Hoy me paso por aquí para contaros un poco cómo está siendo mi Erasmus en París. Podría contaros cómo ha sido llegar hasta aquí, las asignaturas, las prácticas, la gente, etc… ¿pero sabéis qué? Os invito a que todo eso lo viváis por vuestra cuenta, así que me limitaré a qué ha significado para mí este año.
Si tuviera que definirlo en una sola palabra sería oportunidad: una oportunidad para amar.
Amar aquello por lo que un día decidí tomar la decisión de entrar en la facultad y dedicarme el resto de mi vida. Este año me ha permitido conocer lo que realmente significa la palabra médico. Una profesión al servicio del otro, hacia aquel que necesita de ti y busca en ti alguien no que le pueda curar, sino consolar, apoyar y escuchar. Ver la belleza en todo acto. Que una cirugía ser convierta no solo en una forma de aprender, sino de ver todo lo que esconde el cuerpo humano y lo que el ser humano puede llegar a hacer con tan solo dos manos: una simple sutura, un bisturí, son cosas que te sumergen y hacen que pase el tiempo sin darte cuenta.
Amar lo que tengo. Sumergido en el país donde crecí no era consciente de lo que realmente me rodeaba. A tantos kilómetros de distancia pude darme cuenta de que la gran suerte que tengo de estar donde estoy y nacer donde nací y dar gracias por ello. Llamar a mi familia para saber cómo estaba y que siempre se alegraran de oírte. Poder ir a ver a mis abuelos en tren y contarles cómo va todo después de tres años. Ver a mi abuelo con 86 años recogerme en la estación como cuando era pequeño, con esa energía. Volver a comer los platos que me preparaba mi abuela, que tanta ilusión prepara siempre. Que yo les pueda contar mis experiencias en el hospital y cómo es vivir en la capital. Que tu amigo te mande un audio de 5 minutos para contarte que se ha acordado hoy de ti en clase y que se alegra mucho de saber que todo va bien.
Las reuniones y mentorías de la ELU me hacían pensar cómo he podido llegar hasta ahí. Rodearme de gente que me ha ayudado en este camino, con la que puedo compartir grandes cosas y dispuestas a sacrificar su tiempo. A mí, que negaba que todo ello pudiera llegar a suceder y que dudaba en todo momento de si merecía la pena.
Amar a los demás. Conocer a gente de otras culturas y países te hace darte cuenta de que todos y cada uno de ellos tiene algo que ofrecer y que merece la pena conocer. Pasar horas hablando, en el pasillo de la residencia, en los jardines de Luxemburgo o comiendo en la cafetería, son momentos que se quedan grabados. Descubrir la ciudad es increíble, pero hacerlo acompañado siempre es mejor.
Amar a la vida. París es una ciudad que te conmueve. Por la forma de ser, de funcionar, sus calles, sus atardeceres y los olores. Ya no puedo recordar cuántas veces habré subido al arco del Triunfo, y las que todavía me quedan por hacerlo, simplemente para ver a las personas en la calle, los coches o que pasara el tiempo. Coger la línea 6 del metro y apreciar las vistas con la cabeza apoyada en los cristales. Quedarme sentado en los jardines de Luxemburgo con los pocos rayos de sol en la cara y ver a las personas pasar. Un atardecer en Montmartre acompañado de música y una cerveza. Ir al mercado y perderte entre los puestos. En definitiva, apreciar cada momento y tomar aquello que tienes delante.
Amar lo que soy y de dónde soy. Cuando hablas con los demás que te pregunten por tu acento y que digan que les parece bonito y es algo que jamás debería olvidar. Tú les cuentes de dónde vienes con alegría, que sientan curiosidad y ellos te escuchen. Poder encontrar, aunque sea por unos momentos esa paz que necesitas en los simples detalles y lo más importante: que te quieran cómo eres.
Mi Erasmus no ha sido una forma de desprenderme de aquello que tenía para olvidar. Ha sido una oportunidad para encontrarme, reflexionar y avanzar.
Como toda experiencia esto está llegando a su fin. ¿Pero sabéis qué? Prefiero verlo no como un final, sino como un inicio. Un inicio de un camino tan real que desconozco a donde me llevará, pero que merece la pena ser recorrido. Cierto, aún me queda mucho por aprender, pero nunca es tarde para empezar.
Sí. París es la cuidad del amor, la que te invita a amar, a ti y a los demás.
