Elus por el Mundo – Cristina Laprea
Por: ELU Admin
Se me ha hecho muy difícil escribir estas palabras en mayo, cuando estoy tan solo a un mes vista de volver a casa y despedir este año y esta ciudad que, como bien dicen, es eterna, y tira siempre para ella. Sin embargo, me hace mucha ilusión poder contaros la experiencia tan bonita e inesperada que he vivido este año, y aunque me cueste, creo que es una forma bonita de agradecer y despedir este año que ha sido nada más (y nada menos) que un regalo, y animaros, si está en vuestros planes, a emprender viajes, de cualquier tipo, que de primeras puedan resultar algo aterradores pero que, sin duda, son siempre el comienzo de algo importante (como bien hemos escuchado tantas veces).
La verdad es que ya había estado en Roma un par de veces, y siempre me había dado la impresión de que era una ciudad con aroma de cielo. Es difícil explicarlo, pero siempre había pensado que, si se me presentaba la oportunidad, viviría un tiempo en Roma antes que en ninguna otra ciudad. Me llamó bastante las veces que vine. No entendía mucho de la belleza que había, y sigo sin entender mucho, pero aún sin entenderla, me llamaba poderosamente.
Venirme en un principio fue una odisea; me faltaban todos los requisitos que pedían y no sabía cómo iba a apañármelas para conseguirlo. El Cielo se puso de mi parte y se resolvieron asuntos muy difíciles (como sacarme el first en una semana, y algunos más complicados) milagrosamente. Me vine aquí a la Universidad de la Sapienza, que es una de las más antiguas de Italia (y la más antigua de Roma, si no me equivoco), que está cerca de Piazza Bologna. Es una Universidad inmensa con gente de muchos sitios diferentes (de hecho, en algunas clases somos sólo internacionales).
Cuando llegué, me sorprendió mucho que Roma no era la Roma que yo había conocido como turista; era una Roma mucho más sucia, donde el camión de la basura pasa cada cambio de estación, ocurren algunos sucesos que pueden dar un poco de miedo, conducen, como sabéis, a su manera, los pasos de peatones son sólo sugerencias, te dicen cosas raras por la calle, te intentan timar por muchos medios, no hablaba nada de italiano, no entendía a nadie y hacía por hacerme entender, pero en sitios menos turísticos (como donde vivo), resultaba complicado, los autobuses siempre te dan platón, y, por consiguiente, tú a todo el mundo… Bueno, ya os podéis imaginar. Realmente son problemas de primer mundo, pero cuando llegas sola a una ciudad esas cosas te hacen estar en cierto estado de alarma.
Al principio, como en todos lados, hablas con mucha gente, personas de muchísimas procedencias, y conoces a una media de 20 personas nuevas cada día. Es emocionante ver como todo el mundo, cada persona, es esa persona y nada más. Yo en Madrid estaba bastante acostumbrada a etiquetar a las personas según distintos criterios. Sin embargo, por cómodo que hubiera sido, no puedo hacerlo. El “mundillo” de cada persona es tan nuevo y desconocido, que no hay forma. Ha sido un regalo. Es algo muy interesante poder descubrir a las personas según lo que son, sin ser de donde vienen, o su pueblo, o su opinión, o su rollo, o mis suposiciones. Esto ha sido para mí, muy enriquecedor.
También es un golpe de realidad muy potente verte tan pequeña en una ciudad tan grande. Irte de erasmus a una ciudad grande es muy diferente que irte a una pequeña. Aquí no hay residencias (o muy pocas), con lo cual, estar aquí se parece más a vivir aquí que a estar de Erasmus. Sentirte tan pequeña en una ciudad tan grande, como decía, te hace sentir que tienes mucho que aprender y que exprimir de lo que estás viviendo. Cada día las cosas son distintas, tienes planes nuevos y diferentes, aprendes alguna palabra nueva, alguna calle nueva, de repente te ubicas andando por calles que al principio parecían todas iguales… Vives todo con mucha novedad, con gran curiosidad y con ojos de piñón.
Es curioso, porque, en una ciudad con tanta historia, donde en cada esquina hay un secreto escondido, tienes que ir poco a poco averiguándolo. Empiezas a tirar de free tours; hay muchos datos turísticos que son muy famosos aquí y que te repiten por todos lados. Poco a poco vas contrastando fuentes y vas queriendo saber más y más.
