotros vivimos los Fines de Semana ELU como una recarga de baterías durante el curso. En ese momento, sentí que este año en California sería como un gran fin de la ELU, donde debía estar constantemente en el momento, diciendo sí a todo y aprovechando todas las oportunidades que se me presentaran. Este año ha sido esa recarga de energía y motivación que me permitirá volver a España con renovadas ganas de seguir aprendiendo.
Siento que he recuperado, y sigo recuperando, la motivación por todo lo que hago, y eso me llena de orgullo. Estoy haciendo espacio para probar cosas que en España nunca consideraría que tenía tiempo para hacer, como participar en proyectos como el Ideathon o unirme al Excursion Club donde se hacen actividades como escalada, yoga, surf, senderismo…
Estar aquí me ha enseñado a encontrar la belleza en lo sencillo: los atardeceres en la playa con amigos, las caminatas tranquilas sin un destino fijo por el campus, o el simple placer de sentarme a comer en la terraza con una buena conversación. Estos momentos, que en otro contexto podrían parecer cotidianos, aquí tienen un valor inmenso. Me he dado cuenta de que en España, aunque también aprecio estos momentos, a menudo me siento atrapada por la necesidad de hacer planes más elaborados. Pero al estar aquí, me he dado cuenta de que la verdadera magia está en los planes más espontáneos: ver los colores del atardecer reflejarse en el mar, quedarme mirando a los surferos en el agua o simplemente disfrutar de la calma que trae un paseo sin rumbo fijo.
Santa Bárbara, con su belleza natural, es un lugar increíble. El mar, el lago y las montañas se entrelazan en un paisaje espectacular, tan cerca unos de otros que casi parece irreal. Aunque a veces siento que vivo dentro de una película como La La Land, lo que realmente hace que esta experiencia sea única no es solo el lugar, sino las personas con las que la comparto. El ambiente aquí es especial, la gente tiene una actitud increíblemente abierta y siempre está dispuesta a decir “sí” a todo, lo que genera una energía positiva que se contagia. La alegría con la que afrontan todo, la facilidad de adaptarse y el calor humano con el que me han acogido, me han ayudado a sentirme en casa. Es una mentalidad muy parecida a la que vemos en los elus o en los Erasmus, esa actitud abierta y de aprovechar todo lo que el momento te ofrece.
Al principio, estar lejos de mi familia era algo que me inquietaba, pero al llegar aquí me di cuenta de que he encontrado una nueva familia. El apoyo mutuo, la complicidad y la forma en que nos enfrentamos a todo juntos me ha dado una sensación de pertenencia que hace que esta experiencia sea aún más especial.
Si estás pensando en hacer un intercambio, te animo a que lo hagas sin pensarlo dos veces. Es una oportunidad increíble para descubrirte a ti mismo, aprender de todo lo que te rodea y vivir experiencias que realmente te marcan. Para mí, California siempre será un lugar especial, no solo por lo que he vivido, sino por todo lo que me ha ayudado a descubrir sobre mí misma.
Quería terminar con una frase que para mí está definiendo mi experiencia “Prioriza lo importante, no lo urgente”.
¡Hola a todos! Soy Rodrigo Pérez Díez, de 4º de la ELU y estudiante del doble grado en Estudios Internacionales y Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid. Durante el segundo cuatrimestre del curso pasado tuve la suerte de experimentar qué es el Erasmus en Maastricht, una preciosa ciudad al sur de los Países Bajos. Es posible que este lugar no os suene a muchas de las personas que estáis leyendo este blog, pero Maastricht es la capital de Limburgo, la región más al sur del país. Esta encantadora localidad se erige sobre el río Maas y ha sido protagonista en el proceso de integración europea, pues aquí es donde se firmó el famoso Tratado de Maastricht.