Hola a tod@s! Para los que no me conozcáis soy Diego Atanasio Galindo Détré y estoy en el 3º año de la ELU. Hoy me paso por aquí para contaros una de mis grandes experiencias que viví hace mes y medio. Tuve la oportunidad de ir a Sudamérica por primera vez en mi vida, pero esta vez no consistía en hacer una visita turística, sino vivir la realidad de la Medicina, carrera que empecé hace ya 2 años, desde otro punto de vista.
Siempre he querido visitar algún país sudamericano, no solo por toda la belleza que ofrece y los increíbles paisajes que tiene, sino por la cercanía en la tradición y la cultura con España. Durante un mes pude empaparme del clima tan acogedor de Perú y vivir como uno más de ellos.
Unos meses antes irme me concedieron una beca de intercambio de investigación, pero el futuro era un poco incierto. En un país donde el Covid-19 seguía acechando gravemente a la población y donde las restricciones eran bastante duras, la estancia en él suponía grandes riesgos. Además, debido a que procedía de un país extranjero era necesario que pasara una semana en cuarentena y siguiera un protocolo estricto, añadiendo el hecho de que estaría en un hospital con pacientes COVID, donde el contagio era una posibilidad bastante cercana. Todo ello me hizo dudar bastante, pero hay algo que finalmente me pregunté a mí mismo: ¿si no me han cancelado ellos mismos el intercambio, por qué debería hacerlo yo? ¿de verdad iba a dejar pasar una oportunidad de oro como esta? Y así es chavales, me tiré a la piscina de cabeza y qué a gustito me sentí.
Un mes antes de irme me cambiaron de destino, ya que Arequipa, la ciudad blanca donde en un inicio estaba destinado, se encontraba gravemente afectada por la variante delta del virus, por lo que fui destinado a Trujillo, la ciudad de la eterna primavera.
Así fue como un 26 de julio con la pechá de levante de Cai y to er caló de Sevilla, me planté en el aeropuerto. Tras casi 35 horas de viaje, entre vuelos, escalas y pequeñas cabezaditas en el aeropuerto, llegué. Y es que queridos amigos y amigas, eso fue increíble. Todo era como os podéis imaginar según se ve en las películas. Era como si entraras en un nuevo mundo. Para empezar me sentía bastante observado, un rubio alto rodeado de personas morenas y bajitas, ya os podéis imaginar cómo llamé la atención jajajajaja. Afortunadamente, al llegar, pude librarme de ese calor sofocante y disfrutar de un poco de frío (que nunca viene mal) y algún que otro chubasco. Por aquel mes eran las vacaciones de invierno y eso hizo posible que pasáramos más tiempo con los estudiantes de allí (digo pasáramos porque como os contaré en esta aventura no estoy solo jejejejeje). El invierno allí era bastante raro a decir verdad. Por la mañana me levantaba con un frío horrible, pero durante el día pegaba un buen sol. La temperatura media era de unos 25ºC.
Lo primero que me sorprendió al llegar fueron los medios de transporte. Para coger el taxi lo curioso era que no había taxímetro, sino que tu tenías que calcular cuanto podía costar según la distancia y aquí viene lo importante: que no os la cuelen por ser de fuera y os peguen un sablazo jajajaja. Otro medio de transporte no tan recomendado eran los microbuses, o microbios como le decían allí (que cada uno saque sus conclusiones). No eran tan cómodos, pero eran mucho más baratos. Poseían los mismos recursos e instalaciones que nosotros, pero la diferencia estaba en que el nivel de desarrollo era mucho menor. Las carreteras estaban peor cuidadas y los coches eran sorprendentes.
Tras una semana de cuarentena, conocí a la familia que me acogería durante toda mi estancia: eran increíblemente cariñosos y siempre se preocupaban por mí. El hecho de poder convivir con una familia te permitía adentrarte aún más en el hábito de vida y en su rutina. Te contaban anécdotas y tradiciones familiares y muchas veces hacíamos actividades juntos cada noche.
Empecé las prácticas en el hospital al día siguiente, donde tendría que ir 6 horas, 4 veces a la semana y para lo que necesitaría coger una van a las 6:30 de la mañana. Este se encontraba en la ciudad de Chocope, a una hora de Trujillo. El resto de días serían seminarios online.
Los hospitales allí funcionan por tres niveles, donde el nivel uno es el más bajo, con los recursos mínimos de atención primaria y el tres era el más alto, donde se hacían todas las cirugías necesarias y de mayor complicación. Nosotros estuvimos destinados a un hospital de ssegundo nivel en el área de Medicina Interna, en la ciudad de Chocope. Nuestra tutora clínica, Joana Magallanes, nos explicaba cómo funcionaba cada área y qué procedimientos se seguían según el paciente. Nos guió durante nuestra estancia y nos ayudó con nuestro proyecto.
