Congreso Lo Que De Verdad Importa
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19 de abril de 2020. El reloj de mi pantalla marca las 18:00 mientras la suave música de inicio atrapa mi atención. Está a punto de comenzar el congreso de “Lo que de verdad importa” y todavía no puedo hacerme una idea de lo mucho que me va a hacer vibrar, de lo mucho que me va a enseñar. A lo largo de dos horas, mis cimientos se van a ver sacudidos, zarandeados por esas tres personas, por esas tres historias de vida que, en lo que parecía una tarde cualquiera, me desvelaron el interior del corazón humano, me pusieron frente a mis miedos, anhelos, seguridades y consuelos; frente a mis valores, creencias y el recuerdo de los que están y los que se fueron. Frente a lo que de verdad importa.
Juan Pablo Escobar comenzaba resquebrajando mi coraza con una primera pregunta que todavía resuena en mis oídos: “¿para qué tener una mansión si nadie te está esperando?”. De su mano, soy capaz de presenciar la bondad del ser humano y la necesidad vital que tenemos de perdón y reconciliación. Con un padre narcotraficante, que tanto daño ha causado y que tantas víctimas ha dejado, este arquitecto me enseñó cómo no estamos obligados a continuar con ningún legado destructivo, sino al contrario. Es cierto que somos nosotros y nuestras circunstancias, pero también es verdadero que todo depende de nosotros, que somos nosotros quienes decidimos que esas circunstancias “no sean más grandes que nuestra persona”. Así, en este confinamiento al que nos vemos abocados, estas desafiantes palabras me recuerdan que es tiempo de aceptar la soledad y de crecerme en ella. Es tiempo de abrazar mi ser de la mano de esa gran maestra que, en el frenético ir y venir diario, había relegado a una esquina polvorienta de mi cuarto: la humildad.
Por su parte, con Bosco Gutiérrez Cortina me sentí pequeña, tremendamente frágil y necesitada de los demás. Necesitada de mis padres, de mis hermanos, de mis vecinos, de todas y cada una de las personas que me rodean, porque solo puedo ser yo “cuando formo parte del equipo”; y sin ese equipo, sin esas personas que me aman, que me cuidan y que velan por mí, no soy nada. Esto mismo experimentó Bosco Gutiérrez durante su encierro físico en unos escasos 4 metros cuadrados; y ese saberse necesitado, querido y dependiente, le hizo darse cuenta de que, precisamente, es esa dependencia la que nos libera. Con su ejemplo, constato que somos libres, que soy libre, porque “no me he hecho a mí misma”, como sostenía Hannah Arendt; porque no somos los únicos artesanos de nuestros actos, sino que somos limitados, y es precisamente esa limitación, es precisamente ese ser-con-otros lo que nos hace responsables para seguir adelante. Así, frente a mi gastada mesa de escritorio, siento que mis acciones no solo afectan a ese “yo, mi, me, conmigo” que tantas veces me construyo, sino que repercuten directamente sobre ese otro que me quiere, que me abraza con mis debilidades y en mis miserias. Experimento que el amor no entiende de murallas egoístas ni de fortines individualistas, sino que resquebraja toda armadura con su anhelo de vida.
De esta forma, Bosco Gutiérrez pasó a recordarme que, para poder seguir viviendo, para poder tener salud mental; es necesario aceptar, acoger cada situación con sus luces y sus sombras, en su simple y descarada realidad; porque “no es más inteligente el que más sabe, sino el que se adapta con mayor rapidez a las circunstancias”. Mi corazón, ese centro que de vez en cuando se me olvida escuchar, me recordaba que tengo, que todos tenemos una postura vital ante la muerte; que necesito esos momentos de reconfirmar mi fe y mis valores, porque son ellos los que marcan quién soy y quién quiero ser, hacia dónde va este navío que, a causa de mis debilidades y limitaciones humanas, se me descontrola. Para ello, no obstante, he de huir de ese egocentrismo que tantas veces me persigue y que, incluso, de vez en cuando me atrapa. Debo volver al origen, “ser un soldado de Cristo” y ofrecer cada minuto por las personas que tanto quiero. Debo aprovechar el tiempo, porque no en vano un tal Horacio nos enseñó que hay que vivir el momento; pero siempre con un norte, con un sentido, con el amor como bandera y la responsabilidad como emblema. Bosco Gutiérrez nos desveló que debemos ser pacientes, aprender a esperar, no darle tantas vueltas al pasado, sino establecernos propósitos prácticos y ser optimistas. Y siempre, siempre, volver a empezar y dar las gracias, porque nada de lo que tengo me lo merezco, porque cada minuto, cada segundo es un regalo que me ha sido dado, ¿y quién soy yo para atreverme a no valorarlo?
Así nos mostraba, a su vez, Pedro García Aguado, quien me recordaba que, efectivamente, las cosas no aparecen cuando y como yo las deseo, elevada sobre un pedestal de infinitos proyectos; sino que “todo llega cuando tiene que llegar”. Las palabras de Víctor Frankl danzaban por mi habitación mientras Pedro García nos mostraba cómo podemos y debemos “darle la vuelta al argumento” cuando la situación no se puede cambiar. Besar la realidad, amoldarme a ella y cambiar mi mirada sobre la misma, ahí está la clave para ser libre, para encontrar la verdad, el bien y la belleza; porque, como apuntaba Alfonso Méndez el pasado 18 de abril, la libertad es “poder ser yo delante de cualquier circunstancia”.
Sin embargo, para ello hace falta valentía, porque es seguro que caeremos y fallaremos. Lo importante es que “el fracaso nos enseñe aquello que el éxito oculta”, que seamos capaces de conquistar el miedo humano. Se requiere, como afirmaba Pedro García, “talento, valentía, esfuerzo” y, de nuevo, humildad, esa compañera que gusta ir de la mano de la paz. Y es que, ojalá que, para cuando acabe este confinamiento y recuperemos el tan ansiado exterior, nos demos cuenta de que no somos, de que no hemos sido prisioneros si hemos vivido en serenidad, si hemos buceado en las profundidades de nuestros anhelos, si hemos sido vulnerables, agradecidos, compartido y aceptado nuestras debilidades y, sobre todo, si hemos amado. Porque sí, ahora me doy cuenta de que solo el amor es lo que de verdad importa.
Silvia Tévar