¡Gracias!
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La situación que estamos viviendo estas últimas semanas en España me hace, inevitablemente, pensar en los Antiguos Alumnos ELU que cursaron estudios relacionados con el área biosanitaria o similar.
No nos está tocando vivir una situación sencilla, pero es ahora, más que nunca el momento de vivir en clave de aprendizaje y entrega, como os enseñamos en la UFV durante vuestro paso por la Escuela. Sin duda la oportunidad de crecimiento que tenemos por delante, a pesar de las dificultades, nos harán más conscientes de nuestras virtudes y fortalezas y, sobre todo, nos permitirán poner nuestra mirada y nuestra atención en los demás y poner nuestros talentos al servicio de quienes más lo necesitan. Os animo a ello siempre, pero ahora más que nunca.
Alguno de nuestros Antiguos ELUS están llamados estos días a la primera línea de batalla, sirviendo y acompañando en hospitales a personas enfermas o que necesitan de ellos ya como profesionales o quizás como voluntarios; investigando o desarrollando tecnologías que ayuden a superar esta crisis en empresas, laboratorios o grupos de investigación; trabajando desde diferentes ámbitos con el propósito de encontrar una solución….aquí os dejamos alguno de los testimonios que han querido compartir con nosotros. Ojalá os sirvan de inspiración para hacer, cada uno desde dónde esté llamado, más liviana esta situación.
Queridos Antiguos Alumnos ELU, quiero que sepáis que desde la Universidad Francisco de Vitoria y desde la Escuela de Liderazgo Universitario nos acordamos mucho de vosotros. No dejéis de entregaros con generosidad en vuestro quehacer diario.
Con mucho cariño y admiración,
Sabrina Lucas
Coordinadora de Antiguos Alumnos Escuela de Liderazgo Universitario – Alumni UFV
Marta Herranz López:
“Miles de pensamientos y sensaciones de forma desorganizada recorren mi mente; como nunca antes me había sucedido, como si de un cocktail se tratase. De pronto un día todo cambia. Se produce un cambio en lo personal y en lo laboral. Aparece en escena una realidad ante mis ojos que nunca me había podido imaginar. Aparecen sensaciones y sentimientos extraños que se mezclan constantemente. Cada vez que cruzo la puerta del hospital, desde que comenzó la pandemia, el miedo y la motivación me acompañan prácticamente a partes iguales. Miedo a la incertidumbre que rodea esta nueva situación. Miedo a no ver el final. Miedo a cometer errores. Miedo a contagiarme y a poder contagiar a mi familia que me espera al llegar a casa. Miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Miedo a tener empañada la vista y no ver lo verdaderamente importante. Y miedo a muchas cosas más.
Y de repente el miedo da paso a la tristeza en cuestión de instantes. Tristeza cuando veo el miedo reflejado en los ojos del paciente. Tristeza al escucharles hablar con sus familias por teléfono. Tristeza al observar la soledad y la fragilidad en una cama de urgencias. Tristeza al pensar que quizás no realice el camino de vuelta a su casa. Tristeza al ver que ya no está. Tristeza al ver una mala evolución. Tristeza al comunicar malas noticias. Tristeza cuando la familia contesta con la voz entrecortada al teléfono. Tristeza oculta tras el equipo de protección individual. Tristeza al llegar a casa y ver por la ventana a mi yaya saludándome desde la distancia. Y en esta montaña rusa de sentimientos, me encuentro con la motivación. Motivación por querer dar cada día la mejor parte de mí, en la parte profesional y en la relación con el paciente. Motivación por el estudio de las actualizaciones. Motivación para diagnosticar, para tratar, pero también para aliviar y acompañar. Motivación para poder transmitir en los ojos la sonrisa que se esconde tras la mascarilla. Motivación por sembrar esperanza. Motivación para ser la médico que el paciente desearía encontrarse al cruzar la puerta de urgencias. Motivación por trabajar en equipo. Motivación para caminar todos en el mismo sentido. Motivación para lograr tener bajo control esta situación y ganar esta batalla.
La motivación va acompañado de un sentimiento de orgullo y agradecimiento. Orgullo por el sentimiento de equipo creado. Orgullo por la forma de trabajar. Orgullo por los actos de generosidad y de entrega. Orgullo por la gran familia que se forma al trabajar unidos. Orgullo de mi especialidad, desde el centro de salud hasta las urgencias hospitalarias. Agradecimiento por la vocación que Dios me ha regalado. Agradecimiento por tantas muestras de cariño. Agradecimiento por todo el apoyo recibido.
Y estos son algunos ingredientes de mi cocktail de sentimientos de las últimas semanas, mezclados con muchos otros que no he mencionado y que hacen que el sabor final de cada día cambie en función de la cantidad, dando lugar a días amargos, agrios, dulces, salados y umami.
Este virus de nanómetros de tamaño ha sido capaz de paralizar nuestras vidas, demostrarnos lo frágiles que somos y la igualdad entre cada uno de nosotros. Claramente ha marcado un antes y un después en nuestra vida. Ojalá en estos días de confinamiento seamos capaces de visualizar la oportunidad que la situación actual nos ha traído escondida entre tantas malas noticias. Una oportunidad para valorar lo que hasta ahora no éramos capaces; una oportunidad para saber lo que de verdad importa. Una oportunidad que impulsa un cambio, un cambio cargado de ilusión, esperanza, compromiso y responsabilidad. Un día más es un día menos.”
