Soy Santiago Bercedo alumno de 4º de la Escuela de Liderazgo Universitario y estudio un doble grado de Ingeniería Industrial y Administración y Dirección de Empresas, en I.C.A.I.
El año pasado se me presentó la oportunidad de aplicar para cursar el último año de ingeniería en un país extranjero y desde septiembre estoy viviendo en Estados Unidos, concretamente en Minnesota, el estado de los 10.000 lagos.
La vida en un campus americano. Estoy estudiando en la University of Minnesota, cuyo campus cuenta con aproximadamente 51.000 estudiantes y se encuentra repartido por dos ciudades, las Twin Cities o, mejor dicho, las ciudades gemelas: Minneapolis y Saint Paul, divididas por el río Misisipi. El hecho de que la Universidad sea tan grande permite albergar grandes laboratorios y recursos enfocados en la investigación y de los cuales he podido hacer uso en alguna asignatura.
En cuanto a la gente, sobre todo las primeras semanas, Vicente (otro compañero de I.C.A.I.) y yo, nos rodeamos del resto de alumnos internacionales por tener la misma sed de conocer y descubrir todo lo nuevo que se nos presentaba por delante. Hemos conocido a gente de todos los rincones del mundo: de China, Australia, Alemania, Suecia, Inglaterra, Colombia, Francia o Noruega, además de otros muchos españoles.
Después, durante los primeros días recorriendo las calles de Minneapolis, nos quedábamos sorprendidos de que todo el mundo nos sonriera al cruzarnos con ellos. Y es que aquí, en Minnesota, hay una expresión conocida como Minnesota Nice, entendida como que la gente tiende a ser inusualmente cortés con los desconocidos.
Así que no tardamos mucho tiempo en hacernos nuevos amigos americanos y descubrir la verdadera cultura desde el “interior”. España gusta, y gusta mucho. Cada vez que digo que soy de España la gente se queda impresionada y empezamos a hablar de Madrid o Barcelona y, como no podría ser de otra manera, del fútbol español. El caso es que no tardamos en empezar a ir a los partidos de fútbol americano o hockey sobre hielo de la universidad. ¡Menudo ambiente! Los estudiantes de Minnesota nos llamamos los Gophers y a los equipos deportivos Minnesota Golden Gophers. El estadio de fútbol americano tiene una capacidad de 51.000 personas y todos los allí presentes (antiguos alumnos, padres y actuales estudiantes) animan al grito de Go Gophers!
La universidad también cuenta con su frat row, con sus fraternidades y hermandades, pero eso ya es otra historia. Lo que especialmente me gusta de esta universidad es que puedes intercalar vida de campus con vida de ciudad, teniendo Minneapolis y Saint Paul a tan solo unos minutos en trasporte público.
El frío no nos para. El frío era una de mis grandes preocupaciones antes de venir a este estado. La universidad cuenta con pasadizos subterráneos, el gopher way, para conectar los diferentes edificios y no tener que salir a la calle. Además, en Minneapolis existe el skyway system que se podría definir como pasarelas climatizadas entre los grandes rascacielos para recorrer el centro urbano sin tener que salir a la calle.
Yo ya he llegado a experimentar lo que supone una sensación térmica de -20ºC. Pero pensé que iba a ser mucho peor; buen abrigo, buenas botas y para delante. También os diré que me han dicho que lo peor todavía está por llegar, será en el mes de enero donde, según los locales, “no podrás a salir a la calle con el pelo mojado porque por las bajas temperaturas se te congelará y te lo podrás cortar con la mano.”
El intercambio da para mucho. Durante mi estancia aquí he tenido la suerte de recorrer algunas de las grandes ciudades de Estados Unidos como Nueva York, Chicago o Los Ángeles. Y no os voy a engañar, impresiona ver como cada estado es totalmente diferente.
Es la primera vez que “cruzo el charco” y me esta encantando poder conocer la cultura americana de primera mano. Este intercambio está siendo una experiencia única. Nueva gente, nuevos sitios, nuevo estudio y sobre todo muchísimo disfrute. Ahora tocan exámenes finales, así que muchísimo animo a todos.
Aprovecho para desearos una feliz Navidad y muy felices fiestas.
Se me ha hecho muy difícil escribir estas palabras en mayo, cuando estoy tan solo a un mes vista de volver a casa y despedir este año y esta ciudad que, como bien dicen, es eterna, y tira siempre para ella. Sin embargo, me hace mucha ilusión poder contaros la experiencia tan bonita e inesperada que he vivido este año, y aunque me cueste, creo que es una forma bonita de agradecer y despedir este año que ha sido nada más (y nada menos) que un regalo, y animaros, si está en vuestros planes, a emprender viajes, de cualquier tipo, que de primeras puedan resultar algo aterradores pero que, sin duda, son siempre el comienzo de algo importante (como bien hemos escuchado tantas veces).
La verdad es que ya había estado en Roma un par de veces, y siempre me había dado la impresión de que era una ciudad con aroma de cielo. Es difícil explicarlo, pero siempre había pensado que, si se me presentaba la oportunidad, viviría un tiempo en Roma antes que en ninguna otra ciudad. Me llamó bastante las veces que vine. No entendía mucho de la belleza que había, y sigo sin entender mucho, pero aún sin entenderla, me llamaba poderosamente.
Venirme en un principio fue una odisea; me faltaban todos los requisitos que pedían y no sabía cómo iba a apañármelas para conseguirlo. El Cielo se puso de mi parte y se resolvieron asuntos muy difíciles (como sacarme el first en una semana, y algunos más complicados) milagrosamente. Me vine aquí a la Universidad de la Sapienza, que es una de las más antiguas de Italia (y la más antigua de Roma, si no me equivoco), que está cerca de Piazza Bologna. Es una Universidad inmensa con gente de muchos sitios diferentes (de hecho, en algunas clases somos sólo internacionales).
Cuando llegué, me sorprendió mucho que Roma no era la Roma que yo había conocido como turista; era una Roma mucho más sucia, donde el camión de la basura pasa cada cambio de estación, ocurren algunos sucesos que pueden dar un poco de miedo, conducen, como sabéis, a su manera, los pasos de peatones son sólo sugerencias, te dicen cosas raras por la calle, te intentan timar por muchos medios, no hablaba nada de italiano, no entendía a nadie y hacía por hacerme entender, pero en sitios menos turísticos (como donde vivo), resultaba complicado, los autobuses siempre te dan platón, y, por consiguiente, tú a todo el mundo… Bueno, ya os podéis imaginar. Realmente son problemas de primer mundo, pero cuando llegas sola a una ciudad esas cosas te hacen estar en cierto estado de alarma.