Irme de Erasmus siempre ocupó un apartado esencial en mi lista de pendientes, aunque hace unos años concebía esta experiencia como inalcanzable. ¡Quién lo diría! Cuando me adjudicaron la plaza, sentí como si ya supiera todo lo que quería vivir y lo que quería que me sucediera, pero no contaba con que este tipo de vivencias siempre tienen algo guardado con lo que sorprenderte…
Si una cosa tenía clara es que quería vivir mi propio Erasmus, es decir, tenía que construirlo a mi medida, y no dejarme influenciar por lo que otros estaban haciendo o iban a hacer, sino por lo que yo quería que me pasase. Fue un acierto afrontarlo desde esta perspectiva, y siempre que amigos que están a punto de irse me preguntan por un consejo respondo lo mismo: vive tu propio Erasmus.
Cuando llegó el tan esperado día, incluso cuando se acercaba la fecha, pensaba que no tenía que irme, que en realidad no era tan buena idea, a pesar de que llevaba meses deseándolo. Al ser de Madrid y, por tanto, estudiar allí, nunca había salido a estudiar fuera, lo cual me producía una mezcla de sensaciones un tanto extrañas. No obstante, ya no había marcha atrás. Era momento de dar un paso al frente, de armarme de valor y confiar en que sería una experiencia transformadora. Hoy puedo decir que menos mal que lo hice. Desde su inicio, la aventura fue de lo más intensa, y es que un vuelo, tres trenes y un autobús fueron suficientes para llegar a mi destino. Sea como fuere ya me encontraba en lo que sería mi casa durante medio año y sentía una amalgama de emociones: alegría, alivio, entusiasmo, o inquietud entre ellas.
En mi caso, anticipé mi llegada unos días antes del inicio del curso, pero para mi sorpresa, debido al Carnaval, las clases no empezaban hasta casi un mes después. Aproveché, entonces, esas semanas para hacerme a la ciudad, conocer gente, organizarme y tenerlo todo preparado para mi comienzo en la Universidad de Maastricht. En este tiempo —en realidad durante todo el Erasmus— tuve momentos muy especiales conmigo mismo. Descubrí la ciudad yo solo, maravillándome a cada paso de lo que me rodeaba: el río, el mercado, la plaza, el puente antiguo, los parques, las iglesias… Sinceramente, este fue uno de los retos que me propuse conseguir durante esos meses, esto es, disfrutar de momentos conmigo mismo y ser consciente del valor de mi propia compañía. Caminar solo y protagonizar de este modo el asombro que se da en el conocimiento de un nuevo lugar es una sensación inefable y de gran valor.
Si bien es cierto que los dos primeros días opté por esta opción “bohemia”, pronto comencé a juntarme con muchísima gente de muy diversas partes del mundo –brasileños, italianos, alemanes, franceses…– y de España. Cada una de estas personas fue especial, y con ellas no solo compartí un destino de intercambio, sino también intrigas, sueños, conversaciones profundas y mucha diversión. Puede sonar a cliché, pero el Erasmus, como tantas cosas en la vida, son las personas. Con gente buena y que te hace vibrar te animas a descubrir lugares nuevos, y sientes unas emociones y creas unas conexiones tan sumamente fuertes y bonitas que jamás se borrarán de la memoria; por lo menos de la mía.
Así, cuando antes hablaba de “construirme mi propia experiencia Erasmus”, me refería a encontrar un equilibrio entre todas las áreas que son importantes en mi vida, sin descuidar mi apertura y disposición a aprender y experimentar cosas nuevas para mí. Por este motivo, y trayendo a colación nuestro tan conocido lema en la ELU, “solo tú pero no tu solo” se convirtió en una de mis máximas durante esos meses y además la puse en práctica como nunca antes.