Es brutal ir paseando con un gelato y sin quererlo encontrarte en el lugar donde Rómulo se debatió la división del territorio de las siete colinas con Remo, después donde Julio Cesar pronunció su “Et tu, Brute?”, ruinas a consecuencia del incendio de Nerón, la calle donde San Pedro se encontró a Cristo saliendo de Roma y ocurrió el famoso “Domine, quo vadis?”, la primera iglesia dedicada a la Virgen, supuestos piques entre Borromini y Bernini, un templo católico barroco construido sobre un antiguo templo romano, una estatua intencionadamente orientada hacia el Vaticano por Miguel Ángel, un piano en el que Mozart toco su réquiem, obras hechas por Mussolini para la exaltación de la Patria, placas de judíos capturados y extraditados bajo los portales de sus casas… Empiezas a moverte, a meterte más en la historia infinita de sus calles, y te das cuenta de que muchos datos son leyendas, muchas historias inciertas, y que cada vez hay más y más datos, rincones y secretos … Descubres la dificultad que supuso construir ciertas iglesias, como destruyen y reconstruyen, la búsqueda de soluciones de diferentes arquitectos y artistas durante años hasta que algún genio, un Bernini o un Miguel Ángel, dan con ella… Parece que la Historia de la Civilización te persigue en cualquier plan, y da la impresión de que, estés donde estés, muchas cosas han ocurrido allí mismo que han significado algo para la Humanidad. A veces tanta proporción, tanto poder, tanto conflicto, tanta historia, y tanta belleza, abruma; pero no cansa nunca.
Sigo sin saber mucho de arte y arquitectura, aunque me encantaría saber más; pero algo que me llevo de Roma es que es una ciudad que, poco a poco, despierta en ti una sensibilidad hacia la belleza. Al principio todas las iglesias son iguales, las recorres en 5 minutos, y poco a poco, cada Iglesia te va pareciendo diferente, vas buscando Rafaellos y Caravaggios por todas a ver si hay suerte, aprendes a contemplar la inmensidad y belleza de una cúpula, las proporciones de una Iglesia, la belleza de fachadas que antes ni mirabas, te interesa la historia de cada una, buscas atardeceres bonitos y los enumeras según número de cúpulas que se ven, orientación con respecto a la puesta, músicos callejeros que acompañan y cantidad de turistas presentes… Es una pasada.
He tenido la suerte de poder conocer otras ciudades de Italia, pero creo que vale la pena solo hablar de Roma; cada vez que tenía que dejarla, me daba lástima perder un fin de semana en la ciudad que siempre me está llamando. Claro que vale la pena conocer otras ciudades, y disfrutas muchísimo. Pero, que queréis que os diga… No soy muy imparcial :).
Y como no, las personas que conoces son increíbles. Conoces a un montón de gente, hablas con bastantes personas (además aquí hay muchísimos erasmus). Pero las amistades verdaderas que puedes llegar a forjar son una pasada. Convivís tanto que no puedes ocultar ni tus defectos; aprendes a querer a las personas con todo lo que son, te conoces en facetas nuevas, disfrutas muchísimo, y es curioso ver como juntos, los que estamos aquí, venimos con nuestra historia y nuestra “vida real” de origen y nos vamos, poco a poco, metiendo en esas vidas, que parecen tan lejanas, para que al volver podamos llevar muchos asuntos “mejor zanjados”. No se si es así para todo el mundo que realiza un intercambio; pero el crecimiento personal que haces, y que hacéis, de la mano de otros es una pasada. Esta distancia de España ayuda mucho en la forma de compartir y convivir con los demás. No os puedo explicar muy bien la sensación, pero supongo que los que os habéis ido lo entendéis.
No sé tampoco expresar lo agradecida que me siento por esta experiencia. La pena que me da irme no os la puedo explicar, pero el agradecimiento es aún mayor. Os animo a iros si tenéis la posibilidad: para los que volvemos a la “vida real”, o permanecemos en ella, creo que es posible vivir con esta actitud de apertura, de asombro, de novedad y de curiosidad sana hacia el mundo y todo lo que nos rodea. Creo que he aprendido a estar mucho más despierta.
Si alguno os vais a Roma, aunque sea de viaje, quedo a vuestra disposición para cualquier cosa. Y si alguien se está pensando el Erasmus aquí, le diría que se lo piense bien, porque es un Erasmus muy independiente… Pero en mi opinión, esta ciudad eterna no tiene desperdicio, ni comparación con ninguna otra. Da igual cuanto tiempo estés: es inagotable. Y, por último, pero no menos importante…
¡No os imagináis cómo se come!
Ci vediamo!