Lisboa

Vida ELU

Elus por el Mundo – Fátima Rebollo

Por: ELU Admin

¡Hola a todos!

Estreno mi participación en esta Newsletter presentándome para que los que no me conozcáis pongáis cara y nombre a esta historia. Los que sí sabéis quien soy, quedaos también: seguro que os echáis unas risas.

Me llamo Fátima Rebollo Molina y estoy en 4º de la ELU y de Ingeniería Industrial en Sevilla– no por mucho más tiempo, si Dios quiere; y vengo a contaros la historia de mi experiencia Erasmus en…

(redoble de tambores)

¡LISBOA!

¿Desilusionados? Pregunto porque probablemente lo que más he escuchado por parte de mis compañeros en España son cosas como “¿Irse allí también se llama Erasmus?” o “Vaya, que es como hacerse un Erasmus a Utrera” ¿Sabéis? Si me hubierais preguntado hace unos años, probablemente os habría dicho lo mismo: que está demasiado cerca, que es demasiado conocida y por eso le falta esa pizca de aventura y de misterio, del evadirse y huir de la zona de confort que buscas en una experiencia internacional… Quizás prejuicios que, con el tiempo, he aprendido a evitar. Pero luego hablaremos más de eso.

Los que siguen mi historia- y a los que no, os la cuento ahora- sabrán que hace poco más de un año me encontraba en proceso de sellar mi estancia nada más y nada menos que en la India, por convenio con mi universidad. Proceso del que, por supuesto, mis padres no estaban al corriente (no intentar en casa). Sin embargo Dios en su infinita sabiduría, tenía otros planes para mí.

Cuando en la última adjudicación del Erasmus me concedieron plaza en Lisboa, yo todavía no entendía esos planes, pero me dejé llevar como solo alguien que está sometido a la burocracia propia de la Universidad sabe. Hoy, un año más tarde, yo he podido disfrutar de esta experiencia mientras los compañeros que vendrían conmigo al país asiático terminan sus estudios en la Universidad de Sevilla sin haber podido realizar ningún intercambio. Pero oye, ellos van a la Feria.

Hoy, un año más tarde, me he enamorado de la que es la capital más antigua de la Unión Europea- lo siento, chicos de Roma, Lisboa os da mil vueltas-, he llorado escuchando fado en directo, he visto el atardecer en los 20 o 30 y pico miradores que tiene la ciudad- mi galería es un mosaico de rosas, naranjas y rojos; he aprendido el idioma de Pessoa, de Saramago y de Camões. He probado las francesinhas en Oporto, los ovos moles en Aveiro, el coçido en las Azores (lo cocinan en geíseres, es brutal), la ginjinha en Óbidos y, mis favoritos, los auténticos pastéis de Belém en la fábrica del Monasterio de los Jerónimos. He encontrado las diferencias y las similitudes con la cultura, la comida, las costumbres y la gente de nuestro país vecino; pero también he aprendido muchísimo del resto del mundo: a cocinar Xiao Long Bao con mi compañero vietnamita, Havla iraní, las nosecuantas variedades de sopas que los portugueses comen..

Y sin embargo, lo que más me ha sorprendido es que he podido conocer mucho más y más a fondo nuestro propio país y a sus gentes- porque sí, Lisboa está lleno de españoles. ¿Es verdad eso de que de Despeñaperros para arriba no sabéis lo que es el rebujito? (soy un topicazo, lo sé).

También he podido experimentar lo que es el verdadero plan Bolonia– no la versión descafeinada que implementa mi universidad- y una forma de trabajo que nada tiene que ver con la que estoy acostumbrada. Durante casi 8 meses he hecho vida en la que está considerada como la mejor facultad técnica de Portugal- el Instituto Técnico Superior (IST); compartiendo aula y proyectos con miles de estudiantes internacionales y con antiguos secretarios de estado o dirigentes de algunas de las empresas más potentes del panorama internacional como profesores. Cada día hay un evento, un seminario, un taller, un concurso…incluso organizan óperas o teatros un par de veces al trimestre. Es una facultad muy viva y con una comunidad y un poder de convocatoria enormes; y por ello, estoy disfrutando enormemente de la faceta académica de mi estancia Erasmus.

Y esto me lleva a la lección más importantes que de momento me han enseñado estos meses- y alguna que otra persona: no dejes que nadie te diga cuándo y cómo vivir las cosas.

Empecé el año preocupada por la cantidad de horas que tendría que dedicar entre clases, proyectos y exámenes a mi querida Ingeniería, que distaban mucho de todo lo que anteriormente había escuchado a mis compañeros decir sobre lo que es el Erasmus; y que también contrastaba con lo que mis amigos estaban viviendo este año en sus propias experiencias. Comparando. Insatisfecha. Convencida de que no estaría viviendo al máximo estos meses si al final de ellos no tenía la absoluta certeza de que habían sido los mejores de mi vida; de que la gente que había conocido aquí era mi verdadera “familia”, de que en ningún año anterior o posterior podría volver a llevar una vida de fiestas y viajes cada semana. Y no es que el Erasmus no sea así. Para algunos.

Mi mayor aprendizaje ha sido el empezar a poner en valor mis propias experiencias, el conseguir dejar de lado las expectativas de los demás y empezar a centrarme en las mías, en lo que yo quiero que me pase, en lo que no quiero perderme (@diego). No dejéis que nadie os diga como tenéis que vivir las cosas, porque entonces no viviréis nada que merezca la pena.

Y con esto no quiero dejaros un mal sabor de boca: Lisboa es una ciudad maravillosa, en la que se respira tanto el olor de la Europa moderna como de la Portugal tradicional; con un aire maravillosamente decadente que contrasta con la mentalidad de sus gentes y la novedad de su oferta cultural. No es solo la ciudad que ve mezclarse el Tajo y el Atlántico, sino que durante siglos ha sido la puerta a nuevos mundos y culturas, la capital de un imperio de cinco siglos de historia; y todo eso se refleja en sus fachadas y sus calles; pero también en la forma en la que sabe lidiar con los miles de turistas que llegan cada año sin perder la esencia lusa que encandila al que sabe dónde buscarla.

Y es una ciudad que me ha dado muchas amistades de las de salir de copas, algunas de las de viajar juntos, y tan solo unas pocas de las que duran toda la vida. En definitiva, he aprendido que no son los kilómetros de distancia con tu casa los que definen la riqueza de tu experiencia, sino la mirada con la que estes dispuesto a vivir la vida.

Dicho esto me despido y quedo a vuestra disposición para los siguientes supuestos: que vengáis a Lisboa y necesitéis una guía o que os hayáis identificado con la experiencia de la insatisfacción permanente y queráis discutirla conmigo- y quizás con mi querido Diego.

Como diría mi buen amigo Enrique Mochilas- quiero decir, Mochales- me voy que se me enfría el bacalao.

¡Un saludo!