Durante el mes que duraría el intercambio tendríamos que hacer un proyecto de investigación que consistía en analizar, a través de las historias clínicas de los pacientes y de los datos que se poseían, por qué la estancia de los pacientes era superior a lo que debía (en nuestro hospital, por ser de segundo nivel, tenía que ser de seis días como máximo). Así, cada día íbamos rotando por el hospital de Chocope, en las distintas especialidades, y en casos concretos íbamos a Casa Grande, un pueblo situado a 10km donde algunos pacientes eran trasladados. Hay días en los que realizábamos actividades para conocer más acerca del sistema de salud peruano. Por ejemplo, dos días estuvimos en una cámara de Gesell, a través de la cual era posible observar cómo discurría una consulta médica y el trato con el paciente; un día estuvimos en la planta de Medicina Interna, donde nosotros mismos debíamos realizar la Historia Clínica del paciente.
Así fue cómo conocimos algunas cosas peculiares del sistema sanitario. Al final de cada mañana acabábamos reventados y al llegar a casa teníamos que preparar las memorias de los trabajos que después expondríamos, pero sin duda alguna merecía la pena, hacedme caso.
El tío de la chica que me acogía tenía una clínica en la ciudad de Chocope y un día me invitó a asistir a una colecistectomía. Era mi primera operación e incluso participé en ella jejeje. Estaba previsto que hiciéramos varias actividades sociales durante nuestra estancia pero debido a la situación COVID se tuvieron que cancelar por el riesgo que suponía para la población (muchas eran tribus y, debido al poco contacto con las ciudades, nos contaban que el acceso a los bienes sanitarios eran muy escasos. Totalmente reacios a la idea del coronavirus, muchos no estaban vacunados o se negaban a ello).
A menudo preguntábamos a médicos o a personas sobre la situación del país y cómo veían el futuro. La mayoría nos contaba tristemente que el problema reside especialmente en la elevada corrupción. Era raro encontrar a un miembro del gobierno que no tuviera antecedentes de extorsión o que hubiera sido acusado por algún cargo mayor de corrupción. Incluso el propio presidente del hospital realizaba tratos o acuerdos que resultaban desconcertantes o en el que indicaba que los precios de los materiales comprados era superior al real (así una gran parte iba destinado a su propio bolsillo). Los jóvenes nos contaban esto con cierta tristeza, ya que muchos de ellos buscaban que el futuro del país fuera a mejor. La situación se veía empeorada por las recientes olas de inmigración procedentes sobre todo de Venezuela, que hacía que la economía del país decayera de forma importante.
Como os estaréis preguntando no todo fue ir al hospital. Pudimos hacer viajes a distintos sitios del país y, claro, con lo grande que era y todo lo que había por ver, era necesario seleccionar. Fui a Chimbote, una ciudad pesquera al sur de Trujillo, donde disfruté del magnífico ceviche y el olor a mar. Una semana después hicimos nuestra pequeña rutita, visitando ciudades como Ica (muy conocida por el Pisco y la leyenda de brujas), Puno (la ciudad más alta a nivel del mar habitable) y Cuzco.
Para mí sin duda la más bonita fue Puno. No solo porque soy un gran amante de la montaña, sino por las preciosas vistas que ofrecía del lago Titicaca y de cómo vivían las poblaciones a esas grandes alturas: la trucha al horno era el plato principal y para hacer frente al mal de montañas tomaban mates, de manzanilla o de coca habitualmente, y podías ver como muchos mascaban la hoja de coca, que te ayudaba para combatir el dolor de cabeza. En esta ciudad puedes ver el prototipo cuando se piensa en un peruano: todos eran bajitos, de cuerpo ancho y veías sus mejillas rojas y vestidos con los trajes típicos de colores muy vivos. Era sorprendente ver cómo eran capaces de subir esas enormes cuestas cargados de cestas de mimbre y bolsas.