En la búsqueda de ese equilibrio personal, entremezclando la universidad, mis hábitos, las nuevas amistades, y mis proyectos, se encontraba el viajar. Aunque no tuve mucho tiempo para ello dado que las clases eran obligatorias y mi estancia limitada, creo que sí lo aproveché bien. Bruselas, Luxemburgo, Praga, Selva Negra, Aquisgrán, y varias ciudades de Holanda, como Utrecht y Amsterdam, acogieron mi fascinación al descubrir estos nuevos lugares. De hecho, me atrevería a decir que más allá de la cantidad de sitios, lo verdaderamente importante cuando los visité fueron las enseñanzas extraídas de esos viajes: tener cuidado con los radares alemanes; las ciudades (del norte de Europa) pierden encanto con el mal tiempo; FlixBus es un gran aliado (¡aunque implique un viaje de doce horas!); come comida local; los free tours funcionan bastante bien menos cuando estás cansado… En fin, poco os puedo decir que no sepáis, elus, porque somos todos unos viajeros natos.
En lo que respecta a la universidad, como ya os he contado, las clases eran obligatorias y eso condicionaba mi experiencia en muchos aspectos. Aún así, era consciente de lo afortunado que era de estar en otro país estudiando y, en consecuencia, absorbiendo todo cuanto era posible del sistema educativo holandés, lo cual era algo novedoso para mí. En la Facultad de Artes y Ciencias Sociales y en la Facultad de Económicas —que eran ambas donde se impartían mis clases— las dinámicas pedagógicas funcionaban como en España, es decir, había clases magistrales y clases prácticas. En los grupos más reducidos era donde residía el verdadero valor y el aprendizaje real, ya que se organizaban pequeños debates y discusiones para que entre todos construyamos un aprendizaje colectivo. Las magistrales, en cambio, representaban una mera contextualización de estas clases prácticas y, por este motivo, los estudiantes teníamos la responsabilidad de preparar el material complementario leyendo papers, manuales y libros. Es cierto que este sistema de Problem Based Learning tiene aspectos muy positivos y beneficiosos, pero cuando uno lo vive en sus propias carnes también se da cuenta de las fallas o las desventajas que presentan este tipo de sistemas.
Asimismo, el ambiente universitario era muy bueno. Concretamente, el entorno Erasmus era un auténtico sinsentido porque la ciudad estaba prácticamente dominada por estudiantes internacionales. Esto es debido a que la Universidad de Maastricht acoge a más de un cincuenta por ciento de estudiantes de fuera. ¿Cuál es el resultado? Una ciudad con una diversidad cultural y social espectacular, con oportunidades por doquier para conocer personas de distintos ambientes y orígenes, y una ciudad con mucha vida y movimiento.
Como curiosidad, permitidme contaros que si estáis pensando en estudiar en Países Bajos o viajar por puro disfrute allí, hablan inglés perfectamente. De hecho, dicen que es el país que mejor inglés habla sin ser esta su lengua oficial. Las cajeras de los supermercados o los camareros en los restaurantes te hablan de primeras en inglés (menos en un par de ocasiones en las que debieron verme de los suyos: rubio y con ojos azules).
Para los que os preguntáis si es caro vivir en Países Bajos el tema de la vivienda es un tema complejo. Digamos que hay un exceso de demanda y poca oferta, lo cual encarece los precios. En el caso de las residencias de estudiantes, hay algunas en las que hay que buscarse edredón, microondas, vajilla, sartenes… Ahora bien, lo que sí me chocó un poco —acostumbrado quizá a España— fue lo costoso que es ir a comer fuera o tomar algo en una terraza (cuando hacía buen tiempo, claro). Menos mal que no fue necesario, me refiero, a una cuestión de vida o muerte, ya que en lo tocante a habilidades culinarias tuve tiempo de perfeccionar mis técnicas en este campo, lo cual también disfruté bastante.