Al principio, como en todos lados, hablas con mucha gente, personas de muchísimas procedencias, y conoces a una media de 20 personas nuevas cada día. Es emocionante ver como todo el mundo, cada persona, es esa persona y nada más. Yo en Madrid estaba bastante acostumbrada a etiquetar a las personas según distintos criterios. Sin embargo, por cómodo que hubiera sido, no puedo hacerlo. El “mundillo” de cada persona es tan nuevo y desconocido, que no hay forma. Ha sido un regalo. Es algo muy interesante poder descubrir a las personas según lo que son, sin ser de donde vienen, o su pueblo, o su opinión, o su rollo, o mis suposiciones. Esto ha sido para mí, muy enriquecedor.
También es un golpe de realidad muy potente verte tan pequeña en una ciudad tan grande. Irte de erasmus a una ciudad grande es muy diferente que irte a una pequeña. Aquí no hay residencias (o muy pocas), con lo cual, estar aquí se parece más a vivir aquí que a estar de Erasmus. Sentirte tan pequeña en una ciudad tan grande, como decía, te hace sentir que tienes mucho que aprender y que exprimir de lo que estás viviendo. Cada día las cosas son distintas, tienes planes nuevos y diferentes, aprendes alguna palabra nueva, alguna calle nueva, de repente te ubicas andando por calles que al principio parecían todas iguales… Vives todo con mucha novedad, con gran curiosidad y con ojos de piñón.
Es curioso, porque, en una ciudad con tanta historia, donde en cada esquina hay un secreto escondido, tienes que ir poco a poco averiguándolo. Empiezas a tirar de free tours; hay muchos datos turísticos que son muy famosos aquí y que te repiten por todos lados. Poco a poco vas contrastando fuentes y vas queriendo saber más y más.
Es brutal ir paseando con un gelato y sin quererlo encontrarte en el lugar donde Rómulo se debatió la división del territorio de las siete colinas con Remo, después donde Julio Cesar pronunció su “Et tu, Brute?”, ruinas a consecuencia del incendio de Nerón, la calle donde San Pedro se encontró a Cristo saliendo de Roma y ocurrió el famoso “Domine, quo vadis?”, la primera iglesia dedicada a la Virgen, supuestos piques entre Borromini y Bernini, un templo católico barroco construido sobre un antiguo templo romano, una estatua intencionadamente orientada hacia el Vaticano por Miguel Ángel, un piano en el que Mozart toco su réquiem, obras hechas por Mussolini para la exaltación de la Patria, placas de judíos capturados y extraditados bajo los portales de sus casas… Empiezas a moverte, a meterte más en la historia infinita de sus calles, y te das cuenta de que muchos datos son leyendas, muchas historias inciertas, y que cada vez hay más y más datos, rincones y secretos … Descubres la dificultad que supuso construir ciertas iglesias, como destruyen y reconstruyen, la búsqueda de soluciones de diferentes arquitectos y artistas durante años hasta que algún genio, un Bernini o un Miguel Ángel, dan con ella… Parece que la Historia de la Civilización te persigue en cualquier plan, y da la impresión de que, estés donde estés, muchas cosas han ocurrido allí mismo que han significado algo para la Humanidad. A veces tanta proporción, tanto poder, tanto conflicto, tanta historia, y tanta belleza, abruma; pero no cansa nunca.
Sigo sin saber mucho de arte y arquitectura, aunque me encantaría saber más; pero algo que me llevo de Roma es que es una ciudad que, poco a poco, despierta en ti una sensibilidad hacia la belleza. Al principio todas las iglesias son iguales, las recorres en 5 minutos, y poco a poco, cada Iglesia te va pareciendo diferente, vas buscando Rafaellos y Caravaggios por todas a ver si hay suerte, aprendes a contemplar la inmensidad y belleza de una cúpula, las proporciones de una Iglesia, la belleza de fachadas que antes ni mirabas, te interesa la historia de cada una, buscas atardeceres bonitos y los enumeras según número de cúpulas que se ven, orientación con respecto a la puesta, músicos callejeros que acompañan y cantidad de turistas presentes… Es una pasada.
He tenido la suerte de poder conocer otras ciudades de Italia, pero creo que vale la pena solo hablar de Roma; cada vez que tenía que dejarla, me daba lástima perder un fin de semana en la ciudad que siempre me está llamando. Claro que vale la pena conocer otras ciudades, y disfrutas muchísimo. Pero, que queréis que os diga… No soy muy imparcial :).
Y como no, las personas que conoces son increíbles. Conoces a un montón de gente, hablas con bastantes personas (además aquí hay muchísimos erasmus). Pero las amistades verdaderas que puedes llegar a forjar son una pasada. Convivís tanto que no puedes ocultar ni tus defectos; aprendes a querer a las personas con todo lo que son, te conoces en facetas nuevas, disfrutas muchísimo, y es curioso ver como juntos, los que estamos aquí, venimos con nuestra historia y nuestra “vida real” de origen y nos vamos, poco a poco, metiendo en esas vidas, que parecen tan lejanas, para que al volver podamos llevar muchos asuntos “mejor zanjados”. No se si es así para todo el mundo que realiza un intercambio; pero el crecimiento personal que haces, y que hacéis, de la mano de otros es una pasada. Esta distancia de España ayuda mucho en la forma de compartir y convivir con los demás. No os puedo explicar muy bien la sensación, pero supongo que los que os habéis ido lo entendéis.
No sé tampoco expresar lo agradecida que me siento por esta experiencia. La pena que me da irme no os la puedo explicar, pero el agradecimiento es aún mayor. Os animo a iros si tenéis la posibilidad: para los que volvemos a la “vida real”, o permanecemos en ella, creo que es posible vivir con esta actitud de apertura, de asombro, de novedad y de curiosidad sana hacia el mundo y todo lo que nos rodea. Creo que he aprendido a estar mucho más despierta.
Si alguno os vais a Roma, aunque sea de viaje, quedo a vuestra disposición para cualquier cosa. Y si alguien se está pensando el Erasmus aquí, le diría que se lo piense bien, porque es un Erasmus muy independiente… Pero en mi opinión, esta ciudad eterna no tiene desperdicio, ni comparación con ninguna otra. Da igual cuanto tiempo estés: es inagotable. Y, por último, pero no menos importante…
¡Hola! Yo también me uno a compartir mi experiencia internacional por la newsletter. Soy Isabella, alumna de tercero de la ELU y de Ingeniería biomédica en la Universidad Politécnica de Madrid.
Al empezar la universidad sabía que una de las cosas que no me podían faltar en estos cuatro años era la de vivir una experiencia internacional. Cuando llegó el momento de elegir destino, por tema de idiomas y asignaturas, el único destino al que podía optar era Estados Unidos. Es curioso que desde siempre he sentido especial interés por la vida universitaria americana, puede ser debido a todas las películas que he visto.