Algunos lugares que tuvimos la oportunidad de visitar fueron el desierto de Huacachina (lugar ideal para ver la puesta de Sol); el lago Titicaca, donde todavía habitan tribus, como las islas flotantes de los Uros o la isla Taquile, cuya población no posee nada de electricidad y todo funciona por la mera actividad humana (pero lo mas curioso es cómo su cultura está basada en una sociedad matriarcal y donde los diferentes cargos de la sociedad se distinguen por los trajes que llevan); o la montaña de los siete colores, pero sobre todo, como no podía ser de otra forma, me quedo con Machu Pichu (ojito con la pronunciación). Es ahora cuando entiendo el por qué es una de las siete maravillas del mundo: no diría tanto por el paisaje, sino por la sensación que transmite y cómo te sientes una vez has llegado arriba: es algo increíble, difícil de explicar. Es como si de repente sintieras una energía que te recorre por dentro, tantos años de cultura Inca, esas piedras madres, llevadas desde las grandes montañas de los alrededores, haciendo uso simplemente de la mecánica y de la fuerza humana, con más de 500 años necesarios para su construcción hacen de este sitio algo único. Por un momento sentía que había viajado a otro mundo, que había ascendido hasta lo más alto. Cuando llegas arriba y ves esa inmensidad en lo alto del valle, rodeado del río de Aguas Calientes y de grandes montañas, piensas que eso no ha podido ser un acto humano: debe haber algo más. No es posible tanta perfección al mismo tiempo. Tanto, que por un momento se te corta la respiración y se te pone la piel de gallina.
Como no podía ser de otra forma, las alpacas y las llamas estaban por todos lados. Os diré solo que la llama es más alta y tiene menos pelo, mientras que la alpaca es más bajita y tiene un pelaje increíble. Ya os digo yo que eso es lo más suave que hay, te pones una manta o un poncho hecho de alpaca en invierno y además de no pasar nada de frío estás super a gusto.
Como gran amante de la montaña, para finalizar mi estancia hice una ruta por la ciudad de Huaraz, a la Laguna 69. Son unas tres horas de subida, a 4.604 metros sobre el nivel del mar, rodeado de cascadas preciosas. Aunque el frío y el viento se te mete por los huesos ni siquiera piensas en eso (porque creedme, es para olvidarse con todo lo que hay a tu alrededor).
Perú es bien conocido por su comida, tanto que este año fue el 5º consecutivo en llevarse el premio al país con la mejor gastronomía del mundo. Cada día probaba un plato distinto, y por si fuera poco, la cantidad no se quedaba corta. Os prometo que en mi vida había comido tanto (y con lo que me gusta a mi comer…). Me gusto tanto que hasta yo mismo acababa cocinando para llevarme las recetas a casa jajaja. Todavía hoy echo de menos la papa a la huancaína, el lomito saltado, las mollejitas, el arroz verde, el Shámbar, cabrito, ají de gallina, anticuchos o los riquísimos picarones.
Hay sabores únicos y uno de ellos es el del Maracuyá, ¡madre mía qué bueno está eso illo! No había comida en la que no pidiera una jarra de maracuyá para beber. ¿Habéis oído hablar del maíz morado? Sí, habéis entendido bien: maíz, morado. Y es que la bebida que se prepara con eso, la chica morada, ¡¡¡¡está riquísima!!! ¿Sabíais que en Perú hay más de 6.000 variedades distintas de patatas? Pero me quedo con el camote, la verdad, una patata dulce que con cualquier plato pegaba.
Aunque hay algo que sinceramente no me gusto nada: el café. Os juro que jamás he probado algo tan malo. Allí no le echan ni leche. Tu le pides un café y lo que te sirven es el café echo en cafetera y luego le añades agua caliente. Imaginaos cómo os ponía eso, estabais como una moto todo el día.
Hablando un poco de la cultura y las tradiciones, el país se ha forjado por las influencias que procedían de fuera a lo largo de los años. Cuando preguntaba a los peruanos sobre algunas jergas o el acento característico, me decían: “Perú ha adoptado influencias desde otros países. Muchas palabras provienen de personas que llegaron aquí hace años. Mas allá del “ah ya!” o del “pues” al final de cada frase no hay nada que nos caracterice. Puedes imitar el acento argentino, colombiano o mexicano, pero no el peruano, porque directamente no lo tenemos” ¿Es algo curioso verdad? Como un país se ha forjado a partir de la influencia de otros países y resulta ser un todo.
Aprendí también cómo con el paso de los años, han transformado la cultura española y la han incluido como parte de ellos mismos. Tienen un gran amor por España y cualquier turista español era considerado como uno más de ellos. El caballo andaluz forma parte de muchos de los bailes típicos, así como la guitarra flamenca o la caja. Muchos de los vestidos y de la música te hacen recordar al flamenco.