En cuanto al mal tiempo, que sé que alguno lo estará pensando, dejadme deciros que sí, que el clima no es como en España. Pero ya sabéis lo que dicen, ¿no?: al mal tiempo buena cara. Personalmente, tenía muy claro que un poco de lluvia no arruinaría mis días, aunque sí me haría algo incómodo y difícil pedalear en la bicicleta de segunda mano con frenos defectuosos que compré a un vietnamita y luego vendí a un portugués. El tema de la bicicleta era una de las cosas que más ilusión me hacía, y aunque seguí manteniendo las horas peninsulares de comidas, he de reconocer en este sentido que me apetecía sentirme local o, al menos, moverme como uno. Según la estadística, teniendo en cuenta la proporción habitante-número de bicicletas, cada holandés tiene más de una bicicleta y, en consecuencia, hay un gran mercado en torno a las mismas: alquileres, apps de renting, compra-venta, estafas de bicicletas robadas… He de decir que era muy cómodo —menos cuando había que afrontar algunas cuestas— ir en bicicleta a todas partes; parecía, incluso, que las ciudades estaban hechas por y para ese fin, hasta el punto de que los ciclistas, con respecto a los automóviles, tenían preferencia absoluta.
Continuando con cosas interesantes o que pueden llegar a sorprender de primeras, la época de exámenes transcurría en unos pabellones gigantescos, que eran donde los hacíamos con unos ordenadores ya puestos por la universidad. Se trataba de un edificio multiusos que se empleaba para acoger grandes eventos y, entre ellos, los exámenes de la UM. Cuando me advirtieron de esto, al igual que de los métodos holandeses anti plagio, quise quitar peso al asunto, pero cuando me tocó vivirlo por primera vez fue impactante cuando menos. Esta meticulosidad, en coherencia, se vio reflejada de igual modo a la hora de poner las notas y corregir, es decir, que siguiendo esa efectividad holandesa respetaban los plazos a la perfección, lo cual se agradece mucho y, sobre esto, en algunos casos, la universidad española debería aprender.
En fin, podría seguir contando mil historias o peculiaridades, pero llega el momento de concluir este relato. En mi caso, me despedí de Maastricht a mi manera. Concretamente, lo hice diciendo adiós tal y como llegué diciendo hola: con un paseo solitario o, mejor dicho, en mi compañía. Sin embargo, sobre él no os diré mucho ya que, quizás, lo podéis imaginar. Fue algo nostálgico, incluso emocionante, volver a caminar por esas calles, por esos lugares y esos rincones tan especiales que un día descubrí por primera vez; la única diferencia es que ahora estaban llenos de recuerdos.
Sin lugar a duda, somos tremendamente afortunados de poder ir o haber ido a la universidad, y de que la vida nos brinde este tipo de oportunidades. Por eso, si estáis dudando en embarcaros en una aventura como el Erasmus, incluso si tenéis miedo (“hazlo, y si tienes miedo hazlo con miedo”), os diría, primero, que lo hagáis sin reflexionarlo mucho y, segundo, que no es tanto el destino de vuestro año en el extranjero sino la actitud con la que lo vivís. Da igual si es Europa, América o Asia, simplemente hacedlo, porque vayáis donde vayáis, como elus, sabréis admirar lo que tenéis en derredor y sabréis aprovechar la experiencia al máximo, o incluso vivirla como vosotros queráis hacerlo.
¿Qué me llevo de toda esta aventura? No sé por dónde empezar, esta redacción es una pequeña parte de ella. Lo que sí puedo afirmar sin ambages es que el Rodrigo que marchó no es el mismo que el que volvió, porque este último ha recibido un regalo invaluable como resultado de las grandes amistades construidas, los aprendizajes adquiridos a diario y la suerte de haber podido continuar mis estudios en un ambiente totalmente distinto.
Si habéis llegado hasta aquí, muchas gracias por acompañarme.
Os escribe Pablo Espinosa, alumno de cuarto curso de la Escuela. Aunque soy estudiante de tercero de Ingeniería Industrial en la Universidad Carlos III, este año tengo la suerte de poder disfrutar del programa Erasmus en Suiza. Aunque os podría concretar mi experiencia en la ciudad donde está mi universidad, Brugg-Windisch, al ser pequeña y estar un poco en tierra de nadie os contaré mi experiencia de intercambio en toda Suiza en general, ya que tengo la suerte de estar en país relativamente pequeño en el que todo me queda a un paseo en tren como mucho.