Estoy haciendo un año escolar en George Mason University, una universidad pública situada al norte del estado de Virginia, a poco más de media hora en coche de Washington DC. Su nombre viene del patriota revolucionario norteamericano George Mason, uno de los tres representantes que rechazaron firmar la Constitución federal, ley suprema de EE. UU. El campus en el que estoy ubicada es el de Fairfax. Es el típico campus de universidad americana alejado de la ciudad, en el que aparte de los edificios donde se da clase y las residencias de estudiantes, hay muchísimos restaurantes, gimnasios y pistas de tenis, futbol… alguna tienda, un supermercado a diez minutos andando… Además, la característica más importante y destacable de esta universidad es la diversidad e interculturalidad de los estudiantes y profesores.
El estado de Virginia es uno de los estados más bonitos de Estados Unidos por la variedad de paisajes que tiene. En la costa al sur tiene zonas de playa, al norte está la montaña, tiene ciudades importantes como Richmond, capital del estado, pero a la vez pueblecitos costeros como Occoquan. Aprovechamos a conocer los lugares que están alrededor. Solemos ir bastante a visitar Washington DC, es una ciudad preciosa, con mucha historia, y fuimos una vez a ver un partido de la NBA, ¡Go Wizards!
Además, estamos a cuatro horas en autobús de Nueva York, y allá que nos fuimos en noviembre. Estuvimos una semana recorriendo las calles de Nueva York, viendo el Empire State, la Estatua de la Libertad, paseando por Central Park…
La vida universitaria aquí es bastante diferente a la de España. Las clases son más interactivas, hay una planificación fuerte de trabajos y deberes hay que completar cada semana y que en ocasiones cuentan más para la nota que los exámenes y se promueven mucho los trabajos en grupo… Además, este cuatrimestre una de mis asignaturas es un laboratorio, de bioinstrumentación, y una vez a la semana vamos a hacer proyectos muy interesantes. Desde mi primer día de clase mis compañeros me han acogido muy bien y nos ayudamos con los deberes y trabajos.
Aparte de las clases, he buscado participar en otras actividades y así, por ejemplo, el semestre pasado me apunté en el club de baloncesto. Los deportes en Estados Unidos son muy importantes y fue una buena oportunidad para retomar el baloncesto, que solía hacer en España, y conocer nuevas amigas, la mayor parte de ellas americanas.
He tenido muchísima suerte con mi grupo de amigos. Desde la primera semana formamos un grupo con cuatro chicos americanos que nos han ayudado a los extranjeros con una inmersión rápida y entender ciertos aspectos de la cultura americana, los mejores restaurantes, actividades y lugares de la zona, y como no podía ser de otra manera el funcionamiento de la lavadora en la lavandería de la residencia. Son mi familia aquí y pasamos muchas horas juntos. Sin duda, son una parte muy importante en esta experiencia.
Un consejo que daría a la gente que está pensando en hacer cualquier experiencia de estudio internacional el año que viene es que no se lo piensen, que aprovechen la oportunidad y que nunca se van a arrepentir. Es una experiencia que enriquece, te hace crecer personalmente y guardas recuerdos para el resto de la vida.
Soy Jorge Paredes, de 4° de la ELU. Estudio Derecho y Relaciones Internacionales en ICADE y ahora estoy de intercambio en Israel.
Estoy estudiando en IDC Herzliya, que este curso ha pasado a llamarse Reichman University. Está a las afueras de Tel Aviv.
Cuando uno piensa en irse de intercambio, generalmente no se le va inmediatamente la cabeza a Oriente Medio. Tampoco fue mi caso. Cuando empecé a pensar si quería irme fuera de España un cuatrimestre empecé pensando en Europa, pero no me terminaba de convencer. Me parecía una experiencia muy parecida a la Universidad en España. Después pensé en Estados Unidos y no lo descarté de primeras, pero también había algo que no me terminaba de convencer. Entonces cambié de forma de pensar sitio. Pasé a buscar universidades y destinos que fueran buenos en los temas académicos que me interesan. Así, empecé a buscar universidades que tuvieran buenas asignaturas de Relaciones Internacionales, y más concretamente en temas de defensa y conflictos armados. Ahí es cuando en mi mente apareció Israel. Israel me permitía poder estudiar temas relacionados con seguridad y defensa, conflictos armados y Oriente Medio, y además desde dentro. De estos temas nadie sabe más que Israel. Además, la situación de la pandemia aquí siempre ha estado más o menos controlada.
Sumado a esto, vivir en Israel me iba a permitir aprender más sobre las tres grandes religiones. Israel es la tierra que Yahveh prometió a su pueblo elegido y donde el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y desde Jerusalén, según la tradición musulmana, Mahoma ascendió al cielo.
Es un crisol de culturas, lenguas, tradiciones y ritos. Y el mejor ejemplo es Jerusalén, donde lo mismo te cruzas con un judío ultraortodoxo que con una mujer musulmana con hijab, con un franciscano con su hábito y sus sandalias o con un armenio o un copto.
Todo esto hacía de Israel el lugar perfecto para mi intercambio. Y si antes de venir ya parecía perfecto, estando aquí puedo decir que ha superado con mucho todas mis expectativas.
Tel Aviv es una ciudad con muchísima vida, muy occidental para lo que es Israel y para lo que es Oriente Medio. La gente es de lo más internacional, desde estudiantes de intercambio de un sinfín de países a israelíes de ascendencia de Europa del Este, de Estados Unidos, Hispanoamérica o Sudáfrica. Aun así, todo el país está marcado por la huella del judaísmo. Desde que las semanas empiezan el domingo y el fin de semana es viernes y sábado a el parón casi absoluto por el Shabbat, el carácter judío del Estado y de la sociedad se nota en muchos detalles del día a día. Otro ejemplo es la comida kosher, es decir, según las normas de la Ley judía. Entre ellas, por ejemplo, la prohibición de comer carne de cerdo o no mezclar carne y queso. Si venís a Israel, no intentéis pedir una bacon cheeseburger, nadie las hace.
Desde Haifa en el norte a Eilat en el sur, pasando por Jerusalén; desde las playas de Tel Aviv al Mar Muerto o al río Jordán, Israel tiene una infinidad de ciudades que visitar, lugares históricos como Masada para descubrir y todos los Santos Lugares por los que Cristo, María y José y los Apóstoles pasaron. Desde Nazaret al Santo Sepulcro, Tierra Santa es el lugar perfecto para descubrir o redescubrir a aquel Hombre que se pretendía Dios.