Cristina López Crespo:
“Decepción, rabia, tristeza, impotencia… son muchos los sentimientos y emociones experimentados durante este tiempo y parece que todos enfocados a la negatividad. Están siendo unos días muy duros, y estar en el campo de batalla es un arma de doble filo, pero debemos ser fuertes. Tu pasión te dice que debes y quieres ayudar, disfrutas cada momento cuidando a las personas que tanto lo necesitan, celebras cada despertar, cada salida de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), cada alta… Sin embargo, te vas cargando a la espalda todos los momentos difíciles, las conversaciones tristes, la incertidumbre, el sufrimiento, el dolor, la muerte… porque tenemos que ser fuertes. Qué injusta está siendo la vida con tantas y tantas personas, con tantas y tantas familias. Atravesamos momentos que nos hacen valorar la vida, valorar aquello que tenemos en lugar de echar en falta; y recordar que debemos disfrutar de los pequeños y sencillos momentos, de nuestras familias y amigos. Y nos insisten en ello, ¡tenéis que ser fuertes! De verdad que lo somos… o lo intentamos. Lo cierto es que no se nos han puesto las cosas nada fáciles. Vivimos en un mundo de autodestrucción, en el que abundan los abusos, la agresión, en el que el conflicto, la violencia e incluso la guerra continuamente existe, en el que se prejuzga a las personas antes de tiempo, se traiciona, se tiene envidia del prójimo, y el egoísmo y la hipocresía llegan a ser formas de vivir… Ahora bien, ¿por qué no invertir esta situación? Eliminemos barreras, eliminemos fronteras entre los seres humanos, dejemos los límites incesantes a un lado. Dediquémonos a dialogar y abrazar. Demos más peso al contacto humano, al cariño, a la amistad y al amor. Cuidemos con ilusión, con pasión. Colaboremos y unámonos aún con más fuerza, pues todos somos iguales, sin distinción. Vivamos de tal manera que lo único que importe sea dedicarle tiempo a la vida. Seamos fuertes y saldremos adelante.”
Alba Jiménez:
“Desde el sector de la salud digital no podíamos quedarnos de brazos cruzados ante esta emergencia. Desde nuestras casas, estamos desarrollando soluciones digitales que ayuden a controlar esta pandemia, que se está extendiendo tan rápido como el miedo. La información rigurosa es nuestra mejor arma contra el virus, saber cómo protegernos es clave para vencer al virus. Ahora más que nunca, debemos usar las ventajas de la sociedad de la información para hacer el bien. Ahora más que nunca, debemos poner la tecnología al servicio de la sociedad. Y ahora más que nunca, recordemos que ‘sólo tú puedes pero no puedes solo‘. Gracias a todo el personal sanitario que lucha en primera línea. Desde el sector de la salud digital os apoyamos en otros frentes!”
Marina Dasilva Torres:
“Aún no he cumplido un año desde que empecé a trabajar como médico interno residente y ya he sentido dudas de si de verdad pertenezco a esta profesión.
Son muchos los retos a lo que nos enfrentamos en nuestro primer año como médicos (y en todos los siguientes) pero quién hubiera imaginado que uno de ellos fuese una pandemia.
La verdad, es que no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Nosotros, el personal sanitario, también estábamos expectantes, con miles de preguntas. No sabíamos el alcance ni mortalidad que tendrían el virus en nuestro entorno. No estábamos seguros de poder asumir en nuestros centros a toda la población enferma. No teníamos medios materiales suficientes. A nosotros también nos preocupaban nuestras familias y estábamos lejos de ellas en muchos casos. También teníamos y tenemos a compañeros y amigos enfermos. Ahora, tampoco sabemos cuánto durará esta situación o si se volverá a repetir. Tantas fueron las preguntas que compartimos cada día que, poco a poco, me fui dando cuenta de que esta pandemia no era sólo una urgencia sanitaria, sino una verdadera emergencia social.
En la sala de urgencias no hay personas de derechas ni de izquierdas, no hay creyentes ni ateos, no hay españoles ni extranjeros, hay simplemente personas. A mi modo de ver, desde mediados de marzo nuestra sociedad se ha convertido en una gran sala de urgencias donde todos estamos en riesgo, todos somos iguales, porque las enfermedades no distinguen estatus, culturas ni fronteras. Entonces nos hacemos conscientes de nuestro deber de ayudar. Nos unimos, salimos a los balcones, nos lavamos las manos por los más desprotegidos y pedimos a los sanitarios y fuerzas de poder que nos cuiden, A TODOS. Me imagino por un momento si esta actitud unánime tan poderosa se tradujera a nuestro día a día para luchar contra la violencia de género, la desigualdad social o el cambio climático.
Durante este mes y medio he visto morir a varios abuelitos en mi turno, sin poder despedirse. He visto a compañeros trabajar guardias sin apenas descanso. También he visto que nuestras condiciones laborales, que no eran óptimas, no tienen pinta de ir a mejor (pero eso es otra guerra). Pero si alguien me preguntase cuál está siendo la impresión que me llevo de esta pandemia como médico, ha sido la muestra sólida y constante de HUMANIDAD. Todas y cada una de las personas que están en sus casas, que protegen a sus mayores y aislan a sus pequeños, están ejerciendo también de médicos. Esas buenas palabras que ahora son tan fáciles de encontrar. Esa generosidad desbordante que se ha convertido en rutina. Ahora nos cuidamos los unos a los otros. Sólo me provoca decir que ojalá pusiéramos tanta intención y bondad en los problemas que afrontemos a partir de ahora porque es ese derroche de humanidad el que nos está curando.”