Empecemos por el principio. Aunque no fuera una de mis primeras opciones al echar mi solicitud, sabía que era una posibilidad probable por no ser muy querida como destino de Erasmus. Una vez me asignaron plaza y me decidí solo había una idea que allá donde le comentase se repetía: “te vas a un sitio caro y aburrido”. Pues bien, aunque pueda estar de acuerdo hasta cierto punto con lo primero, no puedo estar más en desacuerdo con lo segundo. Os cuento esto principalmente porque desde el primer momento que tomamos tierra un amigo de clase y yo, nos dedicamos a recopilar lo que llamamos “Las grandes mentiras de Suiza”, y como las más de treinta entradas que hemos ideado resumen bien lo que hemos vivido, usaré alguna para este trocito de Elus por el Mundo.
Mentira no.1: En Suiza hace frío Vale, sí, sé lo que podréis estar pensando: la Confederación no tiene el clima de Córdoba un día cualquiera de primavera, pero tampoco tiene ese frío siberiano que tantos me advertían. Os estoy escribiendo ya entrado diciembre y el abrigo no ha sido realmente necesario hasta hace una semana o dos. Además de esto, quitando la temporada invernal (que lejos de ser árida, tiene su propio encanto por las grandes decoraciones de Navidad y el paisaje nevado allá donde mires) Suiza tiene un clima suave y agradable el resto del año que te permite hacer una infinidad de planes al aire libre.
Mentira no.4: Suiza es caro Decididamente no me he ido de intercambio a un país donde la vida sea asequible para cualquiera, pero con la mentalidad apropiada de estudiante de Erasmus, uno se puede organizar para no gastar mucho. Sabiendo a qué supermercados ir, como Lidl o Aldi, dónde comprar cosas básicas a buen precio, los sitios en los que tomarse algo no suponga un agujero en la cartera, y el cómo moverse en transporte con abonos más que rentables, la vida se vuelve mucho más asumible y parecida a lo que uno se encuentra en otros destinos Erasmus popular como Francia o Italia. Además, un extra a tener en cuenta es que el estado suizo (no la UE) te proporciona una ayuda mucho más generosa, además de otros descuentos y facilidades para salir adelante.
Mentira no.12: En Suiza se trabaja mucho Aquí tengo que romper una baza en favor de nuestra tierra, y es que a pesar de la fama que tenemos de perezosos y vagos, y la buena fama que tienen los países germanófonos en cuanto a diligencia y trabajo, en este país la gente se toma la vida con mucha filosofía. La administración pública aunque eficaz, no siempre es rápida. Ésta tiene unos horarios muy escuetos donde encontrar ayuda fuera de ellos o por un canal distinto a ‘en persona’ es cercano a imposible.
Mentira no.16: En Suiza con el inglés te basta Aunque esto es verdad si solo te mueves por las grandes ciudades como Zúrich, Ginebra o Basilea, la realidad es que fuera de ellas no es tan común que la gente hable bien inglés. Al ser un país con cuatro lenguas oficiales (alemán, francés, italiano y romanche), tienes más posibilidades de encontrar alguna que sepas con la que puedas apañártelas. Aun así, en función del cantón (región) en el que te encuentres uno u otro será la oficial y la mayormente hablada, así que conviene saberse un buen puñado de básicos de cada uno para poder pedir un café o ir a comprar a un supermercado.
Más allá de lo que os he comentado, que es un poco crítica doble al prejuicio a veces excesivamente generoso y otras injustamente peyorativo que tenemos los españoles hacia Suiza, mi experiencia aquí está siendo sobresaliente. La gente es muy amable y atenta, donde te sorprende una mezcolanza entre la practicidad y rectitud germana y la cercanía y extroversión propia de italos y galos. Este crisol cultural europeo es apreciable en cualquiera de sus ciudades, pero os recomiendo verla con vuestros propios ojos visitando las distintas regiones que lo conforman, donde seguro que disfrutaréis mucho y acabará por encantaros tanto como a mí. En definitiva, para que veáis hasta qué punto es tal mi satisfacción con este intercambio, que al principio solo me iba a quedar un cuatrimestre, pero tras verme tan a gusto, decidí solicitar una prórroga que me concedieron sin problema alguno.
