“Vuelta al Instituto”, por María Hernández

05 OCT

Para no faltar a la tradición de visitar a mis antiguos profesores, tan pronto como recibí las vacaciones en la universidad me dirigí al instituto por esas calles tan familiares que durante seis años supusieron una rutina diaria.

Con una mezcla de nostalgia y emoción por el reencuentro, avancé por los pasillos hasta llegar a los departamentos de historia, lengua y literatura, inglés, latín y griego o filosofía. Como si se tratara de una invitada, varias pilas de trabajos a punto de ser corregidos quedaron relegados a un segundo lugar. Lo mismo sucedió con la preparación de alguna clase, la revisión de unos exámenes y demás ocupaciones de la vida docente. A pesar de la insistencia, rechacé el asiento más cómodo y nos sentamos a charlar, a intercambiar las novedades, a evocar los cursos compartidos y reconocer lo que permanecía invariable.

Detrás de las bambalinas del escenario de la clase, me impregné una vez más del amor que el maestro siente por su alumno, de los desvelos por aquel que muestra no haber encontrado su lugar en el aula, de la ilusión al recibir un buen ejercicio o de la desazón al advertir el creciente desinterés del alumnado conforme las generaciones pasan.

Lourdes, que imparte Historia del Arte, se deshace en intentos de encontrar un método adecuado a las exigencias de cada grupo para transmitirles su amor por la cada pintura, templo, acontecimiento histórico… ¡Pero nada! Me decía agotada sacudiendo los brazos.

Concentrada en sus gestos, recordé esos movimientos tan característicos y rebosantes de energía que empleaba en clase para desvelarnos no solo temario, sino las necesidades de cada época que provocaban la elección de unos u otros elementos en la expresión artística. Lourdes era una mujer comprometida con su oficio, esa clase de maestras a las que no les importa quedarse en el aula media hora más para profundizar en algún personaje histórico, recomendar lecturas o interesarse con sinceridad por la vida del alumno en su totalidad.

Arrollada por el cariño hacia esta mujer menuda y desenvuelta, me despedí insistiéndole que contara conmigo para cualquier tarea en que pudiera ayudarle. Rápidamente me sugirió que volviera otro día para introducir a uno de sus grupos en las Relaciones Internacionales, para que les hablara sobre mis viajes universitarios o lo que yo quisiera.

Ante la libertad que me brindó y las carencias que encontraba en los alumnos, no dudé en aprovechar la oportunidad para contarles lo más valioso que la Universidad me había enseñado.

Las dinámicas de los estados en el orden internacional, algunas nociones de teoría política, el comportamiento de la opinión pública o la necesidad del buen periodismo eran sin duda temas interesantes pero no lo más trascendental. Por el contrario, que alguien próximo en edad les instara a buscar la belleza de cada clase, a estar dispuestos a asombrarse cada día y exprimir a cada uno de los profesores no solo podría resultar convincente, sino verdadero al verlo reflejado en un testimonio.

Para acercar estas cuestiones a su realidad, partimos del momento vital en el que se encontraban y las preocupaciones propias a este. Dado que iban a dar el paso de la ESO a Bachillerato, lo primero que intentamos desmitificar fue la división entre “ciencias” y “letras” así como los prejuicios respecto a las humanidades para que al escoger, pudieran hacerlo libremente y sin factores como la posible utilidad, las opiniones de terceros etc.

Para aclarar conceptos, definimos una ciencia como actividad que utiliza la experiencia y los argumentos racionales para buscar explicaciones que permitan resolver problemas planteados y analizamos la reducción del concepto a las ciencias experimentales. A continuación, observamos los límites de estas y prestamos atención al deseo de conocer la esencia y el sentido de las cosas.
Con ayuda del sentido etimológico de algunas palabras que fueron surgiendo, comprobamos la belleza del latín y del griego como punto de partida de atracción de unos saberes marginalizados.

Tras vislumbrar el contexto de toma de decisiones que supone el paso previo a Bachillerato, nos trasladamos mentalmente al final del instituto para cuestionarnos de qué habría servido el recorrido realizado y hacía dónde iríamos. Mediante preguntas personales sobre lo que quería estudiar cada uno, nos aproximamos a la naturaleza de la Universidad, de la vocación, a la figura de los maestros e incluso abordamos la idea del amor, del misterio y de la religiosidad.

Les invité a estar muy alerta y entusiasmarse por todo ya que nunca sabemos cómo nos puede llegar a afectar algo si nos involucramos con cada oportunidad que surge en la vida. Recordamos que solo en la medida que nos preparemos ahora, seremos capaces de ser y dar después pues todo desemboca en otros y en Otro.

Acabamos intentando dar respuesta a las dudas que surgieron y me despedí agradeciendo la labor de Lourdes e invitando a que le descubrieran, a ella y al resto de profesores. En efecto, gran parte del temario de Historia del Arte anda algo adormecido en mi memoria desde que lo estudié, sin embargo, no olvido su cercanía, esperanza y fortaleza ante la existencia pese a las dificultades. Tampoco he arrinconado el afán de asombrarse y aprender que Lourdes me contagió.

Cincuenta y cinco minutos después de haber comenzado sonó el timbre y nos quedamos solas. Lourdes dijo que teníamos que repetir. Asentí convencida.