El baile típico que aprendí de Trujillo, la Marinera, era tan bonito como su significado: el cortejo del hombre hacia la mujer y en el que muchas veces, el hombre se subía a caballo para impresionarla. La danza criolla es propia de las tribus del Amazonas, pero presenta variaciones según la región de Perú. La música era conmovedora. Los instrumentos, como la quena o la zampoña, que caracterizan a Perú tenían un sonido muy relajante. Recuerdo cómo cada noche no podía irme a la cama sin antes oír un fragmento del “Condor Pasa”. Para mí era como la nana que cantas a un bebé y que inmediatamente se queda dormido.
Pero por supuesto todo esto no habría sido lo mismo sin dos grandes personas: Ario y Trifon. ¿Quién imaginaría que se podría forjar una gran amistad entre un italiano, un búlgaro y un español a kilómetros de distancia de sus casas? Un deseo común nos unía: descubrir el mundo, y es que nunca el idioma resulta ser una barrera, sino más bien un reto. Nos aventurábamos solos en un país que no conocíamos, pero que era como si hubiéramos nacido allí. Juntos organizamos e hicimos nuestros viajes y compartimos grandes momentos. Nos sentíamos libres y especiales, y es que la gente que nos rodeaba lo hacía posible. No me acuerdo de cuantas veces en los restaurantes nos ofrecían un aperitivo o nos pidieron que nos echáramos una foto con ellos, e incluso nos invitaban a comer con ellos. Recuerdo que hasta un día acabamos jugando un partido de fútbol en uno de los campos de la ciudad.
En el hospital fue aún más increíble. Cuando vas a un país subdesarrollado puedes pensar que las condiciones allí son ínfimas o que los profesionales no están lo suficientemente preparados pero ¿sabéis que? Allí la carrera de Medicina dura siete años y empiezan dos años antes que nosotros. Nada más que en Trujillo había tres facultades de Medicina y en cada clase cerca de 600 alumnos. Cuando veías a los profesionales estos trabajaban con una dedicación increíble, eran las personas más honestas y con una pasión que jamás había conocido, cada uno con una historia de superación distinta. Es en ese momento donde te das cuenta de lo agradecido que debes estar y de la suerte que tienes de estar rodeado de ellos.
Pero todo tiene un final y así fue como nuestra estancia ponía fin el 31 de julio. Sin embargo, debido a la situación de la pandemia nos retrasaron el vuelo de vuelta y volvimos una semana más tarde (cosa de la que no me puedo quejar). Aún recuerdo aquella despedida en el aeropuerto y cómo acabé con 9 kilos de más en la maleta por querer traerme de vuelta tanta comida y recuerdos jajajajaja, lo que resultó en llevar tres bolsas de mas. De ahí me fui con una sonrisa y una alegría increíble, muchísimos números de teléfonos para llamarnos cada semana (o al menos esa era la idea) y con la esperanza de volver en un futuro cercano.
Sin duda alguna ese mes fue único. A pesar de las circunstancias por las que pasaba el país, con la pandemia y la elección de un nuevo presidente unos días atrás, disfruté al máximo. Descubrí qué es lo que se esconde “al otro lado del charco” y, sin duda alguna, lo más importante para mí fue romper con muchos de los prejuicios o con la imagen que muchas veces se vende desde fuera. Allí la realidad era bastante diferente. La gente se sentía muy agradecida por tenernos allí y compartir con ellos grandes momentos. Nos sentíamos más seguros de lo que creíamos. De todo esto saqué dos conclusiones: lo primero es que viajar es la mayor fuente de conocimiento. No hay mejor forma de conocer el mundo en el que vives y descubrir qué es lo que hay más allá de tu día a día que saliendo de tu entorno. No importa cuán lejos esté o cómo de loco pueda sonar, lánzate. Afortunadamente vivimos en un mundo donde la conexión resulta muy fácil y sencilla. Hay mucho por descubrir y no dejéis que el tiempo lo llegue a consumir. Lo segundo es que los mejores momentos se viven con los demás. No me imagino haber vivido tan al máximo, estando tan feliz y a gusto si no hubiera sido por todas las personas que me acompañaron durante este viaje.
Bueno, después de haberos soltado toda esta historia creo que ya es hora de que me despida. Para todas aquellas personas inquietas y con ganas de descubrir el mundo (que sé que hay muchos entre vosotros), deciros que no tengáis miedo (ojito con que yo os esté diciendo esto). Detrás de cada frontera se esconden personas que merecen mucho la pena, grandes maravillas al ojo humano y con una riqueza más valiosa que cualquier libro que podáis encontrar en una biblioteca. Lo único que necesitáis es una mochila y ¡manos a la obra! que el resto quien sabe lo que será.