Pero no solo Israel, sino que también Palestina es un lugar interesantísimo y lleno de sitios impresionantes. De Belén a Ramallah pasando por Jericó, Palestina muestra otra vida y otra cultura completamente diferentes. Aunque también se palpan las diferencias entre Israel y los territorios palestinos. El muro de hormigón que recuerda a Berlín o los checkpoints por los que hay que entrar y salir dejan ver que, en estas tierras, por desgracia, no todo son playas, lugares bonitos y sonrisas. La marca de la guerra y del conflicto está muy presente en las vidas de sus habitantes.
Con todo, la experiencia está siendo fantástica. Así que solo puedo seguir animando a las cúpulas de la ELU a que, cuando la situación de la pandemia lo permita, se haga un viaje académico a estas tierras.
¡Hola a todos! Soy Gonzalo Aranda y estoy en mi tercer curso de la ELU. Normalmente vivo en Sevilla y estudio el doble grado de ADE bilingüe y Comunicación en la Universidad Loyola Andalucía. Sin embargo, como algunos ya sabréis, este cuatrimestre ha sido un poco especial para mí. He tenido la suerte de poder estudiar unos meses en Estados Unidos como estudiante de intercambio en la Universidad de San Francisco, California, así que me he animado a compartir con vosotros un poco de esta experiencia.
Siempre he planeado hacer un intercambio académico como universitario. Además, una de las mejores oportunidades que ofrece mi universidad, como parte de la Compañía de Jesús, es la posibilidad de estudiar en muy buenas universidades por todo el mundo. Así que, cuando llegó el momento de solicitar el destino, mi cabeza ya estaba pensando en Estados Unidos y ni la incertidumbre del COVID pudo quitarme la ilusión por esta aventura.
Y así fue, después de meses de preocupaciones por vuelos, visados, convalidaciones y demás, aterricé en la bahía de San Francisco. Una de las zonas económicamente más prósperas del mundo, cuna de startups y grandes multinacionales tecnológicas, con una ciudad que ha servido de escenario a tantas películas clásicas y actuales, y que además es uno de los focos de los grandes movimientos sociales en la historia reciente de este país.
Durante mi estancia aquí, mi casa ha sido la residencia Pedro Arrupe. En “Pedro”, como la llamamos nosotros, he encontrado una familia de estudiantes nacionales e internacionales que me han acogido y han sido mi día a día durante cuatro meses haciendo de este semestre una de las etapas más felices de mi vida. Quizás muchos de los que viváis fuera de casa entendáis mejor a lo que me refiero, pero he tenido la suerte de tener un grupo de más de 10 hermanos y hermanas, de países, edades y estudios distintos, con los que compartir y comparar cada uno de nuestros descubrimientos y experiencias en estos meses.
En cuanto a la universidad, me he encontrado con un sistema completamente distinto al que estaba acostumbrado. El número de clases semanales aquí es mucho menor, los exámenes no tienen tanta importancia, el trabajo en equipo es fundamental y, y esto es lo que más me ha impactado, prácticamente todos los universitarios trabajan y tienen cierta experiencia profesional que vuelcan en las clases. Personalmente, ver a tantos jóvenes de mi edad compaginando sus estudios con trabajos reales que les permiten ir conociéndose en el ámbito laboral, me ha animado a esforzarme yo también por crecer en este aspecto, dentro de mis posibilidades, y aplicar para prácticas laborales durante este verano.
De la ciudad, y lo que he podido visitar del estado, solo puedo decir cosas buenas. Las personas que he podido conocer han sido muy acogedores, siempre dispuestos a ayudar y con un gran sentido de la responsabilidad social y el liderazgo. Me ha gustado ver que el legado español sigue muy presente mediante la lengua que compartimos con muchos de ellos, pero también en las misiones históricas que conservan por todo el territorio.
Una visita casi obligada durante estos meses era Los Ángeles, la otra gran ciudad de California, así que aprovechamos nuestras primeras vacaciones para ir a explorarla. En comparación con San Francisco, diría que es una ciudad más salvaje y caótica, lo cual era de esperar estando cuatro veces más poblada que esta otra. Pero, si algo me encanta de Los Ángeles, es que representa perfectamente todo aquello que hemos visto en el cine desde pequeños sobre Estados Unidos. Muchas de sus lugares icónicos, como el Paseo de la Fama o el Pier Santa Mónica se sienten familiares, aunque sea la primera vez que los visitas fuera de una pantalla.
Por último, como amante de la naturaleza que soy, no puedo acabar sin escribir algunas palabras de la de California. Sus parques naturales, bosques, lagos, playas y montañas que merecen muchísimo la pena. Si me tuviera que quedar con un lugar me quedo con el lago Tahoe, una enorme masa de agua cristalina rodeada de montañas con picos nevados y bosques de pinos. Tuvimos la suerte de visitarlo dos días y nos encontramos con algunos de los paisajes más impresionantes que hemos visto estos meses.
Para terminar, solo me gustaría animar a aquellos que tengáis la posibilidad a realizar un intercambio académico. Merece mucho la pena y puede ser muy útil para coger fuerzas y afrontar con ganas y nuevas perspectivas nuestros estudios universitarios.
¡Hola! Me llamo Marta Yarto, estoy en tercero de la ELU y en tercero de ADE bilingüe en ICADE y de Educación Primaria en la UNIR. Ahora estoy de intercambio de la parte de ADE en Marquette University en Milwaukee, Wisconsin. La idea de irme de intercambio nunca me atrajo pero sabía que debía hacerlo porque era muy buena oportunidad. También sabía que si me iba sería a EEUU para poder vivir la experiencia americana, quería lo más distinto a mi experiencia universitaria en Madrid.
Tomé la decisión de irme sin pensármelo mucho, sabía que si lo hacía no me iba a ir, así que me presenté y aquí estoy y ha sido una de las mejores decisiones de mi vida! Si alguno está dudando en ir, si tienes la oportunidad, ¡no te lo pienses! Soy de las que piensa que en esta vida hay cosas que no hay que pensar mucho, y esta es una de ellas. Lo que a mí me ayudó es que pensar en irme, en salir de mi ciudad, de mi casa tanto tiempo, salir de mi zona de confort me generaba “ansiedad” así que decidí no pensar en el tema hasta el día que me fuera y cuando llegó el día de irme hay tantas emociones juntas que ni lo piensas.
Os cuento un poco de cómo es mi vida aquí. Marquette es una universidad católica, jesuita y privada, esto no lo supe hasta que llegué. Se encuentra en Milwaukee, en una zona especialmente peligrosa, hemos tenido algún pequeño susto pero la verdad es que tenemos policía propia de la Universidad y servicios que se encargan de la seguridad. Vivo en una residencia donde todos somos internacionales y en cada apartamento también vive un americano y es una de las cosas que más me gustan. Conoces gente del mundo entero pero a la vez te integras con la vida y cultura americana porque vives con americanos.