Este es un país muy bueno para un estudiante equilibrado, que quiera disfrutar de una infinidad de planes distintos (desde fiesta y ocio nocturno hasta senderismo, esquí y otras actividades al aire libre) y viajes variados (moverse por Europa es realmente barato y rápido desde aquí), pero que también quiera recibir un buen complemento a su educación y formación. Esta última aquí destaca por su sencillez y lo asequible que es, pero sobre todo por el gran énfasis en lo práctico que le ponen desde el principio. Ya sea desde la propia universidad o en conjunción con ella, avanzar y dar los primeros pasos en la vida profesional es tremendamente sencillo, donde verte colaborando con empresas prestigiosas de distintos sectores es la norma.. Por lo tanto es un gran destino, completo en muchos aspectos y que sin duda dejará una buena señal en ti, como experiencia de vida, y en tu expediente como experiencia universitaria que es.
A pesar de que lo recomiendo a cualquiera que lo esté considerando (e incluso si no está en su radar) sobre todo creo que es ideal para personas que estudien carreras más prácticas, en el ámbito de la ingeniería y empresa, por lo previamente mencionado. Con estas palabras me despido, espero que os haya gustado y esta entrada haya servido para que podáis ver con otros ojos a este gran y bello país.
Realmente no somos del todo conscientes del gran privilegio que supone hoy día ser universitario. Generaciones y generaciones han trabajado por conseguir que, hoy nosotros, tengamos la oportunidad de formarnos en ciencia y conciencia, de dedicar unos cuantos años de nuestra vida para aprender y maravillarnos con lo que el mundo puede ofrecer al hombre, y que, con todo ello, podamos nosotros también responder a las necesidades de nuestro tiempo.
Desde un primer momento, estamos rodeados de muchísimas oportunidades entre las que nos es muy difícil escoger y, aunque a medida que pasan los años y avanzas en la carrera, parece que la línea a seguir ya está muy encauzada, te das cuenta de que no es así: que las decisiones y elecciones aún están por tomar, que es a través de ellas como encaminas tu vida y que dependen de ti el tomarlas.
Así, con estas reflexiones, empecé este verano sin saber que en tan solo un par de meses, me encontraría viviendo en la impresionante capital del antiguo Imperio Austro-Húngaro: ¡Viena!
La oportunidad se presentó la última semana de agosto, y en tan solo un par de semanas, me encontraba ya en la capital austríaca, viviendo en una residencia de estudiantes, practicando y aprendiendo alemán, conociendo la ciudad, haciendo nuevos amigos. Muchas veces esperamos que se den las circunstancias perfectas para realizar los planes que tenemos en nuestra cabeza sobre cómo tiene que ser nuestra etapa universitaria y por ello, muchas veces, acabamos separándonos de la realidad. Por ello, es tan importante el saber adaptarse a las circunstancias que vayan surgiendo y saber sacar el máximo partido a lo que ellas nos pueden ofrecer.
Así, ante la incertidumbre generada por la situación sanitaria respecto a la posible modalidad presencial de las aulas y aprovechando la oportunidad que se nos concedía desde la Universidad Carlos III de Madrid de realizar durante este año lectivo las clases totalmente online, me lancé a vivir a Viena. Sin duda alguna, he podido sumergirme totalmente en la cultura austriaca, viviendo en una pequeña residencia de estudiantes, donde he tenido la oportunidad de trabajar a tiempo parcial también. He podido aprender el respeto que tienen unos por otros, que se refleja en su tan conocida puntualidad y orden, la tranquilidad y sosiego en el vivir, su respeto por la tradición y la herencia recibida, cultivadas en la música, el teatro y el baile así como su vocación internacional sin dejar atrás su identidad como eminencia histórica.
