Slazburgo

Vida ELU

Viaje académico 23/24 – Austria y Alemania

Por: ELU Admin

Maite Tormo Centeno, 1o ELU y Blanca García García, 2o ELU

“Para que las ramas de un árbol lleguen al cielo tienen que hundir sus raíces en el infierno”. Con esta frase de Carl Gustav Jung empezábamos el viaje académico 24 elus, María, Chema y el Padre Pou, dispuestos a hundirnos en uno de los mayores infiernos: la Alemania nazi.

El primer gran evento tuvo lugar tras el aterrizaje en el desierto aeropuerto de Múnich, donde conocimos a quien nos acompañaría durante todo el viaje: Jürgen, conductor de autobús de largo pelo blanco y mirada amable. Gracias a él pudimos llegar a todos los lugares claves de nuestro itinerario académico.

Empezamos en el Centro de Documentación del Nacionalsocialismo, donde por primera vez nos encontramos con rostros, historias y objetos que nos sacudían por dentro de manera irremediable. Al día siguiente, el castillo de Hartheim, que a primera vista parecía uno de esos castillos de cuento que leemos cuando somos pequeños. Nadie podía imaginar lo que nos encontraríamos dentro: 30.000 personas asesinadas por estar enfermas o tener discapacidad. El fin de semana, los campos de concentración de Mauthausen y Dachau, donde conocimos la absoluta
deshumanización y degradación de lo humano: personas clasificadas en números y triángulos, otras obligadas a incinerar a sus amigos… Y por último, la exposición de la Rosa Blanca, un soplo de aire fresco y de mucha esperanza, donde estudiantes universitarios como nosotros se rebelaron contra el nazismo, sacrificando su vida.

Mientras nuestros guías hablaban, muchos sentíamos una mezcla de dolor, temor, rabia y muchas ganas de comprender. ¿Cómo ha podido el ser humano hacer algo así? Lo más duro, sin duda, fue vernos reflejados en algunas de las personas que habían trabajado allí y tratar de asimilar que eran igual de humanos que nosotros. ¿Qué hubiera hecho YO en esa situación? Afortunadamente para nosotros, teníamos a Chema, María y al Padre Pou que nos ayudaron a profundizar en la ideología nazi, tratando temas como la eugenesia, el uso de un chivo expiatorio para unir a un país y la compasión por los débiles.

Chocante era también la belleza que rodeaba las instalaciones de los campos de concentración. En un día soleado como fue el domingo en Dachau, nos preguntábamos, ¿cómo es posible que salga el sol en un lugar así? Caminábamos sin prisa, intentando imaginar cómo hubiera sido la vida allí, y pensando, ¿qué es lo que hacía a estos prisioneros seguir adelante? El final de la visita acabó por derribarnos por completo; nadie salía indiferente de las cámaras de gas y de incineración. Allí dentro uno se sentía más solo y desamparado que nunca. El silencio nos rodeaba y sólo nos quedaba intentar comprender, agachar la cabeza y en algunos casos rezar.

Y lo más curioso es quizá, que a pesar de todo el horror, cuando volvíamos al autobús brotaban de nosotros las ganas de cantar al son de la guitarra, de pasear por las calles de Salzburgo, Munich y Linz a pesar de la lluvia, de probar la cerveza alemana, de dar la nota en cada restaurante que pisábamos con nuestra alegría y ganas de vivir…

¿Y es que, se puede reír y cantar después de Auschwitz? ¿Se puede hacer poesía después de presenciar lo que sucedió allí y en muchas más partes del mundo? ¿Se puede celebrar misa en esos lugares de horror como hicimos nosotros?

Queremos pensar que a la constatación de la presencia del mal debe seguirle la constatación de la omnipresencia del bien. Por eso, al salir de la cámara de gas de Dachau, cuando nos encontrábamos con el monumento al prisionero desconocido que mira desafiante hacia arriba, como diciendo que a él nadie le quita la dignidad, pensábamos: ¿y la belleza que aún queda?