Nuestro campus es una pasada. Lo que más me gusta es que tenemos de todo en el campus, supermercados, lavandería, restaurantes, cafeterías incluso una bolera, no hace falta salir del campus para nada y lo que más me gusta de eso es que todo el mundo que trabaja en estos negocios son los propios estudiantes de la universidad. Otra cosa que me encanta, que además es muy importante para mí y que desconocía de esta universidad, es que al ser jesuita el campus cuenta con varias iglesias y capillas, hay misa diaria, exposiciones del Santísimo, retiros, actividades de pastoral etc.
He aprendido mucho de la cultura americana, pero resumiendo una de las cosas que envidio de ellos es el sentimiento de pertenencia y amor a su país que tienen, ojalá en España, todos los españoles estemos tan orgullosos de nuestro país como los americanos de América. Otra cosa que me gustaría resaltar de su sociedad es que es muy heterogénea, eso hace que todo les parece bien, respetan más de lo que se hace en España y me da la sensación de que se juzga mucho menos que en España. Tenemos mucho de lo que aprender de ellos. Sin embargo, por mucho que haya disfrutado de esta experiencia, me atrevería a decir que nunca viviría aquí. Comentando con amigos, hemos llegado a la conclusión de que nos da la impresión que ser verdaderamente feliz en este país es más difícil que por lo menos en España, o por lo menos lo sería para mí. Es una sociedad para mi gusto muy superficial, completamente comida por el consumismo y materialismo. Dejan a su familia a los 18 para irse a otros estados a estudiar la carrera y ya no vuelven a casa… Se van a trabajar a otros estados y es muy difícil mantener las amistades.
En cuanto al tema académico, la verdad es que nada que ver con España. Las horas de clase son la mitad de la mitad que en España, eso me ha permitido tener más tiempo libre para hacer otras cosas y sacar adelante proyectos que en España no hubiera podido. La ELU, al ser online, ¡la he podido seguir fenomenal!
Por otro lado, aunque he estado solo cuatro meses me ha dado tiempo a hacer de todo, tenía una lista de las experiencias americanas que quería tener, y creo que puedo decir que la he cumplido entera. Un consejo que daría si alguien se va fuera es que se apunte a todo lo que se le propone. Es una oportunidad para conocer a más gente, conocer mejor la cultura… He hecho voluntariado, me he ido de convivencias a un campamento de YMCA, partidos de NBA, games de la universidad, partidos de hockey sobre hielo, tradiciones americanas como Thanksgiving o ir a una granja a recoger manzanas etc.
Además, hemos podido hacer varios viajes. Hemos ido varias veces a Chicago, ciudad de la que estoy completamente enamorada, está solo a hora y media de mi ciudad. También hemos ido a Nueva York y Miami. ¡Todos estos viajes los hemos hecho con todos nuestros amigos internacionales y ha sido una pasada!
En conclusión, estoy muy orgullosa de haber salido de mi zona de confort y haber tomado la decisión de irme. Me siento una auténtica afortunada por esta experiencia, por la suerte que he tenido con la universidad de la que me siento muy parte de ella, de la gente con la que he vivido estos meses y de poder vivir la experiencia americana universitaria al 100%. Habiendo conocido esta cultura, puedo decir que como en España, en ningún sitio. Somos unos afortunados por vivir en el país en el que vivimos y creo que es necesario salir de él un tiempo para poder darse cuenta de esto y valorarlo.
Hola a tod@s! Para los que no me conozcáis soy Diego Atanasio Galindo Détré y estoy en el 3º año de la ELU. Hoy me paso por aquí para contaros una de mis grandes experiencias que viví hace mes y medio. Tuve la oportunidad de ir a Sudamérica por primera vez en mi vida, pero esta vez no consistía en hacer una visita turística, sino vivir la realidad de la Medicina, carrera que empecé hace ya 2 años, desde otro punto de vista.
Siempre he querido visitar algún país sudamericano, no solo por toda la belleza que ofrece y los increíbles paisajes que tiene, sino por la cercanía en la tradición y la cultura con España. Durante un mes pude empaparme del clima tan acogedor de Perú y vivir como uno más de ellos.
Unos meses antes irme me concedieron una beca de intercambio de investigación, pero el futuro era un poco incierto. En un país donde el Covid-19 seguía acechando gravemente a la población y donde las restricciones eran bastante duras, la estancia en él suponía grandes riesgos. Además, debido a que procedía de un país extranjero era necesario que pasara una semana en cuarentena y siguiera un protocolo estricto, añadiendo el hecho de que estaría en un hospital con pacientes COVID, donde el contagio era una posibilidad bastante cercana. Todo ello me hizo dudar bastante, pero hay algo que finalmente me pregunté a mí mismo: ¿si no me han cancelado ellos mismos el intercambio, por qué debería hacerlo yo? ¿de verdad iba a dejar pasar una oportunidad de oro como esta? Y así es chavales, me tiré a la piscina de cabeza y qué a gustito me sentí.
Un mes antes de irme me cambiaron de destino, ya que Arequipa, la ciudad blanca donde en un inicio estaba destinado, se encontraba gravemente afectada por la variante delta del virus, por lo que fui destinado a Trujillo, la ciudad de la eterna primavera.
Así fue como un 26 de julio con la pechá de levante de Cai y to er caló de Sevilla, me planté en el aeropuerto. Tras casi 35 horas de viaje, entre vuelos, escalas y pequeñas cabezaditas en el aeropuerto, llegué. Y es que queridos amigos y amigas, eso fue increíble. Todo era como os podéis imaginar según se ve en las películas. Era como si entraras en un nuevo mundo. Para empezar me sentía bastante observado, un rubio alto rodeado de personas morenas y bajitas, ya os podéis imaginar cómo llamé la atención jajajajaja. Afortunadamente, al llegar, pude librarme de ese calor sofocante y disfrutar de un poco de frío (que nunca viene mal) y algún que otro chubasco. Por aquel mes eran las vacaciones de invierno y eso hizo posible que pasáramos más tiempo con los estudiantes de allí (digo pasáramos porque como os contaré en esta aventura no estoy solo jejejejeje). El invierno allí era bastante raro a decir verdad. Por la mañana me levantaba con un frío horrible, pero durante el día pegaba un buen sol. La temperatura media era de unos 25ºC.
Lo primero que me sorprendió al llegar fueron los medios de transporte. Para coger el taxi lo curioso era que no había taxímetro, sino que tu tenías que calcular cuanto podía costar según la distancia y aquí viene lo importante: que no os la cuelen por ser de fuera y os peguen un sablazo jajajaja. Otro medio de transporte no tan recomendado eran los microbuses, o microbios como le decían allí (que cada uno saque sus conclusiones). No eran tan cómodos, pero eran mucho más baratos. Poseían los mismos recursos e instalaciones que nosotros, pero la diferencia estaba en que el nivel de desarrollo era mucho menor. Las carreteras estaban peor cuidadas y los coches eran sorprendentes.