Si bien es cierto que desde el pasado día 17 de noviembre, Austria se encuentra en un completo lockdown por la terrible pandemia COVID y el gran aumento de casos, entre la preocupación por el sufrimiento, la tristeza por la situación y consecuencias que está dejando, he aprendido a fijarme en el lado positivo, a valorar aquello que tenemos, que sigue siendo mucho y a pedir y dar gracias a Dios por todo lo que hemos recibido y por todas las personas que nos pone en nuestro camino.
Decíamos el pasado FdS de Becas Europa que la fuerza de un SÍ te cambia la vida. De nuestro SÍ dependen muchas cosas.
Pues bien, hace poco menos de un año yo recibí un correo de ANUDI –la Asociación de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional de la UC3M– en el que se difundía el proceso de selección para ser miembro del equipo que representaría a la Universidad en la 60ª Edición del Philip C. Jessup Moot Court Competition.
Probablemente a estas alturas del artículo ya os tenga a unos cuantos desorientados. Os cuento mejor. El Jessup Moot es una competición de Derecho Internacional Público en la que se trabaja a fondo un caso ficticio entre dos países, se preparan los escritos de demanda y contestación a la demanda de los mismos (los memorials) y se defiende ante una corte que simula la Corte Internacional de Justicia compitiendo contra otra universidad.
En concreto este año se trataban los siguientes temas: atribución de conductas de una empresa privada al Estado, responsabilidad del Estado por violación de derechos humanos en su territorio por falta de acción (omisión), derechos culturales y religiosos de indígenas, protección de especies animales protegidas y del medio ambiente y apropiación y explotación de conocimiento tradicional de grupos indígenas.
Tras participar en el proceso de selección fui una de los cuatro seleccionados para conformar el equipo de la UC3M. He ahí mi SÍ. No sabía realmente dónde me metía ni lo que me venía encima. Pero SÍ, yo quería y tenía que estar ahí.
Ni julio ni agosto fueron meses de descanso. Desde el primer momento, tuvimos Summer Assignments con lo que estar entretenidos cuando otros tenían un verdadero verano. Nuestros coaches, Javier y Paola, a quienes agradezco su ayuda, entrega desinteresada y apoyo en todo momento, nos advirtieron que no iba a ser un camino fácil. La Carlos III llevaba ganando tres años consecutivos las rondas nacionales y no sería fácil una cuarta victoria.
Tras los Summer Assignments, llegaba la publicación del Compromís (la disputa). A partir de entonces, las entregas semanales a nuestros coaches de lo que después serían los memorials ocupaba nuestros días: leer ensayos, buscar información sobre temas muy concretos, rompernos los sesos pensando argumentos jurídicos y fácticos para posturas enfrentadas, indagar en la mejor bibliografía posible… Javier y Paola querían ver avances, no servía cualquier cosa. Para ello, nos reuníamos el equipo como mínimo una tarde a la semana para comentar lo que individualmente íbamos avanzando. Una tarde que, conforme se acercaba la fecha de entrega se alargaba exponencialmente hasta terminar encerrados en mi casa las últimas 48 horas.
Llegamos al 11 de enero con ansiedad y falta de sueño. Habíamos pasado probablemente las navidades más poco navideñas de nuestras vidas. Pero llegamos al 11 con ganas de enviar los memorials y demostrar todo el trabajo que durante ya seis meses habíamos venido currándonos.
Era enero sí. Mes de exámenes. Como os podéis imaginar, yo no daba para más. Si hubiese seguido el mes de exámenes como tocaba, el 9 de enero, dos días antes de la entrega, me habría examinado de Derecho Tributario. Pero yo ya había decidido, había priorizado y me había comprometido con un equipo. Estaba dispuesta a sacrificar el mes de junio de vacaciones para dar todo de mí en el Jessup. Dispensé entonces dos de seis asignaturas en las que estaba matriculada, porque el 11 de enero no acabó nada, sino que comenzó una fase decisiva.
