Es el último mARTEs de febrero… ¡Cómo pasa el tiempo! No podemos detenerlo, pero sí ofreceros un descanso mediante la apreciación de esta obra, La Visitación, que fue pintada por el artista italiano del Renacimiento Mariotto Albertinelli. Albertinelli alcanzó un grado notable de fama en su época, pero siempre se vio presionado por las deudas; esto le obligó a regentar una taberna como trabajo adicional. Luisa Urquía, estudiante de Medicina , nos comparte su historia personal con el cuadro y lo que supone para su fe.
«La Visitación de Mariotto Albertinelli me emociona. Mi corazón se colma como se colmó la primera vez que lo vio. Estaba con mi madre, mi hermana y mi amiga Ana en la galería de los Uffizi y deseaba profundamente ver este cuadro, comprobar si la luz de las telas (que se aprecia en las fotos) era la realidad. Tenía que verlo.
Estábamos cansadas, llevábamos 4 horas en la galería cuando me dijeron que esa obra no estaba. Me entristeció. En realidad, no podía quejarme: “La Virgen con El Niño y los dos Ángeles” de Fra Filippo Lippi me había enamorado y “Lamentación sobre Cristo muerto” de Giovanni Bellini había llenado mi corazón de Fe y esperanza. Pero tenía que ver este cuadro. Tenía.
Bajamos a la planta de abajo y oí mi nombre, me giré, y Ana me decía con los ojos iluminados “ven”. Entré en la sala y ahí, tras la esquina, se encontraba La Visitación de Albertinelli. Me recibieron unas telas cuyo movimiento se percibía en la sala; una luz que se reflejaba e iluminaba el rostro de los que lo contemplábamos. O a lo mejor nos iluminaba la emoción de creernos dichosas por ver aquella obra de arte.
Para mí, la Virgen María e Isabel, además de ser primas, eran amigas. Dios se sirvió de ese vínculo tan increíble que es la amistad para llevar la alegría de Su Noticia a Isabel: el niño saltó de gozo en mi seno (Lucas 1:44).
Es imposible mirar este cuadro y no fijarse en esas manos y esa mirada. Unas manos que se sujetan, se sostienen. María e Isabel, primas y amigas, se sostienen. Me pregunto qué debían de sentir ellas. En medio de la incertidumbre, Dios las llena del Espíritu Santo. Y colmadas de alegría, eligen compartir su Fe.
La mirada. No puedo describirla. Solo puedo contemplarla una y otra vez. No la puedo entender. Y, sin embargo, se oye a Isabel: Dichosa tú por haber creído… (Lucas 1:45) Una mezcla de agradecimiento, admiración, entendimiento… ¿Acaso tanto puede comunicar una mirada?
Isabel mira a María, sonríe. María se lleva la mano al corazón. Se abrazan, se sostienen, se entienden. Y yo me pierdo en su sonrisa, sus manos y su mirada».