Tras una semana de cuarentena, conocí a la familia que me acogería durante toda mi estancia: eran increíblemente cariñosos y siempre se preocupaban por mí. El hecho de poder convivir con una familia te permitía adentrarte aún más en el hábito de vida y en su rutina. Te contaban anécdotas y tradiciones familiares y muchas veces hacíamos actividades juntos cada noche.
Empecé las prácticas en el hospital al día siguiente, donde tendría que ir 6 horas, 4 veces a la semana y para lo que necesitaría coger una van a las 6:30 de la mañana. Este se encontraba en la ciudad de Chocope, a una hora de Trujillo. El resto de días serían seminarios online.
Los hospitales allí funcionan por tres niveles, donde el nivel uno es el más bajo, con los recursos mínimos de atención primaria y el tres era el más alto, donde se hacían todas las cirugías necesarias y de mayor complicación. Nosotros estuvimos destinados a un hospital de ssegundo nivel en el área de Medicina Interna, en la ciudad de Chocope. Nuestra tutora clínica, Joana Magallanes, nos explicaba cómo funcionaba cada área y qué procedimientos se seguían según el paciente. Nos guió durante nuestra estancia y nos ayudó con nuestro proyecto.
Durante el mes que duraría el intercambio tendríamos que hacer un proyecto de investigación que consistía en analizar, a través de las historias clínicas de los pacientes y de los datos que se poseían, por qué la estancia de los pacientes era superior a lo que debía (en nuestro hospital, por ser de segundo nivel, tenía que ser de seis días como máximo). Así, cada día íbamos rotando por el hospital de Chocope, en las distintas especialidades, y en casos concretos íbamos a Casa Grande, un pueblo situado a 10km donde algunos pacientes eran trasladados. Hay días en los que realizábamos actividades para conocer más acerca del sistema de salud peruano. Por ejemplo, dos días estuvimos en una cámara de Gesell, a través de la cual era posible observar cómo discurría una consulta médica y el trato con el paciente; un día estuvimos en la planta de Medicina Interna, donde nosotros mismos debíamos realizar la Historia Clínica del paciente.
Así fue cómo conocimos algunas cosas peculiares del sistema sanitario. Al final de cada mañana acabábamos reventados y al llegar a casa teníamos que preparar las memorias de los trabajos que después expondríamos, pero sin duda alguna merecía la pena, hacedme caso.
El tío de la chica que me acogía tenía una clínica en la ciudad de Chocope y un día me invitó a asistir a una colecistectomía. Era mi primera operación e incluso participé en ella jejeje. Estaba previsto que hiciéramos varias actividades sociales durante nuestra estancia pero debido a la situación COVID se tuvieron que cancelar por el riesgo que suponía para la población (muchas eran tribus y, debido al poco contacto con las ciudades, nos contaban que el acceso a los bienes sanitarios eran muy escasos. Totalmente reacios a la idea del coronavirus, muchos no estaban vacunados o se negaban a ello).
A menudo preguntábamos a médicos o a personas sobre la situación del país y cómo veían el futuro. La mayoría nos contaba tristemente que el problema reside especialmente en la elevada corrupción. Era raro encontrar a un miembro del gobierno que no tuviera antecedentes de extorsión o que hubiera sido acusado por algún cargo mayor de corrupción. Incluso el propio presidente del hospital realizaba tratos o acuerdos que resultaban desconcertantes o en el que indicaba que los precios de los materiales comprados era superior al real (así una gran parte iba destinado a su propio bolsillo). Los jóvenes nos contaban esto con cierta tristeza, ya que muchos de ellos buscaban que el futuro del país fuera a mejor. La situación se veía empeorada por las recientes olas de inmigración procedentes sobre todo de Venezuela, que hacía que la economía del país decayera de forma importante.
Como os estaréis preguntando no todo fue ir al hospital. Pudimos hacer viajes a distintos sitios del país y, claro, con lo grande que era y todo lo que había por ver, era necesario seleccionar. Fui a Chimbote, una ciudad pesquera al sur de Trujillo, donde disfruté del magnífico ceviche y el olor a mar. Una semana después hicimos nuestra pequeña rutita, visitando ciudades como Ica (muy conocida por el Pisco y la leyenda de brujas), Puno (la ciudad más alta a nivel del mar habitable) y Cuzco.
Para mí sin duda la más bonita fue Puno. No solo porque soy un gran amante de la montaña, sino por las preciosas vistas que ofrecía del lago Titicaca y de cómo vivían las poblaciones a esas grandes alturas: la trucha al horno era el plato principal y para hacer frente al mal de montañas tomaban mates, de manzanilla o de coca habitualmente, y podías ver como muchos mascaban la hoja de coca, que te ayudaba para combatir el dolor de cabeza. En esta ciudad puedes ver el prototipo cuando se piensa en un peruano: todos eran bajitos, de cuerpo ancho y veías sus mejillas rojas y vestidos con los trajes típicos de colores muy vivos. Era sorprendente ver cómo eran capaces de subir esas enormes cuestas cargados de cestas de mimbre y bolsas.
Algunos lugares que tuvimos la oportunidad de visitar fueron el desierto de Huacachina (lugar ideal para ver la puesta de Sol); el lago Titicaca, donde todavía habitan tribus, como las islas flotantes de los Uros o la isla Taquile, cuya población no posee nada de electricidad y todo funciona por la mera actividad humana (pero lo mas curioso es cómo su cultura está basada en una sociedad matriarcal y donde los diferentes cargos de la sociedad se distinguen por los trajes que llevan); o la montaña de los siete colores, pero sobre todo, como no podía ser de otra forma, me quedo con Machu Pichu (ojito con la pronunciación). Es ahora cuando entiendo el por qué es una de las siete maravillas del mundo: no diría tanto por el paisaje, sino por la sensación que transmite y cómo te sientes una vez has llegado arriba: es algo increíble, difícil de explicar. Es como si de repente sintieras una energía que te recorre por dentro, tantos años de cultura Inca, esas piedras madres, llevadas desde las grandes montañas de los alrededores, haciendo uso simplemente de la mecánica y de la fuerza humana, con más de 500 años necesarios para su construcción hacen de este sitio algo único. Por un momento sentía que había viajado a otro mundo, que había ascendido hasta lo más alto. Cuando llegas arriba y ves esa inmensidad en lo alto del valle, rodeado del río de Aguas Calientes y de grandes montañas, piensas que eso no ha podido ser un acto humano: debe haber algo más. No es posible tanta perfección al mismo tiempo. Tanto, que por un momento se te corta la respiración y se te pone la piel de gallina.