De la mejor manera que pude sobreviví los exámenes para luego prepararnos para las rondas orales. Eran del 13-15 de febrero, no quedaba nada.
Viendo las finales internacionales de años anteriores, yo me veía incapaz. Hablar 21 minutos en inglés frente a un tribunal de juristas de prestigio y con infinita experiencia me parecía de otro mundo. Hablar simplemente no, mejor dicho: defender a una parte mejor que tu contrincante, ser capaz de contestar a cualquiera de las preguntas que te pudiesen plantear los jueces, gestionando tu tiempo y adaptando tu discurso al mismo. Y nada de un discurso escrito y leerlo. No. Simplemente salíamos con un esquema.
Pero seamos sinceros, después de haber estado seis meses trabajando a fondo sobre el caso, empecé a creer un poco más en mí. Y ahí estaba yo, nosotros, los días 13, 14 y 15 de febrero en la sede de Cuatrecasas representando un año más a la UC3M.
Teníamos buenos argumentos, un conocimiento del caso y del derecho increíble y además éramos la UC3M y en nuestra frente llevábamos grabadas tres victorias. Pero no, este año no nos clasificamos para las rondas internacionales de Washington DC. No ganamos. Este año, tras tres años de ganarles en la final, fue la Universidad Autónoma de Madrid, esta vez sí, la que ganó las rondas nacionales. La UAM se lo merecía: eran buenos, muy buenos.
El primer pensamiento que pasó por mi cabeza al no pasar siquiera a la final nacional fue “tantos meses de trabajo tan intenso para nada”. ¿Dónde estaba la recompensa a tantísimo esfuerzo?
Ahora me río de aquel pensamiento. Pero cómo no me daba cuenta de que el premio habían sido los últimos ocho meses y todo lo positivo que ello había traído a mi vida, todo lo que yo había crecido personal y profesionalmente, todo lo que había aprendido. Los últimos ocho meses eran mi premio.
El Jessup es algo más que una competición. Pretender buscar el premio fuera de mí, fuera de nosotros, no tenía sentido. El premio tenía caras y nombres: mis compañeros y ahora amigos (familia me atrevería a decir): María, Guille e Ignacio; los entrenadores: Javier y Paola; los exmooties que nos habían echado una mano, mi hermana por ayudarme diariamente, mi familia, etc.
No tuvimos el reconocimiento formal del esfuerzo, pero qué más da. No podíamos pedir más. Dimos un SÍ que nos cambió la vida y nos enseñó a vivirla.
Recuerdo que un par de días antes de las rondas orales tenía miedo y les dije (tonta de mí, pensando que mi vida dependía de una victoria) a mis padres: papás, si no ganamos queredme igual. Mi madre me dijo: María, no te queremos por lo que haces sino por cómo eres. Si algo me ha enseñado esta experiencia es a cómo ser en mil y una circunstancias distintas.
Y a día de hoy ya soy una exmootie del Jessup muy feliz de compartir con vosotros esta historia y agradecida de haberme desvivido viviendo esta experiencia.
Nuestra ELU Gloria Barquero forma parte de la asociación BEST (Board of European Students of Technology) de la Universidad Carlos III que organiza la MEW (Madrid Engineering Week). Esta una semana entera dedicada a la ingeniería, con multitud de actividades tales como talleres, conferencias sobre avances y temas punteros en ingeniería, visita a las instalaciones de una empresa… Todas ellas con participación de empresas líderes como: Microsoft, KPMG, EY, Atos entre otras.
La MEW se celebrará del 12 al 16 de noviembre en el Campus de Leganés de la UC3M. Para saber las actividades que se van a llevar a cabo puedes pinchar aquí e inscribirte. Las plazas son limitadas, por lo que te recomendamos que no tardes. También puedes obtener más información general en su página web o escribirles a contacto@mew.bestuc3m.es.