Como no podía ser de otra forma, las alpacas y las llamas estaban por todos lados. Os diré solo que la llama es más alta y tiene menos pelo, mientras que la alpaca es más bajita y tiene un pelaje increíble. Ya os digo yo que eso es lo más suave que hay, te pones una manta o un poncho hecho de alpaca en invierno y además de no pasar nada de frío estás super a gusto.
Como gran amante de la montaña, para finalizar mi estancia hice una ruta por la ciudad de Huaraz, a la Laguna 69. Son unas tres horas de subida, a 4.604 metros sobre el nivel del mar, rodeado de cascadas preciosas. Aunque el frío y el viento se te mete por los huesos ni siquiera piensas en eso (porque creedme, es para olvidarse con todo lo que hay a tu alrededor).
Perú es bien conocido por su comida, tanto que este año fue el 5º consecutivo en llevarse el premio al país con la mejor gastronomía del mundo. Cada día probaba un plato distinto, y por si fuera poco, la cantidad no se quedaba corta. Os prometo que en mi vida había comido tanto (y con lo que me gusta a mi comer…). Me gusto tanto que hasta yo mismo acababa cocinando para llevarme las recetas a casa jajaja. Todavía hoy echo de menos la papa a la huancaína, el lomito saltado, las mollejitas, el arroz verde, el Shámbar, cabrito, ají de gallina, anticuchos o los riquísimos picarones.
Hay sabores únicos y uno de ellos es el del Maracuyá, ¡madre mía qué bueno está eso illo! No había comida en la que no pidiera una jarra de maracuyá para beber. ¿Habéis oído hablar del maíz morado? Sí, habéis entendido bien: maíz, morado. Y es que la bebida que se prepara con eso, la chica morada, ¡¡¡¡está riquísima!!! ¿Sabíais que en Perú hay más de 6.000 variedades distintas de patatas? Pero me quedo con el camote, la verdad, una patata dulce que con cualquier plato pegaba.
Aunque hay algo que sinceramente no me gusto nada: el café. Os juro que jamás he probado algo tan malo. Allí no le echan ni leche. Tu le pides un café y lo que te sirven es el café echo en cafetera y luego le añades agua caliente. Imaginaos cómo os ponía eso, estabais como una moto todo el día.
Hablando un poco de la cultura y las tradiciones, el país se ha forjado por las influencias que procedían de fuera a lo largo de los años. Cuando preguntaba a los peruanos sobre algunas jergas o el acento característico, me decían: “Perú ha adoptado influencias desde otros países. Muchas palabras provienen de personas que llegaron aquí hace años. Mas allá del “ah ya!” o del “pues” al final de cada frase no hay nada que nos caracterice. Puedes imitar el acento argentino, colombiano o mexicano, pero no el peruano, porque directamente no lo tenemos” ¿Es algo curioso verdad? Como un país se ha forjado a partir de la influencia de otros países y resulta ser un todo.
Aprendí también cómo con el paso de los años, han transformado la cultura española y la han incluido como parte de ellos mismos. Tienen un gran amor por España y cualquier turista español era considerado como uno más de ellos. El caballo andaluz forma parte de muchos de los bailes típicos, así como la guitarra flamenca o la caja. Muchos de los vestidos y de la música te hacen recordar al flamenco.
El baile típico que aprendí de Trujillo, la Marinera, era tan bonito como su significado: el cortejo del hombre hacia la mujer y en el que muchas veces, el hombre se subía a caballo para impresionarla. La danza criolla es propia de las tribus del Amazonas, pero presenta variaciones según la región de Perú. La música era conmovedora. Los instrumentos, como la quena o la zampoña, que caracterizan a Perú tenían un sonido muy relajante. Recuerdo cómo cada noche no podía irme a la cama sin antes oír un fragmento del “Condor Pasa”. Para mí era como la nana que cantas a un bebé y que inmediatamente se queda dormido.
Pero por supuesto todo esto no habría sido lo mismo sin dos grandes personas: Ario y Trifon. ¿Quién imaginaría que se podría forjar una gran amistad entre un italiano, un búlgaro y un español a kilómetros de distancia de sus casas? Un deseo común nos unía: descubrir el mundo, y es que nunca el idioma resulta ser una barrera, sino más bien un reto. Nos aventurábamos solos en un país que no conocíamos, pero que era como si hubiéramos nacido allí. Juntos organizamos e hicimos nuestros viajes y compartimos grandes momentos. Nos sentíamos libres y especiales, y es que la gente que nos rodeaba lo hacía posible. No me acuerdo de cuantas veces en los restaurantes nos ofrecían un aperitivo o nos pidieron que nos echáramos una foto con ellos, e incluso nos invitaban a comer con ellos. Recuerdo que hasta un día acabamos jugando un partido de fútbol en uno de los campos de la ciudad.
En el hospital fue aún más increíble. Cuando vas a un país subdesarrollado puedes pensar que las condiciones allí son ínfimas o que los profesionales no están lo suficientemente preparados pero ¿sabéis que? Allí la carrera de Medicina dura siete años y empiezan dos años antes que nosotros. Nada más que en Trujillo había tres facultades de Medicina y en cada clase cerca de 600 alumnos. Cuando veías a los profesionales estos trabajaban con una dedicación increíble, eran las personas más honestas y con una pasión que jamás había conocido, cada uno con una historia de superación distinta. Es en ese momento donde te das cuenta de lo agradecido que debes estar y de la suerte que tienes de estar rodeado de ellos.
Pero todo tiene un final y así fue como nuestra estancia ponía fin el 31 de julio. Sin embargo, debido a la situación de la pandemia nos retrasaron el vuelo de vuelta y volvimos una semana más tarde (cosa de la que no me puedo quejar). Aún recuerdo aquella despedida en el aeropuerto y cómo acabé con 9 kilos de más en la maleta por querer traerme de vuelta tanta comida y recuerdos jajajajaja, lo que resultó en llevar tres bolsas de mas. De ahí me fui con una sonrisa y una alegría increíble, muchísimos números de teléfonos para llamarnos cada semana (o al menos esa era la idea) y con la esperanza de volver en un futuro cercano.
Sin duda alguna ese mes fue único. A pesar de las circunstancias por las que pasaba el país, con la pandemia y la elección de un nuevo presidente unos días atrás, disfruté al máximo. Descubrí qué es lo que se esconde “al otro lado del charco” y, sin duda alguna, lo más importante para mí fue romper con muchos de los prejuicios o con la imagen que muchas veces se vende desde fuera. Allí la realidad era bastante diferente. La gente se sentía muy agradecida por tenernos allí y compartir con ellos grandes momentos. Nos sentíamos más seguros de lo que creíamos. De todo esto saqué dos conclusiones: lo primero es que viajar es la mayor fuente de conocimiento. No hay mejor forma de conocer el mundo en el que vives y descubrir qué es lo que hay más allá de tu día a día que saliendo de tu entorno. No importa cuán lejos esté o cómo de loco pueda sonar, lánzate. Afortunadamente vivimos en un mundo donde la conexión resulta muy fácil y sencilla. Hay mucho por descubrir y no dejéis que el tiempo lo llegue a consumir. Lo segundo es que los mejores momentos se viven con los demás. No me imagino haber vivido tan al máximo, estando tan feliz y a gusto si no hubiera sido por todas las personas que me acompañaron durante este viaje.
Bueno, después de haberos soltado toda esta historia creo que ya es hora de que me despida. Para todas aquellas personas inquietas y con ganas de descubrir el mundo (que sé que hay muchos entre vosotros), deciros que no tengáis miedo (ojito con que yo os esté diciendo esto). Detrás de cada frontera se esconden personas que merecen mucho la pena, grandes maravillas al ojo humano y con una riqueza más valiosa que cualquier libro que podáis encontrar en una biblioteca. Lo único que necesitáis es una mochila y ¡manos a la obra! que el resto quien sabe lo que será.
Es increíble cómo vuela el tiempo. Hace 450 días estaba por esta sección de la newsletter hablando de mi experiencia en Bruselas, sin saber qué era el coronavirus y sin imaginarme que ahora os estaría hablando de mi experiencia a 9000 km de casa. Mi nombre es Enrique Mochales y estoy cursando este semestre en el Tecnológico de Monterrey, en Monterrey, México.
Cualquier persona que me conozca sabe que soy una persona muy inquieta y que disfruta muchísimo viajando. Tras mi experiencia en Bruselas, quería seguir viviendo y exprimiendo la etapa universitaria fuera de mi querida Sevilla, y entre las opciones que tenía, México era la que más me llamaba la atención. Solo había un mini obstáculo que superar: el convencer a mis padres, estando yo en Bruselas para irme a México. Pero he de decir que tampoco fue muy complicado.
¿Habéis visto la película Coco? Bienvenidos a México. Una gastronomía deliciosa a la par que picante, chilaquiles, tacos, enchiladas, mole, tequila, mezcal, margaritas…; la gente súper amable y cercana; los mariachis de Guadalajara; las playas de la Riviera Maya, las montañas de Monterrey o la cultura desbordante en Chiapas, Puebla o Oaxaca hacen de este país un país increíble. No era consciente de que me venía a estudiar tan lejos de casa, pero estaba seguro de que iba a ser una experiencia increíble y así está siendo.
Monterrey es la segunda ciudad más poblada de México, por detrás de Ciudad de México. Es una ciudad cuya extensión es enorme, delimitada por cerros y fronteriza con Texas, lo que explica la gran influencia americana que existe en la región. Un claro ejemplo de la dependencia americana fue en febrero, cuando tuvimos un temporal de heladas, llegando a estar a -11º, sin luz ni agua, ya que a Texas no le era posible mantener el suministro eléctrico para sus habitantes texanos y los del estado de Nuevo León. Y yo con mi ropa de verano… Un show jajaja.
En la actualidad, Monterrey es azotada por una gran inestabilidad tanto política como social. No se recomienda el andar por la calle y cualquier traslado tiene que hacerse en Uber. No es poco habitual encontrarse con militares armados por las calles, e incluso retenes en mitad de las carreteras, donde los policías comprueban los coches uno a uno de una manera totalmente arbitraria. Pero quitando esto, y como dicen los centroamericanos, “es seguro, siempre y cuando no te metas donde no te tienes que meter”.
Vivo en un piso con un boliviano, y hago mi vida con gente de Honduras, El Salvador, Argentina, Martinica, Francia, Marruecos, Italia o Alemania, por nombrar algunos países. La pandemia ha frenado la llegada de estudiantes internacionales, pero hay muchos locos que han seguido viniendo, así que estoy pudiendo disfrutar de una experiencia increíble, aprendiendo muchísimo sobre distintas culturas y cuestionándome asuntos que daba por hecho antes.
El TEC de Monterrey es la mejor universidad de México y a pesar de tener las clases online, lo estoy pudiendo comprobar. Estoy cursando seis asignaturas de Derecho y estoy exprimiendo y sacándole mucho partido a (casi) todas las clases. Los profesores están altamente preparados, y son muy cercanos y atentos, aunque también tendrá algo que ver que sea el único estudiante extranjero en las clases. Me da pena no haber podido conocer el campus, ya que es verdaderamente increíble, pero confío en que el semáforo epidemiológico permita la reapertura de este antes de que termine mi experiencia mexicana.
¡Por último toca hablar de los viajes! En un primer momento, antes de venir, estaba ansioso por conocer América del Sur, hasta que llegué a México y comprobé como esto no era Europa: no existía Ryanair (como es lógico) y las distancias eran larguísimas. Por lo que decidí conocer lo máximo de México posible, que no es poco. He tenido la suerte de conocer las playas de Puerto Vallarta y Sayulita, en Jalisco y Nayarit; la cultura de Guadalajara; degustar el Tequila en Tequila; hacer snorkel en los cenotes de Mérida; asombrarme con Valladolid y Chichén Itzá (una auténtica maravilla), en Yucatán; y por último descansar en la Riviera Maya, estando en Cancún y Tulum, el famoso Caribe mexicano, al cual sinceramente no tiene nada que envidiarle mi Puerto de Santa María.
Está siendo una aventura increíble, antojada complicada de primeras debido a la incertidumbre existente y a ese “miedo” que siempre se tiene al desplazarte solo a vivir a otro lado del mundo sin conocer a nadie. Pero en esto también está la magia y lo que hace que esta experiencia sea tan atractiva. Este aprendizaje constante de gente tan distinta a ti que te llena y te complementa tanto, demostrándote que hay mucho más allá además de la “visión europea” del mundo. La suerte de poder vivir en un país que podría ser una auténtica potencia mundial, pero que debido a los problemas relacionados con el narcotráfico y la altísima dependencia de Estados Unidos, hacen que este no lo sea. Y por último, hace darte cuenta y reafirmarte de la suerte de lo que tenemos en casa, que creedme que no es poco.
Ya solo queda disfrutar de los tres meses que me quedan a este lado del charco y exprimir la experiencia a tope. Eso sí, teniendo mucho cuidado con el virus que aunque parezca que aquí no existe, la situación sigue siendo muy delicada. Si alguien tiene dudas relacionadas sobre realizar un intercambio a México o algo en que pueda ayudar, ¡estoy aquí para lo que haga falta!
¡Os dejo que se me calienta la margarita!
Un fuerte abrazo a todos, cuidaos mucho y nos vemos prontito (espero).